Dijo Freire: Una de las tareas más importantes de la práctica educativo crítica es propiciar las condiciones para que los educandos en sus relaciones entre sí y de todos con el profesor o profesora puedan ensayar la experiencia profunda de asumirse. Asumirse como ser social e histórico, como ser pensante, comunicante, transformador, creador, realizador de sueños, capaz de sentir rabia porque es capaz de amar. Asumirse como sujeto porque es capaz de reconocerse como objeto. La asunción de nosotros mismos no significa la exclusión de los otros
Las ciencias sociales están llamadas, hoy más que nunca, a
transitar del diagnóstico de la realidad a la creación e implementación de
propuestas de acción que incidan en la transformación de los problemas que nos
aquejan. Desde luego, a partir de las nuevas formas de comprensión de la
realidad, que superen las debilidades heredadas de la modernidad.
Sin duda, uno de los ámbitos de incidencia más tradicionales
y efectivos es el educativo, pues, más allá de los cambios a los que en todas
las estructuras nos enfrentamos, la educación sigue siendo un espacio clave en
la socialización de los individuos.
Sin embargo, y paradójicamente, las sociedades cambian, las
formas de vida cambian, las representaciones, los valores y las necesidades de
los individuos cambian a formas nunca vistas, pero las instituciones educativas
se aferran a modelos ya inoperantes.
Educar para qué y cómo; cómo es el sujeto que educamos y qué
queremos de él; cómo construye el conocimiento; qué conocimiento necesita; son
preguntas que aún encuentran respuestas prácticas dudosas, y el panorama
mundial actual las complejiza todavía más.
Lo que aparece frente a nuestros ojos, como educadores
preocupados tanto por la cotidianidad y la práctica de la Educación en las
aulas como por las directrices generales, orientaciones, naturaleza y
financiación de la política educativa, es cómo se inserta la Educación en la
crisis orgánica de las sociedades latinoamericanas, más aún cuando el proceso
de globalización agiganta los procesos, universaliza los símbolos, exacerba las
emociones, complejiza las opciones (Torres).
La educación continúa siendo un importante eslabón de
reproducción de la correlación de poderes imperante. El respeto a la diversidad
y a la diferencia, la potenciación de la autonomía, del pensamiento crítico y
divergente, la responsabilidad y el compromiso social, la adecuación de la
enseñanza a las particularidades cotidianas de los sujetos son elementos aún
ausentes en la generalidad de las aulas contemporáneas. Sería ingenuo y
peligroso pensar que esto responde a juegos del azar. Estos hechos sólo
reafirman el papel trascendente de la educación como vía de potenciación de
valores y formas de entender la sociedad, de la forma en que nos asumimos y
posicionamos dentro de un espacio social.
Resultará extremadamente complejo lograr transformar la
realidad, y en especial el tema de la disminución de la participación social de
la juventud, si no se comienza por reestructurar los arcaicos y tradicionales
sistemas de educación y desarrollar “una
concepción humanista y liberadora que, sin desconocer la importancia de formar
destrezas generales y específicas que garanticen la inserción laboral del joven
en la sociedad, lo dote de una capacidad crítica para asimilar información y
formar sus propios valores, así como de una conciencia de sí mismo y una
autovaloración de sus potencialidades para contribuir a la formación y
desarrollo de una conciencia colectiva emancipatoria en las jóvenes
generaciones que contrarreste los efectos alienantes hacia la pérdida de la
memoria histórica y la identidad cultural y hacia la aceptación pasiva de la
exclusión y la desintegración social” (Domínguez).
Ante este contexto, la propuesta de la educación popular,
desarrollada en Brasil en la década del sesenta a partir de los estudios de
Paulo Freire, se nos ofrece como una alternativa de un valor inestimable.
Veamos sus principales planteamientos y analicemos su
validez para incidir en la problemática de la participación juvenil.
Esta propuesta es de transformación sociopolítica, y su
valor mayor está dado por los principios en los que se sustenta: la búsqueda de
un cambio más trascendente y humano; una reestructuración del orden imperante;
la procura de una sociedad en la que sus miembros tengan igual espacio y voz.
La emancipación de los individuos, los olvidados y excluidos, es su objetivo, y
esto sólo se ve materializable a partir de la toma de conciencia, por parte de
los sujetos, de su realidad. A su vez, según Freire, esto sólo es posible
mediante el desarrollo del pensamiento crítico.
La
Educación Popular surge de un análisis político y social de
las condiciones de vida de los pobres y de sus problemas más visibles
(malnutrición, desempleo, enfermedades), e intenta gestar el esclarecimiento,
al nivel de la conciencia individual y colectiva, de estas condiciones
(Torres).
