¿Estamos
de acuerdo con la creencia de que se puede saber a través de los medios, que
se puede conocer el mundo mediante el consumo asiduo de comunicaciones mediadas
y mediatizadas? ¿Podemos confiar en esa información?
La
producción industrial de comunicación se efectúa con arreglo a las normas de la
técnica, otro de los rasgos distintivos de la magia. Como en el resto de las
industrias, se produce en serie, de forma estandarizada. El lenguaje
periodístico, los manuales de estilo, formatos, informativos de radio y
televisión, seriales, etc., confirman esta producción estereotipada y uniforme.
La
comunicación estandarizada borra la distancia crítica del consumidor con su
entorno, obstaculiza la reflexión necesaria para su conocimiento y dominio. De
ahí que refuerce el poder de los pocos al ocultar las contradicciones y
conflictos, al suprimir la diferencia entre imaginación y percepción, deseo y
satisfacción, imagen y cosa. La sociedad productora y consumidora de comunicaciones
simplificadas y estandarizadas es una sociedad de necesidades insatisfechas.
Semejante sociedad se revela como presa fácil de los intereses autoritarios de
los pequeños grupos productores.
El
argumento racional de la simplificación técnica se basa en la superioridad
distribuidora de los pocos, manifiesta en el hecho de que son los muchos los
que vienen a los pocos. La mediación efectuada por los “medios de masas” es,
por tanto, unificadora e indiferenciada.
Para
vivir y actuar el hombre necesita ordenar sus conocimientos en un marco general
de referencia que les dé sentido. Tanto en la sociedad primitiva como en la
industrializada, el hombre debe prefigurar su mundo y construir su modelo de
universo. Si se dispone de un modelo racional, el conocimiento se obtendrá mediante
diferenciación y sistematización. Pero si se carece de él, como ocurre con el
pensamiento mágico, se reafirma la imagen homogénea del universo en donde
hombres y estados de cosas interactúan sin saber por qué, sin conocer sus relaciones.
Las diferenciaciones establecidas por el pensamiento racional recaen así en la
indiferenciación primitiva, en el conocimiento infantil.
En
la era de la técnica y de la especialización, el pensamiento indiferenciado,
mágico, es una forma de integrar los “vacíos” y carencias afectivas de la vida
cotidiana, crea dos por la fragmentación del conocimiento y de las relaciones
sociales. Apoyándose en el principio de que la técnica y la ciencia son
omnipotentes, surge la creencia de que se puede saber a través de los medios,
de que se puede conocer el mundo mediante el consumo asiduo de comunicaciones
mediadas y mediatizadas.
Ahora
bien, cuanto más numerosas son las informaciones que recibe el sujeto
individual, cuanto más complejas devienen las redes de la mediación social,
tanto más probable será que ese sujeto esté sobrecargado como “recipiente” y
colocado en la imposibilidad de reducir esas informaciones a su experiencia
personal. O de dirigir el pensamiento hacia sí mismo, distanciamiento que
establecería la premisa de la diferenciación. Donde la reflexión es imposible,
el mundo recibido debe considerarse como “la realidad”. La autenticidad de la
percepción difusa con el medio técnico hace que la imagen televisiva o el texto
de prensa sea la cosa misma. Lo “esencial” es haberlo oído, visto o leído en la
radio, la TV o el periódico.
Se
prometen informaciones y conocimientos. Pero, salvo la previsión del tiempo,
útil para la excursión dominguera, lo que se transmite raras veces es reducible
a la práctica directa de la vida. La fe en la información se diluye en mu chas
noticias que se olvidan al cabo de un par de horas y con las que el receptor no
sabe qué hacer porque no está en condiciones de comprender su origen, su
alcance ni su significado Cuanto mayor es la fe en la información, más
dogmático es el retorno al mito. Los déficits racionales se satisfacen
emocionalmente. La fuerza bruta se rebela entonces contra los símbolos de la
magia ineficaz: universidad, representantes políticos, grandes almacenes, etc.
El culto a la in formación se puede traducir fácilmente en culto al poder y a
la fuerza.
Por
último, la fe en la información ha producido la impresión inexacta de que la
prensa, la radio, la TV o el cine sean medios de información o de comunicación.
Si se miden por su volumen de producción, los medios sirven sobre todo a la
publicidad comercial y al entretenimiento. La prensa del corazón es mucho más
numerosa que la de información, la radio es por encima de todo un instrumento
musical y la TV un largometraje transmitido en casa. Como se sabe, el video se
compra para ver todavía más películas y más televisión. Se utilizan
primordialmente, no para reducir la ignorancia, sino para cubrir temporal y
ficticiamente los déficits emocionales con la distracción, para matar el
tiempo, por decirlo con una expresión muy española.
La
conciencia indiferenciada responde a la vida sentimental estereotipada. El pensamiento indiferenciado crea una
conciencia conformista. Pero esto significa dejar en manos ajenas la solución
de los problemas propios, con lo que pue den manipularlos fácilmente en interés
suyo. Ahí radica el peligro de entregar las riendas de los asuntos personales
en manos de especialistas o del nuevo clero académico. Autodeterminación
significa, sobre todo, liberarse de las angustias.
La
reproducción de la vida en datos e informaciones no basta. El hombre pequeño,
perdido en la masa, quizás pueda interesarse por los datos en que se puede
descomponer su mundo. Pero siempre buscará una imagen con la que pueda
recomponerlo y le sirva para identificarse con su entorno y superar sus
carencias afectivas. Por eso la imagen sustituye a la información, el
pensamiento indiviso a la reflexión y el mito que rodea el poder al pensamiento
crítico.
Donde
impera el mito, el culto ocupa el centro de la atención, desde el culto de la
personalidad hasta el culto sentado de la TV. El pensamiento mágico es el
antídoto de la inteligencia, cuya acción disgregante podría destruir tal vez la
cohesión social con su espíritu crítico. La concepción de la realidad como el
peor enemigo del hombre y, por consiguiente, la explotación de la “ilusión
redentora” se ha convertido desde hace tiempo en la máxima de la industria del
entretenimiento. El sentimiento se ha convertido en mercancía rentable.
De
ahí que, como la conciencia es el resultado de la acción y la experiencia, haya
que crear otras condiciones socia les de vida y de trabajo que permitan al
hombre enriquecerse con experiencias personales y no permitir ninguna “explotación
de sus almas” por poderes ajenos.
Extraído
de
La
Intoxicación Lingüística
El
uso perverso de la lengua
Vicente
Romano
Colección
TILDE
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