Dedicado a la profesora María Verdeja, de la
Universidad de Oviedo, que tanto nos sigue enseñando sobre Paulo Freire
Decía Paulo Freire que «cuando la educación no es
liberadora, el sueño de los oprimidos es ser el opresor», porque el oprimido
lleva en su seno la imagen del opresor dado que de él recibió y recibe
constantemente su educación, refrenda el profesor Miguel Barrigüete de la
Universidad Complutense de Madrid.
Por eso nos tenemos que preguntar si la educación
actual es y está siendo liberadora. No solo tiene que ver con los ejes
fundamentales que debatimos actualmente: la financiación, la inclusión, el
respeto a la libertad de conciencia, la vuelta a clase segura, la nueva ley de
educación, etc. Sino que tiene que ver también con el sentido y la finalidad de
la misma. Pues, a veces, en medio del análisis sobre el qué, el cómo y el con
qué, cruciales ciertamente, se nos olvida el para qué.
Ahora que hasta septiembre hay plazo para hacer
alegaciones a la nueva ley educativa y para planificar la vuelta a la escuela
el próximo curso escolar, es más pertinente que nunca debatir sobre todos esos
temas. No lo dudo. Pertinente reflexionar si es suficiente destinar 1.600
millones de euros a la educación pública, cuando se deberían destinar, al
menos, 12.000 millones para alcanzar el 5% del PIB (los países más avanzados de
la UE destinan el 7% del PIB) y, así, revertir así los recortes que hemos
sufrido en educación. De esta forma se podrían recuperar los docentes
suprimidos por los recortes del RD–L 14/2012 (32.821 de enero de
2012 a julio de 2013) y reducir las horas lectivas (lo cual
requeriría 35.760 docentes más en infantil y primaria y 13.101 en ESO).
Esto permitiría, al menos inicialmente, aumentar
las plantillas y las instalaciones educativas públicas lo suficiente para
reducir las ratios de alumnado en las aulas y facilitaría una vuelta a la
escuela más segura y, sobre todo, con posibilidad de diseñar una educación
realmente inclusiva y con una atención mucho más personalizada al alumnado,
como asegura la ministra de Educación que se debe hacer.
Debatir si debemos seguir destinando 4.866 millones de
euros anuales de las arcas públicas a la Iglesia Católica para
mantener una asignatura confesional en la escuela que no respeta la libertad de
conciencia de los niños y las niñas y utiliza los espacios públicos escolares
para difundir su ideario religioso (contrario en muchos aspectos incluso a
principios básicos de derechos humanos y a la igualdad entre hombres y mujeres)
o definitivamente denunciar unos acuerdos franquistas con el Vaticano, que se
mantienen por falta de voluntad política en derogarlos.
Debatir, efectivamente, como plantea la
ministra de Educación, si el sistema educativo debe avanzar hacia un
enfoque más competencial, y si esto significa profundizar en un modelo
educativo industrial y con una orientación centrada en el mercado. Si se deben
repensar los temarios hipertrofiados y enciclopédicos de la LOMCE, controlados
por las grandes editoriales y pasar a “nuclearlos en temas fundamentales”, como
dice la ministra, estableciendo también tiempos y medios para que el
profesorado pueda prescindir de los libros de texto y crear sus propios materiales.
Si la “digitalización educativa plena” y la “alfabetización múltiple” que se
propone tiene que ver más con un imperativo económico, para no invertir en
profesorado y adecuación de instalaciones por la pandemia del coronavirus, que
con una necesidad desde un planteamiento pedagógico o de mejora de la
educación. O si todas estas medidas que se anuncian contribuirán realmente a
una mayor equidad educativa como se pretende. Qué duda cabe que revertir la
cultura de la repetición, la extensión de la educación infantil (si es
pública), la modernización de la formación profesional (si se le destinan
recursos) o el desarrollo del aprendizaje personalizado (que debe contar con
recursos y ratios adecuados, como asegura la propia ministra), van encaminados
en ese sentido.
Pero creo que también debe ser pertinente, con el
mismo nivel de intensidad y dedicación, debatir el para qué de la
educación. Porque si todas las reformas que se plantean se orientan y
profundizan en una línea de educación al servicio del modelo neoliberal y
capitalista de sociedad que nos ha conducido a esta situación, creo que hemos
equivocado el camino.
