¿EDUCACIÓN VIRTUAL O LA ENSEÑANZA DE LA DESIGUALDAD SOCIAL?
Para el
defensor comunitario Gaudencio Mejía:
En la Montaña,
en la década de
los 90, fuiste de los jóvenes rebeldes
que asumieron
su indianidad con gran orgullo.
Nunca te
arredraste ni retrocediste,
ante el
desprecio y a la humillación de los caciques y políticos pendenciaron.
Siempre
luchaste contra el racismo y la discriminación.
Tu retorno a la
Montaña estuvo marcado
por tu lucha
para romper las cadenas del oprobio
y desmontar el
andamiaje delincuencial,
anclado en la
burocracia gubernamental.
Abriste las
puertas de la Voz de la Montaña
para ceder sus
micrófonos
a quienes
luchan por la justicia.
Tu despedida fue premonitoria, como los sabios y
sabias de la Montaña: te quedas en el corazón de nuestras luchas.
El pasado domingo 23 de agosto, al filo del
mediodía, 10 niñas y dos niños del segundo grado de la escuela Telesecundaria
“Genaro Vázquez Roja”, se encontraban reunidos bajo un cobertizo, a un costado
de la comisaría de Xochitepec, municipio de Acatepec. La escena era impactante,
porque no había ningún docente o padre de familia que estuviera coordinando la
reunión. Por iniciativa propia quedaron de verse para acordar cómo van a
trabajar en este nuevo ciclo escolar, que inicia con un nuevo modelo de la
educación virtual. Era increíble ver su capacidad de adaptación en un lugar
incómodo para revisar la guía de trabajo que su maestra recién había entregado
al comité de padres y madres de familia. Las niñas comentaban, en Me’phaa, la
forma cómo trabajarían. Se integrarían por pequeños equipos para hacer los
ejercicios que vienen en la guía. Quedaba descartada la posibilidad de recibir
las clases por internet o por televisión, porque con el cierre de la escuela no
hay manera de acceder a una computadora.
Fue muy grato constatar cómo los niños y niñas de
una comunidad recóndita de la Montaña, se reúnen para planear sus actividades
en la víspera del nuevo ciclo escolar. Ante la falta de un espacio idóneo para
su reunión, se sentaron sobre unas tablas y bancas de madera, para preparar su
primera sesión académica.
A la intemperie la mayoría de niñas y niños de la
Montaña inaugurarán el nuevo ciclo escolar: sin luz en sus casas,
trabajando en el surco, enfrentando la escasez del maíz y padeciendo los
estragos la nueva enfermedad del Covid-19. Se las ingeniarán para darse el
tiempo con sus compañeros y compañeras, con el apoyo de un padre o madre de
familia, para contestar la guía. Ante la lluvia pertinaz, los pisos de tierra,
la oscuridad de las viviendas y el viento que se cuela por los techos de
lámina, las niñas y los niños difícilmente podrán ejercitar la lectura y la
escritura, cuando sus padres se encuentran en la parcela. Esta brecha de la
desigualdad social se profundizará más con la nueva normalidad impuesta por las
autoridades educativas a causa de la pandemia.
En estas circunstancias los funcionarios de la
Secretaría de Educación descargan su responsabilidad en las madres y padres de
familia y en los mismos niños y niñas. Con este abismo tecnológico, es
inconcebible revertir el rezago educativo sin generar condiciones materiales
para que las comunidades rurales estén en posibilidades de trabajar
académicamente en esta modalidad de la educación virtual.
Son muy reveladores los testimonios de las maestras
y maestros de educación indígena ante una realidad que los avasalla. Para la
maestra Diana de la comunidad Na Savi de Arroyo Prieto, municipio de Cochoapa
el Grande, la educación dentro del aula, antes de que llegara la pandemia, de
por sí era muy deficiente por el rezago social en que se encuentran los niños.
Lo normal es que no van seguido a la escuela. Tampoco cumplen con las
tareas o no hay materiales para trabajar. Como maestras nos la ingeniamos
pedagógicamente, para que las niñas y niños capten los contenidos. Es muy
difícil cumplir con las metas que nos marcan los programas educativos.
