La transformación
educativa en América Latina siguió una secuencia uniforme, comenzando con una
mayor autonomía escolar ¿Bajo qué criterio se la aplicó? ¿La mayor autonomía
sirve de remedio para la inequidad? ¿Qué secuencias seguir para que no se
convierta en un “salto al vacío”? ¿Cuál es la importancia de “Aprender a
aprender” en la Educación del futuro? ¿En ese contexto, cuál es el rol del
maestro?
Entre todas las secuencias posibles para los procesos de
transformación educativa, los países de la región han elegido empezar por el
cambio institucional. En términos más concretos, la opción ha sido comenzar por
implementar procesos de descentralización y, en algunos casos, de mayor
autonomía a las escuelas.
La descentralización y la mayor autonomía a las
instituciones escolares han sido históricamente reivindicadas por los
educadores y los movimientos pedagógicos orientados a lograr mayor nivel de
libertad de los actores del proceso educativo para innovar, para construir
opciones curriculares y para adecuarse a la diversidad social y cultural de los
alumnos.
Pero esta tradición pedagógica fue perdiendo importancia y
en la década del ochenta la descentralización fue promovida desde una
perspectiva administrativa y presupuestaria, donde los objetivos fundamentales
fueron la necesidad de reducir el gasto público, de utilizarlo de manera más
eficiente y el debilitamiento del poder de negociación de los sindicatos
docentes a través de la fragmentación de los ámbitos de negociación. El debate
acerca de los procesos de descentralización es intenso y bien conocido y no es
éste el lugar para referirse a este problema. El punto que interesa destacar
aquí es que en América Latina se trabajó sobre la base de una hipótesis acerca
de la secuencia del cambio educativo según la cual era necesario comenzar por
el cambio institucional y luego seguir por cambios en las otras áreas:
contenidos curriculares, métodos pedagógicos, formación docente, equipamiento
de las escuelas, condiciones de trabajo de los docentes, etcétera.
A pesar de la enorme diversidad de situaciones existentes en
la región, esta secuencia fue adoptada casi universalmente, tanto entre países
como en el interior de cada uno de ellos. Se podría postular, en consecuencia,
que existió un grado de uniformidad excesiva en las secuencias de cambio
educativo, que ha provocado varios fenómenos, entre los cuales se pueden
señalar al menos los dos siguientes:
a) En primer lugar, la reforma institucional puso el acento
en los aspectos de gestión y procedimientos. Este énfasis es muy importante,
particularmente en una región como América Latina, donde hay serias carencias
en la gerencia de políticas públicas.
Pero después de varios años de aplicación de estas
estrategias, se estaría produciendo un fenómeno de falta de sentido por parte
de algunos de los actores responsables de la gerencia de los procesos de
transformación, particularmente de los cuadros medios y de los docentes. Este
fenómeno ha sido advertido en algunos estudios efectuados sobre los cuadros
medios y superiores de las administraciones educativas locales quienes expresan
dificultades importantes para reflexionar sobre lo que están haciendo, para
proyectarse en el futuro, para anticiparse a determinadas situaciones y para
capitalizar su experiencia. En algunos casos, esta ausencia de sentido también
puede llegar a producirse en los docentes y en determinados sectores de la
opinión pública. En el caso particular de los docentes, la ausencia de
información o de comprensión acerca del sentido del proceso global de cambio
provoca un fenómeno según el cual la transformación está asociada
fundamentalmente a la idea de pérdida y a sentimientos de inseguridad y de
incertidumbre sobre el futuro.
b) La definición de cualquier secuencia siempre supone dar
prioridad a determinados aspectos y postergar otros. La secuencia, por lo
tanto, implica demorar la satisfacción de determinadas demandas y relegar a los
sectores vinculados a dichas demandas. En este sentido, la prioridad a los
aspectos institucionales parece haber postergado excesivamente la atención a
los aspectos pedagógicos y al actor principal de dicho proceso, los docentes.
La reforma institucional crea el espacio para que se produzcan cambios
pedagógicos, tales como la definición de proyectos institucionales, la
expansión de la capacidad de innovar, la mayor diversidad de procesos
pedagógicos adaptados a la diversidad social y cultural de la población. Sin
embargo, la experiencia está mostrando que el cambio institucional es necesario
pero no suficiente para el cambio pedagógico.
