La
escuela debe procurar un lenguaje que sirva para la convivencia, alejado de
intenciones manipuladoras para el sometimiento ¿Qué técnicas emplea el lenguaje
tóxico en los medios de comunicación?
La
gente sigue sin entender la realidad social que ofrecen los medios. Los
políticos encuentran dificultades para que el pueblo comprenda sus ideas y
programas. La elite intelectual, los profesores universitarios dan el mejor
ejemplo: nada les parece más científico que un texto incomprensible. Mas, ¿de
qué sirven los conocimientos científicos, el pensamiento, si no se entienden y
concretan en la apropiación social de los mismos? Los productores de
información parecen empeñados, más bien, en aplicar la maldición bíblica: “Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí
su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero” (Génesis,
11, 7). Las técnicas utilizadas para dificultar la comprensión, esto es, para
contaminar el lenguaje, son muy numerosas. Aquí se resumen las más llamativas.
Exceso de palabras. Las palabras
pueden ocultar la realidad. El exceso de palabras innecesarias oscurecen la
comprensión de la realidad. Laberínticas estructuras internacionales producen
una maraña de jergas e infinidad de siglas entre las que resulta casi imposible
orientarse. Las palabras que no son necesarias desvían la atención del tema.
Así ocurre con las repeticiones. Estas desfiguran la realidad, empeoran los
textos en su afán por evitar que el lector u oyente piense en otra cosa. El
empleo inflacionario de las palabras, la reiteración de eslóganes y frases
hechas propia de los regímenes autoritarios, equivale al absurdo. En la
comunicación escrita resulta grotesco, puesto que los redactores se suelen
quejar de la falta de espacio para expresar sus ideas. La concreción y precisión
de los términos elegidos facilita la comprensión, no aburre ni fatiga al
receptor. La belleza de un enunciado estriba en la claridad de lo que se quiere
mostrar. Forma y contenido son inseparables. Lo superfluo es también lo feo.
El empleo del superlativo
y la hipérbole.
Los superlativos son comentarios emocionales. Cierto, sin sentimientos escribir
carece de sentido. Pero cuando uno se desempeña como ampliador de conciencia
(en el sentido de C. Caudwell), se requiere dominio de sí mismo, de la técnica
(techné griega), distanciamiento brechtiano. Tiene que controlar los nervios,
calcular exactamente el efecto de las palabras. Comunicar es un trabajo ético o
no lo es. El uso frecuente del superlativo indica ingenuidad. Se trata de un
comentario barato que no exige reflexión ni observación precisa. En vez de
indignar y encantar con textos elaborados, el comunicador superficial grita, en
la esperanza de que sus decibelios consigan el mismo efecto. Superlativos,
hipérboles, ensalada de imágenes y vaguedad difuminan la realidad. La
exageración es el umbral de la mentira. Tan sólo está permitida en la ironía y
en la sátira.
Orgía de imágenes. Metáforas,
símiles, clisés, se han ido acumulando a lo largo del tiempo en todas las
lenguas. Escribir y hablar bien exige esfuerzo. Son formas intensivas de
reflexionar. Una hoja de papel en blanco es sinónimo de tortura mental. El
empleo de imágenes es arriesgado. En el lenguaje, la metáfora, como imagen
lingüística, reduce el discurso. La imagen lingüística puede facilitar la
comprensión, pero no contribuye en nada a la explicación, ya que la expresión
gráfica introduce otro modo de representación. Se “ve” lo que quiere decir “la
nave del Estado”, pero esta imagen no dice nada acerca del Estado, sino que
transporta al oyente a una representación (gráfica) del Estado. Ampliar los
conocimientos, la conciencia, equivale a esforzarse contra la manipulación
general. En este sentido, el principal instrumento de manipulación, de
contaminación lingüística, es la violencia simbólica o psicológica.
Desentrañarla constituye una tarea básica en todo proceso de emancipación.
Extraído
de
La
Intoxicación Lingüística
El
uso perverso de la lengua
Vicente
Romano
Colección
TILDE