La burocratización, en su relación con los procesos
educativos, es criticada por su estructura y por las formas como procede al
momento de tomar de decisiones, casi siempre de manera unilateral, colocando a
los profesores en posiciones de dependencia con respecto al pensamiento
hegemónico dominante, proporcionando prácticas o “modelos” a seguir. Por tanto, se convierte, en un primer
desafío para el profesor, asumir la escuela, no como un espacio de reproducción
de las relaciones existentes en la sociedad, sino como una plataforma en la que
la sociedad puede proyectar transformaciones estructurales en bien de la
colectividad, la escuela funciona dentro y más allá de ella, de forma
simultánea transformando la sociedad.
Otro desafío para el profesor consiste en asumir una
racionalidad crítica de emancipación, la cual se logra con el develamiento de
estructuras de dominación e ideológicas provenientes de autoridades externas
sobre el currículo. De lo que se trata es de asumir procedimientos dialécticos,
de pensar auto reflexivamente, de develar los intereses económicos y luchar por
los intereses de los más débiles dentro de la vida en la escuela, con el
propósito no ya de interpretar la educación, sino de transformarla (Kemmis).
Por ello se requiere el desarrollo de una práctica reflexiva, consciente y
critica de los profesores.
Guiados por una concepción del currículo como praxis, en el
que se asume la teoría crítica y los procesos de empoderamiento sobre los
problemas reales y cotidianos de la existencia (Grundy) potenciando el poder,
la política y la emancipación en la escuela. La escuela tiene una función de
retroalimentación de los procesos democráticos y de establecimiento de los
mismos, así como de otorgamiento de contenido de las esferas públicas, privadas
e intimas. Esto significa:
[...] cobrar
conciencia del hecho de que la polis somos también nosotros y que su destino
depende también de nuestra reflexión, de nuestro comportamiento y de nuestras
decisiones (Castoriadis).
El profesor emerge como un intelectual transformativo
(Giroux), que aprende y enseña a través de la práctica curricular, contextual y
educativa. Por tanto, la formación ciudadana del profesor es quizá el nuevo
centro político y social que asume la teoría crítica. Ya que representa la
mediación y las posibles continuidades entre concepción curricular,
dispositivos pedagógicos y gobierno escolar, etc., Así mismo, una posición
ética que posibilite en los profesores el desarrollo de su lenguaje y de sus
prácticas que, emergiendo de su realidad y volviéndose hacia ella, perfile
conjeturas, diseños y acciones, como camino de invención de nuevas ciudadanías
(Castoriadis).
En los procesos de formación ciudadanía, se reinventan lazos
sociales, nuevas solidaridades, modos de hacer, de pensar y de actuar en el
mundo social y político, tanto en la escuela como en el contexto local. Esto
implica la utilización del medio social como fuente que retroalimenta el
capital cultural y social, y favorece prácticas sociales antagonistas y
agonistas. En el desarrollo de la práctica y de su reflexión, el profesor puede
organizarse, relacionarse, informarse, estudiar, participar, entre otras cosas.
De esta manera, estará mejor preparado para operar en las prácticas sociales y
políticas de la escuela, repropiándose del saber y del poder de nuevas
subjetividades excluidas, reordenando límites entre trabajo y existencia
social, entre vida comunitaria y vida individual, redimensionando la cooperación,
la productividad social y la administración colectiva.
Así, pues, los procesos externos e internos de los
profesores constituyen, algunas causas y efectos múltiples de las prácticas
educativas, sus juegos discursivos y sus relaciones sociales; así como también
sus propios procesos cognitivos. Se necesita impactar positivamente la
identidad colectiva de los profesores, es decir, aquella composición relativa a
la pertenencia a una comunidad, que se conforma como entidad política, que
habría de ser flexible y permeable, y que se relaciona con los movimientos
sociales como dimensión instituyente y fáctica; la democracia posibilita un
ideal constructivo de la ciudadanía como forma de gobernabilidad y el
reconocimiento de la ciudadanía a que tienen derecho las colectividades humanas
que, a la manera de pequeños grupos, se encuentran integrados por determinadas
creencias y prácticas religiosas y sociales.
Es indispensable ir constituyendo otras gobernabilidades
que, conjugando la posición ética y la puesta en marcha de nuevos procesos
políticos, establezcan aspiraciones sociales, brinden dignidad y derechos a las
personas y tengan responsabilidad social. De esta manera, se pueden revisar y
transformar, en coherencia con estas nuevas realidades, las prácticas pedagógicas,
curriculares y didácticas en la escuela, y las acciones educativas y
formativas, analizando hasta qué punto están relacionadas con situar a la
ciudadanía como una construcción histórica y con el hecho de proporcionar las
bases para producir formas de representación social y conocimientos
individuales y colectivos.
Ideas Finales
La perspectiva del profesor con las características
fundamentales de compromiso social y cultural, unido al cuestionamiento sobre
su propia práctica, el estudio de la enseñanza y unido también a los procesos
de transformación, son maneras efectivas de lograr la participación crítica y
ciudadana del profesor. Podría sostenerse que la acción emancipadora, el manejo
de las contradicciones y las estrategias de intervención y empoderamiento,
logran procesos colectivos en la educación.
El currículo, además de pensarse desde las áreas
obligatorias que señalan los sistemas educativos y las disciplinas que las
sustentan, tendría que pensarse desde las múltiples interacciones y cruces
vitales, conceptuales y simbólicos que coexisten en los ciudadanos que
participan en la educación, en y para la democracia. La
propuesta consiste en que los profesores y los estudiantes quieran darse la
oportunidad de ser sujetos que se piensen educativamente con sentido social,
histórico y cultural. Para ello, habría que partir de reconocer que tal como
señala Kemmis, los únicos modos de saber legítimo y valioso socialmente “no son
sólo los académicos”, sino que hay otros saberes populares que están fuera de
la escuela, en las comunidades y movimientos sociales y culturales que los
estudiantes pueden beneficiarse.
Se trataría de que los profesores y la comunidad educativa
negocien y delimiten simbólicamente un territorio, tomando en consideración la
multiplicidad de actores y contextos que pueden entrar a ser parte de él. Sin
embargo, hay que tener claro que la formación de ciudadanos no es
responsabilidad exclusiva de la escuela; se requiere desarrollar los procesos
educativos en estrecha relación con la cultura y con otros agentes culturales.
De esta forma, se impone la necesidad de generar interacciones, acortar
distancias entre el currículo oficial y el currículo oculto y evidenciar
enriquecimientos entre la vida escolar y la vida cotidiana.
Autores
Ruth Elena Quiroz Posada, Profesora asociada de la
Universidad de Antioquia, Doctora en Ciencias Pedagógicas y coordinadora del
Grupo de Investigación COM-PRENDER, Didáctica de Ciencias Sociales y Nuevas
ciudadanías.
Alejandro Mesa Arango, Profesor titular de la Escuela de
Microbiología Universidad de Antioquia, candidato a Doctor en Educación en la
línea de Formación ciudadana y miembro del Grupo de Investigación Comprender.
En CURRÍCULO CRÍTICO EN LA FORMACIÓN CIUDADANA
EDUCERE • Artículos Arbitrados
1 comentario:
Felicidades, te hemos otorgado el Premio Liebster Award, te dejo el enlace para que lo mires, un abrazo.
http://anticrisis2013.blogspot.com.es/2013/05/capitulo-clxviii-premio-liebster-award.html
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