En este sentido, es preciso señalar que el momento más
adecuado para otorgar mayor autonomía a los establecimientos o para introducir
determinados incentivos o instrumentos de mejoramiento de la calidad como la
evaluación de resultados no es el mismo en contextos de mayor o de menor nivel
de desarrollo. En definitiva, en contextos de pobreza no está plenamente
confirmada la hipótesis según la cual otorgar mayor autonomía a los actores
locales sea un efectivo mecanismo de dinamización. En estos contextos, la
autonomía otorgada a los establecimientos no está solamente asociada al
problema de la diversidad, sino también al de la desigualdad. Mayor
autonomía sin mecanismos apropiados para enfrentar el problema de la
desigualdad frente a las variables socioeconómicas que afectan al rendimiento
escolar puede no sólo ser ineficaz para resolver el problema sino agravarlo aún
más.
Desde este punto de vista, en consecuencia, el dilema que
enfrentan las políticas de descentralización y de mayor autonomía para las
instituciones es el de su operacionalización. ¿Cuál es el momento oportuno y/o
cuáles son los requisitos que deben existir para que la decisión de otorgar
autonomía no sea un salto al vacío? ¿Es posible y aconsejable dar autonomía en
todas las actividades al mismo tiempo o es mejor hacerlo gradualmente y por
sectores? ¿Cuál debe ser el papel de la administración central en este proceso?
Parecería necesario, en consecuencia, reflexionar acerca de
la posibilidad de manejar secuencias diferentes y de presentar estas secuencias
ante los diferentes actores. Ser consciente de la secuencia significa ser
consciente del sentido de los cambios. Este grado de conciencia es fundamental
para provocar adhesión, ya que sin adhesión por parte de los actores será
difícil obtener mejores resultados.
En este sentido, es preciso reconocer que buena parte de las
discusiones que tuvieron lugar en las últimas décadas acerca de los procesos de
transformación educativa desconocieron, subestimaron o simplemente concibieron
en forma retórica el papel de los docentes quienes, en general, fueron
subestimados o simplemente considerados como un insumo más del proceso
pedagógico.
Si bien la validez de estos enfoques puede, eventualmente,
ser discutida en el contexto de las estrategias educativas del pasado, todo
indica que resulta imposible mantener los con respecto al futuro. Tanto desde
el punto de vista estrictamente pedagógico, como desde el punto de vista de la
organización institucional de las actividades educativas, el docente estará
llamado a jugar un papel central en las transformaciones educativas del futuro.
Desde el punto de vista pedagógico, el reciente informe de la Comisión Internacional
de la Educación para el siglo XXI, presidida por el Sr. Jacques Delors
(Unesco), definió como uno de los objetivos centrales para la educación del
futuro el aprender a aprender. Ya no se trata simplemente de aprender
determinado cuerpo de conocimientos e informaciones sino de aprender los
mecanismos, las operaciones, los procedimientos que permitan actualizar
nuestros conocimientos a lo largo de toda la vida. El desarrollo de la
capacidad de aprender implica, como veremos más adelante, disponer de amplias
posibilidades de contactos con docentes que actúen como guías, como modelos,
como puntos de referencia del proceso de aprendizaje. Nadie desconoce, por
supuesto, que el actor central del proceso de aprendizaje es el alumno; pero la
actividad del alumno requiere una guía experta y un medio ambiente estimulante
que sólo el docente y la escuela pueden ofrecer.
Desde el punto de vista institucional, a su vez, las
experiencias recientes están demostrando que las reformas no podrán avanzar en
forma significativa sin una política integral dirigida al personal docente. En
términos generales, estas experiencias tienden a demostrar que la autonomía
institucional exige, como condición necesaria para su realización, un nivel de
profesionalismo significativamente más alto y distinto del actual, por parte
del personal docente en todas sus categorías.
Los pronósticos acerca de la importancia creciente que
asumirá la función de aprender a aprender en la educación del futuro se basan
en dos de las características más importantes de la sociedad moderna:
(i) la significativa velocidad que ha adquirido la
producción de conocimientos y
(ii) la posibilidad de acceder a un enorme volumen de
información.
