martes, 30 de junio de 2015

Objetividad, subjetividad en el pensamiento de Paulo Freire

¿Cuál es la alternativa para un futuro mejor? ¿Qué significado tiene la idea de “diálogo”? ¿Legitimidad democrática o legitimidad de la fuerza?


Si no es posible desconocer, por un lado, que son estas condiciones materiales de la sociedad con que se gestan la lucha y las transformaciones políticas, no es posible, por el otro, negar la importancia fundamental de la subjetividad en la historia. Ni la subjetividad hace, todo poderosamente, la objetividad, ni ésta perfila, inapelablemente, la subjetividad. En mi opinión, es imposible hablar de subjetividad a no ser que fuese entendida dentro de su relación dialéctica con la objetividad. No hay subjetividad en la hipertrofia que la hace realizadora de la objetividad ni tampoco en la minimización que la entiende como reflejo puro de la objetividad.” (Pedagogia da indignação).

En eso él mismo nos dio un hermoso ejemplo. Paulo retomaba con frecuencia los mismos temas. Hay algo que permanece constante en su pensamiento: su preocupación ética, su compromiso con los “condenados de la Tierra” (Pedagogía del oprimido), con los “excluidos” (Pedagogía de la autonomía). Su punto de vista siempre fue el mismo. Lo diferencia es el énfasis en ciertas problemáticas que, estas sí, se van diversificando y evolucionando.

En 2002, estuve en la Universidad de California, Los Ángeles (Ucla), durante la celebración del II Foro Paulo Freire, y hablé de dos perspectivas opuestas de mundo, de humanidad. Perspectiva significa “punto de vista” que es la vista de un punto, de un lugar. De ahí escogí como perspectivas las de dos lugares: la de Washington y la de Angicos.
Paulo Freire nos alentaba leer el mundo. Leemos el mundo a partir del espacio, del lugar donde nos “ubicamos”, usando una palabra española cargada de significado. No se trata de un lugar fijo, pues siempre estamos en camino, en movimiento. Nuestro punto de vista siempre determina nuestra visión del mundo. No es casualidad que nuestros puntos de vista sean tan diversos y hasta antagónicos. Nos ubicamos en muchos lugares. Esa diversidad es la riqueza de la humanidad. Sin ella no habría cambio; el mundo sería estático, eternamente inmutable, sin sentido, sin perspectiva. El respeto por la diversidad no es sólo una exigencia ética. Es una condición de la humanidad. Es una condición sine qua non para el avance de la humanidad misma.

Paulo Freire nos hace soñar porque hablaba a partir de un punto de vista que es el punto de vista del oprimido, del excluido, a partir del cual podemos pensar en un nuevo paradigma humanitario, civilizatorio, el sueño de otro mundo posible, necesario y mejor. Entonces, ¿por qué hablo de la perspectiva de Washington versus la perspectiva de Angicos? ¿Por qué no hablar de la perspectiva del opresor y del oprimido —como decía Paulo Freire— del colonizador y del colonizado, del globalizador y del globalizado?

Hablo de Washington como metáfora, como símbolo de un poder, de una política, de una visión de mundo, de un punto de vista. Angicos fue la ciudad donde Paulo Freire tuvo la experiencia más importante con su método pedagógico. Fue a partir del éxito obtenido en Angicos, en 1963, que fue conocido en el mundo.

Actualmente Angicos y Washington pueden ser tomados como metáforas de dos paradigmas civilizatorios. Incluso haciendo un análisis dialéctico – unidad y oposición de contrarios – de esos dos puntos de vista, entre ellos hay una irreductibilidad de fondo, como existe entre guerra y paz, entre poder militar y poder de la utopía, entre fundamentalismo y diálogo.

