lunes, 29 de septiembre de 2008

Pedagogía de la pobreza

Quiero compartir con ustedes la siguiente nota, cuya autoría corresponde a Hugo Perez Navarro, espero que les guste tanto como a mi:

Circulaba por cierto programa del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología una pedagoga que, habiendo hecho una sesgada, escasa y mala lectura de Paulo Freyre propuso una pedagogía de la pobreza, quizá con el torpe afán de establecer una analogía con la pedagogía del oprimido.

La diferencia no es accidental, sino esencial. En tanto refiere, en última instancia, a una cosmovisión y a un proyecto de sociedad, la diferencia se advierte, justamente, en las diversas finalidades propuestas como resultado de cada modelo de pensamiento. No se trata entonces de un error de interpretación, de un error técnico, sino de una peculiar comprensión de lo que evidencia la idea en cuestión. Es decir, la diferencia es metodológica y epistemológica, y por lo tanto, es ideológica.

Desde esa supuesta pedagogía debería entenderse que a los pobres hay que educarlos considerando su especial condición, explicarles cómo es el mundo al que tienen vedado ingresar, enseñándoles cómo deberá ser su vida y demás, pero no cómo serían las cosas si no fueran como son. Todo lo contrario a lo que se suponía que ese programa debía hacer.

En su modesta inteligencia y menguada sensibilidad, la mencionada pedagoga habrá inferido que si hay barrios para pobres, ropas para pobres, comida para pobres (incluidos los bolsones que varios mercenarios trafican con ahínco, llamando a eso “hacer política”), transportes para pobres, música para pobres y pseudo-empleos para pobres, debería haber también una educación para pobres.

De lejos no se ve
Mientras tanto, para garantizarles a los pobres una educación “de calidad” se compraron y repartieron tardíos y escasos guardapolvos, puesto que el guardapolvo es una prenda altamente simbólica, que pregona que en una democracia somos todos iguales. Eso mientras tengamos el guardapolvo puesto, porque debajo de ese guardapolvo –es decir, en casa y en el barrio- la realidad y las desigualdades que implica, siguen ahí, intocables.

Aunque como en el barrio y en la casa pobre son todos pobres, esas diferencias no se notan, con lo que tiene lugar entonces la “igualdad entre iguales” que pregonaba el asesino Jorge Videla cuando se las daba de pensador.

Por eso, cuando se planteó la necesidad de comprar zapatillas más que guardapolvos, o además de ellos, la negativa no tardó en cristalizar como una o perfecta y redondita en la boca del propio ministro. Y ello a pesar de que es sabido que en muchas familias de nuestro NOA pobre y de nuestro NEA pobre y un poco más hacia el centro y el en el GBA, muchos chicos deben compartir el par de zapatillas menos dañado de la casa (acaso el único) debiendo turnarse para usarlas para ir a la escuela, especialmente cuando llueve y hace mucho frío.

Eso es lo bueno de los guardapolvos, para satisfacción de los popes y las popesas de la Flacso: igualan por fuera y por arriba, porque por debajo podrán mantenerse las diferencias, pero no serán descubiertas porque “de lejos no se ve”, como cantan Los Piojos.

¿Libros o zapatillas?
¿Zapatillas sí, libros no?
Zapatillas no, libros… tampoco. O apenas lo suficiente como para invertir en unos pocos libros, garantizando los negocios del señor Giardinelli. O en miles de folletos (que el asesor de marketing del Lic. Filmus hacía llamar libros) y que el ex ministro de educación repartía con entusiasmo en playas y estadios de fútbol, garantizando a los muchachos de la tribuna insumos de ilustre fábrica para tirar papelitos cuando sus equipos salían a la cancha.

Ocurre que a las pedagogas y a sus jefes flácsidos, que reparten su sapiencia entre el Senado, París y el Ministerio de Educación, no les avisaron que la educación no empieza en los papers vacíos que leen pequeños grupos de autoayuda ni en graciosas “capacitaciones para docentes y directivos” ni en las conferencias coruscantes de algunos pseudo-teóricos ante los cuales estallan de entusiasmo, aunque nunca hayan estado en un aula y menos con chicos pobres.

La educación empieza en el conocimiento cabal de la realidad y en la decisión de transformarla. Si no, no se educa: se cumplen planificaciones, se repiten fórmulas desganadas, se va tirando. Se aguanta oscilando entre la pelea cotidiana y la resignación que tiende a envolver todo como una pátina sombría. Así se descuidan funciones esenciales de la acción educativa, especialmente en tiempos como este: formar personas; transmitirles los saberes técnicos necesarios para garantizarles la autonomía económica; integrarlas socialmente, garantizando su permanencia en el sistema y promover en ellas el desarrollo del pensamiento crítico, insertándolas vigorosamente en el universo de sus derechos, asegurándoles así una libertad de criterio que les permita superar la pobreza, el clientelismo y el sometimiento.