Necesitamos repensar la educación desde un enfoque
descolonizador de ese imaginario dominante que insiste una y otra vez en que
“no hay alternativa”. Que este es el modelo único, o el menos malo, porque no
hay otros posibles. Que el capitalismo depredador, extractivista, insostenible,
desigual, colonialista, patriarcal, competitivo, segregador, excluyente, etc.,
es lo único posible. Que su relato neoliberal
individualista es el único imaginable: que debemos entender que
la educación es una inversión individual para obtener rentabilidad en el
mercado laboral futuro, más que un derecho; que debemos competir por
seleccionar un centro educativo lo más elitista posible para relacionarnos con
la “gente adecuada” y tener así más ventajas competitivas de cara a ese futuro
aspiracional; que el emprendimiento educativo al estilo empresarial debe ser
uno de los objetivos fundamentales de la educación; que la competencia frente a
los otros y la segregación de quien no puede son algo inevitable, etc.
Necesitamos, en definitiva, repensar si el sistema
educativo actual está al servicio de un proyecto de liberación y justicia
social, tanto personal como colectivo, o si se orienta cada vez más hacia una
educación bancaria, que diría Freire, no problematizadora, puramente
instrumental y al servicio de la ideología dominante. Por eso, nos tenemos que
preguntar cómo es posible que tantas personas de barrios obreros de este país
(también de la UE) hayan pasado por las aulas y en pleno siglo XXI defiendan
postulados e ideologías ultraderechistas, patriarcales, fascistas, xenófobas,
racistas, neoliberales y capitalistas (sistema basado en el egoísmo, la ética
del más fuerte y la desigualdad).
Sabemos que no es responsabilidad exclusiva del
sistema educativo. Que hoy en día tienen gran influencia en la socialización de
la población los medios de comunicación masiva (las redes sociales, los
videojuegos, Hollywood, la MTV, etc.), pero nos tenemos que preguntar si
estamos haciendo lo suficiente desde la educación. Pues la mayor parte de la
población pasa por el espacio escolar durante años de su vida. Y tras ver la
“revuelta de los cayetanos”, el “auge de VOX”, la desigualdad rampante (el 26,1% de la
población es vulnerable y más de la mitad tiene dificultades para llegar a fin
de mes), el desastre ecológico del planeta, etc., nos tenemos que
preguntar ¿para qué sirve la educación?
Como dicen Nichols & Berliner (2007):
“Deberíamos ser el número uno en el mundo en porcentaje de jóvenes que están política
y socialmente implicados. Mucho más importante que nuestras puntuaciones en
matemáticas y nuestras puntuaciones en ciencia es la implicación de la
generación siguiente en el mantenimiento de una democracia real y en la
construcción de una sociedad más justa para los que más la necesitan: los
jóvenes, los enfermos, los ancianos, los parados, los desposeídos, los
analfabetos, los hambrientos y los desamparados. Se deberían identificar los
centros que no pueden producir ciudadanía políticamente activa y socialmente
útil y divulgar sus tasas de fracaso en los periódicos”.
Y en esto no olvidemos que no podremos contar con
la “buena voluntad” de quienes están disfrutando de los privilegios del
sistema, pues como nos recuerda Freire: «Los opresores de ayer no se reconocen
en el proceso de liberación. Por el contrario, se sentirán como si realmente
estuviesen siendo oprimidos». No tenemos más que recordar las bochornosas
imágenes de la “revuelta de los cayetanos”, cacerola en mano, pidiendo libertad
en un régimen que denunciaban como dictatorial, asegurando que les tenía
secuestrados, o de quienes evaden cientos de millones en paraísos fiscales
mientras hacen “donativos” que lavan su imagen.
Paulo Freire decía que “la educación es siempre un
quehacer político, en tanto quehacer humanista y liberador en lucha por la
emancipación”. Durante la pandemia
lo hemos comprobado: sin ayuda mutua, sin cooperación, sin
solidaridad y justicia social estamos abocados a la extinción como especie y
como planeta. No lo olvidemos.
Por: Enrique Díez
Fuente:
https://eldiariodelaeducacion.com/2020/07/14/releer-a-freire-en-tiempos-de-pandemia/
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