martes, 20 de julio de 2010

Crítica a la moral de la postmodernidad

Capítulo 7 de ·Emergencia de la pedagogía de lo cotidiano" de Eduardo Luis Primero Rivas

1. Presentación
2. Perfil de la postmodernidad (algunas definiciones imprescindibles)
3. Descripción mínima de la situación moral postmoderna
4. La educación postmoderna acción post-Ilustrada

1. Presentación
Este capítulo inicia definiendo los conceptos básicos a tratar; describe mínima (pero sustancialmente) el universo moral convocado, y establece una caracterización de la educación postmoderna, para finalizar sosteniendo que se deben recuperar las tesis educativas de la Ilustración, a fin de diseñar un escenario social futuro más deseable que el pronosticado. Para desarrollar este razonamiento se precisa la caracterización que la autora húngara Ágnes Heller hace de la postmodernidad, y se usa un método expositivo de antítesis elípticas que contrapone crecientemente las posiciones modernas y postmodernas, para trazar un perfil de los escenarios convocados. A fin de sustanciar lo dicho se usan términos como 'postestructuralismo', 'sociedad insatisfecha', 'posthistoire', sociedad instrumental, 'ética cívica', 'ética genérica', y otros que invariablemente se definen explícitamente para evitar su interpretación equívoca. Para apreciar el desarrollo anunciado, demos paso a la lectura ofrecida:

