Una
escuela crítica debe explicitar los valores que la sustentan y los socialmente
asumidos ¿Cuáles son los vigentes? ¿Qué opciones podemos considerar?
Los valores socioeconómicos vigentes, marcados
por el sistema de librecambio, por lo que se suele denominar economía de libre
mercado, simplifican en exceso las necesidades humanas en elementales o
primarias y artificiales o secundarias. La naturaleza humana es mucho más
compleja y variada. Admitir la diversidad como valor humanista implica
reconocer y defender la pluralidad de necesidades, como ya expuso hace algún
tiempo Jan Kotik. Entre ellas cabe distinguir las necesidades naturales (comer,
respirar, vestir, etc.), las sociales (todas las relacionadas con la sociedad
en la que se vive y se quiere cambiar), las familiares (afecto, respeto, etc.),
de amistad (reconocimiento, estima, relación, etc.), las profesionales
(educación, escuelas, talleres, etc.) y las institucionales (participación,
asistencia, etc.).
La
simplificación sólo beneficia al autoritarismo y se utiliza para la imposición
de valores desde arriba y para el dominio. Expresa la verticalidad arbitraria
de las jerarquías sociales, axiológicas y simbólicas. La alternativa consiste
en ampliar la horizontalidad real de las relaciones personales y sociales,
nacionales e internacionales. La intolerancia empobrecedora se contrarresta con
el fomento de los valores cívicos, el respeto a la diferencia y a la pluralidad
enriquecedora, con la creación de voluntad democrática. El pensamiento
dogmático se combate con el pensamiento crítico. Antes de hablar y largar
consignas, hay que escuchar lo que la gente dice y piensa.
La
visión humanista para el siglo XXI incluye asimismo la elevación del hedonismo
individualista a felicidad compartida. En su camino ascendente, la evolución
cultural humana va del placer al disfrute, y de éste a la felicidad. El placer
debe estar gobernado por el disfrute y el disfrute por la felicidad. Lo
contrario supone un trastorno de las leyes naturales, que se traduce en
infelicidad y en la ruina del disfrute y del placer mismo, como afirma el
biólogo evolucionista español Faustino Cordón.
Parece
que en el mundo actual se da esta subversión de valores y que para ser felices
conviene recusar el hedonismo extraviado, como el que se da en el afán de poder
o de posesión, en el disfrute del éxito sobre los demás, antisociales y
contrarios a la naturaleza humana y a la felicidad propia y ajena. El hedonista
carece de proyecto de vida, generalmente por causas ajenas a él.
Cuando
el medio social carece de proyecto, como ocurre en la actualidad, la sociedad
desorienta las iniciativas particulares, por ser ella la que les da sentido.
Como
perturbación del normal desarrollo de la personalidad, el hedonismo se da
preferentemente en personas acomodadas. El daño es mucho mayor en quienes no
pueden ser dueños de su destino, por la inseguridad del mañana, por la
necesidad de sobrevivir el día a día, o por la sujeción forzosa a un trabajo
rutinario. Se diferencia de la felicidad porque:
1)
El objetivo del hedonista es realizar una cadena discontinua (discreta) de
acciones que procuren placer.
2)
La procura de placer se entiende como un impulso egoista, ya que se
circunscribe a sensaciones del propio cuerpo y los demás son contemplados como
colaboradores o posibilitadores del propio placer, esto es, como meros
instrumentos.
La
felicidad no se opone al placer, ni al disfrute, sino que se edifica sobre
ellos. Sobre el dolor y la necesidad no hay disfrute, ni sin disfrute hay
felicidad. Es un salto del impulso momentáneo animal ante estímulos directos
(del placer proporcionado por la satisfacción de la necesidad inmediata) al
entusiasmo sostenido (a la pasión) ante proyectos bien concebidos que han de
realizarse siempre en cooperación, proyectos en los que el ser humano se
realiza en pensamiento comunicable. Así asciende del placer a la felicidad. La
felicidad es el disfrute por la emancipación creciente de la necesidad, por la
conquista de libertad.
Los
hombres y mujeres realmente libres no pueden realizarse si no sienten que su
actividad repercute favorablemente sobre la estructura de la sociedad en que
viven. La felicidad radica en la posibilidad de desarrollar la vida conforme a
proyecto ascendente, supraindividual, colectivo, altruista, con los objetivos
de resolver los conflictos y necesidades humanos en cooperación, y de organizar
la experiencia previa, el pasado humano, en pensamiento orientador de la acción
futura.
La
felicidad sólo puede venir de actuar conforme a la ley del propio desarrollo
—en lo posible— con la percepción, sin duda placentera, de que se expande
libremente la individualidad. Entendida así la naturaleza humana —como la
facultad de elevar la experiencia a pensamiento orientador y como cooperación—,
la felicidad de cada uno no puede consistir sino en la satisfacción de sí mismo
de esa manera complementaria, en pensamiento y en cooperación solidaria. Esto
es algo maravillosamente nuevo, que diferencia a las personas de los animales
(carentes de proyecto).
Ante
la primacía actual del valor de cambio, de la rentabilidad financiera, de la
mercantilización de las cosas, la cultura, la comunicación, las ideas, y las
personas, un proyecto alternativo para el siglo XXI implica el predominio del
valor de uso, de utilidad social, dar prioridad a los criterios de rentabilidad
social, defender y practicar siempre el principio de servicio público. Si hoy
día los artistas los hacen los marchantes o las pautas marcadas por la estética
oficial, se trata entonces de garantizar la libertad de creación y de
expresión. Ésta excluye la libertad para crear una red, pero incluye la
libertad para expresar todos los puntos de vista. Ante las limitaciones que
supone la progresiva privatización de la información y de la comunicación, se
trata de defender y ampliar la propiedad social del conocimiento, el acceso de
todos al pensamiento máximo y a la posesión de sus logros, el disfrute
universal de los placeres estéticos, etc.
El
economicismo depredador de finales del siglo XX ha conducido a la contaminación
de la naturaleza, del tiempo y del espacio, y también de las mentes por la
publicidad omnipresente y mediadora de todas las relaciones sociales. En virtud
de la mundialización, el vaciado del tiempo y del espacio crea la idea de que
los seres humanos viven en un solo mundo, de que forman parte de una sola
comunidad, de que el “nosotros” es más importante que el “yo”. La consecuencia
de esta línea de pensamiento es la reevaluación de la naturaleza, la conciencia
ecológica, que defiende y practica los valores ecológicos, no sólo en el tiempo
y en el espacio, sino también en la cultura y en la mente. Este tipo de
pensamiento, de proyección inmediata, sostiene:
a)
Que los seres humanos no son superiores a los demás elementos de la naturaleza;
b)
Que tienen una responsabilidad especial para asegurar la propia supervivencia y
la de las otras especies;
c)
Que existe y debiera existir una larga relación histórica entre seres humanos y
naturaleza; y
d)
Que el desarrollo de esta relación sólo pueden juzgarlo las generaciones
futuras.
La
tarea estriba en hacer que el futuro sea diferente del pasado, y no en
reafirmarlo.
Extraído
de
La
Intoxicación Lingüística
El
uso perverso de la lengua
Vicente
Romano
Colección
TILDE
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