Muchas veces se presenta a “libertad” y “autoridad” como conceptos que compiten, y en la escuela no suelen tener límites claros ¿Qué características deben tener los límites? ¿Cómo ejercer la autoridad sin afectar libertades básicas? ¿En qué consiste la posición del demócrata? Paulo Freire nos ofrece sus claros conceptos a continuación.
En otro momento me referí al hecho de que no hemos resuelto aún
el problema de la tensión entre la autoridad y la libertad. Inclinados
como estamos a superar la tradición autoritaria, tan presente entre nosotros,
nos deslizamos hacia formas libertinas de comportamiento y descubrimos
autoritarismo donde sólo hubo ejercicio legítimo de la autoridad.
Recientemente, un joven profesor universitario, de opción democrática,
comentaba conmigo lo que le parecía haber sido un desvío suyo en el uso de su
autoridad. Me dice, consternado, haberse opuesto a que un alumno de otra clase
permaneciera en la puerta entreabierta de su salón, conversando con gestos con
una de las alumnas. El profesor había tenido incluso que dejar de hablar ante
el desconcierto provocado por la situación. Para él, su decisión, con la que
había devuelto al espacio pedagógico el clima necesario para continuar su
actividad específica y restaurado el derecho de los estudiantes y el suyo
propio a proseguir la práctica docente, había sido autoritaria. En verdad, no.
Libertinaje hubiera sido si permitía que la indisciplina de una libertad mal entendida
desequilibrara el contexto pedagógico, perjudicando así su funcionamiento.
En uno de los innumerables debates en que he participado, en el
que se discutía precisamente la cuestión de los límites sin los cuales la
libertad degenera en libertinaje y la autoridad en autoritarismo, oí de uno de
los participantes que, al hablar de los límites de la libertad, yo estaba
repitiendo la cantilena que caracterizaba el discurso de un profesor suyo, reconocidamente
reaccionario, durante el régimen militar. Para mi interlocutor, la libertad
estaba por encima de cualquier límite. Para mí, no, exactamente porque le
apuesto a ella, porque sé que la existencia sólo tiene valor y sentido en la
lucha por ella. La libertad sin límite es tan negativa como la libertad
asfixiada o castrada.
El gran problema al que se enfrenta el educador o educadora de opción
democrática es cómo trabajar para hacer posible que la necesidad del límite sea
asumida éticamente por la libertad. Cuanto más críticamente la libertad asuma
el límite necesario, tanto más autoridad tendrá, éticamente hablando, para
seguir luchando en su nombre.
Me gustaría dejar una vez más bien claro cuánto le apuesto a la
libertad, cuánto me parece fundamental que ella se ejercite asumiendo
decisiones. Fue eso, por lo menos, lo que marcó mi experiencia de hijo, de
hermano, de alumno, de profesor, de marido, de padre y de ciudadano.
La libertad madura en la confrontación con otras libertades, en
la defensa de sus derechos de cara a la autoridad de los padres, del profesor,
del Estado. Claro está que la libertad del adolescente no siempre le permite
tomar la mejor decisión con relación a su porvenir. Es indispensable que los
padres participen en las discusiones con los hijos en torno a ese porvenir. No
pueden ni deben omitirse pero necesitan saber y asumir que el futuro es de sus
hijos y no suyo. Para mí es preferible reforzar el derecho que tienen a la
libertad de decidir, aun corriendo el riesgo de equivocarse, que seguir la
decisión de los padres. Es decidiendo como se aprende a decidir. No puedo
aprender a ser yo mismo si no decido nunca, porque la sabiduría y sensatez de
mi padre y de mi madre siempre deciden por mí. No valen los argumentos
inmediatistas como: “¿Ya imaginaste, por ejemplo, el riesgo que corres de
perder tiempo y oportunidades, insistiendo en esa idea absurda?" La idea
del hijo, naturalmente. Lo que hay de pragmático en nuestra existencia no puede
sobreponerse al imperativo ético del que no podemos huir. El hijo tiene,
mínimamente, el derecho de probar lo "absurdo de su idea". Por otro
lado, la decisión de asumir las consecuencias del acto de decidir forma parte del
aprendizaje. No hay decisión a la que no continúen efectos esperados, poco
esperados o inesperados. Es por eso por lo que la decisión es un proceso
responsable.
Una de las tareas pedagógicas de los padres es hacer obvio para
los hijos que participar en su proceso de toma de decisión no es entrometerse
sino cumplir, incluso, un deber, siempre y cuando no pretendan asumir la misión
de decidir por ellos. La participación de los padres debe darse sobre todo en el
análisis, junto con los hijos, de las posibles consecuencias de la decisión que
va a ser tomada.
