La realidad nos indica que, en forma creciente, nuestros ambientes son multiculturales. La educación debe ser pensada desde esa característica. Entonces ¿Cómo considerar una educación democrática?
En el ámbito de la Pedagogía Social,
una de las dimensiones que más fuerza ha cobrado en los últimos años es la
vinculada con lo intercultural, entendiendo este término desde una enorme
polisemia conceptual, fruto de la propia complejidad de los procesos de
análisis de la realidad multicultural y también de una, más o menos
intencionada, desvirtuación e incluso apropiación indebida del discurso
intercultural por parte de otros que precisamente atacan en su semántica y su
praxis la esencia de la interculturalidad como espacio o lugar ético para la
comprensión e intervención en la realidad social y cultural. Esto nos lleva a
compartir afirmaciones como la de Pérez Tapias: “una verdadera educación democrática ha de ser por fuerza intercultural.
A su vez, una educación intercultural la entenderemos cabalmente como educación
democrática radicalizada, la cual llevará la búsqueda transcultural de
principios, criterios y normas de convivencia hasta las consecuencias
pedagógicas que educar democráticamente exige.”
Dentro de esa perspectiva dialógica esencial para lo
intercultural, cobra hoy más que nunca vitalidad la traducción entre culturas
como eje referencial para la Pedagogía Social. Y para ello, nos basamos en la
conceptualización realizada por Santos al respecto. Para este autor, la
traducción es el procedimiento que permite crear inteligibilidad recíproca
entre las experiencias del mundo, tanto las disponibles como las posibles, sin
atribuir a ninguna de ellas, ni el estatuto de totalidad exclusiva, ni el
estatuto de parte homogénea. En este sentido, las experiencias del mundo son
tratadas en momentos diferentes del trabajo de traducción como totalidades o
partes y como realidades que no se agotan en esas totalidades o partes. Esta
cuestión, aplicada a los procesos educativos, nos permite vislumbrar el papel
mediador de los mismos si somos capaces de realizar un permanente trabajo de
traducción entre las experiencias de todas las personas y agentes implicados en
los mismos, tanto desde la perspectiva de los saberes como de las prácticas,
porque según indica este autor, la traducción incide sobre ambos, permitiendo
también desdogmatizar los posicionamientos hegemónicos y dar voz a los
silenciados. No debemos dejar de tener en cuenta que si la educación se resuelve
en comunicación, desde la óptica intercultural mucho más. Por tanto, no se
trata tanto de vincular lo intercultural con la enseñanza de otras culturas
como con la generación de capacidades para el encuentro, para relacionarse en
el mundo de la vida con criterios de equidad y justicia.
En todo caso, aparte del desarrollo competencial que debe
ser inherente a la educación intercultural, hay realidades significantes
diversas que en todo encuentro es necesario atender bajo este marco conceptual.
Así, en el caso de la traducción entre saberes, Santos invita a que ésta asuma
la forma de lo que denomina una hermenéutica diatópica, que consiste en “un trabajo de interpretación entre dos o más
culturas con el objetivo de identificar preocupaciones isomórficas entre ellas
y las diferentes respuestas que proporcionan”. Esta hermenéutica diatópica,
parte de la idea de que todas las culturas son incompletas y, por tanto, pueden
ser enriquecidas por el diálogo y la confrontación. Supone
pues un avance hacia una comprensión de lo multicultural como interpretación
ampliada de la democracia, trascendiendo la concepción teórica del
multiculturalismo liberal que habla retóricamente de lo Otro pero sin él. De
esta manera, la hermenéutica diatópica dentro del trabajo de traducción de
saberes debe remitir a la confrontación y entrelazamiento polémico de
diferentes grupos, comunidades e identidades que entran en conexión e
intercambio, los procesos de negociación y conflicto que se den y las
condiciones para que se produzcan mediados por criterios de justicia. De ahí la
importancia de estas cuestiones para definir en la práctica los procesos
educativos como realidades a construir y donde la incompletud de las culturas y
el cruce de motivaciones y voluntades hace que sea posible el trabajo de
traducción.
Respecto al trabajo de traducción que tiene lugar entre
prácticas sociales y sus agentes, hay que partir de la premisa que comenta
Santos, de trascendencia para la Pedagogía Social: “Es evidente que todas las prácticas sociales se basan en conocimientos
y, en ese sentido, son también prácticas de saber. Sin embargo, al incidir
sobre las prácticas, el trabajo de traducción intenta crear inteligibilidad
recíproca entre formas de organización y entre objetivos de acción.” Esta
concepción tiene un enorme potencial, contextualizada, en el desarrollo de
procesos educativos, porque nos permite dejar identificar la idea de igualdad
epistémica y la legitimidad de partida de todos los saberes previos inscritos
en prácticas sociales y culturales diversas al entrar en interacción, así como
la posibilidad de que los procesos de traducción intercultural permitan esa
ansiada reciprocidad en la mutua comprensión de lo organizativo e institucional
entre personas con marcos referenciales distintos, y en muchos casos ajenos a
los que dotan de sentido las prácticas en los contextos educativos, como son
las minorías étnicas, sí, pero también los grupos castigados por la
masculinidad hegemónica, las personas y colectivos empobrecidos, etc. De esta
manera, dicho trabajo de traducción “es,
básicamente, un trabajo argumentativo, basado en la emoción cosmopolita de
compartir el mundo con quien no comparte nuestro saber o nuestra experiencia”
(Santos).
En síntesis, cabe decir de nuevo de la mano de Santos que: “El trabajo de traducción permite crear
sentidos y direcciones precarios pero concretos, de corto o medio alcance pero
radicales en sus objetivos, inciertos pero compartidos. El objetivo de la
traducción entre saberes es crear justicia cognitiva a partir de la imaginación
epistemológica. El objetivo de la traducción entre prácticas y sus agentes
implica crear las condiciones para una justicia global a partir de la
imaginación democrática”. Por ello, el objetivo de la traducción entre
culturas en el ámbito pedagógico social debe responder al objetivo de crear
justicia social a partir del diálogo intercultural y la 'imaginación'
pedagógica.
Extraído de
Alternativas a las
políticas educativas neoliberales desde la pedagogía social
Eduardo S. Vila Merino
Víctor M. Martín Solbes
Universidad de Málaga
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