En mis relaciones con los otros, quienes no tuvieron
necesariamente las mismas opciones que yo, en el nivel de la política, de la
ética, de la estética, de la pedagogía, no debo partir de que debo
"conquistarlos", no importa a qué costo, ni tampoco temo que
pretendan "conquistarme". Es en el respeto a las diferencias entre
ellos o ellas y yo, en la coherencia entre lo que hago y lo que digo, donde me
encuentro con ellos o con ellas. Es en mi disponibilidad hacia la realidad
donde construyo mi seguridad, indispensable a la propia disponibilidad. Es
imposible vivir la disponibilidad para la realidad sin seguridad pero también
es imposible crear la seguridad fuera del riesgo de la disponibilidad.
Como profesor no debo escatimar ninguna oportunidad para
manifestar a los alumnos la seguridad con que me comporto al discutir un tema,
al analizar un hecho, al exponer mi posición frente a una decisión
gubernamental. Mi seguridad no reposa en la falsa suposición de que lo sé todo,
de que soy lo "máximo". Mi seguridad se funda en la convicción de que
algo sé y de que ignoro algo, a lo que se junta la certeza de que puedo saber
mejor lo que ya sé y conocer lo que aún ignoro. Mi seguridad se afirma en el
saber confirmado por la propia experiencia de que, si mi inconclusión, de la que
soy consciente, atestigua, de un lado, mi ignorancia, me abre, del otro, el
camino para conocer. Me siento seguro porque no hay razón para avergonzarme por
desconocer algo.
Ser testigo de la apertura a los otros, la disponibilidad
curiosa hacia la vida, a sus desafíos, son saberes necesarios a la práctica
educativa. Debería formar parte de la aventura docente vivir la apertura
respetuosa a los otros y, de vez en cuando, de acuerdo con el momento, tomar la
propia práctica de apertura al otro como objeto de reflexión crítica. La razón
ética de la apertura, su fundamento político, su referencia pedagógica; la
belleza que hay en ella como viabilidad del diálogo. La experiencia de la
apertura como experiencia fundadora del ser inacabado que terminó por saberse
inacabado. Sería imposible saberse inacabado y no abrirse al mundo y a los
otros en busca de explicación, de respuestas a múltiples preguntas. El cerrarse
al mundo y a los otros se convierte en una transgresión al impulso natural de
la incompletitud.
El sujeto que se abre al mundo y a los otros inaugura con su
gesto la relación dialógica en que se confirma como inquietud y curiosidad,
como inconclusión en permanente movimiento en la Historia.
Cierta vez, en una escuela de la red municipal de Sao Paulo
donde se realizaba una reunión de cuatro días con profesores y profesoras de
las diez escuelas del área para planear en común sus actividades pedagógicas,
visité una sala donde estaban expuestas fotografías de los alrededores de la
escuela. Fotografías de calles enlodadas, también de calles bien conservadas.
Fotografías de recovecos feos que sugerían tristeza y dificultades. Fotografías
de cuerpos caminando con dificultad, lentamente, desalentados, de caras
maltratadas, de mirada vaga. Detrás de mí dos profesores hacían comentarios
sobre lo que más los impresionaba. De repente, uno de ellos afirmó: "Yo enseño hace diez años en esta escuela.
Nunca conocí de sus alrededores más que las calles que le dan acceso. Ahora, al
ver esta exposición de fotografías que nos revelan un poco de
su contexto, me convenzo de cuán precaria debe haber sido mi tarea formadora durante
todos estos años. ¿Cómo enseñar, cómo formar sin estar abierto al contorno
geográfico, social, de los educandos?"
La formación de los profesores y de las profesoras debía insistir
en la constitución de este saber necesario y que me da certeza de esta cosa
obvia, que es la importancia innegable que tiene para nosotros el entorno,
social y económico en el que vivimos. Y al saber teórico de esta influencia
tendríamos que añadir el saber teórico-práctico de la realidad concreta en la
que los profesores trabajan. Ya sé, no hay duda, que las condiciones materiales
en que y bajo las que viven los educandos les condicionan la comprensión del
propio mundo, su capacidad de aprender, de responder a los desafíos. Ahora
necesito saber o abrirme a la realidad de estos alumnos con los que comparto mi
actividad pedagógica. Necesito volverme, si no absolutamente cercano a su forma
de estar siendo, al menos no tan extraño y distante de ella. Y la disminución
de mi extrañeza o de mi distancia de la realidad hostil en que viven mis
alumnos no es una cuestión de pura geografía. Mi apertura a la realidad
negadora de su proyecto humano es una cuestión de mi real adhesión a ellos y
ellas, a su derecho de ser. No va a ser cambiándome a una favela como les
probaré mi verdadera solidaridad política, por no hablar, además, de la casi
cierta pérdida de eficacia de mi lucha en función de la propia mudanza.