Crítica a la moral de la postmodernidad




2. Perfil de la postmodernidad (algunas definiciones imprescindibles)
"La postmodernidad no es un período histórico ni una tendencia cultural o política con características bien definidas... En cambio, puede entenderse como el tiempo y espacio [la realidad concreta] privado-colectivo, [situada] dentro del tiempo y espacio más amplio de la modernidad; delimitada por los que tienen problemas o dudas con la modernidad, por aquellos que quieren someterla a prueba, y por aquellos que hacen un inventario de los logros de la modernidad, así como de sus dilemas no resueltos". Por esto, aquellos "que han elegido vivir en la postmodernidad viven, no obstante, entre modernos y premodernos. Porque la misma base de la postmodernidad consiste en contemplar el mundo como una pluralidad de espacios y temporalidades heterogéneas" (p. 149). Estas personas constituyen la base empírica de la postmodernidad y "viven en el presente pero al mismo tiempo, tanto temporal como espacialmente, están después". Ellas también están después "de ‘la gran narrativa’", se ubican en el postestructuralismo, por lo que 'estar después' [de la modernidad] significa, por lo tanto "estar después de los argumentos de clase" (p. 152). Por estas determinaciones "cualquier tipo de política redentora es incompatible con la condición política postmoderna", pues el postmoderno vive en el presente, ya que ésta es "nuestra única eternidad"(p. 152). A su vez esta circunstancia hace que el postmoderno se sienta terriblemente incómodo con las ideas utópicas... las cuales hacen vulnerable [a la política actual] con "compromisos fáciles con el presente" y la asocian "a ‘los mitos del fin del mundo’ y a los miedos colectivos que se derivan de la pérdida de futuro" (p. 152). Esta situación hace que se abandone el milenarismo de la gran narrativa, al tiempo que se establece la contingencia, el ser y no ser del ser humano postmoderno.
La postmodernidad igualmente "recicla teorías o soluciones políticas. Este [otro] rasgo está anclado en la posthistoire, pues al menos una de las indicaciones del término [posthistoire] es equivalente a los intentos de recuperar todas las historias, todas las sabidurías pasadas y en apariencia extintas y todos los esfuerzos colectivos que nos ha impedido Europa, la madre posesiva, o el espíritu de la modernidad y sus ansias por lo que constituye 'le dernier cri' " (p. 153), el último grito de la moda intelectual, cultural, política o consumista. La postmodernidad es, pues, la temporalidad del des-encanto, el tiempo en que han visto su fin (aparente) aferradas tradiciones de la modernidad6 . Por esto "en un intervalo muy corto hemos vivido el 'final de la ideología', el 'final de la religión', el 'final del marxismo', el final de la 'cientificidad' y el 'final del evolucionismo' ". Sin embargo, existen indicaciones definidas que en la temporalidad postmoderna ninguno de estos campos se ha perdido más allá de la recuperación, trascendiendo a los intereses y deseos de clase social de los poderosos (funcionales o reales). Hay en consecuencia, una mediana esperanza, o una posibilidad esperanzadora que evita llevarnos 'al relativismo absoluto'. Esto se debe a "que la condición política postmoderna [también] sirve de filtro y de límite para rechazar las grandes narrativas" (p. 153) que se engendren en la postmodernidad y surjan del reciclaje de las teorías o soluciones políticas desechadas. Dada esta circunstancia "la condición política postmoderna tiene como premisa la aceptación de la pluralidad de culturas y discursos" (p. 153), lo cual nos conduce (en principio) a vivir de noche en el tiempo postmoderno, pues en la oscuridad —como sabemos— todos los gatos son pardos, y el relativismo postmoderno conduce con una tendencia creciente, a la indiferencia moral pues aquí — prácticamente— en la cotidianidad efectiva todo se permite, e incluso podemos decir que "el relativismo postmoderno ha socavado nuestro sentido del tabú" (p. 158) y que "el total relativismo moral, es innegablemente una de las opciones de la postmodernidad" (p. 159). El 'pluralismo' diverso del que hablamos, la condición óntica del relativismo destacado, puede manifestarse de modos heterogéneos: "Puede aparecer como una indiferencia completamente relativista de las culturas respectivas hacia la otra. Puede [también] manifestarse como una adoración totalmente falsa de ‘la otra’ [cultura] (el ‘tercermundismo’ de los intelectuales del primer mundo) Puede [de igual manera], ir acompañada de una negativa total, así como también de la relativización de los universales" (p. 154), y puede, en la dimensión de lo cotidiano —acotaríamos incidentalmente— manifestarse como des-compromiso efectivo y eficaz con el otro, lo cual conduce a afirmar que sea la que sea la alternativa adoptada por el pluralismo postmoderno, la postmodernidad es el tiempo de la indiferencia moral declarada y una situación histórica negativa, pues en su resolución final, según su carácter último, es una realidad no constructiva, no edificante, sino por el contrario de-constructiva, disolvente. Y es, diríamos casi concluyendo este apartado, una realidad histórica más subjetiva que objetiva, pero sin embargo lo suficientemente fuerte como para "convertir a lo social en un 'artefacto' " (p. 154), en la realidad tangible de la instrumentación funcional de la vida. Esta cuestión sociológica aparentemente inocente puede, no obstante, convertirse en la base teórica para la arbitrariedad política [o jurídica o moral] y los diversos tipos de autoritarismo... [p. 154]. "A este respecto [diremos que] el producto [final] de la condición postmoderna es casi por completo negativo, dado que la política y el cambio político se han convertido casi en totalmente irracionales e impredecibles" (ps. 157-8) De hecho, la situación "política postmoderna [presenta una] atmósfera cada vez más irracional e incierta" (p. 158). "Sin embargo [dentro del mal sigue existiendo el bien y] la relativización del universalismo puede también proporcionar una sólida base para el discurso 'libre de dominación' habermasiano entre culturas diversas" (p. 154), pues "la atmósfera de la condición política postmoderna tiene ciertos potenciales positivos" que pueden resumirse en el "famoso término de Adorno: minima moralia" (p. 160), la idea de una moral mínima para permitir que 'el discurso moral' avance y facilite extraer ciertos principios morales [pequeños] de política democrática (p. 160).
No obstante, a éste hálito de esperanza, a esta entrada del aire libertario de la democracia substancial, se opone el resurgimiento 'postmoderno' del "fundamentalismo religioso y seglar... Los fundamentalistas eligen un aspecto del dogma, un 'texto de fundamentación' con respecto al cual declaran políticamente subversivos todos los intentos hermenéuticos" (ps. 156-7), y proclaman una verdad base, un texto fundamental. Por todo esto podemos ir concluyendo que "la postmodernidad tiene en todos los aspectos, incluido el político, la doble cara de Jano (ps. 157 y 159). El debilitamiento, y ocasional desaparición, de los escenarios de clase y la ascendencia del carácter funcionalista de la sociedad [el particularismo técnico de los espacios, lo social como 'artefacto', como instrumentación particular de grupos, situaciones, coyunturas] han contribuido enormemente a la reordenación y ‘modernización’ de los modelos y programas políticos tradicionales" (p. 157), de aquí las pulsiones modernizadoras vigentes en la actualidad. En definitiva "el pluralismo de la condición postmoderna también se manifiesta... en la creación continua de unos temas sociales nuevos y muy diversos, y en este proceso la solución de una vieja cuestión es la condición previa para el nacimiento de una nueva" (p. 160). Por esto la postmodernidad en todos los sentidos es parasitaria de la modernidad; no es una nueva Era; vive y se alimenta de sus logros y dilemas (p. 161), por lo cual podemos preguntar: ¿Qué descripción mínima de la situación moral postmoderna nos puede permitir establecer un vínculo explicativo entre esta moral y la situación educativa actual considerando que "la moral puede ser descrita del mejor modo como la relación práctica del individuo hacia las normas y reglas de buena conducta" (p. 215) y, en consecuencia, el vínculo moral-educación es evidente pero de necesaria dilucidación?