Contradicciones existen en todo. Por eso existen cambios. Al proponer esta reflexión sobre estas dos vías opuestas de humanidad, no tenemos la intención de defender tal irreductibilidad. Al contrario, procuramos superarla dialécticamente para que en el “otro mundo posible” no exista tanta hambre y tanta pobreza como en la actualidad, sustentadas por guerras y fundamentalismos. La belleza de la diversidad no debe ser confundida con la brutalidad de la miseria frente a la riqueza.

Estamos ante la opción de escoger entre diálogo y guerra, y Paulo Freire nos puede ayudar a encontrar un camino más seguro. Contra la visión necrófila del mundo que opone un fundamentalismo a otro fundamentalismo, que lleva a la depredación ambiental, a la violencia, que suscita y alimenta el terrorismo (político, económico, religioso, militar, de Estado...) existe otra visión, una visión biófila que promueve el diálogo y la solidaridad. Por difícil que sea esta vía, es la única capaz de evitar la guerra, la barbarie y el exterminio.

El terrorismo no puede impedirnos pensar con claridad. —¿Cuál de los dos puntos de vista es lo más verdadero?
— El punto de vista del oprimido es más verdadero que el punto de vista del opresor porque el oprimido no tiene nada que esconder, mientras que el opresor necesita esconder su juego, sus mañas y artimañas, para seguir oprimiendo. Sin embargo, Paulo Freire advertía que el oprimido no se liberará si no se libera su opresor. La alternativa para un futuro mejor para la humanidad no es la eliminación del enemigo, sino la superación de la contradicción entre los dos.

Paulo Freire también insistía en que el diálogo entre antagónicos no es posible. Lo que hay entre ellos es conflicto. En el mejor de los casos puede haber un pacto. Entonces, ¿cómo hablar de diálogo? ¿Es posible dialogar con un terrorista? No, no hay diálogo con el terrorismo porque el terrorismo es la negación misma del diálogo. Es por eso que el diálogo tiene que establecerse antes, hay que actuar antes sobre las causas y no a posteriori. Debemos prevenir el terrorismo, actuando sobre sus causas. El diálogo tiene que establecerse antes de que ocurran los actos de terrorismo. En sus raíces, el diálogo debe ser radical. El terrorismo debe ser prevenido. Tenemos que asegurarnos de que no prevalezca sobre el diálogo.

Ya el diálogo no es una opción política. Hoy en día el diálogo es un imperativo histórico y existencial. La alternativa al diálogo es el terrorismo, es la globalización de la crueldad, es la guerra. Ambas posibilidades están presentes en la coyuntura actual: por un lado, la legitimidad democrática y, por el otro, la legitimidad de la fuerza.

Es más: es necesario ampliar nuestro punto de vista. Tenemos que ver a la Tierra desde lejos, en su totalidad, en su planetariedad, como una comunidad única. Todavía pensamos en bloques de naciones contra otros bloques de naciones: Comunidad Europea, bloque de Japón, bloque de los Estados Unidos, de China... característicos del modelo de fragmentación neoliberal. Estos bloques estimulan la competitividad sin solidaridad y las máquinas de guerra contra la vida. Al contrario, tenemos que pensar en la cultura de la paz y de la sustentabilidad, pensar globalmente, planetariamente, en favor de toda la comunidad de vida.

En fin, debemos salir de una visión antropocéntrica para cultivar una visión holística, fundamentada en una referencia ética planetaria, por encima de géneros, especies y reinos. Paulo Freire nos hablaba en su último libro de una “ética del género humano”, apuntando hacia el sueño posible de una humanidad unida en torno a un objetivo común de justicia, paz y prosperidad para todos. Ese es el sueño. Se trata de hacer que sea viable históricamente.

El poder de la obra de Paulo Freire no está tanto en su teoría del conocimiento, sino en el hecho de haber insistido en la idea de que es posible, urgente y necesario cambiar el orden de las cosas. No sólo convenció a mucha gente en muchas partes del mundo con sus teorías y prácticas, sino que también despertó en ellas la capacidad de soñar con un mundo “más humano, menos feo y más justo”. Fue una especie de guardián de la utopía. Ese es el legado que nos dejó, un legado que, por encima de todo, es un legado de esperanza.

