En
esta publicación el autor hace referencia a conceptos claves de la pedagogía de
Paulo Freire, como el de “Utopía”, “Autonomía” y “Libertad”, en un contexto de
oposición al avance del neoliberalismo.
Paulo
Freire era también un ser humano que transmitía esperanza. No por terquedad,
sino por “imperativo histórico y existencial”, como afirma en su libro
Pedagogía de la esperanza. Además de la esperanza, cultivó la autonomía.
Autonomía es la capacidad de decidir, de tomar el destino en nuestras propias
manos. Frente a una economía de mercado que invade todas las esferas de nuestra
vida, tenemos que luchar —también por medio de la educación— para crear en la
sociedad civil la capacidad de gobernar y de controlar el desarrollo social
—capacidad esta alternativa al socialismo autoritario. Freire sentía un
verdadero gusto por la democracia. Siempre la trataba con cariño.
Lo
que más le preocupaba en los últimos años era el avance de una globalización
capitalista neoliberal. ¿Por qué Paulo Freire atacaba tanto al pensamiento y a
la práctica neoliberal? Porque el neoliberalismo es completamente opuesto al
núcleo central del pensamiento de Paulo Freire, que es la utopía. Mientras el
pensamiento freireano es utópico, el pensamiento neoliberal aborrece al sueño.
Para Freire, el futuro es posibilidad. Para el neoliberalismo, el futuro es una
fatalidad. El neoliberalismo se presenta como única respuesta a la realidad
actual, descalificando cualquier otra propuesta. Descalifica principalmente al
estado, a los sindicatos y a los partidos políticos. Denuncia a la política
haciendo política.
Paulo
Freire atacaba la ética del mercado sustentada por el neoliberalismo porque
ésta se basa en la lógica del control, y en su lugar, defendía una ética integral
del ser humano. La educación no puede orientarse por el paradigma de la empresa
capitalista que sólo enfatiza la eficiencia. Este paradigma ignora al ser
humano. Para este paradigma, el ser humano funciona únicamente como un mero
agente económico, como un “factor humano”. El acto pedagógico es democrático
por naturaleza, el acto empresarial se orienta por la “lógica del control”. El
neoliberalismo logra naturalizar la desigualdad. Por eso, Paulo Freire llama
nuestra atención hacia la necesidad de que observemos el proceso de
construcción de la subjetividad democrática, mostrando, por el contrario, que
la desigualdad no es natural. Es necesario aguzar nuestra capacidad de sentir
extrañeza. Tenemos que tener cuidado con la anestesia de la ideología neoliberal,
que es fatalista, que vive de un discurso fatalista. Pero no existe una
realidad que sea señora de sí misma. El neoliberalismo se comporta como si la
globalización fuese una realidad definitiva y no una categoría histórica.
La
concepción de mundo de Paulo Freire y su teoría sociopolítico-educativa nos
ayuda no sólo a entender mejor cómo funciona el modelo neoliberal, también nos
ayuda a construir la respuesta necesaria al neoliberalismo. Él defiende una
nueva modernidad cuya racionalidad debe estar “empapada de afectividad”. Contra
el iluminismo pedagógico y cultural que acentúa sólo la adquisición de
contenidos curriculares, Freire realza la importancia de la dimensión cultural
en los procesos de transformación social. La educación es mucho más que la
instrucción. Para ser transformadora —para transformar las condiciones de
opresión—, la educación debe enraizarse en la cultura de los pueblos. La
posmodernidad valoriza, además del saber científico elaborado, el saber
primario, el saber cotidiano. Sostiene que el alumno no diferencia las
significaciones instructivas de las significaciones educativas y cotidianas. Al
incorporar conocimiento, incorpora otras significaciones, por ejemplo: cómo
conocer, cómo se produce el conocimiento y cómo lo utiliza la sociedad... En
fin, el saber cotidiano de su grupo social.
El
tema de la posmodernidad fue tratado varias veces por Paulo Freire,
principalmente en los debates que tuvo con Peter McLaren y Henry Giroux. El
posmodernismo se habría iniciado en 1968, con los movimientos populares de
resistencia política y de crítica cultural, como sostiene Antonio Negri: “es en 1968 cuando se ubica la ruptura de
época entre modernidad y posmodernidad: de hecho, en 1968, la intelectualidad
de masa se mostró, por primera vez, hegemónica, es decir, como constelación
hegemónica en la / de la multitud”. En el libro Pedagogía de la esperanza,
Paulo Freire afirma: “para mí la
posmodernidad está en la forma diferente, substantivamente democrática, de
lidiar con los conflictos, de trabajar la ideología, de luchar por la
superación constante y creciente de las injusticias, y de llegar al socialismo
democrático. Existe una posmodernidad de derecha, pero también existe una
posmodernidad de izquierda, y no como casi siempre se insinúa, cuando se nos
insiste, que la posmodernidad es un tiempo especial en demasía, que suprimió
las clases sociales, ideologías, izquierda y derecha, sueños y utopías”.