3. Descripción mínima de la situación moral postmoderna
Si la moral es la medida del comportamiento ético, y es en consecuencia la norma del conjunto de usos, hábitos, reglas y costumbres con las cuales regulamos la buena convivencia interpersona, entonces podemos aseverar que el rasgo moral más relevante de la condición postmoderna es el pluralismo moral, pues la disolución de la Gran Narrativa, la vigencia del postestructuralismo, la presencia de la posthistoire hacen que vivir en el presente desde los parámetros postmodernos requiera una actitud personal específica: Plural, tolerante, comprensiva, deseablemente comunicativa, respetuosa de las diferencias, pero final y cotidianamente indiferente, pues la vigencia real del pluralismo, esto es, la existencia concreta de múltiples mundos de vida singulares tal como átomos libres en un conjunto heterogéneo, hacen prácticamente imposible el compromiso con el otro o los otros, o más simplemente la comunicación sustancial entre personas, y tanto más cuando el posible interlocutor es un des-conocido, pues cada átomo funciona de acuerdo con su particularidad y ésta es irremisiblemente delimitada y limitante, a-genérica en tanto no hay ningún vínculo con la genericidad: ha desaparecido junto a la Gran Narrativa. Como quien dice: desde este modo de concebir estamos solos, irremisiblemente solos frente al mundo y actuando en función de nuestra particularidad; impulsados en consecuencia por nuestras determinaciones sociales que nos hacen limitados y contingentes. Sujetos de nuestro presente y sin trascendencia alguna. Átomos del modelo de Leucipo que no pueden salir de la línea recta mientras no cambie la función. Y como en verdad ésta no cambia, porque no obstante el postestructuralismo las situaciones de clase social se conservan (aún cuando tengamos que denominar a las clases fundamentales como ricos y pobres, o en un sentido más amplio como norte y sur) entonces el átomo se mantiene en sus órbitas determinadas, cambiando de posición sólo circunstancial y contingentemente y no substancial o esencialmente. Bien mirado este universo caótico de átomos sin control —movidos por el azar y la necesidad—, no se diferencia mucho de los tiempos clásicos de la modernidad, y en consecuencia no se puede encontrar el parteaguas traslúcido que distinga indubitablemente las épocas. Sin embargo, sí hay un rasgo específico de la condición moral postmoderna, siendo éste la indiferencia. Por las razones explicadas cada cual está en su órbita y cuidando sus intereses y necesidades; pero en el tiempo de la postmodernidad, esto es, en el mundo presente, no es tan fácil cuidar los intereses y satisfacer las necesidades, en tanto cada vez la competencia entre las diversas particularidades (sociales o singulares) es más cerrada a causa de los niveles crecientes de insatisfacción en la 'sociedad insatisfecha' y esto hace que el nivel de exigencia en la lucha por la vida sea más complejo, más técnico y más inestable, ya que los competidores —y los niveles de exigencia en la producción, circulación y consumo— refinan sus recursos y la indeterminación (e irracionalismo) se hacen impredecibles. El aumento simple de los volúmenes de información, de producción, de distribución y consumo de los objetos actuales, imposibilita un buen desempeño de cualquier particularidad y aumenta geométrica y aritméticamente la contingencia. En resumen: podemos afirmar que aun cuando la moral sea —en el deber ser— la norma del buen comportamiento social, la moral en la postmodernidad es tan bárbara como la moral de la modernidad, con la agravante de que la indiferencia moral es la tarjeta de presentación de la moral postmoderna, y que la educación en ésta actitud (en sus definiciones clásicas o ilustradas) es una ficción, pues en sus límites reales actuales la educación dejó de ser la ruta, el sendero seguro para alcanzar el progreso, el desarrollo de la razón, el impulso de la Gran Narrativa, y es, pura y simplemente, el medio institucional para obtener credenciales. Por esto en el siguiente apartado examinaremos el fracaso de la educación como principio de Ilustración, sosteniendo que en la actualidad destacada es sólo el medio indicado.

