Los
medios de comunicación imponen sentidos, la escuela debe ser crítica, para
tener armas frente a esta situación. Para lograr su cometido usan diversas
armas ¿En qué consiste la violencia psicológica? ¿Qué lenguaje se usa para
aplicarla? ¿Dónde?
Cuando
oímos la palabra violencia, pensamos inmediatamente en la violencia física,
esto es, en la aplicación de métodos violentos para imponer la voluntad propia.
Pero, como ya expusimos en otro sitio, también se ejerce violencia cuando se
falsea y tuerce la realidad hasta el punto de obligar a las personas a actuar
en contra de sus intereses. Se habla entonces de violencia psicológica o
simbólica, esto es, de la capacidad para imponer la validez de significados
mediante signos hasta el punto de que otra gente se identifique con ellos. Este
tipo de violencia adopta múltiples formas, mucho más frecuentes que la
violencia física. Son más sutiles, menos evidentes, indirectas. Además, cuando
se aceptan dócilmente los significados y valores de los poderosos no hay que
pagar los sueldos, uniformes y armas de un cuerpo represor más caro e incómodo.
El
capitalismo necesita la dominación psicológica del individuo y la manipulación
de su conciencia. Así lo integra a su sistema de valores. Mientras la gente
acepte este sistema social no es necesario someterla con policías, tanques ni
ejércitos. Como la coacción abierta sería inaceptable, y como sólo una pequeña
parte de la elite puede ser sobornada con recompensas tangibles, el Estado
tiene que convencer a la inmensa mayoría de los ciudadanos de la inevitabilidad
y virtud de sus acciones mediante la ideología.
La
manera más efectiva para ocultar los actos de violencia psicológica y física de
un sistema social que genera angustias, incertidumbre por el futuro,
precariedad en el empleo, discriminación de todo tipo, etc., es crear un
discurso que mantenga el miedo y haga creer a la población que no hay otra
alternativa que la resignación. Es decir, el discurso de la mentira y del
engaño. Como ya apuntó G. Orwell, los actos de violencia pueden hacerse más
aceptables mediante eufemismos como “seguridad”, “libertad”, “democracia”,
“guerra limpia”, etc. El lenguaje se convierte así en una especie de placebo,
la gente se siente mejor. Pero las bombas mutilan los cuerpos sin distinguir si
son amigos o enemigos, niños o soldados.
Hay
que intoxicar mucho las mentes para admitir que la guerra es una acción
humanitaria, que la destrucción de vidas y haciendas, el envenenamiento de
tierras y aguas con uranio empobrecido, el empleo de napalm, agentes químicos,
bombas “margarita”, llamadas así porque arrasan una milla cuadrada sin dejar
siquiera hierba, y tantas otras armas de destrucción masiva aplicadas por los
EEUU, contra las poblaciones de Japón, Vietnam, Yugoslavia, Afganistán, Iraq,
etc., son instrumentos de la libertad y la democracia. Para aterrorizar a la
propia población con la amenaza del “ántrax”, una bacteria que puede curarse
con un sencillo tratamiento de antibióticos.
La
violencia simbólica tiene su base en la contradicción entre la orientación
vertical de los valores y la disposición horizontal de los signos. Así, si se
observa de cerca el concepto de “orden” se verá fácilmente que no es la
expresión de algo metafísico, sino una constelación de signos físicos impuesta
por alguien a otros junto con una interpretación más o menos comprensible.
Cada
signo de cualquier orden existente es un símbolo en relación con su
correspondiente jerarquía de valores. “Alto” y “bajo nivel” son las expresiones
metafóricas de esa orientación vertical de los valores, incluso en la ciencia.
El lenguaje metafórico, la representación simbólica de los diferentes niveles
de “arriba” y “abajo”, “superior e “inferior”, “dentro” y “fuera”, “claro” y
“oscuro”, “fuerte” y “débil”, ha creado una idiosincrasia del verticalismo en
la vida pública y social. Pero la experiencia cotidiana nos muestra que todos
nos movemos al mismo nivel, que la coexistencia humana se desarrolla en la
yuxtaposición y no en la superposición. Los seres humanos y los pueblos no
existen unos encima de otros, sino unos al lado de otros.
Si
es cierto que las jerarquías de valores siguen una orientación vertical y si
también es cierto que la comunicación empírica, directa, cara a cara, sigue la
orientación horizontal, no es de extrañar que esta contradicción genere
conflictos y tensiones.