Como tierno guerrero de las palabras, Paulo Freire criticó, atacó la ética del mercado neoliberal, pero tenía la esperanza de sustituirla por una ética humana integral. Creía en la historia como posibilidad y no como fatalidad. Darle continuidad a Freire no es tratarlo como un tótem, algo que no se puede tocar, sino sólo adorar; no es tratarlo como un gurú, que tiene que ser seguido por discípulos, sin cuestionarlo. Nada menos freireano que esta idea. Paulo Freire fue, sobre todo, un creador de espíritus. Por eso debe ser tratado como un gran educador popular. Adorar a Freire como un santo significa destruir a Freire como educador. Por eso no debemos repetir a Freire, debemos “reinventarlo”, como él mismo decía. Para él la idea de ser repetido sería aborrecible: “la única manera que alguien tiene para aplicar, en su contexto, alguna de las propuestas que hice es justamente rehaciéndome, es decir, no siguiéndome. Para seguirme lo fundamental es no seguirme”, afirmó en el libro Por una pedagogía de la pregunta (Freire y Faundez). No se le puede dar continuidad a Freire sin reinventarlo. Para esta tarea no designó a una persona o institución en particular. Esta tarea nos la dejó a todos, a todas y a todos los que están comprometidos con la causa de los oprimidos.


Autor
Moacir Gadotti
La Escuela y el Maestro
Paulo Freire y la pasión de enseñar


martes, 23 de junio de 2015

Qué hacer frente al impacto de la globalización neoliberal en Educación

En esta publicación trascribo los aportes de Moacir Gadotti frente al problema planteado por la globalización neoliberal en el frente educativo ¿Qué podemos hacer frente al aluvión?


Ya muchos especialistas se han encargado de analizar el impacto de la globalización en la educación, entre ellos, Martin Carnoy, de la Universidad de Stanford (EE.UU), gran amigo de Paulo Freire. Él utiliza el término “mundialización” (como los franceses) para designar el fenómeno de la “globalización”. De acuerdo con Martin Carnoy, “dos de los fundamentos esenciales de la mundialización son la información y la innovación (…). La circulación masiva de capitales operativos, en la actualidad, se basa en la información, comunicación y saber con respecto a los mercados mundiales, y dado que el saber es altamente transferible se presta fácilmente a la mundialización (…). La mundialización ejerce un profundo impacto sobre la educación en planos bastante diferentes y, en el futuro, ese fenómeno se hará mucho más perceptible a medida que las naciones, regiones y localidades aprendan cuál es el papel fundamental de las instituciones educativas, no sólo para transmitir los conocimientos necesarios para la economía mundial, sino también para reincorporar a los individuos en nuevas sociedades construidas sobre la base de la información y el saber”.

La globalización como proceso es algo que data de la antigüedad. Lo que nosotros observamos hoy es la globalización de un modelo de sociedad, el capitalista. Ya hemos pasado por otros procesos de globalización: la helenización, la romanización, la evangelización, la misión civilizadora de la colonización y, hoy en día, el mercado global. Walter Mignolo (2003) distingue en los últimos 500  años, cuatro movimientos de este proceso reciente: Cristiandad, Misión civilizadora, desarrollo y mercado global. Según él, “cada momento corresponde a un proyecto global específico y, ciertamente, inaugura diferentes historias locales que responden a los mismos proyectos globales.

Carnoy se refiere sobre todo a la globalización como fenómeno provocado por la expansión de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías de información. Sin lugar a dudas, hay muchas consecuencias positivas del avance tecnológico, pero la tecnología, por si sola, no es libertadora. La globalización capitalista neoliberal (globalismo) trabaja con la noción de “gobierno” (aparatos administrativos) separada de la noción de “estado”. El estado, además del gobierno, tiene una dimensión simbólica que incluye la noción de ciudadanía. El estado no sólo financia la educación, también construye valores, sentidos (derechos, ciudadanía…). Para el “globalismo”, el ciudadano se reconoce sólo como cliente, como consumidor, que tiene una “libertad de escoger” entre diferentes productos. El ciudadano necesita estar bien informado para “escoger”. Era por esto que él necesita saber del “ranking” de las principales escuelas, las “mejores”. Ese ciudadano no necesita ser emancipado. Sólo necesita “saber escoger” (Friedman).

