domingo, 5 de abril de 2015

Hacia la decolonialidad del poder, del saber, del ser y de la naturaleza en el campo del “desarrollo internacional”


¿En qué consiste la “Colonialidad”? ¿A qué apunta la “Decolonialidad”? ¿De qué se trata la “Colonialidad del poder”? ¿Cuál es la función legitimadora del saber? ¿Cuál es el sentido de la Colonialidad del ser? ¿Cómo se expresa la “Colonialidad de la naturaleza”? ¿Qué rol desempeñan los sistemas educativos?

El Banco Mundial, el “Vaticano del desarrollo internacional”, fue el heredero tanto de los discursos coloniales, sobre lo que vendría a ser conocido como “países del Tercer Mundo”, como de funcionarios de las antiguas administraciones coloniales que estaban desapareciendo. (Ribeiro)

[…] la anarquía económica de la sociedad capitalista, tal como existe hoy, es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal. (Einstein)

Los conceptos de colonialidad y decolonialidad transcienden los conceptos de colonización y descolonización, facilitando insurgencias políticas y epistémicas que emergen principalmente en América Latina. El “colonialismo” se refiere a la colonización territorial por imperios de Europa occidental con la conquista del “Nuevo Mundo”. Por lo tanto, la “descolonización” fue el proceso político realizado para poner fin a esta colonización —posesión— territorial iniciada en 1492 para viabilizar la expansión del capitalismo emergente. Sin embargo, simultáneamente hubo otro tipo de colonización: del poder, del saber, del ser y de la naturaleza. “Colonialidad” es el concepto que traduce este tipo de colonización, que sobrevivió a la colonización territorial y condiciona la geopolítica internacional y las relaciones intrarregionales en el mundo, como se tuvieran validad universal, a pesar de que fue concebida desde una realidad muy particular, los centros de poder/saber, para ser impuesta en diferentes contextos, impidiéndonos de aprender, inventando desde lo local, para que pereciéramos imitando desde lo global (Mignolo).

Pensadores desobedientes de América Latina han concebido la colonialidad como el otro lado —oculto— de la modernidad occidental que instituyó y todavía sostiene, desde la conquista, los patrones de poder sobre la raza, el saber, el ser y la naturaleza. Por eso, la descolonización significó el proceso de superación de la colonización territorial —posesión colonial— mientras que la “decolonialidad” significa el proceso cultural de superación de la colonialidad del poder, del saber, del ser y de la naturaleza. La decolonialidad es una especie de descolonización —ontológica, epistemológica, metodológica y axiológica— cultural que rompe con las cadenas mentales (culturalmente invisibles) que nos mantienen rehenes de la visión y pensamiento —eurocéntricos/norteamericanos— que “naturalizan” los varios patrones globales de poder que operan sobre la raza, el saber, el ser y la naturaleza. Es la coordinadora del doctorado en estudios culturales, de la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador, quien nos aclara la emergencia y relevancia de la perspectiva decolonial:

Un punto de partida […] se encuentra en los orígenes y el desarrollo de la modernidad y en el colonialismo y el capitalismo como sus partes constitutivas. Entendemos modernidad no como fenómeno intraeuropeo sino desde su dimensión global, vinculada con la hegemonía, periferización y subalternización geopolítica, racial, cultural y epistémica que la modernidad ha establecido desde la posición de Europa como centro. La colonialidad es el lado oculto de la modernidad, lo que articula desde la conquista los patrones de poder desde la raza, el saber, el ser y la naturaleza de acuerdo con las necesidades del capital y para el beneficio del blanco-europeo como también de la élite criolla. La modernidad/colonialidad […] sirve, por un lado, como perspectiva para analizar y comprender los procesos, las formaciones y el ordenamiento hegemónicos del proyecto universal del sistema-mundo [moderno/ colonial] y, por otro lado, para visibilizar, desde la diferencia colonial, las historias, subjetividades, conocimientos y lógicas de pensamiento y vida que desafían esta hegemonía. Dentro de la colonialidad podemos distinguir [4] esferas […] de operación que, a partir de su articulación, contribuyen a mantener la diferencia colonial y la subalternización: [el poder, el saber, el ser y la naturaleza]. (Walsh)

