lunes, 20 de abril de 2015

Profesor investigador

En los siguientes párrafos, el autor explica conceptos freireanos que se presentan muy relacionados entre sí. De esta manera se refiere al Profesor como investigador, lo que lleva a los cambios en Educación, a la relación entre razón y emoción, y la afectividad en la Educación


“Hoy en día se habla insistentemente del profesor investigador. A mi manera de ver, lo que el profesor tiene de investigador no es una cualidad, es una forma de ser o de actuar que se suma a la de enseñar. Forma parte de la naturaleza de la práctica docente de indagar, buscar, investigar. Lo que es indispensable es que en su formación permanente el profesor se perciba y se asuma a sí mismo como investigador por el hecho de ser profesor.” (Pedagogia da autonomia).

Paulo Freire solía reiterar que somos seres incompletos, no terminados, inconclusos. Por eso estamos siempre aprendiendo y pasando por nuevas experiencias que van también interfiriendo en la forma como vemos el mundo. Esto lo deja claro en un intenso diálogo sostenido con el educador estadounidense Myles Horton, transformado en un libro: El camino se hace caminando: conversaciones sobre educación y cambio. Ese libro es el resultado de una conversación entre ambos educadores durante un encuentro caracterizado por el intercambio de experiencias e ideas sobre educación radical y escuelas democráticas.
Para ellos, la educación debe ser libertadora y participativa, debe tratar de crear una nueva sociedad. El tema principal del libro es el cambio. “Mis ideas”, dice Myles Horton, “cambiaron y cambian constantemente y deben cambiar; estoy tan orgulloso de mis inconsistencias como de mis consistencias” (Freire y Horton). Paulo Freire agrega que eso forma parte de la propia “existencia incompleta”: “una de las mejores formas de que la gente trabaje como seres humanos es no saber que somos seres incompletos, pero, a su vez, asumir esa condición. No somos completos, tenemos que adentrarnos en un proceso de búsqueda permanente. Sin eso, moriríamos en vida. Lo cual quiere decir que mantener la curiosidad es absolutamente indispensable para que continuemos siendo o llegando a ser”.

La docencia es una actividad que se basa en preguntas, es por eso que no cae en la rutina, cada día es una sorpresa. Cada día el ser humano es diferente. No entramos dos veces en la misma clase, como diría Heráclito. Yo cambié y mi salón de clase cambió. Por ello, la docencia es, a su vez, una actividad fascinante. Es una actividad de reencantamiento permanente. Hugo Assmann, uno de los primeros biógrafos de Paulo Freire, afirma que el reencantamiento de la educación “requiere la unión entre sensibilidad social y eficiencia pedagógica. Por ende, el compromiso ético-político del docente debe manifestarse principalmente en la excelencia pedagógica y en el aporte para un clima esperanzador en el propio contexto escolar”.

En la docencia ser y saber son inseparables. Nuestra tradición clásica de la educación, sin embargo, evita por todos los medios, conectar nuestros afectos con nuestra razón. Paulo Freire al contrario, defendía una “razón encharcada de emoción”. Insistía mucho en ese punto. La educación no debe ser un proceso de formación de ciudadanos útiles para el estado, el mercado o la sociedad. La educación responde por la creación de la libertad de cada ser, consciente, sensible, responsable, donde razón y emoción están en equilibrio e interacción constante.