El argumento básico del modelo neoliberal está en la justificación de que es el único modelo eficaz frente al fracaso de las economías socialistas y del “estado de bienestar”. Esto impone la necesidad de adaptar la educación a las exigencias de la “sociedad de mercado” (sostienen que el sistema educativo está en crisis porque no está adaptado para la globalización capitalista que considera la escuela como una empresa que necesita someterse a la lógica de la rentabilidad y la eficiencia), principalmente los contenidos, la evaluación, la gestión de la educación, puesto que ellos están “atrasados”, al no responder a las nuevas exigencias del mercado.

Contra esa ofensiva neoliberal en el campo de la educación el Foro Mundial de Educación aprobó, en su quinta edición, realizada en Nairobi (Kenia) a finales de enero de 2007, una Plataforma Mundial en defensa del derecho a la educación pública y contra la mercantilización de la educación. En ese sentido, el Foro Mundial de Educación representa una fuerza real de resistencia contra las amenazas de las políticas neoliberales y, al mismo tiempo, una esperanza de construir la educación necesaria para ese “otro mundo posible”.
Plataforma del Foro Mundial de Educación

1.         Luchar por la universalización del derecho a la educación pública con todas y todos los habitantes del planeta, como derecho social y humano de aprender, indisociable de otros derechos, y como deber de estado, incorporando la lucha por la educación a la agenda de lucha de todos los movimientos y organismos involucrados en la construcción del proceso del FME y del FSM;
2.         Difundir una concepción emancipadora de la educación, que respeta y convive con la diferencia y la semejanza, popular y democrática, centrada en la vida, asociada a la cultura de la justicia, la paz y la sostenibilidad en el mundo;
3.         Garantizar el acceso a la educación y el uso de la riqueza socialmente producida, dándole prioridad a los oprimidos, silenciados, explotados y marginados del mundo;
4.         Promover el control social del financiamiento de la educación y la desmercantilización de la educación;
5.         Exigir que los gobiernos y organismos internacionales cumplan con la prioridad que dan a la educación en sus declaraciones, pero no en la práctica. 



Autor
Moacir Gadotti
La Escuela y el Maestro
Paulo Freire y la pasión de enseñar


martes, 16 de junio de 2015

El paradigma del oprimido

En esta publicación el autor hace referencia a conceptos claves de la pedagogía de Paulo Freire, como el de “Utopía”, “Autonomía” y “Libertad”, en un contexto de oposición al avance del neoliberalismo.


Paulo Freire era también un ser humano que transmitía esperanza. No por terquedad, sino por “imperativo histórico y existencial”, como afirma en su libro Pedagogía de la esperanza. Además de la esperanza, cultivó la autonomía. Autonomía es la capacidad de decidir, de tomar el destino en nuestras propias manos. Frente a una economía de mercado que invade todas las esferas de nuestra vida, tenemos que luchar —también por medio de la educación— para crear en la sociedad civil la capacidad de gobernar y de controlar el desarrollo social —capacidad esta alternativa al socialismo autoritario. Freire sentía un verdadero gusto por la democracia. Siempre la trataba con cariño.

Lo que más le preocupaba en los últimos años era el avance de una globalización capitalista neoliberal. ¿Por qué Paulo Freire atacaba tanto al pensamiento y a la práctica neoliberal? Porque el neoliberalismo es completamente opuesto al núcleo central del pensamiento de Paulo Freire, que es la utopía. Mientras el pensamiento freireano es utópico, el pensamiento neoliberal aborrece al sueño. Para Freire, el futuro es posibilidad. Para el neoliberalismo, el futuro es una fatalidad. El neoliberalismo se presenta como única respuesta a la realidad actual, descalificando cualquier otra propuesta. Descalifica principalmente al estado, a los sindicatos y a los partidos políticos. Denuncia a la política haciendo política.

