El sentido
común. ¿Hay un término más usado en estos tiempos de confusión y cambio que nos
ha tocado vivir? Creo que no. Casi todo se justifica apelando a ese sentido
común, como si reflejara una lógica irrefutable. Quien se sitúe fuera de esas
coordenadas, donde conviven la razón y la tradición, o se atreva a cuestionar
unos registros que, supuestamente, nos permiten entender la realidad -para los
que tenemos un lenguaje simple y directo, nada sofisticado- es inmediatamente
descalificado o arrojado a las tinieblas de la sinrazón y la ignorancia.
En
economía son muchas las afirmaciones que se sostienen en una suerte de sentido
común alimentado de paradigmas que, nos dicen, estarían sólidamente anclados en
postulados teóricos y en políticas ampliamente contrastadas y respaldadas por
la evidencia empírica. Todo ello formaría parte de los pilares del buen
razonar.
Algunos
ejemplos, sin pretender ser exhaustivo: el crecimiento económico genera empleo
suficiente en cantidad y calidad y crea las condiciones para que los salarios
aumenten; una política económica centrada en el crecimiento es la mejor
política social; la retribución de los factores productivos, trabajo y capital,
se corresponde con su productividad; los mercados, dejados a su libre albedrío,
conducen a situaciones de equilibrio y, además, tienen mecanismos que corrigen
los desequilibrios que eventualmente se pudieran originar; la desregulación de
las relaciones laborales, al introducir más flexibilidad en los mercados de
trabajo, tiene un efecto positivo sobre el empleo; la recuperación de los
márgenes empresariales se traduce en más inversión productiva; la contención
salarial nos hace más competitivos en el mercado internacional, lo que favorece
las estrategias exportadoras de las firmas; la disciplina presupuestaria
fortalece y maximiza las capacidades de crecimiento; el sector privado es, por
definición, más eficiente que el público; la globalización de los procesos
económicos premia sobre todo a los países más rezagados; la innovación
tecnológica resuelve los problemas relacionados con la sostenibilidad.
Y tantos
otros axiomas que se han colado, que nos han colado como verdades
incontrovertibles…LOS ECONOMISTAS DICEN…Como si fuera evidente que los
economistas formaran parte de un grupo homogéneo e identificable, fuera del
cual se sitúan los “no economistas”, que ocuparían un espacio inferior, de
menor rango, en la jerarquía del conocimiento. Se trataría de un magma
integrado no sólo por los profanos en la materia, sino también por aquellos que
intentan acercarse a la reflexión de los procesos económicos desde coordenadas
distintas de las que prevalecen en la corriente dominante, el “mainstream”, que
marca la pauta, no sólo en los espacios académicos sino también en la esfera de
las políticas públicas.
Conforme a
esta manera de pensar, merecerían especial rechazo aquellas incursiones que se
realizan desde la ecología, el feminismo, la cultura, la historia, la política,
que tan sólo contaminan la “buena economía”. Lo mismo cabe decir del término
“teoría económica”, conjunto de principios incuestionables, de pretendida
validez universal, a partir de los que los “economistas” realizan su trabajo,
elaboran sus modelos y concretan sus predicciones.
Como si
sólo existiera una visión desde la que encarar la compleja realidad de la
economía y las interacciones; fuera de ella solo se encontrarían los que han
sido incapaces de captar y aprender la esencia de la verdadera economía.
Pues no,
el grupo de los economistas, y mucho más si lo ampliamos con los que
intervienen en la reflexión económica, se caracteriza por la diversidad de
enfoques y perspectivas. No sólo existe una pluralidad de visiones dentro de la
economía, “strictu sensu”, sino que, extramuros de la oficial, encerrada en una
visión estrecha de qué es la lógica económica, existe un muy interesante y
fructífero debate sobre los problemas y desafíos de nuestra disciplina.
Resulta
paradójico que, por un lado, la crisis económica y la gestión de la misma que
han hecho las élites han supuesto un cuestionamiento radical (desde la raíz) de
estos y otros lugares comunes a los que antes me refería, y, por otro, continúe
o incluso haya salido reforzado el discurso dominante, que ha impregnado las
políticas de los gobiernos y de las instituciones comunitarias.
Frente a
este planteamiento monocorde, dogmático e ideológico, es necesario poner sobre
la mesa preguntas. Urge una reflexión amplia, atrevida y estratégica a partir
de la que construir un sentido común (que tiene que ser nuevo para ser bueno)
que dé cuenta de las disfunciones y contradicciones del capitalismo, que debe
ser capaz de ofrecer una interpretación de la Gran Recesión (y también de la
Gran Transformación que se ha abierto camino impulsada por las elites políticas
y las oligarquías económicas), que arroje luz sobre las causas de la fractura
del denominado proyecto europeo y que abra caminos de superación de la crisis,
aplicando políticas al servicio de la mayoría social y de la vida.
Porque,
simplemente, en esta encrucijada, la economía convencional, con sus lugares
comunes, con su sometimiento a la lógica del poder, nos encierra en un bucle
sin salida.
Por Fernando Luengo
Fuente:
http://blogs.publico.es/fernando-luengo/2016/07/18/el-sentido-comun-de-la-economia-y-los-economistas/
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