Algunas personas
interesadas en los temas educativos, pocas en honor a la verdad, recordamos y
celebramos el 50 aniversario de la publicación de Pedagogia do Oprimido,
de Paulo Freire. Coloquialmente diríamos que somos cuatro gatos.
Pero lo que
resulta verdaderamente sorprendente es que un libro sobre educación traducido a
más de cuarenta lenguas y que es ya una reconocida referencia imprescindible de
la Historia de la Educación mundial y de la Pedagogía Crítica en particular sea
todavía prácticamente desconocido en nuestro país, profesionales del ramo
incluidas.
Entre las
posibles razones que explican esta realidad destacaría una: el contenido
político, radicalmente crítico, comprometido y liberador, del libro. Freire,
comprometido desde sus convicciones cristianas y marxistas con los sectores más
oprimidos y marginados, propone partir educativamente de la realidad material e
histórica de las personas explotadas para acompañarlas en la toma de conciencia
de su situación a la hora de enfrentar los retos de la lucha en el camino de su
liberación personal y de clase. Y, naturalmente, eso comporta una crítica
radical a la educación oficial bancaria, pretendidamente neutral, basada en la
mera transmisión de contenidos desligados de la existencia y los sueños de unos
pobres condenados a ser cada vez más pobres.
Sí, cuando
Freire reivindica que el objetivo fundamental de la educación es la
desocultación de la realidad y que “educadores y educandos, en la educación
como práctica de la libertad, son simultáneamente educadores y educandos los
unos de los otros” está atacando los fundamentos de nuestros modelos educativos
autoritarios, jerarquizantes, segregadores, patriarcales, racistas y clasistas.
Y el sistema no perdona. Lógicamente los sistemas educativos, dispositivos
reproductores de la cultura y el poder económico dominante, no han perdonado ni
perdonan a Freire y todo aquello que representa.
Ocultar la Pedagogia
do Oprimido, pues, ha significado ocultar una lúcida, innovadora y
necesaria reflexión sobre el papel de la educación democrática como herramienta
transformadora y como respuesta eficaz en la lucha contra el analfabetismo
político. Analfabetismo entendido aquí como la incapacidad de leer la escuela o
la universidad, tanto da, la vida, el trabajo o el mundo, de una manera crítica
y reflexiva: “el analfabeto político -no importa si sabe leer y escribir o no-
es aquel o aquella que tiene una percepción ingenua de los seres humanos en sus
relaciones con el mundo, una percepción ingenua de la realidad social que, para
el o ella, es un hecho dado, algo que es y no que está siendo» nos dice Freire.
Ocultar la Pedagogia
do Oprimido y todo aquello que representa en la herencia de Paulo
Freire forma parte de la ocultación de la realidad que impide a nuestros niños
y jóvenes formarse de manera real en valores y ciudadanía democrática tomando
conciencia de los problemas sociales, informándose con objetividad, deliberando
y opinando críticamente y participando plenamente en todo aquello que les
afecta. Incluidos los conflictos -“en el fondo la verdadera comadrona de la
conciencia”, nos recuerda Freire-, pues a cualquier edad y en cualquier
circunstancia “la lucha también educa”. Evidentemente, estamos hablando de los
valores de una educación democrática, laica, científica y de calidad. Aquella
que nos recuerda Mon Marquès que definía la aspiración truncada del magisterio
republicano en el exilio: “les enseñábamos a pensar no a almacenar”.
Sabemos, no
obstante, que hablar de Paulo Freire es hablar de la esperanza. Aquí y ahora,
de la esperanza en comenzar a recuperar las raíces pedagógicas republicanas
sumando las muchas y diversas buenas prácticas generadas en el país a lo largo
de estas décadas de grisura y ventanas cerradas. De la esperanza de saber que
aunque vamos a contracorriente, pues somos conscientes de la dificultad que
tiene el educador dialógico para actuar coherentemente en un sistema que niega
el diálogo, y en medio de la ideología neoliberal y parafascista dominante,
continuaremos haciendo de la pasión, del compromiso y del diálogo, también del
diálogo pedagógico, una exigencia existencial, un acto creador… y, como nos
recuerda Freire en su libro «no hay diálogo si no hay un profundo amor al mundo
y a los hombres (…) no hay diálogo si no hay humildad (…) tampoco hay diálogo
sin esperanza».
No hay diálogo
sin valentía, habría que añadir también, en un tiempo que querría silenciar y
ocultar los valores propios de una educación democrática. Absolutamente de
acuerdo, pues, con las recomendaciones en esta línea de, por ejemplo, Joan
Maria Girona cuando dice: «En las aulas no podemos ocultar lo que pasa, nuestro
alumnado lo está viviendo día a día como decíamos: hay que hablarlo, explicarlo
claramente, denunciar las situaciones de injusticia, sin miedo por adoctrinar.
Sólo dicen que adoctrinamos los que promueven los sufrimientos de tantas y
tantas personas: estos no quieren que pensemos, que critiquemos, que lo
conozcamos. Prohíben ayudar a las personas desvalidas, amenazan con condenarnos
como cómplices de delincuentes».
Leamos, o
volvamos a leer, por favor el libro para repensar nuestra práctica haciendo de
este aniversario mucho más que una celebración.
[Traducido del
catalán del suplemento AULA del Diari de Girona, 20-11-2018]
Autor: Sebas
Parra
Fuente del
Artículo:
http://miraicrida.blogspot.com/2018/11/pedagogia-del-oprimido-mucho-mas-que-un.html
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