Paulo Freire atacaba la ética del mercado sustentada por el neoliberalismo porque ésta se basa en la lógica del control, y en su lugar, defendía una ética integral del ser humano. La educación no puede orientarse por el paradigma de la empresa capitalista que sólo enfatiza la eficiencia. Este paradigma ignora al ser humano. Para este paradigma, el ser humano funciona únicamente como un mero agente económico, como un “factor humano”. El acto pedagógico es democrático por naturaleza, el acto empresarial se orienta por la “lógica del control”. El neoliberalismo logra naturalizar la desigualdad. Por eso, Paulo Freire llama nuestra atención hacia la necesidad de que observemos el proceso de construcción de la subjetividad democrática, mostrando, por el contrario, que la desigualdad no es natural. Es necesario aguzar nuestra capacidad de sentir extrañeza. Tenemos que tener cuidado con la anestesia de la ideología neoliberal, que es fatalista, que vive de un discurso fatalista. Pero no existe una realidad que sea señora de sí misma. El neoliberalismo se comporta como si la globalización fuese una realidad definitiva y no una categoría histórica.

La concepción de mundo de Paulo Freire y su teoría sociopolítico-educativa nos ayuda no sólo a entender mejor cómo funciona el modelo neoliberal, también nos ayuda a construir la respuesta necesaria al neoliberalismo. Él defiende una nueva modernidad cuya racionalidad debe estar “empapada de afectividad”. Contra el iluminismo pedagógico y cultural que acentúa sólo la adquisición de contenidos curriculares, Freire realza la importancia de la dimensión cultural en los procesos de transformación social. La educación es mucho más que la instrucción. Para ser transformadora —para transformar las condiciones de opresión—, la educación debe enraizarse en la cultura de los pueblos. La posmodernidad valoriza, además del saber científico elaborado, el saber primario, el saber cotidiano. Sostiene que el alumno no diferencia las significaciones instructivas de las significaciones educativas y cotidianas. Al incorporar conocimiento, incorpora otras significaciones, por ejemplo: cómo conocer, cómo se produce el conocimiento y cómo lo utiliza la sociedad... En fin, el saber cotidiano de su grupo social.

El tema de la posmodernidad fue tratado varias veces por Paulo Freire, principalmente en los debates que tuvo con Peter McLaren y Henry Giroux. El posmodernismo se habría iniciado en 1968, con los movimientos populares de resistencia política y de crítica cultural, como sostiene Antonio Negri: “es en 1968 cuando se ubica la ruptura de época entre modernidad y posmodernidad: de hecho, en 1968, la intelectualidad de masa se mostró, por primera vez, hegemónica, es decir, como constelación hegemónica en la / de la multitud”. En el libro Pedagogía de la esperanza, Paulo Freire afirma: “para mí la posmodernidad está en la forma diferente, substantivamente democrática, de lidiar con los conflictos, de trabajar la ideología, de luchar por la superación constante y creciente de las injusticias, y de llegar al socialismo democrático. Existe una posmodernidad de derecha, pero también existe una posmodernidad de izquierda, y no como casi siempre se insinúa, cuando se nos insiste, que la posmodernidad es un tiempo especial en demasía, que suprimió las clases sociales, ideologías, izquierda y derecha, sueños y utopías”.

Otra noción desarrollada por Paulo Freire —y que distinguía de toda connotación neoliberal— fue la noción de calidad. Cuando estuvo en la dirección de la Secretaría Municipal de Educación de São Paulo nos hablaba de una “nueva calidad”, una calidad social y política de la educación. Calidad es empeño ético, alegría de aprender. Para el pensamiento neoliberal, la calidad se confunde con la competitividad. Los neoliberales niegan la necesidad de la solidaridad. Sin embargo, las personas no son competentes por el hecho de ser competitivas, sino porque saben enfrentar sus problemas cotidianos junto con los demás problemas y no de manera individual.