La decolonialidad desvela la génesis histórica de las premisas modernas, la intención política de los actores que crearon, diseminaron y se beneficiaron de dichas premisas, el lugar geográfico desde el cual dichos actores enunciaron sus verdades y los procesos institucionales a través de los cuales éstas fueron diseminadas, penetraron y todavía domestican nuestro imaginario, pautando la mayoría de nuestras decisiones y acciones. Para realizar una decolonialidad del poder, del saber, del ser y de la naturaleza, un camino efectivo es romper con la “educación para el desarrollo” y construir una “educación para la vida”, a partir de una pedagogía decolonial que desarrolle la “descolonización ontológica, epistemológica, metodológica y axiológica” necesaria para formar ciudadanas y ciudadanos que piensen crítica, creativa y propositivamente. La educación (neo)colonial (de)forma seguidores de caminos, receptores de respuestas concebidas por los “superiores” para memorización por los “inferiores”, rehenes de la colonialidad del poder, del saber, del ser y de la naturaleza.

La colonialidad del poder
América se ha revelado siempre y sigue revelándose impotente en lo físico como en lo espiritual. Estos pueblos de débil cultura perecen cuando entran en contacto con pueblos de cultura superior y más intensa. Los americanos viven como niños que se limitan a existir, lejos de todo lo que signifique pensamientos y fines elevados. (Hegel )

Es necesario […] aceptar como principio y punto de partida el hecho de que existe una jerarquía de razas y civilizaciones, y que nosotros pertenecemos a la raza y a la civilización superior. La legitimación básica de la conquista de pueblos nativos es la convicción de nuestra superioridad, no simplemente nuestra superioridad mecánica, económica y militar, sino nuestra superioridad moral. Nuestra dignidad se basa en esta calidad, y ella funda nuestro derecho de dirigir el resto de la humanidad. (Jules Harmand)

Quijano nos brinda con su concepto de colonialidad del poder, que expresa la estructura global de poder creada por el colonizador para controlar la subjetividad de los pueblos colonizados. La invasión del imaginario del Otro y su occidentalización se dio a través de un discurso —moderno/colonial— que idealmente destruye el imaginario del Otro, mientras reafirma el propio. En el centro de su núcleo ideológico está la idea de raza. Existen razas superiores e inferiores, lo que da a la raza superior el derecho a la dominación y exige de las razas inferiores la obligación de la obediencia, según el “derecho del más fuerte” criticado por Rousseau. Desde la era colonial hasta hoy, este patrón de poder —que vincula la raza, el control del trabajo, el Estado y la generación de conocimiento— mantiene una jerarquía de identidades sociales con el varón blanco en la cima y los indios y negros en los peldaños finales, mantenidos como identidades homogéneas y negativas (Walsh). Para eso, los imperios antiguos contaron con el apoyo de filósofos, como Immanuel Kant, y de científicos, como Karl von Linnaeus, lo que continúa siendo una práctica de los imperios modernos.

Género original: blanco; Primera raza: muy rubio (Europeos) de frío húmedo; Segunda raza: rojo cobrizo (Americanos [los indígenas de Abya Yala, América]), de frío seco; Tercera raza: negra (Africanos) de calor seco; Cuarta raza: amarillo olivo (Indios [asiáticos]) de calor seco. En países cálidos el ser humano madura antes, pero no alcanza la perfección de las zonas templadas. La humanidad existe en su mayor perfección en la raza blanca. Los negros son inferiores, pero los más inferiores son los pueblos americanos [los indígenas de Abya Yala]. Los […] amarillos son los que tienen una cantidad menor de talento. (Kant)

En la geografía social del sistema capitalista emergente, nace una división racial del trabajo en la cual la esclavitud es la ocupación exclusiva del negro, la servidumbre es la ocupación obligatoria del indígena y el trabajo asalariado es casi un monopolio de los blancos. El Estado moderno hace la gestión de la colonialidad del poder. Así, la colonialidad del poder es una estructura hegemónica global de poder y dominación que articula raza y trabajo, espacios y personas, de acuerdo con las necesidades del capital y para el beneficio de la raza superior. En América Latina, las relaciones, significados y prácticas derivadas del concepto de colonialidad del poder son articulados y promovidos en el discurso del desarrollo reproducido por los sistemas formales de educación, comunicación, cooperación e innovación. Los imperios actuales ya no sienten la necesidad de disfrazar su “agenda oculta”, como los representantes del gobierno de los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX: “Uno de los principales objetivos de nuestro gobierno es asegurar que los intereses económicos de los Estados Unidos se extiendan en una escala planetaria” (Madeleine Albright)

