El círculo
es el símbolo más adecuado al recuerdo de las experiencias de cultura y de
educación popular realizado en Brasil y en América Latina a partir de los años
1960. Provenientes sea de la sicoterapia o de trabajos con comunidades,
aquellos son años de descubrimiento de diferentes modalidades de vida, de
aprendizaje, de trabajo y de acción social vividas entre el círculo y el
equipo.
Entre el
final de los años 1950 e inicio de los años 1960 surgen varios frentes y se
difunden por todo el mundo diferentes experiencias de “trabajos con grupos”, de
“educación centrada en el alumno”, de proyectos de investigación y de acción
social con un fuerte énfasis en la participación consciente, corresponsable y
activamente voluntaria.
Asumiendo
las más diversas formas y sirviendo a proyectos socio-políticos y culturales
diferentes, esas experiencias guardan en común el deseo de disolución de los
modelos jerarquizados anteriores y de democratización de la palabra, de la
acción y de la gestión colectiva y consensuada del poder.
Varios
movimientos de cultura popular retoman procedimientos de la dinámica de grupos.
Junto con una crítica ética y sobre todo política, de aquello a lo que Paulo
Freire dio el nombre de educación bancaria, por oposición a una educación
liberadora, surgen y se difunden prácticas de enseñar y aprender, fundadas en
la horizontalidad de la interacciones pedagógicas, en el diálogo y en la
vivencia del aprendizaje como un proceso activo y compartido de construcción
del saber.
Algunos
procedimientos grupales son entonces ampliamente empleados en las más
diferentes situaciones de formación de cuadros de agentes populares y de
educación popular. El trabajo en equipo, el diálogo como creación de consensos
entre iguales y diferentes y el círculo de cultura no son creaciones de Paulo
Freire, de los movimientos de cultura popular ni de otros grupos semejantes de
la década de los sesenta.
Pero fue
en esa época, y asociados a la experiencia de Cultura Popular, que ellos se
difundieron y se convirtieron en una nueva forma y norma de trabajo colectivo.
El círculo de cultura trae para el campo de la educación popular de vocación
transformadora de personas y de sociedades, algo de las iniciativas prácticas
grupales de uso comunitario, escolar o pedagógico. A partir de la crítica
formulada por Paulo Freire respecto de lo que él denominó “educación bancaria”,
el círculo de cultura dispone a las personas alrededor de una “ronda de
personas”, en la que visiblemente nadie ocupa un lugar preeminente.
El
profesor que sabe y enseña a quien no sabe y aprende, aparece como el monitor,
el coordinador de un diálogo entre personas a quienes les propone construir
juntas el saber solidario a partir de cual cada uno enseña y aprende.
El punto
de partida era la idea de que apenas a través de una pedagogía centrada en la
igualdad de participación libre y autónoma sería posible formar sujetos
igualmente autónomos, críticos, creativos y, consciente y solidariamente
dispuestos a llevar a cabo tres ejes de transformaciones: la de sí mismo como
una persona entre otras; la de las relaciones interactivas en y entre grupos de
personas empeñadas en una acción social de tipo emancipador-político; el de las
estructuras de la vida social. En el círculo de cultura el diálogo deja de ser
una simple metodología o una técnica de acción grupal y pasa a ser la propia
directriz de una experiencia didáctica centrada en el supuesto de que aprender
es aprender a “decir su palabra”.
De esta
manera pueden ser sintetizados los fundamentos de los círculos de cultura.
1. Cada
persona es una fuente original y única de una forma propia de saber, y
cualquiera sea la calidad de ese saber, él posee un valor en sí, debido a que
incorpora la representación de una experiencia individual de vida y de
compartir la vida social.
2. Así
mismo cada cultura representa un modo de vida y una forma original y auténtica
de ser, de vivir, de sentir y de pensar de una o de varias comunidades
sociales. Cada cultura se explica solo a partir de su interior hacia afuera y
sus componentes “vividos y pensados” deben ser el fundamento de cualquier
programa de educación o de transformación social.
3. Nadie
educa a nadie, pero tampoco nadie se educa solo, a pesar de que las personas
pueden aprender e instruirse en algo por cuenta propia. Las personas en su
condición de seres humanos, se educan unas a otras y mutuamente se enseñan y
aprenden, a través de una diálogo mediatizado por mundos de vivencia y de
cultura entre seres humanos, grupos y comunidades diferentes, pero nunca
desiguales.
4. Alfabetizarse,
educarse (y nunca: “ser alfabetizado”, “ser educado”) significa algo más que
solamente aprender a leer las palabras y desarrollar ciertas habilidades
instrumentales. Significa aprender a leer crítica y creativamente “su propio
mundo”. Significa aprender, a partir de un proceso dialógico, que importa más
el propio acontecer compartido y participativo del proceso que los contenidos
con los que se trabaja, a tomar consciencia de sí mismos (¿quién de hecho y de
verdad soy yo? ¿cuál es el valor de ser yo quien soy?); tomar consciencia del
otro (¿quiénes son los otros con quienes convivo y comparto la vida? ¿en qué
situaciones y posiciones nos relacionamos? y ¿qué significa eso?); y tomar
consciencia del mundo (¿qué es el mundo en el que vivo? ¿Cómo fue él y sigue
siendo socialmente construido para haberse convertido en lo que es ahora? ¿qué
podemos y debemos hacer para transformarlo?).
La
realización de estas propuestas educativas, culturales y políticas encontraron
en el círculo de cultura su más conocida realización. Años más tarde, la
tradición consolidada de los círculos de cultura fue bastante diferenciada y
difundida hacia las más diversas situaciones educativas, dentro y fuera de las
escuelas, dentro y fuera de las aulas.
Por Carlos
Rodrigues Brandão
Extraído
de
DICCIONARIO
Paulo Freire
Danilo R.
Streck, Euclides Redin, Jaime José Zitkoski (Orgs.)
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