En marzo de 1997, un grupo de jóvenes de Brasilia abrió fuego y mato a un indio pataxó. A Paulo Freire le impresionó mucho este horror y se preguntaba cómo habíamos llegado a tamaña barbarie. Las causas son múltiples: están los medios de comunicación, las escuelas, la sociedad… Todos somos responsables. Pero también está la impunidad que permite, sobre todo a las clases poderosas, hacer casi todo lo que quieran sin ser castigadas. Rara vez son castigadas. Son pocos los ricos que están en la cárcel. Por eso tenemos que decir “no puede” sin tener miedo de ser antidemocráticos. Está lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer. Ante la injusticia, la impunidad y la barbarie, necesitamos una pedagogía de la indignación. Decir “no” provoca no sólo espanto, sino conocimiento. El “no” desacomoda, incomoda, desinstala. Nos obliga a investigar. Decir “no” es afirmarse como “yo”. Es buscar la ética, es valor, es postura. Paulo Freire nos hablaba con frecuencia de una pedagogía de la rebeldía.

El reconocimiento de Paulo Freire fuera del campo de la pedagogía demuestra que su pensamiento también es transdisciplinario y transversal. La pedagogía es esencialmente una ciencia transversal. Desde sus primeros escritos consideró que la escuela es mucho más que las cuatro paredes del salón de clases. Creó el “círculo de cultura”, como expresión de esa nueva pedagogía que no se reducía a la noción simplista de “aula”. En la sociedad del conocimiento de hoy en día esta idea es mucho más verdadera, ya que el “espacio escolar” es mucho más grande que la escuela. Los nuevos espacios de la formación (medios de comunicación, radio, TV, video, iglesias, sindicatos, teatros, empresas, ONG, espacio familiar, Internet...) extendieron la noción de escuela y de salón de clases. La educación se hizo comunitaria, virtual, multicultural y ecológica, y la escuela se extendió a la ciudad y al planeta. Hoy en día se piensa en red, se investiga en red, se trabaja en red, sin jerarquías. La noción de jerarquía (saber-ignorancia) es altamente apreciada por la escuela capitalista. Por otra parte, Paulo Freire insistía en la conectividad, en la gestión colectiva del conocimiento social a ser socializado de forma ascendente. Ya no se trata únicamente de ver la “ciudad educativa” (Edgar Faure), sino de ver al planeta como una escuela permanente.

A Paulo Freire le gustaba la libertad. Esta sería una lectura libertaria. Como muchos de sus intérpretes afirman, la tesis central de su obra es la tesis de la libertad-liberación. La libertad es la categoría central de su concepción educativa desde sus primeras obras. La liberación es el objetivo de la educación. La finalidad de la educación será liberarse de la realidad opresiva y de la injusticia. La educación tiene por objetivo la liberación, la transformación radical de la realidad, para mejorarla, para hacerla más humana, para permitir que los hombres y las mujeres sean reconocidos como sujetos de su historia y no como objetos.

La liberación se sitúa en el horizonte de una visión utópica de la sociedad y del papel de la educación. La educación, la formación, deben permitir una lectura crítica del mundo. El mundo que nos rodea es un mundo inacabado y eso implica la denuncia de la realidad opresiva, de la realidad injusta (inacabada), y, en consecuencia, la crítica transformadora, el anuncio de otra realidad. El anuncio es necesario como un momento de una nueva realidad a ser creada. Esa nueva realidad del mañana es la utopía del educador de hoy.


