A partir
de notas sobre pedagogía en la sección de Tribuna Abierta, como “Momo, una niña
en resistencia”, queremos seguir el debate sobre los límites y potencialidades
de las prácticas educativas.
La escuela
es, sin lugar a dudas, una gran caja de resonancia de lo que pasa en la
sociedad. Sus crisis, miserias y conquistas entran sin pedir permiso en
nuestras aulas. Son nuestras estudiantes las chicas que desaparecen, los hijos
de los desocupados que ya no saben cómo mantener a su familia, pero también
aquellos que dicen basta, se organizan y salen a luchar por lo que les
corresponde.
La
neutralidad educativa, mandato histórico de las clases dominantes, choca con la
realidad cotidiana de escuelas públicas superpobladas con problemas de
infraestructura, docentes con bajos salarios y presidentes que bastardean los
reclamos educativos. Eso además acelera la experiencia de la docencia con los
sucesivos gobiernos que, ante las crisis fiscales, descargan el ajuste sobre la
educación pública.
Es la
realidad la que nos interpela como trabajadores de la educación y nos desafía a
no ser indiferentes ante las miserias de esta sociedad y tomar un rol activo en
su transformación.
¿ES POSIBLE ENTONCES TRANSFORMAR LA SOCIEDAD DESDE NUESTRO ROL COMO
EDUCADORES? ASIGNAR ESTA RESPONSABILIDAD A LA DOCENCIA, ¿NO IMPLICA NEGAR SU
CONDICIÓN DE TRABAJADORES EXPLOTADOS?
Cada
docente tiene su anecdotario de batallas ganadas, situaciones gratificantes con
sus estudiantes que lo inflan de orgullo. Pero también nos pesa ir a la escuela
y, como a los pibes, por momentos no le encontramos sentido. Por más buena
voluntad que se ponga, miles de situaciones nos desbordan: chicos que van sin
comer, sin dormir bien, sin los materiales, maltratados, que faltaron el día
anterior para laburar o cuidar hermanos, y tantos otros problemas más.
Asignar un
mandato liberador a la docencia desconoce el hecho de que las y los
trabajadores de la educación nos vemos obligados tener dos o tres cargos a
cambio de un salario que no alcanza. La explotación que esto implica se combina
con la enajenación determinada por el limitado poder de decisión sobre el
funcionamiento del sistema educativo. Los tiempos del trabajo escolar están
pensados para limitar el rol docente a la esfera de un curso o grado y a ser a
mero aplicador de teorías y diseños curriculares elaborados por técnicos
ministeriales o reproducir contenidos y actividades propuestos por los textos
disponibles en el mercado editorial.
A esto hay que sumarle el hecho de
que el sistema educativo, como señala Bourdieu, está organizado con circuitos
educativos diferenciales, escuelas para ricos y otras para pobres, que terminan
funcionando como legitimadores de las desigualdades económicas y sociales.
¿ESTO IMPLICA QUE LA DOCENCIA Y EL SISTEMA EDUCATIVO SON MEROS
REPRODUCTORES DEL SISTEMA SOCIAL EXISTENTE?
De ninguna
forma. El movimiento estudiantil y la docencia son sujetos políticos. En tanto
parte de la clase trabajadora cuentan con su potencial transformador a partir
de su intervención en la lucha de clases. Nos resulta, por lo tanto, una
necesidad imperativa la defensa de la escuela pública. Defenderla como
conquista de la lucha obrera y popular, contra los ataques del capitalismo, los
recortes presupuestarios, la injerencia de la Iglesia o las empresas y las
reformas de planes de estudio que buscan amoldar las prácticas educativas a los
intereses del mercado.
La
conquista a principios del SXIX de una educación pública masiva implicó no solo
el acceso de las y los hijos de los trabajadores y el pueblo pobre, sino
también la proletarización de los encargados de llevarla adelante todos los
días. El sistema educativo, uno de los denominados aparatos ideológicos del
Estado, queda entonces en el campo de la lucha de clases. Esta contradicción,
“grieta”, es la que abre las condiciones de posibilidad para desarrollar
prácticas educativas que, en interacción dialéctica con la realidad, cuestionen
el sistema capitalista.
Entonces, ¿es posible desarrollar una
pedagogía liberadora en la escuela actual?
Con
frecuencia suele pensarse que la educación puede cambiarse en sí misma como
sistema aparte, o bien que su transformación conllevará un cambio en la sociedad,
o que para lograr revolucionar la sociedad es necesario una transformación en
el modelo educacional, esto último sostenido muchas veces por corrientes
políticas que militan por una ‘educación popular’.
