lunes, 12 de octubre de 2015

¿Qué realidad ofrecen los medios? Técnicas usadas para dificultar la comprensión

La escuela debe procurar un lenguaje que sirva para la convivencia, alejado de intenciones manipuladoras para el sometimiento ¿Qué técnicas emplea el lenguaje tóxico en los medios de comunicación?


La gente sigue sin entender la realidad social que ofrecen los medios. Los políticos encuentran dificultades para que el pueblo comprenda sus ideas y programas. La elite intelectual, los profesores universitarios dan el mejor ejemplo: nada les parece más científico que un texto incomprensible. Mas, ¿de qué sirven los conocimientos científicos, el pensamiento, si no se entienden y concretan en la apropiación social de los mismos? Los productores de información parecen empeñados, más bien, en aplicar la maldición bíblica: “Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero” (Génesis, 11, 7). Las técnicas utilizadas para dificultar la comprensión, esto es, para contaminar el lenguaje, son muy numerosas. Aquí se resumen las más llamativas.

Exceso de palabras. Las palabras pueden ocultar la realidad. El exceso de palabras innecesarias oscurecen la comprensión de la realidad. Laberínticas estructuras internacionales producen una maraña de jergas e infinidad de siglas entre las que resulta casi imposible orientarse. Las palabras que no son necesarias desvían la atención del tema. Así ocurre con las repeticiones. Estas desfiguran la realidad, empeoran los textos en su afán por evitar que el lector u oyente piense en otra cosa. El empleo inflacionario de las palabras, la reiteración de eslóganes y frases hechas propia de los regímenes autoritarios, equivale al absurdo. En la comunicación escrita resulta grotesco, puesto que los redactores se suelen quejar de la falta de espacio para expresar sus ideas. La concreción y precisión de los términos elegidos facilita la comprensión, no aburre ni fatiga al receptor. La belleza de un enunciado estriba en la claridad de lo que se quiere mostrar. Forma y contenido son inseparables. Lo superfluo es también lo feo.

El empleo del superlativo y la hipérbole. Los superlativos son comentarios emocionales. Cierto, sin sentimientos escribir carece de sentido. Pero cuando uno se desempeña como ampliador de conciencia (en el sentido de C. Caudwell), se requiere dominio de sí mismo, de la técnica (techné griega), distanciamiento brechtiano. Tiene que controlar los nervios, calcular exactamente el efecto de las palabras. Comunicar es un trabajo ético o no lo es. El uso frecuente del superlativo indica ingenuidad. Se trata de un comentario barato que no exige reflexión ni observación precisa. En vez de indignar y encantar con textos elaborados, el comunicador superficial grita, en la esperanza de que sus decibelios consigan el mismo efecto. Superlativos, hipérboles, ensalada de imágenes y vaguedad difuminan la realidad. La exageración es el umbral de la mentira. Tan sólo está permitida en la ironía y en la sátira.

Orgía de imágenes. Metáforas, símiles, clisés, se han ido acumulando a lo largo del tiempo en todas las lenguas. Escribir y hablar bien exige esfuerzo. Son formas intensivas de reflexionar. Una hoja de papel en blanco es sinónimo de tortura mental. El empleo de imágenes es arriesgado. En el lenguaje, la metáfora, como imagen lingüística, reduce el discurso. La imagen lingüística puede facilitar la comprensión, pero no contribuye en nada a la explicación, ya que la expresión gráfica introduce otro modo de representación. Se “ve” lo que quiere decir “la nave del Estado”, pero esta imagen no dice nada acerca del Estado, sino que transporta al oyente a una representación (gráfica) del Estado. Ampliar los conocimientos, la conciencia, equivale a esforzarse contra la manipulación general. En este sentido, el principal instrumento de manipulación, de contaminación lingüística, es la violencia simbólica o psicológica. Desentrañarla constituye una tarea básica en todo proceso de emancipación.



Extraído de
La Intoxicación Lingüística
El uso perverso de la lengua
Vicente Romano
Colección TILDE


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