sábado, 23 de julio de 2011

Modelo de reproducción hegemónico-estatal

En este artículo, Henry Giroux analiza una de las corrientes que ven a la escuela como un instrumento de Reproducción (no es copia) social. Existe acuerdo sobre la importancia del Estado, en el modo como la dominación capitalista se reproduce mediante la cultura, pero ¿El Estado es un mero instrumento del Capital, o una arena de lucha? Aquí el autor analiza la relación Estado y Capital, y luego entre el primero y la Educación.

La enseñanza y las teorías de la reproducción
Autor
Henry A. Giroux
Recientemente algunos teóricos marxistas han argumentado que la comprensión del papel del Estado es central para cualquier análisis de cómo opera la dominación. Así, la preocupación fundamental hoy en día entre un buen número de teóricos de la educación se centra en el estudio de la intervención estatal en el sistema educacional.
Estos teóricos piensan que el cambio educacional no puede entenderse si sólo se tiene en cuenta el dominio del capital en los procesos de trabajo o el modo como la dominación capitalista se reproduce mediante la cultura. Ninguna de estas explicaciones, afirman, ha prestado suficiente atención a las subyacentes determinantes estructurales de desigualdad que caracterizan a los países avanzados de Occidente. Argumentan que tales enfoques muestran poco entendimiento de cómo los factores políticos llevan a políticas de Estado intervensionistas que sirven para estructurar y dar forma a las funciones reproductivas de la educación.
No obstante que existe un acuerdo entre los teóricos de la reproducción sobre la importancia del Estado, hay diferencias significativas entre ellos de qué es, en realidad, el Estado, cómo funciona, cuál es la relación precisa que existe entre Estado y capital, por un lado, y entre Estado y educación, por el otro. Michael Apple capta la complejidad de este problema en su reseña de algunas de las cuestiones más importantes a las que los teóricos del Estado se enfrentan. Dice:
¿Sólo sirve el Estado a los intereses del capital, o su función es más compleja? ¿Es el Estado la arena del conflicto de clases y un sitio donde la hegemonía está en juego, y no un simple resultado predeterminado donde ésta simplemente se impone?
¿Son las escuelas —como instancias importantes del Estado— simplemente “aparatos ideológicos del Estado” (para citar a Althusser), cuya función primordial es reproducir los requerimientos ideológicos y de “fuerza de trabajo” planteados por las relaciones sociales de producción? ¿O encarnan también tendencias contradictorias y proporcionan el sitio donde las luchas ideológicas entre las clases, las razas y los sexos —y en el seno de ellos— pueden ocurrir y de hecho ocurren?

No es mi intención desentrañar el modo como los diferentes teóricos del Estado tratan estas cuestiones. Más bien, voy a enfocar mi atención en dos temas centrales. Primero, voy a explorar algo de la dinámica que caracteriza a la relación entre el Estado y el capitalismo. Segundo, voy a explorar algo de la dinámica que subyace en la relación entre el Estado y la enseñanza.

El Estado y el capitalismo
Uno de los principales presupuestos en los escritos marxistas en cuanto a la relación entre Estado y capitalismo se ha desarrollado en torno al trabajo del teórico italiano Antonio Gramsci.  Para Gramsci, cualquier discusión sobre el Estado debe empezar con la realidad de las relaciones de clase y el ejercicio de la hegemonía por parte de las clases dominantes. La formulación dialéctica de la hegemonía en Gramsci, una combinación de fuerza y consenso en permanente cambio, proporciona la base para el análisis de la naturaleza del Estado en la sociedad capitalista.
La hegemonía, en términos gramscianos, tiene dos significados. En primer lugar, se refiere a un proceso de dominación mediante el cual una clase dirigente ejerce control, mediante su liderazgo intelectual y moral, sobre otras clases aliadas. En otras palabras, se forma una alianza entre las clases dirigentes como resultado del poder y “habilidad de una clase para articular los intereses de otros grupos con el suyo”. Hegemonía en esta instancia significa, primero, un proceso de transformación pedagógico y político mediante el cual la clase dominante articula los elementos comunes presentes en la visión del mundo de los grupos aliados. En segundo lugar, la hegemonía se refiere al doble uso de fuerza e ideología para reproducir las relaciones de socialidad entre las clases dominantes y los grupos subordinados. Gramsci enfatiza vigorosamente el papel de la ideología como fuerza activa usada por las clases dominantes para dar forma e incorporar las visiones de sentido común, las necesidades y los intereses de los grupos subordinados. Ésta es una cuestión importante. La hegemonía en esta descripción se presenta como algo más que el ejercicio de la coerción: es un proceso continuo de creación que incluye la constante estructuración de la conciencia, así como la lucha por el control de la conciencia. La producción de conocimientos está ligada a la esfera política y es un elemento clave en la construcción del poder por parte del Estado. La cuestión principal para Gramsci se centra en torno a la demostración de cómo el Estado puede definirse, en parte, en referencia a su participación activa como un aparato represivo y cultural (educativo).
Esto nos lleva directamente a la definición gramsciana del Estado. Al rechazar las formulaciones marxistas ortodoxas del Estado como mero instrumento represivo de las clases dominantes, Gramsci divide al Estado en dos ámbitos específicos: la sociedad política y la sociedad civil. La sociedad política se refiere a los aparatos estatales de administración, a las leyes y a otras instituciones coercitivas cuya función primordial, que no exclusiva, se basa en la lógica de la fuerza y la represión. La sociedad civil se refiere a aquellas instituciones públicas y privadas que utilizan significados, símbolos e ideas con el fin de universalizar las ideologías de la clase dominante y, al mismo tiempo, forman y limitan el discurso y la práctica de oposición.
En referencia con la visión de Gramsci sobre el Estado se deben subrayar dos temas. Todos los aparatos de Estado tienen funciones tanto consensuales como coercitivas: es el predominio de una función sobre la otra la que da a los aparatos, sean de la sociedad civil o de la sociedad política, su característica definitoria. Más aún, en tanto modo de control ideológico —ya sea en las escuelas, en los medios masivos de comunicación o en los sindicatos— la hegemonía debe ser objeto de lucha constante para que pueda mantenerse. No es algo que “consista simplemente en proyectar las ideas de las clases dominantes en la mente de las clases subordinadas”, se debe cambiar.

