- ¿Qué haremos cuando se vuelva a la normalidad?
Deberemos tener en cuenta las grandes diferencias de cómo habrán vivido
estas semanas nuestro alumnado. Cada niño o niña, cada chico o chica, llevará
una experiencia diferente. Llevará en su mochila vivencias únicas.
Tendremos que hablar de ello.
Tenemos los centros escolares cerrados y nos dicen
que no podemos salir de casa a pasear con los niños, pero podemos ir a trabajar
utilizando el transporte público y encontrarnos con muchas personas a la vez.
¿Es una medida eficaz? ¿Por qué no se hace como en Corea del Sur, donde no hay
confinamiento pero se hacen las pruebas a todo el mundo? Cada persona que va a
trabajar pone en riesgo toda su familia, toda la gente con la que convive. No
sé si es la mejor medida para evitar el colapso de los centros sanitarios.
Parece que no se atreven a poner en cuestión las ganancias de los empresarios:
a los trabajadores les toca sufrir todas las consecuencias. Esperaríamos
medidas más favorables a la mayoría de la población que ve peligrar su puesto
de trabajo y debe seguir pagando alquileres, hipotecas, agua, luz, gas…
Quisiera comentar lo que nos toca más de cerca a
los docentes. Ante el confinamiento en casa, muchos educadores están
escribiendo e ideando alternativas para las familias que deben estar con los
hijos e hijas sin poder salir durante, al menos, quince días. Son alternativas
interesantes y útiles. ¿Para todo el mundo? ¿O sólo para las clases medias de
nuestra sociedad?
Recordando mis años de trabajo en escuelas e
institutos, no puedo olvidar aquellas familias que viven en viviendas de 40
metros cuadrados, en pisos donde conviven dos o más familias juntas, en
aquellas madres solas con criaturas que están realquiladas en una habitación,
con quien no tiene techo donde cobijarse, quien vive en una barraca… ¿Cómo
pueden cumplir de manera saludable el periodo de confinamiento? Todo este
abanico de situaciones reales abarca una parte muy grande de la población. Las
clases sociales siempre están presentes.
Sigo pensando: se producen episodios de
acaparamiento de productos, son efectos colaterales del confinamiento. Hay
colas en los súper, peleas, nervios, discusiones… Hay miedos, desconfianza en
las instituciones, en una parte importante de las personas que nos gobiernan,
en una clase dirigente que, ante todo, defiende sus intereses económicos, ya
que no importa la situación ni la salud de los más débiles.
El confinamiento en las condiciones que he expuesto
provoca más agresividad, más nervios, discusiones intrafamiliares que se
transmiten al exterior. Los adultos pueden tener sentimientos de culpa si han
dejado, casi por fuerza, salir a sus hijos ante la imposibilidad de contenerlos
o contenerse entre todos los miembros del grupo familiar. Se pueden sentir
culpables de no proteger debidamente sus niños.
Las pérdidas de horas de clase no son preocupantes
para los aprendizajes en la enseñanza obligatoria, pero también hay aquí las
diferencias de clase social. Familias que pueden ayudar o animar a seguir
leyendo, trabajando, investigando… y familias que no tienen ni las capacidades
ni los recursos para hacerlo. La desigualdad social mantiene y aumenta las
desigualdades de acceso a los aprendizajes. No todo el mundo tiene acceso
adecuado a las tecnologías digitales.
¿Qué haremos cuando se vuelva a la normalidad?
Diría que debemos tener en cuenta las grandes diferencias de cómo habrán vivido
estas semanas (serán más de dos) nuestro alumnado. Cada niño o niña, cada chico
o chica llevará una experiencia diferente. Llevará en su mochila vivencias
agradables o desagradables, volverá contento porque habrá terminado el
confinamiento (esto la inmensa mayoría), pero se notarán diferencias en su
estado anímico.
Habrán sufrido más unos que otros. Habrán pasado
más miedos, más angustias, más incertidumbres… según la realidad social de sus
familias, según el tipo de vivienda donde han sido cerrados, según la
alimentación que habrán podido alcanzar, según las incertidumbres de los
adultos de su hogar (pérdida del trabajo, de ingresos regulares, miedo a
desahucio…). La salud mental de todos se resentirá y la de los más vulnerables
aún más.
También habrán podido descubrir la capacidad de
solidaridad que tenemos las personas viendo las actitudes de ayuda mutua que se
dan, viendo las iniciativas para mejorar la convivencia a pesar de las condiciones
desfavorables. Quizás podremos comentar que ha disminuido la contaminación, que
hemos sido menos competitivos, que no necesitamos tenerlo todo para vivir, que
no siempre impera la ley de la selva entre las personas humanas, que hemos
hecho frente a los miedos …
Todo esto lo provoca la llamada pandemia del
coronavirus. Su repercusión es más grave que la estrictamente sanitaria o
epidemiológica. Si la gripe española (se llamó así a pesar de tener poca
incidencia en España) mató millones de personas, no fue por la agresividad del
virus, fue por las condiciones de vida de aquellos años de la gran guerra
europea.
La crisis que vivimos también traerá consecuencias.
Quizás conseguirán que tengamos miedo al virus nuevo y desconocido. El miedo
sirve a los poderosos por muchas cosas, porque no pensamos por nosotros mismos,
porque vemos a los vecinos, a las otras personas, como enemigas, para buscar
soluciones o alternativas milagrosas, incluso esotéricas. Nos hace perder
confianza en nosotros mismos y con las personas cercanas, nos hace más
dependientes y con menos capacidad de resiliencia.
La situación económica se resentirá: los pobres
serán más pobres y los ricos aumentarán sus ganancias como en la crisis de
2008. El estado de alarma está alarmando de manera innecesaria a la población.
Pero como hemos escrito más arriba podemos hacer frente al miedo con la
solidaridad.
De todo ello tendremos que hablar con nuestro
alumnado cuando lo reencontramos en las aulas. De todo ello podemos reflexionar
desde casa mientras nos mantengan cerrados.
Fuente
por
Joan M. Girona
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