La educación es todo
Muchos argentinos, formados en la matriz sarmientina, hacen culto de la idea de que la educación lo resuelve todo, algo que la práctica política del propio Sarmiento se ocupa de desdecir. Y aun quienes creemos que esa valoración no es exagerada sino falsa, muchas veces actuamos y hablamos como si fuera verdadera.

Sin embargo, cada vez que –en el discurso y en algunas ampulosidades- se puso a la educación por encima de todo, lo único que se logró fue mantener o empeorar la situación general del país, con perjuicio remanente para la propia educación. Piénsese, si no, en lo que quedó del Congreso Pedagógico de Alfonsín y en lo que fueron el Plan Social Educativo y su hermana mayor, la Reforma Educativa menemista, que bajó notoriamente la calidad de la enseñanza, como lo prueban los egresados del polimodal que llegan a la Universidad sin saber leer.

Podría pensarse que no fue casual que cada vez que se enarbolaban las promesas más centelleantes, los resultados fueran más lamentables. Podría pensarse incluso que todo ese despliegue de discursos y recursos era parte de algo más grande. Porque hay ciertos niveles en los que ni aun quienes sostienen el discurso de la omnipotencia educativa creen en ella. Es más: en esos niveles se sabe cómo funcionan las cosas. Y en esto el grupo hegemónico en la educación argentina desde el neoliberalismo y hasta hace un par de meses
(supuestamente), ha desarrollado una gran experiencia, pues son reconocidos los diagnósticos formulados por los principales teóricos de la FLACSO acerca de la incidencia de la pobreza en la educación, por ejemplo, aunque no en las recomendaciones para revertir la situación estructural ni en la identificación de sus causas profundas, es decir, verdaderas.

La educación no es todo
Sólo teniendo conciencia de que no está entre las posibilidades de la educación resolver todos los problemas de la sociedad, será posible sumarla al cambio. A un cambio que sólo será posible con una educación entendida como parte fundamental de un proceso más complejo, que incluye una salud de primera calidad, concebida con un criterio social, no lucrativo ni caritativo, y una economía que agregue valor a la producción primaria y a la producción en general, conjugando el uso de la tecnología con el incremento de la mano de obra.

Y hay que remarcar esto: la educación no resuelve todo, pero está en todos los niveles de la comprensión y definición y en todas las áreas de resolución, pues es transversal a todos los ámbitos de actividad, tanto de la sociedad como del Estado.

En otras palabras: la educación sola no va a hacer que la Argentina cambie, pero sin educación no habrá cambio posible. Por eso es tan importante para nuestro presente como para el futuro que debemos construir.

De ahí la necesidad de entender el hecho educativo como un hecho político, como suele repetir a quien sepa escucharlo el profesor Raúl Coria, quien precisa: “la educación es estratégica porque es política, y es política porque es estratégica”. Y por lo tanto su acción, su intención y su intensidad deben ser profundas. Porque la educación no se entiende –y no sirve, no es tal-si no se tiene la certeza de que está en juego el destino de miles de chicos y chicas. Y ello con la más absoluta convicción de que no se trata de “hacer algo para esos chicos” porque se tiene buen corazón y se quiere mantener la conciencia tranquila, sino porque es un acto de justicia y de equidad, incluso para quienes están dentro del sistema. Porque es la justicia, la justicia social, la que asigna a cada uno lo que le corresponde por derecho y no por la buena voluntad de un político acomodaticio ni por el cotizado intelecto de un especialista.

Si se tiene presente la finalidad, se tendrá claro el camino. Muchos teóricos y teóricas de la educación, admirables educadores y educadoras, rechazan la noción de que el fin justifica los medios, aunque no siempre alcancen a percibir la otra parte del asunto: que los medios se orientan al fin.

Y esto es lo decisivo. ¿Cuál es la finalidad de la pedagogía del oprimido para Paulo Freyre? La liberación. Y ¿cuál sería la finalidad de la pedagogía de la pobreza? ¿La riqueza? No: la finalidad de cualquier proyecto que se plantee como pedagogía de la pobreza es la resignación.

Y ese es un mensaje y un mandato del poder más negativo de nuestra sociedad contra el que nuestras heroicas maestras, verdaderos pilares que sostienen lo más digno de la educación argentina, así como muchos docentes de todos los niveles, vienen luchando desde hace años, junto “a los desarrapados del mundo y a quienes, descubriéndose en ellos, con ellos sufren y con ellos luchan”, como el propio Paulo Freyre escribió, con el corazón y la cabeza, en el inicio de su trabajo magistral.

2 comentarios:

Marita Ayosa dijo...

Alberto, para mi felicidad he encontrado su blog. Deboré el último post. Continuaré con los anteriores. Comparto su postura desde mi posición de colega. Siendo poco humilde porque es pretencioso llamarme colega solo por interesarme en los mismos temas.
Gracias lo saludo atentamente.

Anónimo dijo...

Hola, estoy haciendo un trabajo para un instituto de formación docente de la provincia del Chubut, y quisiera saber desde que sitio se puede descubrir la información de los dichos de la pedagoga que aparecen en este artículo, mi correo es vanestar1975@hotmail.com, gracias!

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