Cualquiera
que pase algo de tiempo en el campus de un college en esto días no puede
desconocer como la educación superior está cambiando. Atadas por el dinero y
definidas crecientemente en el lenguaje de la cultura corporativa, muchas
universidades parecen estar menos interesadas en el alto aprendizaje que en
convertirse en escaparates licenciado por corporaciones de grandes nombres –
ventas de espacio, edificios, y sillas para donantes corporativos ricos.
Los
presidentes de los College, son ahora llamados C.E.O. y son menos conocidos por
su liderazgo intelectual que por su rol como forjadores de fondos y su
habilidad para construir puentes entre el mundo académico y el de los negocios.
Los avezados capitalistas ahora friegan los College y universidades en la
búsqueda de grandes beneficios hechos a través de acuerdos de licencia, el
control de derechos de propiedad intelectual, y la inversión de compañías
derivadas de la universidad. En el tiempo del dinero y las ganancias, los
sujetos académicos ganan estatura casi exclusivamente por su contravalor en el
mercado. Esto se suma a los intentos de la administración Bush por privatizar
la educación superior cortando los programas sociales, saqueando los servicios
públicos y empujando a los estados al borde de un desastre financiero.
Mientras,
la educación superior se convierte cada vez más en un privilegio que en un
derecho. Muchos estudiantes de la clase trabajadora encuentran financieramente
imposible ingresar a los college, o a causa de los costos que aumentan permanentemente
tienen que abandonar. Aquellos estudiantes que tienen recursos para permanecer
en la escuela sienten cada vez más las presiones del mercado laboral y deben
apurarse por tomar cursos y recibir credenciales profesionales en negocios,
ocasionando perjuicios a las ciencias naturales y las humanidades. No debe
sorprender, que los estudiantes sean llamados “clientes”, y que las facultades
son menos recompensadas por sus becas que por su habilidad de asegurar sus
fondo y becas de fundaciones, corporaciones y otras fuentes externas. O que
antes de ser reconocidas por su enseñanza crítica inventiva y rigurosa
investigación, sean valoradas como operadoras multinacionales, aún cuando la
mayoría cortan cada vez más el contrato de empleados. Los presidentes de
algunas universidades discuten incluso acerca del llamar a los profesores
“empresarios académicos”.
En tanto,
la línea entre las instituciones de educación superior orientadas al lucro o no
colapsa, la tensión entre los valores democráticos y los intereses de mercado
mancha, y la distinción entre educación y entrenamiento para el trabajo se
rompe. Tampoco debe sorprender, que se ha convertido en más difícil para la
opinión pública reconocer que los problemas que enfrenta la educación superior
tienen menos que ver con la administración corporativa , y la eficiencia, que
con la erosión de los ideales democráticos.
Por
fortuna, hay una larga tradición en la historia Americana que rechaza la noción
de que la educación superior debe ser tratada como la marca de un producto o
simplemente como entrenamiento para la fuerza de trabajo de las corporaciones.
En esta visión más noble, que se extiende desde Thomas Jefferson y Horace Mann
a W.E.B. Du Bois y Jonh Dewey, la educación superior fue siempre defendida tanto
como un bien público como una esfera autónoma donde los estudiantes para la
ciudadanía activa, el valor cívico, y el desarrollo de una sociedad democrática
sustantiva. Si la educación superior enfrentará el desafío del nuevo milenio,
las universidades y los college necesitan reclamar su legado y redefinirse como
sitio de aprendizaje crítico y activa participación en la vida cívica.
Esta
visión de la educación como ideal cívico, sugiere respeto de los educadores,
tanto maestros como profesores, ofreciendo a los estudiantes el conocimiento
necesario para aprender cómo gobernar en oposición a cómo ser gobernado,
expandiendo las fronteras de su imaginación, y permitiendo la promesa de un
orden democrático social vibrante.
Considerar
la educación como un intento democrático comienza con el reconocimiento que la
educación superior es más que una oportunidad de inversión, la ciudadanía es
más que consumir, el aprender es más que prepararse para el trabajo, y la
democracia es más que tomar decisiones en el centro comercial local. La
educación superior es un logro democrático ganado con dificultad y es tiempo de
que los padres, las facultades, los estudiantes, y los ciudadanos preocupados
se ocupen de ella como un bien público más que como un mero campo de entrenamiento
para los intereses, valores y beneficios corporativos.
Al corazón
de tal lucha está la noción de una militancia utópica en que la esperanza se
convierte en la precondición tanto para pensamiento alternativo y acciones con
responsabilidad y coraje. La democracia está en crisis en todo el mundo, y uno
de los caminos para conducirnos en esta es a través de un modo de educación que
no tome sólo lugar en la educación pública y superior, sino también a través de
anhelos utópicos en los cuales podamos vislumbrar comunidades organizadas
alrededor del valor en vez del miedo, compartir las necesidades humanas antes
que los valores amorales del mercado, y principios morales que nos lleven a no
sólo tener esperanza sino a actuar para eliminar el sufrimiento y explotación
humanas mientras expandimos los derechos democráticos, identidades y relaciones
sociales.
Translated
by: Pablo Aiello
Fuente del
Artículo:
Por:
Henry
Giroux (Providence, 18 de septiembre de 1943) es un crítico cultural
estadounidense y uno de los teóricos fundadores de la pedagogía crítica en
dicho país. Es bien conocido por sus trabajos pioneros en pedagogía pública,
estudios culturales, estudios juveniles, enseñanza superior, estudios acerca de
los medios de comunicación, y la teoría crítica.
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