Lo fundamental es mi decisión ético-política, mi voluntad nada sentimental
de intervenir en el mundo. Es lo que Amílcar Cabral llamó
"suicidio de clase" y a lo que me referí en la Pedagogía del oprimido
como pascua o travesía. En el fondo, reduzco la distancia que me separa de las
malas condiciones en que viven los explotados, cuando, apoyando realmente el
sueño de justicia, lucho por el cambio radical del mundo y no sólo espero que
llegue porque se dice que habrá de llegar. No es con discursos airados,
sectarios, ineficaces porque sólo dificultan todavía más mi comunicación con
los oprimidos, como disminuyo la distancia que hay entre la vida dura de los explotados
y yo.
Con relación a mis alumnos, disminuyo la distancia que me
separa de sus condiciones negativas de vida en la medida en que los ayudo a
aprender cualquier saber, el de tornero o el de cirujano, con vistas al cambio
del mundo, a la superación de las estructuras injustas, nunca con vistas a su
inmovilización.
El saber fundador del camino en busca de la disminución de la
distancia entre la realidad perversa de los explotados y yo es el saber fundado
en la ética de que nada legitima la explotación de los hombres y de las mujeres
por los propios hombres o mujeres. Pero este saber no basta. En primer lugar,
es necesario que sea permanentemente activado e impulsado por una ardorosa pasión
que lo convierta casi en un saber arrebatado. También es necesario que a él se
añadan otros saberes de la realidad concreta, de la fuerza de la ideología; saberes
técnicos, en diferentes áreas, como la de la comunicación. Cómo revelar
verdades escondidas, cómo desmitificar la farsa ideológica, especie de ardid
atractivo en que caemos fácilmente.
Cómo enfrentar el extraordinario poder de los medios, del
lenguaje de la televisión, de su "sintaxis" que reduce a un mismo
plano el pasado y el presente y sugiere que lo que todavía no existe ya está hecho.
Más aún, que diversifica temáticas en el noticiero sin que haya tiempo para la
reflexión sobre los varios asuntos presentados. De una noticia sobre Miss
Brasil se pasa a un terremoto en China; de un escándalo sobre otro banco dilapidado
por directores inescrupulosos pasamos a escenas de un tren que se descarriló en
Zúrich.
El mundo se reduce, el tiempo se diluye: el ayer se vuelve hoy;
el mañana ya está hecho. Todo muy rápido. Me parece cada vez más importante
debatir lo que se dice y lo que se muestra y cómo se muestra en la televisión. Como
educadores y educadoras progresistas no sólo no podemos desconocer la
televisión sino que debemos usarla, sobre todo, discutirla.
No temo parecer ingenuo al insistir en que no es posible ni
siquiera pensar en la televisión sin tener en mente la cuestión de la
conciencia crítica. Es que pensar en la televisión o en los medios en general nos
plantea el problema de la comunicación, un proceso imposible de ser neutro. En
verdad, toda comunicación es comunicación de algo, hecha de cierta manera en
favor o en defensa, sutil o explícita, de algún ideal contra algo y contra alguien,
aunque no siempre claramente referido. De allí también el papel refinado que
cumple la ideología en la comunicación, ocultando verdades pero también la
propia ideologización del proceso comunicativo. Sería una santa ingenuidad
esperar que una emisora de televisión del grupo del poder dominante, al dar la
noticia de una huelga de metalúrgicos, dijera que su comentario se funda en los
intereses patronales. Al contrario, su discurso se esforzará por demostrar que
su análisis de la huelga considera los intereses de la nación.
No podemos ponemos frente a un aparato de televisión "entregados"
o "dispuestos" a lo que venga. Cuanto más nos sentamos frente al
televisor -hay excepciones-, como quien está de vacaciones, abiertos al puro
reposo y entretenimiento, tanto más corremos el riesgo de tropezar en la
comprensión de los hechos y de los acontecimientos. La postura crítica y
despierta no puede faltar en los momentos necesarios.
El poder dominante lleva, entre muchas, otra gran ventaja sobre
nosotros. Es que para enfrentar el ardid ideológico con que está envuelto su
mensaje en los medios, sea en los noticieros, en los comentarios de los
acontecimientos o en la línea de ciertos programas, para no hablar de la
propaganda comercial, nuestra mente o nuestra curiosidad tendrían que funcionar
epistemológicamente todo el tiempo. Y eso no es fácil. Pero, aunque no es fácil
estar permanentemente en estado de alerta, es posible saber que, sin ser un
demonio que nos acecha para destruimos, el televisor frente al cual estamos tampoco
es un instrumento salvador. Tal vez sea mejor contar de uno a diez antes de
hacer la afirmación categórica a que Wright MilIs se refiere: "Es verdad, lo oí en el noticiero de las veinte
horas.”
Extraído de
Título: Pedagogía de la autonomía
Autor: Paulo Freire
Año de la publicación: 2004
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