Autor
Moacir Gadotti
La Escuela y el Maestro
Paulo Freire y la pasión de enseñar


martes, 9 de junio de 2015

La utopía como epocal freireano

¿Qué sentido le otorga Freire a “Utopía”? Dice el autor de los siguientes párrafos “Los pasajes más bonitos de las obras de Paulo Freire son los que tratan sobre el sueño y la utopía. Paulo Freire era un educador dedicado al futuro. Para leer a Freire, siempre hay que traspasar esa puerta de entrada, la puerta de la utopía. Partiendo desde este punto de vista, me gustaría sacar algunas consecuencias de este aspecto para la formación del maestro. La utopía es lo que Freire llamaría un tema “epocal”, según él esta palabra se refiere al tema que abarca el más amplio y compartido interés de toda una época”.


En todos sus libros, Paulo Freire siempre nos menciona algo sobre utopía y sueño. En el libro Pedagogía de la tolerancia, Freire nos cuenta que su sueño consistía en una “sociedad menos fea, una sociedad en que sea posible amar y ser amado”. Cada vez que retomaba el tema, Freire siempre agregaba una idea nueva y nos recuerda que “no es posible soñar y cumplir el sueño si no se comparte ese sueño con otras personas”.

En otro libro, Pedagogía de la Indignación, encontramos algunos de esos pasajes bellísimos sobre sueño y utopía:
1 ª – “Sin sueño y sin utopía, sin denuncia y sin anuncio, lo único que queda es el entrenamiento técnico al que la educación es reducida”;
2 ª – “El sueño de un mundo mejor nace de las entrañas de su contrario. Por eso corremos el riesgo tanto de idealizarnos un mundo mejor, desligándonos del nuestro real, como de quedar demasiado ‘adheridos’ al mundo real, sumergiéndonos en el inmovilismo fatalista”;
3 ª – “La desproblematización del futuro, dentro de una comprensión mecanicista de la historia, de derecha o de izquierda, conduce necesariamente a la muerte o a la negación autoritaria del sueño, de la utopía, de la esperanza”.

Freire nos habla también de un pensamiento profético como un pensamiento utópico, un pensamiento que “anuncia un mundo mejor” sin la soberbia y la arrogancia de quien pretende determinar la historia. Por el contrario, el pensamiento profético, según él “implica la denuncia de lo que estamos viviendo y el anuncio de lo que podríamos vivir. Es un pensamiento esperanzador (…). Hablar sobre el estado de la realidad, denunciarla, anuncia un mundo mejor (…) en la profecía real, el futuro no es inexorable, es problemático. (…). Contra cualquier tipo de fatalismo, el discurso profético insiste en el derecho que tiene el ser humano de comparecer ante la Historia no sólo como su objeto, sino también como sujeto”.

— ¿Cómo define Paulo Freire la utopía?
— En el libro El Educador: Vida y Muerte, organizado por Carlos Rodríguez Brandão, hay un artículo de Paulo Freire titulado “Educación: el sueño posible”, en el cual se versa sobre la utopía, afirmando lo siguiente:
El sueño posible exige que piense diariamente en mi práctica; me exige descubrimiento, el descubrimiento constante de los límites de mi propia práctica, lo que implica percibir y demarcar la existencia de lo que llamo espacios vacíos a ser llenados. El sueño posible tiene que ver con los límites de estos espacios y esos límites son históricos. (…) El tema del sueño posible tiene que ver exactamente con la educación liberadora y no con la domesticadora. El tema de los sueños posibles, reitero, tiene que ver con la educación liberadora siempre que sea práctica y utópica.

Pero no utópica en el sentido de lo irrealizable; tampoco en el sentido de quien habla sobre lo imposible, sobre los sueños imposibles. Es utópica en el sentido de que es una práctica que vive a la unidad dialéctica, dinámica, entre la denuncia y el anuncio, entre la denuncia de una sociedad injusta y explotadora y el anuncio de un sueño posible de una sociedad que por lo menos sea menos explotadora, desde el punto de vista de las grandes masas populares que constituyen las clases sociales dominadas.

