La
escuela debe asumir una posición crítica ante el discurso periodístico actual, se
equivoca quien cree entender mejor el mundo mediante el periodismo de
titulares. Ningún medio puede anular la reflexión, pero sí puede desplazarla y
confundir con la emocionalización
El
periodismo, la comunicación pública, traduce los sucesos y acontecimientos a
los sistemas de signos específicos de los medios. El concepto de “medios” es un
buen ejemplo del cambio lingüístico. Hoy se utiliza como abreviatura de medios
de comunicación y en los últimos años se ha convertido en término común de la
prensa y la radiodifusión, en expresiones como “medios de masas”, “crítica de
medios”, “política de medios”, etc. Durante el apogeo de los intereses
parapsicológicos de la década de 1920 y 1930, médium era una designación
habitual para la persona que transmitía fenómenos ocultos.
Es
posible que este sentido lastre todavía la discusión cuando, por ejemplo, los
políticos reprenden a los “medios” por la comunicación de fenómenos de su
ámbito de poder que ellos mismos no ven o no quieren ver.
Lo
que se suele llamar lenguaje medial es el uso que hacen del lenguaje los que
manejan los medios, generalmente anónimos. En la actualidad, se observa cómo
los medios “públicos” adaptan su lenguaje al de los privados reduciendo los
plazos de sus emisiones cognitivas en favor de las compensaciones emocionales.
La divisa reza “small talk”, hablar de trivialidades.
La
prensa, la radio y la TV se basan en la repetición. Lo que mejor ilustra esta
circunstancia es el rito del programa de TV, puesto que requiere la vista y el
oído y obliga a los espectadores a adoptar la postura sentada, mientras que la
radio y la prensa le permiten libertad de movimientos. Esta última porque se
puede dejar y volver a coger en otro momento, y la radio porque su mensaje sólo
depende del oído. Desde el punto de vista de la transmisión técnica, la radio
es el medio más rápido. Sus mensajes se pueden transportar prácticamente en
cualquier momento y con ayuda del teléfono casi a todas partes.
Pero
la coacción de los plazos también parte aquí del ritual del calendario que lo
interpreta, igual que ocurre con los otros medios. Donde hay interpretación hay
clero, ya sea religioso o profano. El decide lo que puede oírse, verse o leerse
qué días y a qué horas. Actualmente, puede observarse cómo la TV estatal se
amolda e incluso anticipa a la competencia comercial de la TV privada,
soltándose la lengua y reduciendo los programas de contenido cognitivo en favor
de compensaciones emocionales o trasladándolos a horas de escasa audiencia.
La
minuciosa coacción de los plazos educa para la fugacidad de la percepción. La
brecha entre lo electrónicamente perceptible y lo que queda señalado en el
papel aumenta día a día. Hay que preguntarse si es de fiar lo que ven los ojos,
pues desde Aristóteles se ha venido creyendo que ver es saber. Cuando el
lenguaje se reduce cada vez más hasta convertirse en un código de significados
ominosos aumenta, claro está, la velocidad de la transmisión. Pero la
comunicación a velocidad de relámpago de insinuaciones binarias de símbolos
positivos y negativos no es más que un código, y no tiene ya nada que ver con
el lenguaje en pugna por la expresión humana.
Los
medios visuales se rigen en la cultura actual por las condiciones básicas
marcadas por el rectángulo. Lo que se coloca dentro y fuera, arriba y abajo, a
la derecha y a la izquierda, decide el juicio de valor de los periodistas. En
tender el lenguaje de la prensa y la televisión significa comprender los plazos
del rito del programa y la colocación como expresión deseada.
La
economía de señales y la coacción de los plazos regulan la programación de la
prensa y de la radiodifusión (radio y TV). No cabe esperar de los medios
periodísticos la expresión perfecta. Pero eso no significa que haya que aceptar
como pasto espiritual del pueblo los sucedáneos de conceptos depurados. Si la
crítica consciente de muchos grupos de acción pequeños no toma la palabra
frente a los grandes comunicadores burocráticos y contradice su lenguaje, será
inevitable la idiotización y el regreso a una simbología colectiva dirigida por
poderes anónimos.
La
presión de los plazos lleva a la reducción, al estereotipo, a la economía de
señales, a la producción de “miniaturas simbólicas temporalmente consumibles”
(Pross). Las nuevas técnicas, o al menos el uso que se hace de ellas, refuerzan
y aumentan los estereotipos.
En
el estadio de los nuevos medios, la radiodifusión se encargará de que nadie
pueda aportar ya la concentración que se requiere para entender una sucesión de
frases. Los receptores se educan en la fugacidad de la percepción. El hueco
existente entre lo electrónicamente perceptible y lo que queda señalado en el
papel aumenta de día en día. Habría que preguntarse si uno puede fiarse ya de
sus ojos.