La colonialidad del saber
[…] quisiera empezar con una genealogía del modo como las ciencias comenzaron a pensarse a sí mismas entre 1492 y 1700 […] en esa época […] emerge el paradigma epistémico que todavía es hegemónico en nuestras universidades [ …] durante esta época se produce una ruptura con el modo como la naturaleza era entendida. Si hasta antes de 1492 predominaba una visión orgánica del mundo, en la que la naturaleza, el hombre, el conocimiento formaban parte de un todo interrelacionado […], con la formación del sistema-mundo capitalista y la expansión colonial de Europa esta visión orgánica empieza a quedar subalternizada. Se impuso […] la idea de que la naturaleza y el hombre son ámbitos antológicamente separados, y que la función del conocimiento es ejercer un control racional sobre el mundo […] El conocimiento ya no tiene como fin último […] la comprensión de las “conexiones ocultas” entre todas las cosas, sino la descomposición de la realidad en fragmentos con el fin de dominarla. (Castro-Gómez)

¿Qué es conocimiento? Datos no son información, información no es conocimiento y éste no es sabiduría. “Datos” son símbolos carentes de significado; cuando estos son organizados de forma a compartir mensajes con sentido se transforman en “información”. “Conocimiento” es un estado cambiante de comprensión sobre la naturaleza y dinámica de la realidad, y de aceptación de las verdades constitutivas de dicha comprensión, sobre ciertas relaciones, significados y prácticas, que uno no percibía previamente. Un nuevo saber inspira nuevas decisiones y orienta nuevas acciones vinculadas al tema o a la cuestión sobre el/la cual uno ha construido su nueva comprensión y ha aceptado sus verdades correspondientes. “Sabiduría” sólo se revela en las decisiones que uno toma y en las acciones que uno realiza bajo el conocimiento que dispone. Según un sabio del pueblo Shuar, de la Amazonía ecuatoriana, sabio es aquel que, frente a dos o más opciones en conflicto, cuando una de estas opciones es la vida, decide por la vida. La civilización occidental desarrolló mucha inteligencia pero ninguna sabiduría, porque creó y usó la bomba atómica cuya única función es destruir la vida humana y no humana. La colonialidad del saber establece:

El eurocentrismo como la perspectiva única del conocimiento, la que descarta la existencia y viabilidad de otras racionalidades epistémicas y otros conocimientos que no sean los de los hombres blancos europeos o europeizados. Esta colonialidad del saber es particularmente evidente en el sistema educativo (desde la escuela hasta la universidad) donde se eleva el conocimiento y la ciencia europeos como el marco científicoacadémico-intelectual. También se evidencia en el mismo modelo eurocentrista de Estado-nación, modelo foráneo que define a partir de una sola lógica y modo de conocer y bajo conceptos impuestos y poco afines con la realidad y pluralidad diversas sudamericanas. (Walsh)

Es una geopolítica del conocimiento cuya hegemonía epistemológica surge del singular poder de nombrar por primera vez, crear fronteras, decidir cuáles conocimientos y comportamientos son o no legítimos y establecer una visión de mundo dominante (Castro-Gómez). Dicha concepción es impuesta a los colonizados para subordinar sus culturas y sus lenguas, lo cual es “violencia epistémica” para los que tienen su imaginario invadido y destruido. Para eso, inventaron la ciencia occidental, con el objetivo de crear una justificación científica del mundo y su dinámica, a partir de la visión de mundo del colonizador (Blaut). También para comparar los modos de vida de las varias razas, para justificar la noble misión de los superiores: “civilizar” —occidentalizar— a las inferiores.

La ciencia occidental fue creada para fundar una nueva visión de mundo. La emergencia de esta ciencia gana energía extra en el siglo XVII con Galileo unificando las nociones de física y matemática y proponiendo la experimentación sobre la naturaleza, con Descartes fundando un conocimiento mecanicista y reduccionista, y con Bacon promoviendo el método experimental y la relación del saber con el poder. Apoyados en la razón y la experimentación, los científicos juegan a ser Dios. La naturaleza puede ser controlada cuando expresada matemáticamente en la forma de leyes universales. La ciencia puede descifrar las leyes del funcionamiento de la sociedad y sus instituciones. La legitimación científica del mundo surge desde un punto de vista supuestamente universal, objetivo y neutral, que Santiago Castro-Gómez conceptúa como la hybris del punto cero: “Ubicarse en el punto cero es el comienzo epistemológico absoluto. Equivale a tener el poder de instituir, de representar, de construir una visión sobre el mundo social y natural reconocida como legítima y avalada por el Estado”. El canon, el molde, el modelo, el patrón, el paradigma, en fin, el centro civilizado del mundo es Europa, “superior”, mientras el resto es su periferia, “inferior”.