Platón fue uno de los primeros filósofos en plantear la relación entre la razón y la emoción en términos opuestos. Según él, el ser humano necesitaba deslastrarse de las pasiones y los placeres. Descartes también dio importancia a la razón al concebirla como base de la existencia: “pienso, luego existo”. Immanuel Kant hizo lo mismo, aunque éste fue aún más radical, en su opinión, las pasiones son consideradas como una “enfermedad”: mientras más enamorados, más infelices, mientras más cultivo la razón más feliz me vuelvo, argumentaba. Felicidad y razón no conviven juntas. Según él, la construcción del conocimiento debería recorrer un camino lleno de infelicidad y sufrimiento.
Haciendo un lado las exageraciones, si la razón y la emoción nos acompañan durante toda la vida, éstas deben convivir en perfecta armonía a fin de forjar conocimiento. Debe existir alguna forma de hacerlas trabajar juntas. Y podríamos, entonces, preguntarnos: ¿Puede el afecto, el sentimiento ayudad a formar las estructuras cognitivas de un niño? Para el psicólogo francés Henri Wallon la respuesta es sí: la emoción es la fuente del conocimiento. La afectividad puede acelerar o retardar el desarrollo intelectual, aunque no sea la causa por la cual se forman las estructuras cognitivas de un niño. La afectividad no es condición insuficiente en la formación de tales estructuras. Estas son independientes del afecto, pero esa independencia no implica que caminen separadas.

Tanto Jean Piaget como Henri Wallon admiten la necesidad de superar la dicotomía entre razón y emoción. Ellos resaltan la importancia del papel de la afectividad en la construcción de conocimientos. Todo conocimiento es siempre un conocimiento cognitivo-afectivo. No existe un conocimiento puramente afectivo o puramente cognitivo. Quien produce conocimiento es un ser humano, un ser de racionalidad y de afectividad. Ninguna de estas características es superior a la otra. Es siempre un sujeto el que construye las categorías del pensamiento a través de sus experiencias con el otro, dentro de un contexto determinado, en un momento determinado. El aspecto afectivo dentro de esta construcción se mantiene constante. De acuerdo con Edgar Morin, “el desarrollo de la inteligencia, el conocimiento y la percepción no se puede desligar del mundo de la afectividad, la pasión, la curiosidad, volviéndose éstas verdaderos puntos de apoyo para las investigaciones filosóficas y científicas. El científico objetivo, serio y calculador es también un ser lleno de sueños, fantasías, impulsos y deseos.”

Una razón omnipotente genera una escuela burocrática y racionalista, incapaz de comprender el mundo de la vida y el ser humano como un todo. Es una escuela dogmática y muerta. Es necesario entender los procesos cognitivos como procesos vitales ya que el intelecto y la sensibilidad son inseparables. Como dice Humberto Maturana, “si queremos entender cualquier actividad humana debemos enfocarnos en la emoción que define el dominio de acciones a través del cual sucede tal actividad y, en ese proceso, aprender a distinguir cuales acciones se esperan de esa emoción”.

La construcción del conocimiento es al mismo tiempo afectiva y social. El conocimiento es una construcción social, estructuralmente vinculada con el colectivo. Humberto Maturana y Francisco Varela nos hablan de la necesidad del “acoplamiento estructural” en la naturaleza necesariamente colectiva de la producción de conocimiento: “si sabemos que nuestro mundo es siempre el mundo que construimos con otros, cada vez que nos encontramos frente a una contradicción u oposición a otro ser humano con quien deseamos convivir, no podremos mantener una actitud tendiente a reafirmar lo que vemos desde nuestra propia perspectiva, pero sí podremos considerar que nuestro punto de vista es resultado de un acoplamiento estructural dentro de un dominio formado por experiencias tan válido como el de nuestro oponente, aunque el de él nos parezca menos deseable. Por ende, tocará buscar una perspectiva más integral, sobre un dominio vivencial en que el otro también tenga lugar y en el cual podamos, junto a él, construir un mundo”. Ese acoplamiento permite tener una visión más completa que permite demostrar lo que hasta para aquel momento era invisible y que ahora es “conocido”, “nacido unido”, de acuerdo con la etimología de la palabra conocido. El mundo que creamos con otros es el que tenemos, concluyen Maturana y Varela. Como dice Paulo Freire en su libro Pedagogía del oprimido “nadie educa a nadie, igual que nadie se educa a si mismo: los hombres se educan en comunión, mediatizados por el mundo.