La pandemia nos puso en un dilema: de trabajar en
la comunidad o enseñar a la distancia. Lo que nos preocupa es que ya
arrastramos problemas con la enseñanza de los niños, porque las madres y padres
de familia no pueden apoyarnos para que sus hijos realicen sus tareas. El
analfabetismo intergeneracional es un gran obstáculo para avanzar, porque se
requiere un trabajo más intenso con las madres y padres para generar una
comunidad de aprendizaje. La situación del campo es más crítica, por eso los
jefes y jefas de familia han optado por dejar su comunidad, para irse a
trabajar como jornaleros agrícolas. Se van con todos sus hijos e hijas, porque
lo primero es el ingreso económico para alimentarse y lo segundo es juntar
dinero para curarse, dejando en último lugar el estudio para sus hijos. Ya no
hay forma de trabajar con ellos, a causa de la migración temporal. Por eso no
sabemos que vamos hacer, porque no sólo está cerrada la escuela sino también
las casas de las niñas y niños que se han ido a los campos agrícolas del norte
del país.
Para el maestro Pragedis, quien se siente orgulloso
de saber escribir en Náhuatl, manifiesta que se siente preocupado en este
inicio de clases por la situación que se vive en la Montaña. Uno no tiene los
medios para trabajar a distancia, como lo plantea la Secretaria de Educación
Pública. Tal vez desde un enfoque que ellos ven desde la ciudad, donde los
niños tienen televisión, tienen laptop, tienen internet, Tablet, en las que
ellos se pueden apoyar. Pero desafortunadamente en nuestra Montaña, la mayoría
de las comunidades enfrentamos situaciones muy difíciles. Yo soy maestro
multigrado, atiendo a alumnos de primero a sexto grado. Tengo que trabajar con
ellos y lo que hago es llevarme sus trabajos. Les explico a mis alumnos y los
padres de familia para que puedan hacer estos trabajos. Pero como usted
comprenderá esto es muy complicado, porque de manera presencial de por sí se
dificulta la atención de los niños, ahora a distancia con trece padres de familia
es muy difícil avanzar, porque no todos saben leer y tampoco tienen el mismo
interés de apoyar. También tengo niños y niñas que viven con su abuelitos y
abuelitas y con ellos no cuento, porque no me pueden ayudar.
La mayoría de los padres de familia se dedican al
campo. La única fuente de ingreso es cortar leña y migrar a otros
estados. A veces ni me avisan cuando se van a trabajar por varios meses,
simplemente sus niños y niñas dejan de asistir a la escuela. No me queda de
otra que trabajar con los pocos niños que se quedan y me siento mal de reprobar
a las hijas e hijos de los jornaleros, porque es condenarlos a vivir en
analfabetismo.
Mi forma de trabajar, desde que empezó la pandemia,
es ir a dejar los trabajos a la comunidad. Les explico a los niños y niñas lo
que van a hacer. En una semana voy dos veces: los lunes llevo los trabajos y
los viernes los recojo. De esa manera los he estado atendiendo, aunque no
estoy obedeciendo al cien por ciento las órdenes de mi supervisor. Porque nos
dijo que llamemos al comité para que venga a Tlapa por los trabajos. No lo veo
bien porque es una hora y media en camioneta y tienen que gastar para el
pasaje, además hay un tramo que se camina. Por eso prefiero ir, aunque salga
caro y tenga que levantarme muy temprano.
Antes de la pandemia mi vida era así: me iba el
lunes a la comunidad. Llegando empiezo a trabajar con ellos hasta las 2 de la
tarde. Los señores y las señoras no están en sus casas. Regresan muy tarde del
campo. Mientras las niñas y los niños se van a echar un baño. Luego regresan y
les pongo actividades de lectura. Trabajo con niños con rezago. Como soy
maestro unitario, trabajo solo. Hay días que me llama el supervisor
porque necesita la documentación y dejo abandonados los niños. Por eso trato de
trabajar en la mañana y en la tarde cuando estoy en la comunidad para no
desatenderlos y ayudar más a los de lento aprendizaje.
