Todos los estudiantes son diferentes
Todos los seres humanos tenemos una serie de características que
nos asemejan y otras que nos diferencian, haciendo que cada persona sea única y
singular. La diversidad es una realidad compleja que no se reduce a ciertos
grupos de
La educación ha de dar respuesta de forma equilibrada a lo común
y lo diverso, contribuyendo a la toma de conciencia de las semejanzas e
interdependencia entre todos los seres humanos (necesidad de pertenencia) y al
reconocimiento de la diversidad de la especie humana (necesidad de ser único).
Tradicionalmente, la balanza se ha inclinado hacia lo común, considerando las
diferencias de forma marginal, lo cual se ha traducido en altos índices de
repetición y deserción y bajos niveles de aprendizaje. El desafío ahora es
avanzar hacia una mayor valoración de la diversidad sin olvidar lo común entre
los seres humanos, porque acentuar demasiado lo que nos diferencia puede
conducir a la intolerancia, la exclusión o a posturas fundamentalistas que
limiten el desarrollo de las personas y de las sociedades, o que justifiquen,
por ejemplo, la elaboración de currículos paralelos para las diferentes
culturas, o para las personas con necesidades educativas especiales.
Diversidad no es lo mismo que desigualdad
Es importante no confundir diversidad con desigualdad, aunque los
límites entre ambos conceptos no son siempre nítidos, porque las diferencias
pueden derivar en desigualdades cuando las personas no pueden participar de los
bienes sociales, económicos o culturales en igualdad de condiciones. Mientras
que las diferencias son inherentes a la naturaleza humana, las desigualdades se
producen por circunstancias externas: cuando se establecen asimetrías entre las
personas o grupos, cuando las diferencias se utilizan para segregar,
seleccionar o discriminar a los estudiantes, o cuando se brinda una atención
educativa homogeneizadora que no respeta ni se ajusta a la diversidad.
Las diferencias no son una dificultad, sino una oportunidad
El enfoque homogenizador de la educación, basado en las
semejanzas de los estudiantes y en la percepción de las diferencias desde
criterios normativos, ha conducido a considerar estas como “anomalías” o
“dificultades” y ha tenido como consecuencia que aquellos estudiantes que no
encajan en los estándares establecidos como “normales” sean objeto de servicios
segregados o simplemente excluidos. En todos los países se desarrollan
iniciativas para atender las necesidades de determinados grupos que no tienen
cabida en las propuestas educativas generales, dada su uniformidad, en muchos
de los cuales subyace una concepción de las diferencias como “déficit o
carencia”, por lo que sus acciones están orientadas a “compensar” lo que falta
a ciertos grupos o individuos para llegar a una “supuesta condición normal”,
confundiendo así diversidad con desigualdad.
Por el contrario, concebir las diferencias como algo normal en
los seres humanos que nos enriquece a todos conduce a políticas y prácticas
educativas diferentes. Desde esta lógica se apuesta por el desarrollo de
escuelas en las que todos los estudiantes de la comunidad se eduquen juntos, y la
diversidad constituya un eje central en la definición de las políticas
educativas generales en lugar de ser objeto de programas diferenciados. Esto se
concreta, por ejemplo, en una educación intercultural para todos, un enfoque de
igualdad de género, un currículo flexible que pueda ajustar y enriquecer en
función de las características de los contextos y necesidades de aprendizaje de
los alumnos, calendarios escolares flexibles según las necesidades de los
diferentes contextos, métodos de enseñanza culturalmente pertinentes y sistemas
de apoyo para las escuelas con mayores necesidades.
En muchos casos, las diferencias se convierten en “dificultades
de aprendizaje o de participación” debido a la falta de ajuste de la oferta
educativa y de la enseñanza a las distintas necesidades de los estudiantes y a
la desvalorización de lo que estos aportan al proceso de aprendizaje. El
progreso de los alumnos no depende solo de sus características personales, sino
del tipo de oportunidades y apoyos que se les brindan o no se les brindan, por
lo que el mismo estudiante puede tener dificultades de aprendizaje y de
participación en una escuela y no tenerlas en otra, dependiendo de cómo se
aborde en cada una la
diversidad. Desde el enfoque de la inclusión, el problema no
es el niño, sino el sistema educativo y las escuelas. Las barreras al
aprendizaje y la participación aparecen en la interacción entre el alumno y los
distintos contextos: las personas, políticas, instituciones, culturas y las
circunstancias sociales y económicas que afectan a sus vidas. En este sentido,
las acciones han de estar dirigidas principalmente a eliminar las barreras
físicas, personales e institucionales que limitan las oportunidades de
aprendizaje y el pleno acceso y participación de todos en las actividades
educativas.
Extraído de
La atención educativa a la diversidad:las escuelas inclusivas
Rosa Blanco
En
Calidad, equidad y reformas en la enseñanza
Álvaro Marchesi
Juan Carlos Tedesco
César Coll
Coordinadores
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