El conocimiento no guarda relación sólo con los afectos y ni siquiera es sólo social. El conocimiento está conectado con el universo, de cierta forma, se puede decir que es cósmico. Para conocer es necesario saber dónde estamos parados en el universo. Lo que somos y lo que pensamos no está separado del cosmos, de las preguntas: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos? ¿para dónde vamos? Como dice Edgar Morin, la educación “debería mostrar el destino polifacético del humano: el destino de la especie humana, el destino individual, el destino de lo social, el destino de lo histórico, todos entrelazados e inseparables. De esta forma, una de las vocaciones esenciales de la educación del futuro será el examen y el estudio de la complejidad humana, lo que llevaría al asalto del conocimiento, y por ende, de la conciencia, la condición común a todos los humanos y la riquísima y necesaria diversidad de los individuos, los pueblos, las culturas, sobre nuestras raíces como ciudadano de la Tierra”.

En muchos ambientes educativos actuales existe un descontento positivo cada vez mayor con respecto a la visión instrumental iluminista de la razón en detrimento de la afectividad, viendo en ella algo positivo. Esto llevo a que muchos investigadores se interesarán en el estudio de la afectividad en la educación. La educación necesita ser integral, es decir, complementaria a la formación lógico-matemática y cognitiva con la dimensión afectiva. Cuando un niño tiene una relación afectiva positiva con la escuela y siente cariño por el maestro o maestra, puede aprender con mayor facilidad: no se puede separar lo afectivo de lo cognitivo. Cualquier experiencia afectiva negativa en la escuela podría ocasionar muchos fracasos escolares. El hecho de que seamos seres complejos e incompletos obliga a que nuestra educación sea integral y permanente. Como afirma Edgar Morin “el ser humano es un ser racional e irracional, capaz de ser comedido y desmedido, sujeto a la afectividad intensa e inestable. Sonríe, ríe, llora, pero sabe también conocer con objetividad; es serio y calculador, pero también ansioso, angustiado, animado, aturdido, absorto; es un ser de violencia y ternura, de amor y odio, está consciente de la muerte, pero no cree en ella, se aparta del mito y la magia, pero también de la ciencia y la filosofía; los dioses y las ideas son sus dueños, pero duda de los dioses y crítica las ideas; se nutre de conocimientos probados, pero también de ilusiones y quimeras”.

En 1944, cuando Adorno y Horkheimer terminaron su libro Dialéctica de la aclaración, demostraban que, en el capitalismo, el valor de la ciencia pasaba a medirse en base al criterio de utilidad ( razón instrumental): “para Bacon, igual que para Lutero, el placer estéril que el conocimiento proporciona no pasaba de una especie de lujuria”. Adorno y Hirkheimer sostienen que para esa concepción de ciencia “lo que importa no es la satisfacción conocida para los hombres como ‘verdad’, sino la ‘operación’, el procedimiento eficaz”.

Rescatar la visión humanista de la educación frente a su visión instrumental es fundamental en este mundo actual donde predomina el uso cada vez mayor de las tecnologías. Los jóvenes usan la tecnología mucho más para jugar, para divertirse que para establecer vínculos y relaciones de amistad. La escuela debe utilizar la tecnología principalmente para “ofrecer elementos para que los jóvenes tengan acceso a ellas, y que al mismo tiempo, puedan expresarse de manera reflexiva, crítica y lúdica a través de esas nuevas formas de comunicación: multimedia, realidad virtual, internet” (Aparici). Los computadores no son sólo máquinas, son “ordenadores”, como dicen los franceses, son instrumentos o medios de comunicación y de una nueva razón (técnica). Escribir a mano es diferente a escribir en computadora, ésta condiciona incluso nuestra forma de escribir.

La visión iluminista instrumental fue muy criticada por el educador argentino José Tamarit. Básicamente, su perspectiva separa educación, vida y conocimiento. La educación es mucho más de que la simple adquisición de conocimientos y el desarrollo de competencias lógico-lingüísticas. La educación sólo puede ser “un modo de vivir”, afirma Hilton Japiassú, o, como afirma Carlos Rodrigues Brandão “para saber, para hacer, para ser o para convivir, todos los días mezclamos nuestra vida con la educación”.


Autor
Moacir Gadotti
La Escuela y el Maestro
Paulo Freire y la pasión de enseñar


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