La
fascinación de la violencia responde a la filosofía del éxito social a
cualquier precio, del individualismo y egoísmo primitivos frente a la
cooperación y la solidaridad propias de la especie humana. Lo que predomina en
la pantalla, ya sea en los informativos o en la ficción, es el derecho del más
fuerte, no los ideales democráticos de igualdad y dignidad humana.
Donde
rige la violencia no impera el derecho. Es posible que la violencia simbólica
del derecho resulte la más fuerte, pero las leyes las leen y enseñan muy pocos,
mientras que millones y millones viven diariamente la victoria del más fuerte
en el marco de sus cuatro paredes.
Por
lo que respecta a los medios audiovisuales, la violencia se presenta tanto en
los programas de actualidad (boletines de noticias, temas del día,
documentales) como en los de ficción (series, telefilmes y películas). Los
formatos de los informativos se clasifican en abiertos o cerrados. Un formato
es abierto cuando proporciona espacio en donde se puede cuestionar y contestar
la perspectiva oficial y en donde se pueden presentar y examinar otras
perspectivas. Las ambigüedades, contradicciones y conclusiones o posibles
desenlaces generados en el programa quedan sin resolver. Ejemplos: películas
individuales o documentales de autor. Un formato es cerrado cuando opera dentro
de los términos de referencia establecidos por la perspectiva oficial. Las
imágenes, argumentos y pruebas están organizados para converger en una sola
interpretación preferida y se marginan o excluyen otras conclusiones. Ejemplos:
boletines de noticias, series de acción. Abierto y cerrado son conceptos
estáticos en función de que el programa ofrezca uno o más puntos de vista.
Estas
constricciones conducen a una forma de noticias que se presenta como informe
objetivo e imparcial del acontecer. Los boletines de noticias (telediarios)
tienden a presentarse en un estilo que oculta el proceso de selección y
decisión que subyace tras la información y que apenas deja margen para el
comentario o la argumentación. Las opiniones que se presentan son casi siempre
las de los detentadores del poder en las principales instituciones: ministros y
políticos de los partidos mayoritarios; miembros destacados de la policía y de
la judicatura; dirigentes sindicales y de las organizaciones patronales;
portavoces de los grupos de presión y de intereses, como iglesias y
organizaciones profesionales. El resultado es que los boletines de noticias y
telediarios, que es la fuente exclusiva de información de la mayoría de la
población, constituyen una de las formas más “cerradas” de presentación y
opera, por lo general, en términos de la perspectiva oficial.
La
mayoría de las noticias sobre violencia las proporcionan las autoridades y se
refieren a las respuestas gubernamentales a la violencia. Pero rara vez se
explican los objetivos subyacentes de la violencia, y casi nunca se justifican.
No se discuten los motivos ni las condiciones sociales que los provocan. La
información se presenta descontextualizada, esto es, incomprensible. Se ofrecen
unas cifras, pero se callan otras. Así, por ejemplo, el número de muertes
provocadas por la violencia terrorista en América Latina entre 1968 y 1981
ascendió, según datos de la CIA, a 3.668. Pero se oculta que esa cifra no es
más que 4 % de los 90 mil “desaparecidos” latinoamericanos durante el mismo
período.
El
lenguaje sigue siendo uno de los principales instrumentos de la violencia
simbólica. Las palabras y los conceptos se utilizan conscientemente para
violentar la capacidad cognitiva de las grandes masas de la población, para
confundir las mentes y, en última instancia, para imponer significados que se
contradicen con la realidad. Piénsese, por ejemplo, en el empleo de la
“represión” utilizada por el gobierno de Israel contra los palestinos y
justificada como “prevención”. La lista de ejemplos podría extenderse ad
nauseam. Baste recordar la discriminación que se ejerce contra la mujer a la
hora de emplear las mismas palabras o conceptos a personas de uno u otro sexo:
fulano y fulana, hombre público y mujer pública, etc. Hasta el mismo
Diccionario de la Real Academia de la Lengua practica la violencia de género en
las definiciones de sus entradas.
El
lenguaje importa, y cómo lo utilizan los medios. Si se puede violentar al
público (de populicus, pueblo) de que el Estado tiene razón, esto es, si se se
le puede persuadir hasta el punto de que se identifique con los significados
oficiales, se le puede movilizar para que apoye y acepte la transferencia de
fondos del wellfare (bienestar) a la seguridad y al warfare (guerra),
equivalente al eslogan nazi de mantequilla por cañones. Sí, se requiere un uso
perverso del lenguaje para hacer creer estas cosas. Sus técnicas son muchas y
muy diversas.
Extraído
de
La
Intoxicación Lingüística
El
uso perverso de la lengua
Vicente
Romano
Colección
TILDE
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