La riqueza de la propuesta de educación popular reside en su
carácter alternativo (más aún si lo enmarcamos en un contexto caracterizado por
la educación tradicional y conservadora), pues propone nuevos cristales para
mirar el proceso educativo en todos sus momentos. La educación deja de ser un
proceso unidireccional y autoritario (jerárquico) de construcción de conocimientos
predefinidos y socialmente generalizados, para ser vista como un proceso en el
que ambas partes, educadores y educandos, se retroalimentan e influencian y en
conjunto construyen y reconstruyen el conocimiento, en función de las
necesidades de los educandos. Ambos son sujetos activos y participantes.
Quizás vale la pena que, por unos pocos segundos, nos demos
la merecida licencia de soñar e imaginar que las nuevas generaciones se
socializan en instituciones que parten, como principio básico, del reconocimiento
de sus necesidades, que promueven el desarrollo del pensamiento crítico para
entender la realidad y tomar conciencia del lugar que ocupan en ella y el por
qué, y que la autoridad jerárquica deja de ser el mecanismo regulador para
pasar a ser ellos mismos los actores que construyen al interactuar con el resto
y su entorno. No se puede evitar sonreír porque, con esa imagen, un futuro
mejor se hace perceptible. Sin duda el compromiso es más sólido si se construye
a partir de una necesidad y en la comprensión de uno mismo y nuestra
interacción con el contexto. La participación social depende, desde luego, de
un entorno propicio, pero también se aprende a participar, especialmente a
participar activa, consciente y comprometidamente. El pensamiento crítico,
autónomo y creativo, la reflexión constante, en particular sobre la historia y
la realidad social, conforman el andamiaje de la educación popular y son
alimento directo para el desarrollo de una necesidad sentida y consciente,
individualizada, de participar.
La historia ya demasiado repetida y el efecto nefasto del
tiempo han ido actuando sobre la estructuración mental de los sujetos sociales,
tan acostumbrados a mirar el mundo de la forma en que otros, los que tienen el
poder, lo hacen, que no ven el otro lado de la colina. Sobre esta
tendencia en el hombre, comenta el propio Freire:
La estructura de su
pensamiento [el pensamiento de los oprimidos] se encuentra condicionada por la
contradicción vivida en la situación concreta, existencial, en que se forman.
Su ideal es, realmente, ser hombres, pero para ellos ser hombres, en la
contradicción en que siempre estuvieron y cuya superación no tienen clara,
equivale a ser opresores. Estos son sus testimonios de humanidad.
Sin duda, esto es un reto posible.
La educación popular abre una puerta para transformar esta
forma de ver el mundo, y el terreno más fértil será el de las nuevas
generaciones, pues el tiempo aún no ha dejado mella profunda.
Sin embargo, cómo entender los términos opresor-oprimido al
asociarlos a conductas de la juventud; en este caso específico, a la falta de
participación social.
La propia reflexión sobre este interrogante lleva a
comprender que estos términos expresan una situación, que puede ser también, y
sin duda, subjetiva, donde una de las partes está en desventaja en tanto no
puede desplegarse y expresarse en todas sus potencialidades. Como diría Freire,
la vocación de los hombres de ser más.
En nuestro ejemplo específico, habría que pensar cuáles son
las situaciones que están impidiendo a los jóvenes ser más, que sin duda
implica participar socialmente. Las tradicionales sociedades adultocéntricas no
favorecen la integración social de la juventud. Su participación social se ve frenada
por su posición desigual ante una sociedad claramente jerarquizada que, como
consecuencia, limita la igualdad de posibilidades, imprescindible para la
participación.
La educación popular, al considerar el proceso de
aprendizaje enseñanza, el proceso de emancipación, como un proceso del que
todos los sujetos implicados participan activamente y en el que se transforman,
construyen y reconstruyen a partir de la interinfluencia, permitiría romper las
estructuras adultocéntricas jerarquizadas y favorecer la integración social de
las nuevas generaciones. “Es por esto que
esta educación, en la que educadores y educandos se hacen sujetos de su
proceso, superando el intelectualismo alienante, superando el autoritarismo del
educador bancario, supera también la falsa conciencia del mundo” (Freire,
1994).
Siguiendo este análisis, vale cuestionarse si la relación
opresor oprimido, si los tipos de relaciones que pueden establecerse con la
cultura antagónica, serán siempre, valga la redundancia, antagónicos. Dentro
del tema de la juventud, sería importante analizar esta relación en un ámbito
específico, el de las dinámicas que se establecen entre culturas
generacionales, que tradicionalmente se han visto como un conflicto.
El ámbito cubano puede constituir un ejemplo interesante.
Anteriormente, al analizar esta dinámica en Cuba, hemos visto que, si bien
puede existir un antagonismo, otras diferentes formas de relación pueden
coexistir y estarán relacionadas con el contexto en que se den y el momento
histórico que las enmarca, entre otros factores.