La base donde se mueve y funciona la hegemonía tiene que cambiar de suelo para responder a la naturaleza cambiante de las circunstancias históricas y a las complejas exigencias y acciones críticas de los seres humanos. Esta visión de la función del Estado redefine el dominio de clase y la compleja utilización del poder. El poder, en los términos en que se está usando aquí, es un fuerza tanto positiva como negativa. Funciona negativamente en los aparatos represivos e ideológicos del gobierno y la sociedad civil para reproducir las relaciones de dominio. Funciona positivamente como rasgo distintivo de la oposición y la lucha activas, el terreno donde hombres y mujeres cuestionan, actúan y rechazan el ser incorporados a la lógica del capital y sus instituciones. En resumen, Gramsci proporciona una definición del Estado que vincula poder y cultura al tradicional énfasis marxista en los aspectos represivos del Estado. Gramsci lo dice sucintamente:

El Estado es un todo complejo de actividades prácticas y teóricas con las que la clase dominante no sólo justifica y mantiene su dominio, sino que se las arregla para ganar el consenso activo de aquellos a quienes gobierna.

Los escritos de Gramsci son cruciales para una comprensión del significado y del funcionamiento del Estado y han tenido una gran influencia en una amplia gama de escritores marxistas, quienes argumentan: “todas las formaciones estatales en el capitalismo articulan el poder de clase”. El punto de partida crucial para muchos de estos teóricos es un ataque sostenido a la suposición liberal de que el Estado es una estructura neutral, administrativa, que opera en función de la voluntad general. Este ataque generalmente toma la forma de una historia crítica que rechaza la noción liberal de Estado como una estructura que evoluciona naturalmente con el progreso humano y que está por encima de los intereses de clase y sectoriales. Algunos críticos marxistas han argumentado de diferentes maneras que el Estado es un conjunto específico de relaciones sociales vinculado históricamente a las condiciones de producción capitalista. En efecto, el Estado es la encarnación de un patrón cambiante de relaciones de clase organizadas en torno a la dinámica de la lucha de clases, del dominio y la impugnación. Además, en tanto conjunto de relaciones organizadas en torno a la división de clases, el Estado expresa intereses ideológicos y económicos, mediante instituciones tanto represivas como legitimadoras.

El Estado no es una estructura, es una organización; o mejor aún, es un complejo de formas sociales organizadas para configurar todas las relaciones sociales y todas las ideas sobre esas relaciones de tal manera que la producción capitalista, y todo lo que ésta conlleva, se viva y se piense como algo natural.