4. La educación postmoderna: acción postilustrada
La postmodernidad es así el tiempo del des-encanto y ésto se traduce —en los significados de la epistemología— en posiciones cognitivas a-metafísicas, des-mitificadas, crudamente empiristas, funcionales. Esta crudeza cognitiva postmoderna lleva a concebir la realidad descarnadamente, y conduce a no creer más en que la educación sea integración del individuo a la sociedad, por tanto, formación de las nuevas generaciones por las viejas, o camino del progreso, ruta de socialización y en fin, cualquiera de los significados heredados de la Ilustración. Es demasiado conocido este legado para volver sobre él, pero quizá conviene recordar que el conjunto del proyecto educativo moderno, desde los renacentistas hasta Kant, Hegel o Marx — como educadores— consistió en asignarle a la educación el papel protagónico del desarrollo social, y que incluso los positivistas analogaron desarrollo con progreso, estableciendo los lineamientos de la educación como impulso de abandono del mundo antiguo especialmente del tiempo pre-moderno, el medioevo. Mas en la postmodernidad, esto es, en la actitud mental que reconoce la validez y vigencia del actual estado del mundo sin pretender su transformación revolucionaria, esto se acabó. La educación en esta disposición mental es solamente el recurso institucional para emitir credenciales que faciliten mayores niveles de consumo y de selección social, y quizá, con buena voluntad, un poco más... Formalmente la educación en nuestros países continúa siendo principio de integración, impulso de movilidad social, dinámica del progreso, mas en la realidad concreta, en la cotidianidad de nuestras instituciones educativas (formales, informales, cuasiformales), la práctica educativa real es diametralmente diferente y se puede documentar a través de la investigación (educativa) una contraposición marcada (por no decir absoluta), entre lo que se enseña por la letra de las intenciones, ordenanzas y disposiciones, y lo que se aprende realmente en la institución educativa, como hemos demostrado ampliamente en los capítulos precedentes y examinaremos todavía en los siguientes. La contraposición subrayada entre lo formal y lo sustancial es una contradicción más del mundo postmoderno, y se agudiza con la creciente emergencia de seres particulares (singulares o sociales) en el escenario común; cada día surgen más actores sociales que compiten por dominar los espacios de actuación y la lucha por el control de ellos se hace más marcada y sofisticada. De aquí que el gran poder que la Ilustración le otorgó al Estado, y a sus instituciones se disuelva —en la realidad cotidiana postmoderna— en multitud de micropoderes, tantos como particularidades poderosas haya. La situación social que reseñamos se manifiesta necesariamente en el campo de la educación, y su expresión más destacada la encontramos en sus espacios educativos institucionales, que motivados por la situación social que los engendra tienen que competir denodadamente para obtener lo que se pueda de las fuentes de poder. Así en plural, ya que el poder general que la Ilustración le otorgó al Estado como Norma General para el comportamiento social se ha disuelto en multitud de micropoderes, y la contraposición entre el interés general y el interés particular ha entrado en una fase de agudización, pues la actitud postmoderna al disolver la Gran Narrativa, y las instituciones que conllevó, valida y convalida la acción particular en detrimento de la social, y ésto inestabiliza cualquier intento de convertir a la educación en un recurso para trazar una buena norma de conducta interpersonal. Sin embargo, a pesar de esta base social generada por el desarrollo de las actitudes postmodernas, la educación como práctica promotora de comportamientos sociales normativos sigue siendo una necesidad genérica, pues sin ésta acción para promover buenos comportamientos sociales, el principio de buena conducta común, la norma genérica que regule la acción de la mayoría, no podrá formarse en las nuevas generaciones y la actitud educativa postmoderna (la formación, desarrollo y crecimiento de particularidades a-genéricas) se impondrá lenta pero seguramente y la sociedad instrumental (y correlativamente la educación credencialista), se hará hegemónica dejándonos enfrentados a un mundo funcional, robotizado, despersonalizado y básicamente particular. Si estos razonamientos contribuyen a formar en usted una imagen de los escenarios futuros y cree que prefiguran un mundo amenazante, entonces quizá, podamos examinar constructivamente el próximo apartado, que como tesis central y final argumenta un deseo: si queremos una sociedad humanizada para nuestro futuro, debemos recuperar las tesis educativas de la Ilustración.