La posición del padre o de la madre es la de quien, sin ningún prejuicio
o disminución de su autoridad, humildemente, acepta el papel de enorme
importancia de asesor o asesora del hijo o de la hija. Asesor que, aunque
batiéndose por el acierto de su visión de las cosas, nunca intenta imponer su
voluntad ni se exaspera porque su punto de vista no fue adoptado.
Lo que es necesario, de una manera realmente fundamental, es
que el hijo asuma éticamente, responsablemente la decisión fundadora de su autonomía.
Nadie es autónomo primero para después decidir. La autonomía se va
constituyendo en la experiencia de varias, innumerables decisiones, que van
siendo tomadas. ¿Por qué, por ejemplo, no desafiar al hijo, todavía niño, para que
participe de la elección de la mejor hora para hacer sus tareas escolares? ¿Por
qué el mejor tiempo para esa tarea es siempre el de los padres? ¿Por qué perder
la oportunidad de ir señalando siempre a los hijos el deber y el derecho que
tienen, como personas, de ir forjando su propia autonomía? Nadie es sujeto de la
autonomía de nadie. Por otro lado, nadie madura de repente, a los 25 años. Las
personas van madurando todos los días, o no. La autonomía, en cuanto maduración
del ser para sí, es proceso, es llegar a ser. No sucede en una fecha prevista.
Es en este sentido en el que una pedagogía de la autonomía tiene que estar
centrada en experiencias estimuladoras de la decisión y de la responsabilidad,
valga decir, en experiencias respetuosas de la libertad.
Una cosa me parece hoy mucho más clara: nunca tuve miedo de
apostarle a la libertad, a la seriedad, a la amorosidad, a la solidaridad, en
cuya lucha aprendí el valor y la importancia de la rabia. Nunca temí ser
criticado por mi mujer, por mis hijas, por mis hijos, ni por mis alumnos y
alumnas con quienes he trabajado a lo largo de los años, por haberle apostado
demasiado a la libertad, a la esperanza, a la palabra del otro, a su voluntad
de erguirse y volverse a erguir, por haber sido más ingenuo que crítico. Lo que
temí, en los diferentes momentos de mi vida, fue dar margen, mediante gestos o
palabrería, a ser considerado un oportunista, un "realista", "un
hombre con los pies sobre la tierra", o uno de esos
"equilibristas" que están siempre "sobre el muro" a la
espera de saber cuál será la onda que se hará poder.
Lo que siempre rechacé deliberadamente, en nombre del respeto
mismo a la libertad, fue su distorsión en libertinaje. Lo que siempre busqué fue
vivir en plenitud la relación tensa, contradictoria y no mecánica, entre autoridad
y libertad, en el sentido de asegurar el respeto entre ambas, cuya ruptura
provoca la hipertrofia de una o de otra.
Es interesante observar cómo, de manera general, los
autoritarios consideran, con frecuencia, el respeto indispensable a la libertad
como expresión de espontaneísmo incorregible y los libertinos descubren
autoritarismo en toda manifestación legítima de autoridad. La posición más
difícil, indiscutiblemente correcta, es la del demócrata, coherente con su
sueño solidario e igualitario, para quien no existe autoridad sin libertad ni
ésta sin aquélla.
Extraído de
Título: Pedagogía de la
autonomía
Autor: Paulo Freire
Año de la publicación: 2004
1 comentario:
Carissimo Paulo Freire,
io Le scrivo in italiano, perché anche se parlo spagnolo, mi costa troppa fatica scriverlo senza fare errori. Sono convinto che Lei e i Suoi seguitori mi capirete lo stesso.
Il suo articolo lo condivido in toto. Io insegno presso le università di Graz e di Vienna da anni e lavoro con giovani. In sostanza, formo anche molti giovani professori austriaci, quello che Lei così chiaramente dice, lo predico anch'io ai miei giovani studenti e futuri colleghi da anni. Ciò nonostante, spesso vedo che questa "scuola di pensiero" (modo di fare, se vuole) è vista e interpretata addirittura come pericolosa e sovversiva. Il mondo degli insegnanti conosce solo due modi, ahimè, quello autoritario e liberticida e quello iper-libertario.
Ho condiviso sul mio face-book il Suo articolo. Lo proporrò come riflessione da fare alla prima occasione ai miei giovani studenti. La ringrazio per aver espresso con parole chiare e semplici quello che dovrebbe essere sempre un atteggiamento dell'insegnante (dall'asilo infantile: "la guarderia", all'università). Muchas Gracias y … distinti saluti da Vienna
Fausto De Michele (fausto.de.michele@univie.ac.at)
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