Esa estirpe fascista
que vivó el bombardeo de Guernica, que aplaudió a la aviación de Hitler cuando
despanzurró mujeres, niños y ancianos desarmados, no se terminó con la derrota
del fascismo o nazismo. Mutó en otras guerras y, nosotros lo sabemos, en otros
campos de concentración pero de las dictaduras latinoamericanas. Mutó sin ser
explícita en los asesinatos en masa de las guerras imperialistas, o en los de
los militares que la aplicaron en nuestro país y en los civiles que la
impulsaron y lucraron en silencio. Mutó en los funcionarios que delinquen y que
dejan sin agua a las barriadas populares o endeudan un país por generaciones,
aunque no se animen a verbalizarla.
Esa frase: que viva
la muerte, vive mutando. Como el coronavirus, muta, por la espina dorsal de las
miserias humanas. Deja sin aire, como el coronavirus, a la humanidad. Y cobra
fuerza en líderes políticos como el sociópata Mister Trump- dijo Noam Chomsky-
y el psicópata Jair Bolsonaro, y llena de oprobio a la literatura y la cultura,
con el estilo del propagandista de la desigualdad y la furia, Mario Vargas
Llosa. Sí: esa consigna de miedo infesta mentes, corazones, carga un odio
punzante como las estrías del Covid-19. La carta que un grupo de
autoproclamados “defensores de la democracia”, intelectuales- el sociólogo Juan
José Sebrelli y el jurista Daniel Sabsay, por ejemplo- el negacionista del
terrorismo de Estado Darío Lopérfido, los actores- Oscar Martínez y Luis
Brandoni-, el filósofo Santiago Kovadloff- que escribió discursos encendidos de
defensa de la SRA hasta 2015 cuando intentó parecerse a Leopoldo Lugones en sus
años de odas a los ganados y las mieses, a la llegada de “la hora de la
espada”- llamaron “infectadura” a la defensa planificada de la cuarentena.
Llaman así a los
esfuerzos denodados que hace un gobierno democrático por salvar de la peste y
de la muerte a miles de argentinos, los más pobres, los más débiles,
especialmente en CABA y Buenos Aires, mientras trata de sostenerlos con medidas
económicas y el restablecimiento del sistema de salud, depredado por la derecha
que expresó el gran fisgón de la historia nacional (es delito espiar a los
opositores). Ellos apoyaron y festejaron un gobierno que fugó 86 mil millones
de dólares y embargó el futuro de varias generaciones de argentinos.
A un gobierno que en cuatro
años saqueó la Argentina. Y quieren seguir haciéndolo y por eso apuestan al
caos anticuarentena, a las fosas comunes al por mayor. Estos seres que
confunden defensa de la vida con “dictadura”, que confunden cuarentena con la
insólita imagen de un campo de concentración nazi, son seres pequeños que no se
pasean entre los pequeños grupos desaforados que vociferan por una libertad, la
de morir y contagiar a los que más puedan para que también se mueran o,
delirantemente, se inmunicen.
La degradación del
pensamiento y la actuación de estos personajes integrarán el catálogo de las
historias más desgraciadas de nuestro país. Dicen que quieren libertad. Que
nadie les diga qué hacer. No quieren la cuarentena, son anti. Pero lo
inconfesable es su ira: no quieren que Alberto Fernández y CFK estén en el
gobierno. Se podría respetar que incentiven la rebelión si, acaso, en vez de
hacer la gran Benito Mussolini- al que los italianos hartos de la guerra le
atribuían decir “Armiamoci e partite” (armémonos y vayan)-
fueran capaces de ponerse al frente del grupo que clama en el Obelisco o en
tigrenses caravanas de autos de los barrios cerrados por la libertad de
contagiarse y contagiar y enfermarse y posiblemente morir. Sería un ejemplo de
su civilidad verlos encabezar esas marchas. Participar cuerpo a cuerpo. Sin
tapabocas. Salpicándose la cara en cada grito anticuarentena con quienes
comparten sus ideas. Con los pobres y desempleados que vociferan contra el
Estado que aún no llegó a auxiliarlos pero piden a gritos por él.
Sería bueno verlos
mezclarse con ellos. Sería bueno verlos asistir a miles de chicos de las villas
y barrios vulnerados donde el virus está de fiesta. Pero no. Mejor que jamás
les toque llegar al respirador y un médico deba elegir si los salvan o no,
porque lo que ellos proponen llena de enfermos el sistema sanitario que dejó en
quiebra su líder, Macri, y no puede contenerlos. No. Mejor que no. Mejor que
publiquen solicitadas. Mejor que se queden en casa.
Por María Seoane
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