Esta visión de antagonismo y conflicto puede ser una
herencia más de tradicionales formas de entender la realidad, que parten de
comprender lo diferente como conflictivo y no como algo enriquecedor e
imprescindible. Dicha visión frena la participación de los llamados diferentes,
más aún si su participación es también diferente, como precisamente está
ocurriendo en la actualidad.
La propuesta de Freire ofrece una visión diametralmente
opuesta. Así se plantea que las necesidades de los educandos, que serán un
reflejo de su historia pasada, de su conocimiento espontáneo y práctico
acumulado, juegan en esta propuesta un papel fundamental pues son el punto de
partida sobre el cual encaminar el proceso de aprendizaje y desarrollar un
compromiso en los individuos. La historia propia, individual, es la vía; es el
camino del cual partir para cualquier proceso de transformación social, y la
educación debe serlo. Entender la historia propia, rescatar la memoria,
entenderla desde su presente fortalece la identidad, la lleva a un plano consciente;
y concientizar es un elemento clave en la educación liberadora, como ya vimos.
Este reconocimiento al saber popular y espontáneo expresa
otro principio básico de la educación popular: el respeto a los individuos, sus
culturas, prácticas y diversidad. En este sentido, esta propuesta se destaca
por su carácter ético fundamental. Busca la unidad de la diversidad,
construirla o, como diría Freire, aprender a aprender de lo diferente.
Más allá de buscar reproducir y potenciar las anteriores
experiencias históricas de participación social, es necesario adentrarse en el
mundo de las nuevas generaciones, buscar, rescatar y visibilizar sus propias
necesidades y formas de participación, adentrarse en sus contextos cotidianos y
locales, en sus representaciones y valores, sus discursos, en sus
configuraciones subjetivas, en fin, mirar su mundo no con los acostumbrados y
poderosos ojos del adulto sino con los de ellos, única vía de entender y
desentrañar, para luego potenciar, promover, ayudar, apoyar, conducir,
construir, educar.
En este sentido, la educación popular parte, justamente, del
principio de respeto al otro, a su cuerpo, diversidad, cultura e identidad, de
aprender de la
diferencia. La diversidad es una fortaleza, una posibilidad
ante todo. Sobre la necesidad de reconocer y asumir la identidad cultural,
comenta Freire:
Una de las tareas más
importantes de la práctica educativo crítica es propiciar las condiciones para
que los educandos en sus relaciones entre sí y de todos con el profesor o
profesora puedan ensayar la experiencia profunda de asumirse. Asumirse como ser
social e histórico, como ser pensante, comunicante, transformador, creador,
realizador de sueños, capaz de sentir rabia porque es capaz de amar. Asumirse
como sujeto porque es capaz de reconocerse como objeto. La asunción de nosotros
mismos no significa la exclusión de los otros. Es la otredad del no-yo o del tú
la que me hace asumir el radicalismo de mi yo.
Es muy interesante la visión que Freire incorpora de
asumirse. Para él, se trata de un término dialéctico que está en relación con
la interconexión e interrelación con los “otros” y también con el otro que hay
dentro de uno mismo. Si pensamos en la creciente tendencia al individualismo,
esta visión resulta de gran valor, pues deja de lado la idea de ser
individualistamente, e introduce, más bien incorpora, al otro como única vía de
ser.
Otro elemento importante es lo local como ámbito de
expresión y actuación, no sólo para los sectores populares y excluidos, sino en
general como ámbito de conformación del propio sujeto, de su realidad
existencial y, por tanto, como espacio desde el cual desarrollar un proceso de
educación emancipadora efectiva que busque lograr incidencias o repiques más
universales. Este es otro elemento más que le otorga validez a esta propuesta,
pues hemos visto que se afirma, cada vez con mayor consenso, que uno de los
aspectos que la participación juvenil está adquiriendo es su expresión en los
ámbitos locales y comunitarios.
Por otra parte, el diálogo es visto por la educación popular
como núcleo imprescindible en la construcción y reconstrucción del conocimiento
necesario, lo que permite que el proceso educativo, en primer lugar, se
enmarque en principios de respeto, de igualdad, de decisión, vale decir, éticos.
En segundo lugar, el diálogo sustentado en estos elementos éticos, en tanto
comunicación, es el elemento básico en la construcción subjetiva de los
sujetos. Recuperar este elemento para la praxis educativa con jóvenes,
coloreándolo con los matices estéticos antes descriptos, abre las puertas a una
educación profundamente humana en tanto constitución de la humanidad del ser
humano.
Autora
Claudia Castilla García
Educación popular juventud participación. Una alianza
posible
Licenciada en Psicología por la Universidad de La Habana,
Cuba. Investigadora del Grupo de Estudios sobre Juventud del Centro de
Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS). Profesora Adjunta de la
Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana.
En
Paulo Freire, Contribuciones para la pedagogía
Moacir Gadotti, Margarita Victoria Gomez, Jason Mafra,
Anderson Fernandes de Alencar [compiladores]