lunes, 16 de mayo de 2016

La violencia psicológica en los medios de comunicación

Los medios de comunicación imponen sentidos, la escuela debe ser crítica, para tener armas frente a esta situación. Para lograr su cometido usan diversas armas ¿En qué consiste la violencia psicológica? ¿Qué lenguaje se usa para aplicarla? ¿Dónde?


Cuando oímos la palabra violencia, pensamos inmediatamente en la violencia física, esto es, en la aplicación de métodos violentos para imponer la voluntad propia. Pero, como ya expusimos en otro sitio, también se ejerce violencia cuando se falsea y tuerce la realidad hasta el punto de obligar a las personas a actuar en contra de sus intereses. Se habla entonces de violencia psicológica o simbólica, esto es, de la capacidad para imponer la validez de significados mediante signos hasta el punto de que otra gente se identifique con ellos. Este tipo de violencia adopta múltiples formas, mucho más frecuentes que la violencia física. Son más sutiles, menos evidentes, indirectas. Además, cuando se aceptan dócilmente los significados y valores de los poderosos no hay que pagar los sueldos, uniformes y armas de un cuerpo represor más caro e incómodo.

El capitalismo necesita la dominación psicológica del individuo y la manipulación de su conciencia. Así lo integra a su sistema de valores. Mientras la gente acepte este sistema social no es necesario someterla con policías, tanques ni ejércitos. Como la coacción abierta sería inaceptable, y como sólo una pequeña parte de la elite puede ser sobornada con recompensas tangibles, el Estado tiene que convencer a la inmensa mayoría de los ciudadanos de la inevitabilidad y virtud de sus acciones mediante la ideología.

La manera más efectiva para ocultar los actos de violencia psicológica y física de un sistema social que genera angustias, incertidumbre por el futuro, precariedad en el empleo, discriminación de todo tipo, etc., es crear un discurso que mantenga el miedo y haga creer a la población que no hay otra alternativa que la resignación. Es decir, el discurso de la mentira y del engaño. Como ya apuntó G. Orwell, los actos de violencia pueden hacerse más aceptables mediante eufemismos como “seguridad”, “libertad”, “democracia”, “guerra limpia”, etc. El lenguaje se convierte así en una especie de placebo, la gente se siente mejor. Pero las bombas mutilan los cuerpos sin distinguir si son amigos o enemigos, niños o soldados.

Hay que intoxicar mucho las mentes para admitir que la guerra es una acción humanitaria, que la destrucción de vidas y haciendas, el envenenamiento de tierras y aguas con uranio empobrecido, el empleo de napalm, agentes químicos, bombas “margarita”, llamadas así porque arrasan una milla cuadrada sin dejar siquiera hierba, y tantas otras armas de destrucción masiva aplicadas por los EEUU, contra las poblaciones de Japón, Vietnam, Yugoslavia, Afganistán, Iraq, etc., son instrumentos de la libertad y la democracia. Para aterrorizar a la propia población con la amenaza del “ántrax”, una bacteria que puede curarse con un sencillo tratamiento de antibióticos.

La violencia simbólica tiene su base en la contradicción entre la orientación vertical de los valores y la disposición horizontal de los signos. Así, si se observa de cerca el concepto de “orden” se verá fácilmente que no es la expresión de algo metafísico, sino una constelación de signos físicos impuesta por alguien a otros junto con una interpretación más o menos comprensible.

Cada signo de cualquier orden existente es un símbolo en relación con su correspondiente jerarquía de valores. “Alto” y “bajo nivel” son las expresiones metafóricas de esa orientación vertical de los valores, incluso en la ciencia. El lenguaje metafórico, la representación simbólica de los diferentes niveles de “arriba” y “abajo”, “superior e “inferior”, “dentro” y “fuera”, “claro” y “oscuro”, “fuerte” y “débil”, ha creado una idiosincrasia del verticalismo en la vida pública y social. Pero la experiencia cotidiana nos muestra que todos nos movemos al mismo nivel, que la coexistencia humana se desarrolla en la yuxtaposición y no en la superposición. Los seres humanos y los pueblos no existen unos encima de otros, sino unos al lado de otros.

Si es cierto que las jerarquías de valores siguen una orientación vertical y si también es cierto que la comunicación empírica, directa, cara a cara, sigue la orientación horizontal, no es de extrañar que esta contradicción genere conflictos y tensiones.

