El pasado mes de mayo, Parametría realizó
un estudio sobre el conocimiento del feminicidio, o violencia contra las
mujeres. El 49% de la población encuestada respondió, en una pregunta abierta,
que el feminicidio es “el asesinato de una mujer”; mientras que el 34% no sabe
a qué se refiere el término. Estas cifras nos son alentadoras a estas alturas
del siglo XXI, sin embargo, la gravedad se complica aún más, debido a que los
informantes no refirieron que en el “asesinato” de mujeres, subyace una
condición de género.
Para abordar la complejidad del término, es necesario reconocer que
históricamente muchas de las acciones de la humanidad han dejado una
inevitable huella machista. En donde los hombres nos hemos beneficiado del
régimen patriarcal que ha dividido el trabajo y las oportunidades. Hasta
nuestra actualidad, en muchos casos y lugares, ser hombre sigue siendo un
título nobiliario que impone y justifica relaciones de desigualdad entre los
géneros. Entonces, tenemos como resultado la invisibilidad del tema.
También hay que recordar que desde mitades del siglo XX, ha emergido una
nueva lógica feminista que ha luchado por causas sociales, movimientos
juveniles, derechos sexuales y reproductivos, hasta diversificarse y luchar
desde varias trincheras por la reivindicación de la igualdad, y por la
construcción de la equidad de género. Sobre estas décadas de trayectoria,
Marcela Lagarde en su libro El feminismo en mi vida. Hitos, claves y
topías, realiza un recuento cronológico y detallado de las facetas que ha
representado la lucha del feminismo en México.
Justamente esta brillante antropóloga feminista, ha sido la impulsora de
la noción de feminicidio en México, desde la década de los
noventa, para enfatizar la urgencia de atender la problemática en Ciudad
Juárez, Chihuahua. La palabra homicidio, se ha aplicado en forma indistinta
para denotar el asesinato de hombres o mujeres, con todas las variantes
expresadas en el derecho penal.
El trabajo emprendido por Marcela Lagarde ha impulsado una política
integral para prevenir y atender casos de violencia contra las mujeres. Por un
lado, ha rendido frutos en la tipificación del feminicidio, para
configurarlo como un delito con elementos de homicidio, misoginia y desigualdad
de género. Y por otro lado, su actividad ha florecido en la apertura de
instancias de atención en diversos órdenes de gobierno.
La idea de feminicidio, plantea Lagarde, es retomada de un
libro de Diana Russell y Jill Radford, donde lo definieron como: asesinato
misógino de mujeres cometido por hombres, como una forma de violencia sexual.
Ante las atrocidades cometidas en México, en Ciudad Juárez, y otras partes del
país, se ha buscado convertirlo en una prioridad de la agenda pública.
Cuando hablamos de géneros, nos referimos a una serie de significados
construidos histórica y culturalmente, y no tenemos consensos que nos lleven a
abordar el tema de una única manera. Por tratarse de rasgos culturales, el
ámbito educativo es uno de los canales que podrían apuntar con mayor incidencia
sobre el tema. Sin embargo, no existe una forma específica de contenido. En el
Plan de estudios 2011, en los Temas de relevancia social, se plantea la
oportunidad de trabajar, entre otros temas, “la equidad de género”. Pero son
alternativas optativas, es decir, los docentes no están obligados a tratarlos
porque no aparecen específicamente marcados en los programas de cada
asignatura, ni en los trayectos formativos del curriculum explícito.
Las escuelas han desempeñado dos funciones, intencional o
inevitablemente: son espacios de reproducción o de cambio. La comunidad escolar
está permeada por la tradición. Los profesores tienen tanta solidez como años
servicio, su experiencia les ha forjado un punto de vista respecto a los roles
de género y a todo lo que un hombre y una mujer deben ser. Los
alumnos que llegan a las escuelas traen un cúmulo de valores que han construido
desde casa, conocimientos y experiencias que han recopilado en su vida. Todo
ese conjunto de sabiduría popular y conocimientos derivados del sentido común y
de la vida cotidiana, es lo que Jürjo Torres acuñó como curriculum oculto.
En este ámbito, la elección de tomar el feminicidio como un tema necesario es
una responsabilidad moral, de aquellos que así lo consideran necesario para
cambiar su forma de pensar.
Entonces tenemos dos limitantes para comprender el nuevo término. No
está el feminicidio como tema académico del curriculum formal; y pensar el
feminicidio desde el curriculum oculto ha representado una omisión, porque
significa muchas veces salir de una zona de confort. En los ámbitos
familiar, escolar, laboral, sexual, cultural y jurídico, permanece la tradición
machista que nos ha traído hasta aquí: El feminicidio que no vemos, y que no
queremos ver.
Marcela Lagarde en su libro denuncia que los intelectuales, los
académicos y los políticos son analfabetas en feminismo. La encuesta de Parametría,
nos arroja el 49% de desconocimiento del feminicidio. Y la realidad nos arroja
muestras crueles de nuestra cotidianidad. Hay mucho por hacer.
Por: Alberto Sebastián Barragán
Fuente: http://www.educacionfutura.org/analfabetas-en-feminismo/
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