Otra
noción desarrollada por Paulo Freire —y que distinguía de toda connotación
neoliberal— fue la noción de calidad. Cuando estuvo en la dirección de la
Secretaría Municipal de Educación de São Paulo nos hablaba de una “nueva
calidad”, una calidad social y política de la educación. Calidad es empeño
ético, alegría de aprender. Para el pensamiento neoliberal, la calidad se
confunde con la competitividad. Los neoliberales niegan la necesidad de la
solidaridad. Sin embargo, las personas no son competentes por el hecho de ser
competitivas, sino porque saben enfrentar sus problemas cotidianos junto con los
demás problemas y no de manera individual.
En
marzo de 1997, un grupo de jóvenes de Brasilia abrió fuego y mato a un indio
pataxó. A Paulo Freire le impresionó mucho este horror y se preguntaba cómo
habíamos llegado a tamaña barbarie. Las causas son múltiples: están los medios
de comunicación, las escuelas, la sociedad… Todos somos responsables. Pero
también está la impunidad que permite, sobre todo a las clases poderosas, hacer
casi todo lo que quieran sin ser castigadas. Rara vez son castigadas. Son pocos
los ricos que están en la cárcel. Por eso tenemos que decir “no puede” sin
tener miedo de ser antidemocráticos. Está lo que se puede hacer y lo que no se
puede hacer. Ante la injusticia, la impunidad y la barbarie, necesitamos una
pedagogía de la indignación. Decir “no” provoca no sólo espanto, sino
conocimiento. El “no” desacomoda, incomoda, desinstala. Nos obliga a
investigar. Decir “no” es afirmarse como “yo”. Es buscar la ética, es valor, es
postura. Paulo Freire nos hablaba con frecuencia de una pedagogía de la
rebeldía.
El
reconocimiento de Paulo Freire fuera del campo de la pedagogía demuestra que su
pensamiento también es transdisciplinario y transversal. La pedagogía es
esencialmente una ciencia transversal. Desde sus primeros escritos consideró
que la escuela es mucho más que las cuatro paredes del salón de clases. Creó el
“círculo de cultura”, como expresión de esa nueva pedagogía que no se reducía a
la noción simplista de “aula”. En la sociedad del conocimiento de hoy en día
esta idea es mucho más verdadera, ya que el “espacio escolar” es mucho más
grande que la escuela. Los nuevos espacios de la formación (medios de
comunicación, radio, TV, video, iglesias, sindicatos, teatros, empresas, ONG,
espacio familiar, Internet...) extendieron la noción de escuela y de salón de
clases. La educación se hizo comunitaria, virtual, multicultural y ecológica, y
la escuela se extendió a la ciudad y al planeta. Hoy en día se piensa en red,
se investiga en red, se trabaja en red, sin jerarquías. La noción de jerarquía
(saber-ignorancia) es altamente apreciada por la escuela capitalista. Por otra
parte, Paulo Freire insistía en la conectividad, en la gestión colectiva del
conocimiento social a ser socializado de forma ascendente. Ya no se trata
únicamente de ver la “ciudad educativa” (Edgar Faure), sino de ver al planeta
como una escuela permanente.
A
Paulo Freire le gustaba la libertad. Esta sería una lectura libertaria. Como
muchos de sus intérpretes afirman, la tesis central de su obra es la tesis de
la libertad-liberación. La libertad es la categoría central de su concepción
educativa desde sus primeras obras. La liberación es el objetivo de la
educación. La finalidad de la educación será liberarse de la realidad opresiva
y de la injusticia. La educación tiene por objetivo la liberación, la
transformación radical de la realidad, para mejorarla, para hacerla más humana,
para permitir que los hombres y las mujeres sean reconocidos como sujetos de su
historia y no como objetos.
La
liberación se sitúa en el horizonte de una visión utópica de la sociedad y del
papel de la educación. La educación, la formación, deben permitir una lectura
crítica del mundo. El mundo que nos rodea es un mundo inacabado y eso implica
la denuncia de la realidad opresiva, de la realidad injusta (inacabada), y, en
consecuencia, la crítica transformadora, el anuncio de otra realidad. El
anuncio es necesario como un momento de una nueva realidad a ser creada. Esa
nueva realidad del mañana es la utopía del educador de hoy.
Autor
Moacir
Gadotti
La
Escuela y el Maestro
Paulo
Freire y la pasión de enseñar
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