Las
grandes corporaciones han tomado el mando de una “reforma” educativa, que
acompañan con campañas de desprestigio de los docentes. Bill Gates encabeza la
operación en Estados Unidos, en pos del apetecible mercado de la educación.
Gates apoyó el documental “Waiting for Superman”, dirigido por David
Guggenheim, que apunta al sentido común del sujeto parido por los medios
corporativos. Fue duramente impugnado por los gremios docentes estadounidenses
y tiene versiones para países latinoamericanos, como “De panzazo”
En Estados
Unidos, como ha denunciado el periodista David Brooks, la educación alcanzó el
segundo lugar en el mercado con cerca de dos billones de dólares en juego,
siendo pioneras las empresas dedicadas a vender exámenes estandartizados para
docentes, alumnos y establecimientos educativos; son las que más rédito sacan
del negocio, alcanzando una tasa de crecimiento de dos dígitos.
Rápidos
para los negocios, el magnate Rupert Murdoch y bancos como Goldman Sachs y
JPMorgan Chase, han incrementado poderosos fondos de inversión en educación.
El
mexicano Luis Hernández explica que la campaña de satanización en su país está
motorizada por los monopolios informáticos, como Televisa y TV Azteca. Evaluar
ahora resulta un negocio redondo: inscripto en el discurso pedagógico
neoliberal, el término se torna medir para tasar, poner precio a cada trozo del
proceso educativo.
De eso se
trata. La “reforma” consiste en habilitar el sistema público para que la
modernización tecnológica quede en manos de las empresas de informática, se
establezcan aranceles para favorecer los préstamos usurarios de los bancos a
las familias, se privatice la administración de contrataciones de docentes y
personal administrativo.
Como
corresponde a la lógica empresarial, hay que bajar costos. Dado que el rubro
salarial docente es más del 80 por ciento del presupuesto educativo, hay que
eliminar docentes. Pero la mayor parte de la sociedad todavía sabe que la
educación requiere de la maestra/o, los alumnos se alegran cuando un humano los
atiende en persona (y no solamente por Skype) y la educación sigue siendo un
vínculo social, aunque algunos seres poderosos se escondan detrás de los robots
y de los paquetes de contenidos que venden en el mercado.
Que el
sistema escolar siempre necesita mejoras es una verdad de Perogrullo, por lo
cual no es difícil deducir que denostar a los docentes es uno de los más
fáciles programas publicitarios de la “reformas” que tienen como meta
flexibilizar las formas de contratación. No obstante, se les interpone una de
las más caras conquistas de los trabajadores de la educación: la convención
colectiva de trabajo.
Nuestros
trabajadores, entre ellos los docentes, tienen esa conciencia de clase que pudo
palparse en la multitudinaria manifestación del pasado 29 de abril y en el
encomiable esfuerzo que están realizando en pos de la unidad de las centrales
gremiales. Hay la resistencia en varios países, como en México donde los
docentes están en pie de lucha y en Chile donde no ceden las demandas masivas
por la estatización y gratuidad de la enseñanza.
Frente a
esos obstáculos, los técnicos de las corporaciones desarrollaron un discurso
que justifica poner precio a los educadores y hacerlos competir en el mercado.
La historiadora de la educación Diane Ravitch-quien ocupó importantes cargos en
el área durante los gobiernos de George H.W.Bush y Bill Clinton- renunció en
2010 a sus lugares públicos, denunciando el carácter destructivo de la
evaluación que se aplica.
En su best
seller La muerte y la vida del gran sistema escolar estadounidense: como
evaluar y socavar la educación, Ravitch criticó los usos punitivos del
“accountability” para echar a educadores y cerrar escuelas. La autora relaciona
fuertemente el sostenimiento de la educación pública con el derecho de los
docentes a la negociación colectiva. En cambio el principal argumento (falaz)
que usa la campaña es que los maestros y profesores no quieren que se los
evalúe porque no saben nada; son burócratas que aprovechan los puestos
estatales para trabajar lo menos posible.
Ninguno de
los tres argumentos contiene verdad. Los gremios han expresado repetidamente
que no rechazan la evaluación que integre el proceso de enseñar-aprender, sino
su uso para justificar los despidos, la estratificación del sector, la baja de
los salarios y la entrega de las contrataciones a las leyes del mercado. Los
docentes reclaman que se mejore la organización de su trabajo, concentrar sus
horas en una o dos escuelas, tener una cantidad razonable de alumnos para
trabajar en profundidad con ellos.
Resienten
la escasa capacitación que (en la Argentina como en la época de Menem) vuelve a
ser un negocio. El instrumento para llevar a cabo la discriminación ha sido
probado en Chile e instalado en numerosos países y consiste en un Instituto
estatal con autonomía, dedicado a la evaluación de la “calidad”. Esa es la
palabra que esconde el secreto: ¿quién y con qué objetivos se define la “calidad”
de la educación? La acepción neoliberal sirve para legitimar las regulaciones
de la educación de acuerdo a los requerimientos del mercado.
Es un
negocio perfecto: una clientela infinita y regulable, más un Estado tonto que
financie lo que no rinde dividendos.
Afortunadamente, organizaciones de la importancia de la Internacional de
la Educación (que representa a los sindicatos del mundo), el Movimiento
Pedagógico Latinoamericano, la Ctera y las demás organizaciones de trabajadores
de la educación de nuestro país, trabajan intensamente para evitar el derrumbe
cultural y luchan por una educación cuya “calidad” se defina desde concepciones
democráticas de la cultura, de la historia y del futuro.
Por Adriana Puiggrós
Fuente del articulo: http://redesib.formacionib.org/blog/adriana-puiggros-el-perfecto-negocio-de-la-educacion?utm_content=buffer99d5c&utm_medium=social&utm_source=facebook.com&utm_campaign=buffer
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