En América Latina, las relaciones, significados y prácticas que emanan del significado del concepto de colonialidad del saber son articulados en el “discurso del desarrollo” reproducido por sistemas de educación, comunicación e innovación eurocéntricos o centrados en el modelo norteamericano. Globalmente, esta reproducción es realizada por la “cooperación internacional” concebida por la “comunidad internacional”, proceso que cuenta con la creciente participación de la “comunidad financiera” que está emergiendo como actor protagónico en este campo.

La colonialidad del ser
No le basta al colono limitar físicamente el espacio del colonizado; el colono hace del colonizado la quinta esencia del mal. El colonizador desfigura y deforma el imaginario del colonizado. (Fanon)

El proyecto de colonizar a América no tenía solamente significado local. Muy al contrario, éste proveyó el modelo de poder, o la base misma sobre la cual se iba a montar la identidad moderna, la que quedaría, entonces, ineludiblemente ligada al capitalismo mundial y a un sistema de dominación, estructurado alrededor de la idea de raza. Este modelo de poder está en el corazón mismo de la experiencia moderna.

¿Qué es ser “bárbaro”, “primitivo”, “indio”, “negro”, “subdesarrollado” u “oriental”? Con el apoyo de la religión, la ciencia y la educación, la colonización cultural penetró en lo más íntimo reducto del ser y el más sagrado espacio del espíritu, intentando domesticar nuestra voluntad de cambiar al mundo e incluso amputar la voluntad de vivir. La colonialidad del ser, un concepto desarrollado por Maldonado-Torres, es la dimensión ontológica de la colonialidad que se afirma en la violencia de la negación del Otro. El ser europeo, superior, es un ser excluyente, que no incluye la experiencia colonial de la no-Europa. La certidumbre del ego conquiro (yo conquisto) del conquistador (Dussel) precede la certidumbre del ego cogito (yo pienso) de Descartes. Los subalternos viven dominados, sin esperanza, con su vida en peligro constante, sin utopía, sin futuro. La modernidad se consolida como paradigma de la guerra, de la violencia, bajo la cual el Otro es desechable, es un mero objeto de dominio, “recurso” o “capital”, una “cosa” a ser adueñada, apropiada, explotada. La colonialidad del ser “ocurre cuando algunos seres se imponen sobre otros, ejerciendo así un control y persecución de diferentes subjetividades como una dimensión más de los patrones de racialización, colonialismo y dominación” (Walsh). La colonialidad del ser naturaliza la esclavitud y la servidumbre, legitima el genocidio en nombre del progreso y banaliza la violencia, la desigualdad y la injusticia. La colonialidad del ser emerge de la colonialidad del poder manejada por el Estado moderno, y de la colonialidad del saber liderada por la ciencia moderna. El ser europeo emerge junto con la invención del Otro, que puede y debe ser conquistado, domesticado y explotado. Europa creó la modernidad y su otro rostro, la colonialidad, se puso por encima de ella y se autoproclamó modelo perfecto para la humanidad. El Otro del Nuevo Mundo se encuentra en la minoría de edad: la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin el tutelaje del otro. Por ejemplo, así pensaban Sepúlveda, el contradictor de Bartolomé de las Casas, cuando se refirió a los indígenas de América, y Montesquieu, cuando se refirió a los africanos, respectivamente: “Con perfecto derecho, los españoles imperan sobre los bárbaros del Nuevo Mundo e islas adyacentes, habiendo entre ellos tanta diferencia como la que va de monos a hombres” (Sepúlveda). “No se concibe que Dios un ser tan sapientísimo haya puesto un alma en un cuerpo tan negro. Es imposible suponer que tales seres sean humanos” (Montesquieu).

En América Latina, las relaciones, significados y prácticas inspirados en el significado del concepto de colonialidad del ser son articulados y promovidos en el discurso del “desarrollo”, reproducido por los sistemas de educación, comunicación, innovación y cooperación.