Esto nos lleva a un tema importante, relacionado con el anterior y que concierne a las características definitorias del funcionamiento del Estado. Teóricos como Nicos Poulantzas han argumentado, con razón, que el Estado y sus múltiples agentes, entre los cuales se incluyen las escuelas públicas, no pueden ser vistos como meras herramientas que las clases dominantes manipulan a su antojo. Al contrario, como representación concreta de las relaciones de clase, el Estado se constituye mediante conflictos y contradicciones continuos que, se puede decir, adquieren dos formas principales: primero, hay conflictos entre diferentes facciones de la clase dominante, las que a menudo representan enfoques distintos y en competencia del problema del control social y de la acumulación del capital. Pero es importante hacer notar que la autonomía relativa del Estado, asegurada en parte mediante la existencia de clases dominantes en competencia, a menudo tiende a oscurecer lo que tienen en común las diferentes facciones de la clase dominante. Es decir que las políticas a corto plazo del Estado están firmemente comprometidas a mantener las estructuras económicas e ideológicas que subyacen en la sociedad capitalista. Así, tras el discurso de intereses políticos, sectoriales y sociales divergentes, existe subyacente la estructura discursiva de la dominación de clases y de la desigualdad estructurada. Las clases dominantes pueden pelearse por la magnitud del presupuesto militar, por reducciones en el gasto de servicios sociales y por la naturaleza del esquema impositivo, pero nunca cuestionan las relaciones básicas de producción capitalista.
La característica definitiva de la autonomía relativa del Estado se encontraría, entonces, no en el coro de discursos contrapuestos, sino en los silencios estructurados respecto de las bases subyacentes de la sociedad capitalista. Más aún, el Estado se define menos por el interés de algún grupo dominante que por el conjunto específico de relaciones sociales que instrumenta y mantiene. Claus Offe y Volker Ronge resumen bien esta posición: “Lo que protege y sanciona el Estado es un conjunto de reglas y de relaciones sociales que presupone el dominio de clase de la clase capitalista. El Estado no defiende los intereses de una clase, sino los intereses comunes de todos los miembros de una sociedad capitalista”.
El segundo rasgo definitorio del Estado se centra en torno a la relación entre las clases dominantes y las dominadas. El Estado no es sólo un objeto de lucha entre los miembros de la clase dominante, es también una fuerza definitoria en la producción de conflicto y la lucha entre la clase dominante y otros grupos subordinados. La lógica que subyace a la formación del Estado se sitúa en el doble papel que éste juega, puesto que tiene que realizar tareas a menudo contradictorias: por una parte, establecer las condiciones para la acumulación de capital y, por otra, asegurar ideológicamente la regulación moral de la sociedad. En otras palabras, el Estado tiene la tarea de satisfacer las necesidades básicas del capital, al proporcionar, por ejemplo, el flujo necesario de trabajadores, conocimientos, destrezas y valores para la reproducción de la fuerza de trabajo. Pero al mismo tiempo, el Estado tiene la tarea de ganarse el consentimiento de las clases dominadas. Esto procura hacerlo legitimando las relaciones sociales y los valores que estructuran el proceso de acumulación de capital, ya sea mediante el silencio que guarda respecto de los intereses de clase que se benefician de tales relaciones, o mediante la marginación o descalificación de cualquier crítica o alternativa seria. Más aún, el Estado intenta ganar el consentimiento de la clase trabajadora para sus propios fines políticos apelando a tres tipos específicos de resultados: el económico (movilidad social), el ideológico (derechos democráticos) y el psicológico (la felicidad). Phillip Corrigan y sus colegas señalan en su argumentación:
Subrayamos que el Estado se construye y es objeto de lucha. Fundamental en relación con esto es un doble conjunto de prácticas históricas: i) la constante “reescritura” de la historia para naturalizar lo que, de hecho, ha sido un conjunto de relaciones estatales sumamente cambiantes, a fin de pretender que hay, y que siempre ha habido, una “estructura institucional óptima” que es la que “cualquier” civilización necesita; y ii) marginar (romper, negar, destruir, diluir, “ayudar”) todas las formas alternativas de Estado, en especial aquellas que anuncian una forma de organización capaz de establecer una diferencia a nivel de la formación social nacional (o, ¡pecado de pecados!, capaz de establecer una forma de solidaridad internacional a lo largo de líneas de clase).

Las contradicciones que surgen de las diferencias entre la realidad y la promesa de las relaciones sociales capitalistas son evidentes en un buen número de instancias, algunas de las cuales involucran directamente a la enseñanza. Por ejemplo, las escuelas promueven, a menudo, una ideología de movilidad social que choca con los altos niveles de desempleo y de sobreabundancia de obreros altamente calificados. Abundando, la ideología de la ética del trabajo se contradice a menudo por el número creciente de trabajos rutinarios y enajenantes. Además, la atracción capitalista hacia la satisfacción de necesidades más altas descansa, a menudo, en una imagen de ocio, belleza y felicidad cuya realización está más allá de las capacidades de la sociedad actual.
De este análisis de la relación entre el Estado y la economía surge una serie de cuestiones cruciales que se relacionan significativamente con la política y la práctica educacionales. Primero, se pretende, con razón, que el Estado, no es ni el instrumento de ninguna facción de la clase dominante ni un pálido reflejo de las necesidades del sistema económico. Segundo, el Estado se describe adecuadamente como un sitio marcado por conflictos dentro y entre varios grupos de clase, sexo y raza. Tercero, el Estado no es meramente una expresión de la lucha de clases; ante todo, es una organización que defiende activamente la sociedad capitalista a través de medios tanto represivos como ideológicos. Finalmente, en su capacidad como aparato ideológico y represivo, el Estado limita y canaliza las respuestas que las escuelas pueden dar a la ideología, la cultura y las prácticas que caracterizan a la sociedad dominante.




[Traducción de Raquel Serur]

1 comentario:

Alejandra Bertolini dijo...

Excelente artículo. Simplemente, citar a Deleuze: "Donde hay poder, hay resistencia".

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