A diferencia del pasado, los conocimientos e informaciones
adquiridos en el período de formación inicial en las escuelas o universidades
no permitirán a las personas desempeñarse por un largo período de su vida
activa. La obsolescencia será cada vez más rápida, obligan do a procesos de
reconversión profesional permanente a lo largo de toda la vida. Pero además de la
significativa velocidad en la producción de conocimientos, también existe ahora
la posibilidad de acceder a una cantidad enorme de informaciones y de datos que
nos obligan a seleccionar, a organizar, a procesar la información, para que
podamos utilizarla.
En estas condiciones, y para decirlo rápidamente, la
educación ya no podrá estar dirigida a la transmisión de conocimientos y de
informaciones sino a desarrollar la capacidad de producirlos y de utilizarlos.
Este cambio de objetivos está en la base de las actuales tendencias
pedagógicas, que ponen el acento en los fenómenos metacurriculares. David
Perkins, por ejemplo, nos llama la atención acerca de la necesidad de
distinguir dos tipos de conocimientos: los de orden inferior y los de orden
superior. Los primeros son los conocimientos sobre determinadas áreas de la realidad. Los de
orden superior son conocimientos sobre el conocimiento. El concepto de
metacurrículum se refiere precisamente al conocimiento de orden superior:
conocimientos acerca de cómo obtener conocimientos, de cómo pensar
correctamente, de nociones tales como hipótesis y prueba, etcétera.
Si el objetivo de la educación consiste en transmitir estos
conocimientos de orden superior, el papel de los docentes no puede seguir
siendo el mismo que en el pasado. Su función se resume, desde este punto de
vista, en la tarea de enseñar el oficio de aprender, lo cual se contrapone al
actual modelo de funciona miento de la relación entre profesor y alumno, donde
el alumno no aprende las operaciones cognitivas destinadas a producir más
conocimiento sino las operaciones que permiten triunfar en el proceso escolar.
En el modelo actual, el oficio de alumno está basado en una dosis muy alta de
instrumentalismo, dirigido a obtener los mejores resultados posibles de acuerdo
con los criterios de evaluación, muchas veces implícitos, de los profesores.
¿En qué consiste el oficio de aprender? Al respecto, es
interesante constatar que los au tores que están trabajando sobre este
concepto evocan la metáfora del aprendizaje tradicional de los oficios, basado
en la relación entre el experto y el novicio. Pero a diferencia de los oficios
tradicionales, lo que distingue al experto del novicio en el proceso de
aprender a aprender es la manera como encuentran, retienen, comprenden y operan
sobre el saber, en el proceso de resolución de un determinado problema.
A partir de esta pareja "experto-novicio", el
papel del docente se define como el de un
''acompañante cognitivo". En el proceso clásico de
aprendizaje de determinados oficios, el procedimiento utilizado por el maestro
es visible y observable. El maestro muestra cómo se hacen las cosas. En el
aprendizaje es colar, en cambio, estos procedimientos están ocultos y el
maestro debe ser capaz de exteriorizar un proceso mental generalmente
implícito. El "acompañante cognitivo" debe, por ello, desarrollar una
batería de actividades destinadas a hacer explícitos los comportamientos
implícitos de los expertos, de manera tal que el alumno pueda observarlos, compararlos
con sus propios modos de pensar, para luego -poco a poco ponerlos en práctica
con la ayuda del maestro y de los otros alumnos.
En síntesis, pasar del estado de novicio al estado de
experto consiste en incorporar las operaciones que permiten tener posibilidades
y alternativas más amplias de comprensión y solución de problemas.
El concepto de "acompañante cognitivo" permite
apreciar los cambios en el rol del maestro o del profesor como modelo. En el
esquema clásico de análisis de la profesión docente, el perfil
"ideal" del docente era definido a partir de rasgos de personalidad
ajenos a la práctica cotidiana de la enseñanza. En este nuevo enfoque, en cambio, el
docente puede desempeñar el papel de modelo desde el punto de vista del propio
proceso de aprendizaje.
La modelización del docente consistiría, de acuerdo con este
enfoque, en poner de manifiesto la forma en que un experto desarrolla su
actividad, de manera tal que los alumnos puedan observar y construir un modelo
conceptual de los procesos necesarios para cumplir con una determinada tarea.
Se trata, en consecuencia, de exteriorizar aquello que habitualmente es tácito
e implícito.
Extraído de
Educar en la sociedad del conocimientoJuan Carlos Tedesco
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