La fascinación de la violencia responde a la filosofía del éxito social a cualquier precio, del individualismo y egoísmo primitivos frente a la cooperación y la solidaridad propias de la especie humana. Lo que predomina en la pantalla, ya sea en los informativos o en la ficción, es el derecho del más fuerte, no los ideales democráticos de igualdad y dignidad humana.

Donde rige la violencia no impera el derecho. Es posible que la violencia simbólica del derecho resulte la más fuerte, pero las leyes las leen y enseñan muy pocos, mientras que millones y millones viven diariamente la victoria del más fuerte en el marco de sus cuatro paredes.

Por lo que respecta a los medios audiovisuales, la violencia se presenta tanto en los programas de actualidad (boletines de noticias, temas del día, documentales) como en los de ficción (series, telefilmes y películas). Los formatos de los informativos se clasifican en abiertos o cerrados. Un formato es abierto cuando proporciona espacio en donde se puede cuestionar y contestar la perspectiva oficial y en donde se pueden presentar y examinar otras perspectivas. Las ambigüedades, contradicciones y conclusiones o posibles desenlaces generados en el programa quedan sin resolver. Ejemplos: películas individuales o documentales de autor. Un formato es cerrado cuando opera dentro de los términos de referencia establecidos por la perspectiva oficial. Las imágenes, argumentos y pruebas están organizados para converger en una sola interpretación preferida y se marginan o excluyen otras conclusiones. Ejemplos: boletines de noticias, series de acción. Abierto y cerrado son conceptos estáticos en función de que el programa ofrezca uno o más puntos de vista.

Estas constricciones conducen a una forma de noticias que se presenta como informe objetivo e imparcial del acontecer. Los boletines de noticias (telediarios) tienden a presentarse en un estilo que oculta el proceso de selección y decisión que subyace tras la información y que apenas deja margen para el comentario o la argumentación. Las opiniones que se presentan son casi siempre las de los detentadores del poder en las principales instituciones: ministros y políticos de los partidos mayoritarios; miembros destacados de la policía y de la judicatura; dirigentes sindicales y de las organizaciones patronales; portavoces de los grupos de presión y de intereses, como iglesias y organizaciones profesionales. El resultado es que los boletines de noticias y telediarios, que es la fuente exclusiva de información de la mayoría de la población, constituyen una de las formas más “cerradas” de presentación y opera, por lo general, en términos de la perspectiva oficial.

La mayoría de las noticias sobre violencia las proporcionan las autoridades y se refieren a las respuestas gubernamentales a la violencia. Pero rara vez se explican los objetivos subyacentes de la violencia, y casi nunca se justifican. No se discuten los motivos ni las condiciones sociales que los provocan. La información se presenta descontextualizada, esto es, incomprensible. Se ofrecen unas cifras, pero se callan otras. Así, por ejemplo, el número de muertes provocadas por la violencia terrorista en América Latina entre 1968 y 1981 ascendió, según datos de la CIA, a 3.668. Pero se oculta que esa cifra no es más que 4 % de los 90 mil “desaparecidos” latinoamericanos durante el mismo período.

El lenguaje sigue siendo uno de los principales instrumentos de la violencia simbólica. Las palabras y los conceptos se utilizan conscientemente para violentar la capacidad cognitiva de las grandes masas de la población, para confundir las mentes y, en última instancia, para imponer significados que se contradicen con la realidad. Piénsese, por ejemplo, en el empleo de la “represión” utilizada por el gobierno de Israel contra los palestinos y justificada como “prevención”. La lista de ejemplos podría extenderse ad nauseam. Baste recordar la discriminación que se ejerce contra la mujer a la hora de emplear las mismas palabras o conceptos a personas de uno u otro sexo: fulano y fulana, hombre público y mujer pública, etc. Hasta el mismo Diccionario de la Real Academia de la Lengua practica la violencia de género en las definiciones de sus entradas.

El lenguaje importa, y cómo lo utilizan los medios. Si se puede violentar al público (de populicus, pueblo) de que el Estado tiene razón, esto es, si se se le puede persuadir hasta el punto de que se identifique con los significados oficiales, se le puede movilizar para que apoye y acepte la transferencia de fondos del wellfare (bienestar) a la seguridad y al warfare (guerra), equivalente al eslogan nazi de mantequilla por cañones. Sí, se requiere un uso perverso del lenguaje para hacer creer estas cosas. Sus técnicas son muchas y muy diversas.



Extraído de
La Intoxicación Lingüística
El uso perverso de la lengua
Vicente Romano
Colección TILDE



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