Cuando
el lenguaje se reduce cada vez más hasta convertirse en un código de
significados ominosos, se incrementa la rapidez de la transmisión. Pero la
comunicación efectuada a la velocidad del relámpago de insinuaciones binarias
de símbolos positivos y negativos no es más que un código. Ya no es ningún
lenguaje en pugna por la expresión humana, tal como se ha entendido hasta hoy.
Se
equivoca quien cree entender mejor el mundo mediante el periodismo de
titulares. Ningún medio puede anular la reflexión, pero sí puede desplazarla y
confundir con la emocionalización
Con
la mayor diversidad de ofertas audiovisuales se incrementan las comunicaciones
reducidas a costa del discurso lingüístico. Los efectos psicofísicos a largo
plazo están aún sin investigar. Por lo que se sabe de su estado actual, parece
ser que los políticos, por ejemplo, tendrán que adaptarse cada vez más en las
competiciones electorales a las imágenes que han adquirido validez mediante los
estereotipos de la publicidad comercial y de la industria del entretenimiento.
La formación de la conciencia y de la voluntad políticas, cada vez más
complejas en virtud del aumento global de las in formaciones, se reducen
simultáneamente en la comunicación estereotipada que presenta los conocimientos
de la realidad, la conciencia y esa voluntad política cada vez más
simplificados, menos diferenciados. De ese modo tiene que aumentar
necesariamente la discrepancia entre el pueblo y sus delega dos, en lugar de
reducirlas mediante la comunicación recíproca, dialógica, mutuamente
enriquecedora. Ejemplos de reducción mágica en política y en comunicación
social: cuando el análisis de la realidad política se sustituye por el grito o
por el eslogan, cuando las señas de identidad de un partido político se remiten
a sus símbolos en vez de a su práctica transformadora, cuando se toma por
opinión pública la opinión publicada de unos cuantos o por realidad la definición
interesada que esos pocos den de ella.
En
el ámbito de la prensa, la hiperabundancia de publicaciones de entretenimiento
y distracción (prensa del corazón, por ejemplo), frente a la escasez de diarios
políticos (prensa de partido), no ha conducido a la ampliación del espectro de
opiniones, sino más bien al aumento de los estereotipos sociales creados por
unos cuantos productores dueños del mercado. La televisión, por su parte, no es
una visión a distancia, en el sentido de unos prismáticos o de un telescopio,
que refuerce la percepción de la realidad. Los medios audiovisuales y las nuevas
tecnologías han facilitado enormemente el control y el acceso de unos pocos a
millones de personas. La supuesta democracia aportada por esta técnica se
reduce al consumo millonario de técnica. Pues son estos millones los que
mediante el gasto financiero empleado en la adquisición de los aparatos y el
gasto de biotiempo dedicado al consumo de emisiones socialmente ritualiza das
permiten la reducción del gasto de señales para la minoría de productores de
comunicación.
En
el lenguaje, la metáfora, como imagen lingüística, reduce el discurso. La
imagen lingüística puede facilitar la comprensión, pero no contribuye en nada a
la explicación, ya que la expresión gráfica introduce otro modo de
representación. Se “ve” lo que quiere decir “la nave del Estado”, pero esta
imagen no dice nada acerca del Estado, sino que transporta al oyente a una
representación (gráfica) del Estado.
Otro
tanto ocurre con “la aldea global”, “el medio es el mensaje” y demás metáforas,
más o menos ocurrentes, de M. McLuhan. La reducción disminuye todavía más el
gasto de señales. Expresarse con brevedad significa dejarse cosas fuera,
descontextualizar la información. Pero esto no significa que esas cosas,
relaciones, contradicciones, etc., no existan, sino que son desplazadas. Al
mismo tiempo, cuando se comunica algo, ese algo adquiere un significado y una
relevancia que no son los que tiene de por sí, sino el que se le dé. Como se
sabe, toda información es selectiva e interesada.
Acuciado
por la necesidad de hallar la expresión adecuada, el lenguaje recurre a la
imagen. Al presentar lingüísticamente una imagen, la metáfora reduce
momentáneamente el simbolismo discursivo del lenguaje a la “presentación
integral simultánea” (S. Langer) que caracteriza la imagen. Disminuye el gasto
de la búsqueda de la expresión. La metáfora ahorra energía al reducir las
explicaciones a una imagen lingüística. De este modo ahorra también tiempo de
emisión y papel, portadores materiales de la expresión. La metáfora es una
expresión de la economía de señales. Esto explica su omnipresencia en la prensa
y en la radiodifusión. Puede decirse entonces que cuanto más corta y
estereotipada sea la comunicación, tanto mayor será la violencia simbólica y el
poder mágico de los medios, y tanto menor el significado que puede utilizar
para sí mismo el sujeto receptor.
Extraído
de
La
Intoxicación Lingüística
El
uso perverso de la lengua
Vicente
Romano
Colección
TILDE
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