Como docente siento tristeza por no poder atender a
mis niños y niñas. Desde el mes de marzo dejamos de ir a la escuela. No los
abandoné totalmente porque iba dos veces a la semana. Avancé con mi programa de
trabajo, pero no logré los aprendizajes esperados. Ahora con el nuevo ciclo
escolar va ser más difícil porque no vamos a saber medir lo que aprendieron.
¡Imagínese si les aplicamos un examen! Ellos no pueden ver los contenidos de
las clases por la televisión. De los 13 padres de familia, si acaso uno tendrá
televisión, pero no tiene esos canales donde van a pasar las clases virtuales,
¿cómo van a pagar el sky?
Allá no llega la señal. ¿Cómo voy a evaluar a mis
niños? Los he atendido poco, de hecho, los conozco, puedo decir a este niño le
pongo un 9, pero eso no es lo correcto. Lo correcto es medir qué tanto ha
aprendido.
Para el maestro Silvano de Yerba Santa, municipio
de Acatepec, es muy difícil explicarles a las madres y padres de familia lo que
va a pasar en este ciclo escolar. En primer lugar, porque suspendimos labores
el 21 de marzo sin poder avisarle a la comunidad. No hubo un acuerdo con ellos,
solamente les dijimos que hasta nuevo aviso regresaríamos y les diríamos cómo
íbamos a trabajar a distancia. Pero ya no se pudo porque la escuela no cuenta
con internet. Hay una sola computadora que sólo usa el director. Se la lleva a
casa y aparte no sirve porque tiene virus y no se ocupa. El internet solamente
lo tiene un señor de la comunidad que vende fichas, pero salen arriba de 35
pesos por 24 horas. La señal ahí no es tan buena que digamos porque está bien
lento el internet. A veces hay, a veces no hay. A veces se va hasta por dos días.
Cuando estuve en la comunidad Cerro Ocotal, fue muy
complicado, porque yo no hablo Me’phaa. Era una escuela multigrado y los niños
estaban prácticamente abandonados. La escuela no es como la imaginamos o como
la vemos en la televisión. Ahí la escuela es una casa de adobe con una división
de dos cuartitos, una para la dirección y otra para las clases, de 3×2 m2 y
unas mesitas. Ahí las señoras y señores no saben leer, no saben contestar
llamadas por whatsapp cuando hay internet.
Mañana tenemos una reunión en la comunidad y al
parecer nos van a instruir o vamos a platicar con los compañeros docentes cómo
se va a trabajar. De antemano tenemos previsto que no se podrá llevar la
enseñanza por la televisión, por eso estamos planeando hacer unas guías para llevarlas
cada 15 días a las niñas y los niños. Se las dejaremos a las madres y padres de
familia con el compromiso de que las entreguen a sus hijos y revisar sus
trabajos a las dos semanas que regresemos. Aun así, vemos que no hay
condiciones porque son como cinco horas de camino en pasajera y la distancia es
un problema porque con las lluvias no están fácil llegar. Vamos a ir a la
comunidad para decirles que no podemos iniciar clases dentro de la escuela. No
sabemos cuál será la respuesta, porque algunos padres de familia ya nos
advirtieron “profe, ahora si tiene que venir a atender a nuestros niños. Lo de
la pandemia ya pasó, además aquí no hay contagios. Nosotros nacimos para
morir”. Lo más probable es que varias mamas y papás nos digan que les demos
clases a sus hijos porque para ellos las clases por televisión no son clases,
son para entretener a los niños o para ver películas. También vemos muy
complicado que los papás quieran trabajar con las guías y ayudarles a sus hijos
a hacer la tarea. La educación virtual en la Montaña se corre el riesgo de
seguir zanjando la desigualdad social y remarcando la discriminación a la niñez
indígena. La nueva normalidad tiene que salvaguardar los derechos de la
población más vulnerable que se encuentra cercada por el hambre, el coronavirus
y el analfabetismo.
Publicado originalmente en Tlachinollan
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