La palabra utopía fue acuñada por el escritor católico inglés Thomas Morus (1450-1535) con la publicación de su libro Utopía, en 1516 . Moro imaginó un lugar perfecto que fuese al mismo tiempo un buen lugar y ningún lugar. Escribiendo en latín y en forma de diálogo, él creó al marinero Rafael Hythloday quien,  a su regreso de un viaje con Américo Vespucio, cuenta la historia del descubrimiento de una isla fantástica llamada Utopía, ubicada posiblemente en la costa brasileña, donde existía una sociedad feliz e igualitaria. “El objetivo de las instituciones sociales en Utopía era, primero que nada, ocuparse de las necesidades de consumo público y personal, dejando a cada ciudadano el mayor tiempo posible para liberarse de la esclavitud del cuerpo y cultivar libremente el espíritu y desarrollar sus facultades intelectuales a través del estudio de las ciencias y las artes. Este desarrollo integral representaba para ellos la verdadera felicidad” (Moro). Tomás Moro no olvidó incluir el papel del maestro en su Utopía. En su opinión, el maestro de Utopía debía emplear “todo su talento y experiencia para grabar en el alma aún tierna y fácil de impresionar de la infancia, los buenos principios que constituyen la salvaguarda de la república. El niño que recibe la semilla de esos principios los conserva cuando se hace hombre, convirtiéndose con el tiempo en un factor útil para la preservación del estado”.

Uno de los estudiosos más importantes con respecto al papel de la utopía en la educación es el educador suizo Pierre Furter. En su libro Educación y reflexión (1972), Furter dedica un capítulo entero a la discusión de este tema. Según él, la utopía “tiene una función social educativa porque es una manera de escapar de la violencia, al tiempo que se preparan las reformas necesarias y se organiza mentalmente un espacio propicio para los cambios, sin revolución sangrienta. La utopía no escapa de la historia hacia una isla o una ciudad amurallada (…) pero básicamente constituye una manera de tomar distancia con respecto a la historia, para así poder reflexionar dialécticamente sobre ella. La utopía, gracias al imaginario y a la ficción, permite retraerse un poco de la realidad para escapar de las obligaciones tiránicas que impone la realidad inmediata y medir todas las consecuencias de una acción”.

Para Paulo Freire “una de las tareas más importantes de la practica educativo-crítica consiste en propiciar las condiciones para que los estudiantes ensayen la experiencia profunda de asumirse en el marco de sus relaciones comunes con otros estudiantes y maestros. Asumirse como ser social e histórico, como ser pensante, comunicador, transformador, creador, realizador de sueños, capaz de sentir rabia porque también es capaz de amar”. El educador es un “realizador de sueños”, para él, el pensamiento utópico va muy ligado a la reflexión pedagógica en la medida en que el educador, al reflexionar sobre como su accionar produce cambios, a través de su acción hace realidad, en efecto, una utopía. La educación como un instrumento eficaz de transformación es, en esencia, utópica. No obstante, Furter advierte que en vista de que la utopía guarda relación con la imaginación, siempre será ambigua y es necesario verla de forma crítica. El educador piensa en el futuro, él está dedicado a ese futuro, pero su acción cotidiana está totalmente comprometida con el presente. Su accionar, por ende, representa una acción contradictoria. Es por esto que las relaciones entre el pensamiento utópico y la acción pedagógica constituyen relaciones complejas y dialécticas, asimismo, la utopía pedagógica debe ser concreta, para que no se convierta en una abstracción delirante.

La utopía atraviesa hoy por un tiempo de crisis. Nosotros los educadores, en un acto pedagógico esencial para la construcción de la educación del futuro, tenemos el compromiso de reafirmarla. Crisis equivale a perder respuestas, las mismas que utilizábamos para vivir mejor. La crisis es ruptura y promesa, es por eso que también representa una oportunidad.


Autor
Moacir Gadotti
La Escuela y el Maestro
Paulo Freire y la pasión de enseñar



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