5. Recuperar las tesis educativas de la Ilustración
Al desaparecer el 'ethos denso' de la premodernidad, esto es, al disolverse el virtuoso carácter común que por su consistencia definía el proyecto histórico y social de una época y de una nación, nos quedamos con un "ethos disgregado" (p. 216) que sólo prescribe que las "normas especificas de las esferas y subesferas no deben contradecir las metanormas del Sittlichkeit", de la legalidad, es decir de las "costumbres morales colectivas, normas y prescripciones" (p. 215) que definen el buen hacer moral. Esto afirma que podemos actuar conforme a la pura legalidad, aún cuando sin una correlativa moralidad que fundamente nuestras acciones éticas, lo cual significa que podemos parecer moralmente buenos cuando realmente somos perversos y pervertidores. Y así son los tiempos que vivimos y ante la disgregación moral postmoderna, sólo nos queda recurrir a una simple 'ética ciudadana', no ya a una ética genérica (propia de la caduca Gran Narrativa), para regular nuestros pasos ciudadanos, pues nuestras esferas privadas e íntimas son compartimentos estancos e inviolables. Como quien dice: la situación moral actual nos exige apenas, y mínimamente, ser buenos ciudadanos, pues no se nos pide ya ser buenas personas, en cuanto la vinculación con el género, con la especie humana, es una pulsión que la postmodernidad desea como caduca. Ahora podemos usar sólo la máscara del buen ciudadano, pues el teatro postmoderno así lo exige, y además ya no se toma en cuenta el comportamiento real del ser humano: su ser como totalidad. La disgregación divide por tanto al ser del hombre, y el ser humano integro, total, humanizado, es una ficción del museo europeo. Concluimos con esto que el único camino moral viable para evitar que nos llamen modernos, o incluso premodernos, es el de mera 'ética ciudadana', y subrayamos, con sus 'virtudes cívicas' disgregadas, a pesar de que las antinomias de esta situación por momentos hacen entrever, que sin las ideas condenadas por la postmodernidad, llegaremos más rápido que tarde a la total instrumentación de la sociedad, y que en consecuencia, la única educación posible será exclusivamente la del mero racionalismo instrumental. El camino de la postmodernidad está en marcha y muchos espacios de nuestra sociedad inducen a la acción postmoderna, mas sin embargo algunos nos resistimos a seguir estos derroteros y continuamos proponiendo ideas modernas, inherentes al Siglo de las Luces, y creemos que la legalidad jurídica y moral debe ser para todos (como soñó, por ejemplo, la Revolución Francesa), y que nuestra responsabilidad singular no sólo es ciudadana, sino también, y prioritariamente, humana e histórica. El ser humano total no es solamente un buen deseo de los utópicos, sino una realidad ontoantropológica nuestra que hemos tenido que abandonar por incapacidades históricas y no por su imposibilidad. En verdad es más fácil ser un buen profesional en el trabajo y un salvaje en la cotidianidad, que una persona íntegra, respetuosa, constructiva y desarrollada, tanto en lo público como en lo privado. Y en realidad es más fácil ser postmoderno que un utópico moderno, pues exige menos esfuerzo poseer muchas regulaciones — para normar nuestra conducta— que tener una sola regulación central; y tanto más que el tiempo de un Súper yo regulador básico pasó, y es menos laborioso formar —como profesionales de la educación— particularidades confusas, difusas y contusas, que personas con claridad mental, sentimientos definidos y una psicología sin rupturas que les permita optar por una ética genérica, alejándose de la cobertura de una mera ética cívica. Como se desprende de estos argumentos, algunos todavía creemos en los logros de la Ilustración y promovemos nuevas búsquedas para conseguir renovadas pautas de conducta social, pues creemos que sin esta norma de comportamiento continuaremos viviendo con cuotas inaceptables de dolor, pobreza y frustración.

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