La colonialidad de la naturaleza
[…] dijo Dios: Hagamos el hombre a nuestra imagen y semejanza; tenga él dominio sobre los peces del mar, sobre las aves de cielo, sobre los animales domésticos, sobre toda la tierra y sobre todos los reptiles que se arrastran por la tierra. (Génesis)

Descartes, un representante del pensamiento occidental, dice que el hombre es amo y señor de la naturaleza. Es la visión del capital, el crecimiento económico, que rompe la relación del ser humano con la naturaleza y la ve como recurso, como mercancía y privatizable. En cambio, el jefe indígena de Seattle, Estados Unidos, dice algo hermoso: “La humanidad no hizo el tejido de la vida, es sólo una hebra […] y lo que hace con la trama o el tejido se lo hace a sí mismo”. Venimos de ella, vivimos en ella y somos parte de la Pachamama. (Maca)

A partir de la falsa premisa de que el “hombre” creado por Dios para ejercer su dominio sobre la tierra era el “hombre occidental”, los imperios occidentales que adoptaron el emergente sistema capitalista a finales del siglo XIV, redujeron la naturaleza a un depósito de “cosas” (“recursos” naturales en el pasado y “capital” natural en el presente) para su uso caprichoso, irresponsable e insostenible. Separaron el hombre de la naturaleza para que ésta fuera reducida a materia inerte, observable, controlable, predecible y usable. Este proceso continúa en pleno siglo XXI. En la conferencia Rio+20, realizada en Río de Janeiro en 2012, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) otorgó a la “economía verde” el estatus de paradigma de desarrollo como el camino hacia la sostenibilidad del planeta y la erradicación de la pobreza. A través de “inversiones verdes”, el capital reduce la naturaleza a “servicios ambientales” privatizables y a “bio-negocios” o “bio-commodities” (agua, carbono, biomasa). La “economía verde” es apenas el más reciente disfraz del “desarrollo”: el lobo —el capital— se viste con el color de la oveja —la naturaleza— que quiere devorar.

Para posesionarse de la última frontera de la acumulación, la colonialidad de la naturaleza privatiza la vida y mercantiliza la existencia.

La colonialidad de la naturaleza se refiere a la separación entre hombre y naturaleza, tanto bajo la noción esencialista de la naturaleza como “salvaje”, por fuera del dominio humano, como bajo la división binaria cartesiana naturaleza/sociedad. Según Escobar la prevalencia de una percepción esencialista de la naturaleza la convierte en objeto de dominación y, por tanto, de control para su explotación. Para Walsh, la separación cartesiana cultura/naturaleza descarta enteramente la relación milenaria entre los seres humanos y los no humanos, los mundos espirituales y ancestrales, negando incluso la premisa de que los humanos somos parte de la naturaleza, estableciendo el dominio sobre las racionalidades culturales e intentando eliminar y controlar los modos de vida, los sentidos, los significados y las comprensiones de la vida. Como resultado, la colonialidad de la naturaleza es la colonialidad de la vida, que descarta de la esfera de la existencia lo mágico-espiritual-social (Walsh).

Mientras la institucionalización de la dicotomía superior-inferior resultó en la colonialidad de las cuatro dimensiones mencionadas, su implementación necesitó de una “idea” que colonizara las mentes y conquistara los corazones de líderes de todos los continentes, religiones, ideologías y orientación política. La “idea de progreso”, sustituida después de la Segunda Guerra Mundial por la “idea de desarrollo”, ha sido esta idea. Una consecuencia del éxito de dicha idea ha sido la dependencia —de sus promotores— de procesos de corrupción para obtener apoyo de las sociedades usando la mentira como filosofía de negociación pública, la mentira que nutre la cultura del miedo del falso enemigo público número uno de la humanidad: el comunismo en el pasado y el terrorismo después del 11 de septiembre de 2001, así como el miedo de la “pobreza”, “enfermedad social” que sólo ocurre entre los inferiores —bárbaros, salvajes— según la dicotomía superior-inferior. Éste es un orden planificado por el mismo Dios.



Extraído de
LA PEDAGOGÍA DE LA FELICIDAD EN UNA EDUCACIÓN PARA LA VIDA.
El paradigma del “buen vivir”/ “vivir bien” y la construcción pedagógica del “día después del desarrollo”205
José de Souza Silva
En Pedagogías decoloniales
Prácticas insurgentes para resistir (re)existir y (re)vivir
Catherine Walsh editora


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