Frente
a una invasión del lenguaje audiovisual, cargado de intenciones no siempre
confesables, la lectura se presenta como una isla en un mar tempestuoso ¿Cuál
es la importancia de leer? Nada mejor que los textos de Freire para contestar
esa pregunta. Los siguientes párrafos fueron extraídos de la revista Alas para la Equidad Nro 34.
La importancia del acto de leer
Para Freire, el
auténtico acto de leer era un proceso dialéctico que sintetiza la relación
existente entre conocimiento transformación del mundo y
conocimiento-transformación de nosotros mismos. Así, leer es pronunciar el
mundo, es el acto que permite al hombre y a la mujer tomar distancia de su
práctica para conocerla críticamente y, por lo tanto, transformarla. He aquí
algunos fragmentos de su texto La importancia de leer y el proceso de
liberación.
Al intentar escribir
sobre la importancia del acto de leer, me sentí llevado -y hasta con gusto- a
“releer” momentos de mi práctica, guardados en la memoria, desde las
experiencias más remotas de mi infancia, de mi adolescencia, de mi juventud, en
que la importancia del acto de leer se vino constituyendo en mí. […] La vuelta a
la infancia distante, buscando la comprensión de mi acto de “leer” el mundo
particular en que me movía -y hasta donde no me está traicionando la memoria- me
es absolutamente significativa. En este esfuerzo al que me voy entregando,
recreo y revivo, en el texto que escribo, la experiencia en el momento en que
aún no leía la palabra. Me
veo entonces en la casa mediana en que nací en Recife, rodeada de árboles,
algunos de ellos como si fueran gente, tal era la intimidad entre nosotros; a
su sombra jugaba y en sus ramas más dóciles a mi altura me experimentaba en
riesgos menores que me preparaban para riesgos y aventuras mayores. La vieja
casa, sus cuartos, su corredor, su sótano, su terraza -el lugar de las flores
de mi madre-, la amplia quinta donde se hallaba, todo eso fue mi primer mundo.
En él gateé, balbuceé, me erguí, caminé, hablé. En verdad, aquel mundo especial
se me daba como el mundo de mi actividad perceptiva, y por eso mismo como el
mundo de mis primeras lecturas. Los “textos”, las “palabras”, las “letras” de
aquel contexto -en cuya percepción me probaba, y cuanto más lo hacía, más
aumentaba la capacidad de percibir- encarnaban una serie de cosas, de objetos,
de señales, cuya comprensión yo iba aprendiendo en mi trato con ellos, en mis
relaciones con mis hermanos mayores y con mis padres.
Los “textos”, las
“palabras”, las “letras” de aquel contexto se encarnaban en el canto de los
pájaros: el del sanbaçu, el del olka-procaminho-quemvem, del bem-te-vi, el del
sabiá; en la danza de las copas de los árboles sopladas por fuertes vientos que
anunciaban tempestades, truenos, relámpagos; las aguas de la lluvia jugando a
la geografía, inventando lagos, islas, ríos, arroyos. […] La “lectura” de mi
mundo, que siempre fundamental para mí, no hizo de mí sino un niño anticipado
en hombre, un racionalista de pantalón corto. La curiosidad del niño no se iba
a distorsionar por el simple hecho de ser ejercida, en lo cual fui más ayudado
que estorbado por mis padres. Y fue con ellos, precisamente, en cierto momento de
esa rica experiencia de comprensión de mi mundo inmediato, sin que esa
comprensión significara animadversión por lo que tenía encantadoramente
misterioso, que comencé a ser introducido en la lectura de la palabra. El
desciframiento de la palabra fluía naturalmente de la “lectura” del mundo
particular. No era algo que se estuviera dando supuesto a él. Fui alfabetizado en
el suelo de la quinta de mi casa, a la sombra de los mangos, con palabras de mi
mundo y no del mundo mayor de mis padres. El suelo mi pizarrón y las ramitas
fueron mis tizas. […] La lectura de la palabra, de la frase, de la oración,
jamás significó una ruptura con la “lectura” del mundo. Con ella, la lectura de
la palabra fue la lectura de la “palabramundo”. […]
Algún tiempo después,
como profesor de portugués, en mis 20 años, viví intensamente la importancia
del acto de leer y de escribir, en el fondo imposibles de dicotomizar, con
alumnos de los primeros años del entonces llamado curso secundario. La
conjugación, la sintaxis de concordancia, el problema de la contradicción, la
enciclisis pronominal, yo no reducía nada de eso a tabletas de conocimientos que
los estudiantes debían engullir. Todo eso, por el contrario, se proponía a la
curiosidad de los alumnos de manera dinámica y viva, en el cuerpo mismo de
textos, ya de autores que estudiábamos, ya de ellos mismos, como objetos a
desvelar y no como algo parado cuyo perfil yo describiese. Los alumnos no
tenían que memorizar mecánicamente la descripción del objeto, sino aprender su
significación profunda. Sólo aprendiéndola serían capaces de saber, por eso, de
memorizarla, de fijarla. La memorización mecánica de la descripción del objeto
no se constituye en conocimiento del objeto. Por eso es que la lectura de un
texto, tomado como pura descripción de un objeto y hecha en el sentido de
memorizarla, ni es real lectura ni resulta de ella, por lo tanto, el
conocimiento de que habla el texto. […]
La lectura del mundo
precede siempre a la lectura de la palabra y la lectura de ésta implica la
continuidad de la lectura de aquél. En la propuesta a que hacía referencia hace
poco, este movimiento del mundo a la palabra y de la palabra al mundo está
siempre presente. Movimiento en que la palabra dicha fluye del mundo mismo a
través de la lectura que de él hacemos. De alguna manera, sin embargo, podemos
ir más lejos y decir que la lectura de la palabra no es sólo precedida por la
lectura del mundo sino por cierta forma de “escribirlo” o de “rescribirlo”, es
decir, transformarlo a través de nuestra práctica consciente. Este movimiento
dinámico es uno de los aspectos centrales, para mí, del proceso de
alfabetización. De ahí que siempre haya insistido en que las palabras con que
organizar el programa de alfabetización debían provenir del universo vocabular
de los grupos populares, expresando su verdadero lenguaje, sus anhelos, sus
inquietudes, sus reivindicaciones, sus sueños. […] La importancia del acto de
leer implica siempre percepción crítica, interpretación y “reescritura” de lo
leído. […]
Fragmentos tomados de
Freire, Paulo (1991), La importancia de leer y el proceso de liberación,
México, Siglo XXI Editores.
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