En
esta carta abierta, el autor se propone hacer reflexionar a los docentes sobre
sus prácticas, en especial con lo relacionado al sistema social ¿Cómo queremos
que sea el futuro de nuestros alumnos? ¿Qué es el “docente enfundado”? ¿Se
trata simplemente de transmitir conocimientos?
“El
campo de la educación es un campo de combate. Todo el mundo puede combatir
allí, desde el profesor de primaria, pasando por el de secundaria, hasta el
profesor de física atómica de la Universidad. Combatir en el sentido de que
mientras más se busque la posibilidad de una realización humana de las gentes
que se quiere educar más se estorba al sistema. Por el contrario, mientras más
se oriente la educación a responder a las demandas impersonales del sistema más
se contribuye a su sostenimiento y perpetuación. Repito, la educación es un
campo de combate; los educadores tienen un espacio abierto allí y es necesario
que tomen conciencia de su importancia y de las posibilidades que ofrece”.
“Desde
la primaria al estudiante se le educa en función de un examen, sin que la
enseñanza y el saber le interesen o se relacionen con sus expectativas
personales. Esta situación se repite una vez terminados los estudios ya que es
lo que la persona encuentra en la vida. Cuando termina los estudios, el
individuo no sale a expresar sus inquietudes, sus tendencias o sus
aspiraciones, sino a engancharse en un aparato o sistema burocrático que ya
tiene su propio movimiento, y que le exige la realización de determinadas
tareas o actividades sin preguntarle si está de acuerdo o no con los fines que
se persiguen. En nuestro sistema educativo la gente adquiere la disciplina
desgraciada de hacer lo que no le interesa; de competir por una nota, de
estudiar por miedo a perder el año. Más adelante trabaja por miedo a perder el
puesto. Desde la niñez el individuo
aprende a estudiar por miedo, a resolver problemas que a él no le interesan. El
capital ha puesto bajo su servicio y control la iniciativa, la creatividad y la
voluntad de los individuos. Puede que el tipo de educación actual sea muy mala
desde el punto de vista del conocimiento, pero es ideal para producir un “buen
estudiante”, al que no le interesa aprender pero sí sacar cinco, y que solo
estudia por el miedo a perder el año. Una educación así es ideal para el
sistema y sus intereses.”
“Para
poder ser maestro es necesario amar algo. Para poder introducir algo es
necesario amarlo. La educación no puede eludir esta exigencia sin la cual su
ineficacia es máxima: el amor hacia aquello que se está tratando de enseñar.
Además, ese amor no lo puede dar sino quien lo tiene, y en últimas eso es lo
que se transmite. Nadie puede enseñar lo que no ama, aunque se sepa todos los
manuales del mundo, porque lo que comunica a los estudiantes no es tanto lo que
dicen los manuales, como el aburrimiento que a él mismo le causan. Y ante las
fórmulas más brillantes de los filósofos, antiguos o modernos, no cosechará más
que bostezos. El que enseña no puede comunicar lo que no ama. Si enseña 25
horas a la semana y dicta “lo que le ponen a enseñar”, independiente de que le
guste o no, a unos alumnos que no ven ninguna relación entre lo que se les
enseña y su propia vida presente, personal o familiar, entonces el resultado se
va pareciendo al que hemos venido presentando”.
“De
los pocos profesores de los cuales a uno le queda un buen recuerdo son
precisamente aquellos a los que se les notaba que amaban y sentían lo que
estaban enseñando, independiente de la materia que fuera.
“Hay
dos maneras de ser maestro. Una es ser un policía de la cultura; la otra es ser
un inductor y un promotor del deseo. Ambas cosas son contradictorias. Un tipo
de maestro es aquel que me califica, pero sin consultar la vivencia que yo
tengo de la vida, Otro tipo de maestro, al que no le pagan ni lo nombran, es
aquel que consulta mi vivencia de la vida. Ambas figuras podrían ilustrarse en
la persona de Baudelaire o en la imagen del “hombre enfundado” que describe
Chejov. Hay allí dos maneras de ser maestro. “El hombre enfundado” se basa en
esta premisa: todo debe ser previsto, porque de lo contrario no se sabe qué
puede pasar. Este tipo de maestro trataría de que los alumnos no vayan a hacer
nada que perjudique a sus patronos o a los gobernantes; que sean eficaces sin
aspirar ni luchar por nada. Es un poco difícil decir en qué medida los maestros
son en sí mismos “hombres enfundados”. No hay duda de que los maestros de este
tipo le ayudan al sistema. Baudelaire es un maestro en el segundo sentido: Nos
enseña a ver el mundo en que vivimos de una manera por la cual nadie le pagaría
nada. Es un hombre capaz de identificarse con todo lo que la ciudad rechaza,
con lo que él llamó “el vómito inmenso del inmenso París”, pero que en cambio
no se podría identificar con lo que en la ciudad es respetable. Se identificó
con las viejecitas que van por las calles y “danzan sin querer danzar, como
campanas. Se identificó con los alcohólicos, con el vino de los zarrapastrosos,
que “vienen con sus blancos bigotes como viejas banderas de derrota y chocan
contra el mundo como poetas, y mientras los esperan horribles tragedias
hogareñas expanden su corazón en gloriosos proyectos”.
“Este
es otro tipo de maestro. Un maestro nuevo. Un maestro difícil de encontrar,
ciertamente. Pero si los maestros, institucionales o comunes y corrientes,
quieren enseñar no sólo poesía, tienen que enseñar a Baudelaire, es decir,
entrar en contradicción con las exigencias del sistema en que vivimos.
Necesitamos un tipo de maestro que sea capaz de darle al alumno el juego y la
oportunidad para que sea él mismo, para que se identifique con los fracasados,
para que no se decida por los exitosos. Baudelaire nunca escribió un poema
sobre un general. Este tipo de maestro hace que el alumno sea probablemente un
mal empleado bancario, pero un buen hombre. Un tipo de maestro como Baudelaire
es un hombre que puede indicamos la dirección. Él mismo lo dice de la manera
más dura: Embriágate con la poesía, con la religión, con el alcohol, con lo que
quieras pero no estés nunca sobrio. Embriágate, es decir, busca algo más
grande, lucha por algo más grande.”
Extraído
de
Carta
de Estanislao Zuleta a los maestros
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