El
marxismo ha abordado profundamente la relación entre pensamiento, Estado y
revolución. En palabras del propio Marx, en ‘La Ideología Alemana’, “todas las
luchas que se libran dentro del Estado (…) no son sino las formas ilusorias
bajo las que se ventilan las luchas reales entre las diversas clases”. Luego
aclara, “todas las formas y todos los productos de la conciencia no pueden ser
destruidos por obra de la crítica espiritual, mediante la reducción a la
‘autoconciencia’ (…), sino que sólo pueden disolverse por el derrocamiento
práctico de las relaciones sociales reales, de las que emanan estas quimeras
idealistas”.
Esta
cuestión también ha sido abordada por pedagogos soviéticos como Vigotsky quien,
en el mismo sentido, afirma que “la educación siempre y en todas partes tuvo un
carácter clasista, tuvieran o no consciencia de ello sus apologistas y
apóstoles (…) la libertad e independencia del pequeño medio educativo
artificial respecto del gran medio social son, en realidad, una libertad y una
independencia muy relativas y condicionales, convencionales, dentro de
fronteras y límites estrechos”. Incluso el propio Freire, quien fue funcionario
de educación del PT brasilero, tuvo que reconocer explícitamente los límites de
la educación en ‘La alfabetización como elemento de formación de la
ciudadanía’: “La comprensión de los límites de la práctica educativa requiere
indiscutiblemente la claridad política de los educadores en relación a su
proyecto. Requiere que el educador asuma la politicidad de su práctica (…) No
puedo pensarme progresista si entiendo el espacio de la escuela como un medio
neutro, que tiene poco o casi nada que ver con la lucha de clases, donde los
alumnos son vistos sólo como aprendices de ciertos objetos de conocimiento a
los que prestó un poder mágico. No puedo reconocer los límites de la práctica
educativo-política en que tomo parte, si no sé, si no tengo claro contra quién
y a favor de quién práctico. A favor de quién practico me sitúa en cierto
ángulo, que es de clase, en que diviso contra quien practico, y,
necesariamente, por qué practico, es decir el sueño mismo, el tipo de sociedad
en cuya invención me gustaría participar”.
Para
ahondar en el tema resulta interesante también la lectura de Peter McLaren,
reconocido fundador de la pedagogía crítica, quien afirma que los estudios
actuales sobre los trabajos de Freire “han exagerado su invención para
transformar las prácticas en el aula, pero devaluado su potencial para el
cambio social revolucionario fuera del aula en la sociedad extensa (…) tales
debates ignoran con esmero las contradicciones claves que hace surgir la
historia, aquellas entre trabajo y capital”.
Entendemos,
por todo esto, que el sistema educativo no puede ser pensado como una esfera
aparte del Estado -que a su vez responde a los intereses de una determinada
clase-, como así tampoco por fuera de la lucha de clases. Si bien las escuelas
son un lugar de disputa política e ideológica, la educación por sí sola resulta
insuficiente para lograr una transformación revolucionaria de la sociedad. Por
lo tanto, cualquier pedagogía, por más emancipadora que llegue a ser, debe
estar íntimamente ligada a una estrategia política que se demuestre eficaz para
derrotar a este sistema de miseria y explotación. Al desligarse el método de
Freire de una estrategia de independencia de clase, termina adaptado a un
proyecto de conciliación, bajo la excusa de lo meramente posible dentro de este
sistema opresor.
A su vez,
contra todo escepticismo, retomamos la tercera Tesis sobre Feuerbach de Marx en
donde explica que “la teoría materialista de que los hombres son producto de
las circunstancias y de la educación, y de que, por tanto, los hombres
modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación
modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien
las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado (…) La
coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana
sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria”.
Como
trabajadores de la educación, que sostenemos una perspectiva revolucionaria,
peleamos por una educación al servicio de los intereses de la clase obrera y
los sectores populares. Entendemos que sólo podrá darse íntegramente en los
marcos de una sociedad gobernada por la clase trabajadora y donde los medios de
producción estén en manos de quienes son los creadores de la riqueza social.
Queremos
cambiar de verdad el mundo, expropiando a los expropiadores y rompiendo las
cadenas del capital. Esta pelea no puede darse sino a través del mismo proceso
mediante el cual la clase obrera se organiza y toma conciencia: la construcción
de su propio partido político en alianza con los otros sectores oprimidos. Por
ello, la lucha por la transformación de la educación es al mismo tiempo la
lucha de la clase trabajadora por su emancipación. Queremos otra sociedad para
otra escuela y luchamos por otra escuela, hacia la conquista de otra sociedad.
Por.
Hernán Cortiñas
Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/Es-posible-desarrollar-una-pedagogia-liberadora-en-la-escuela-actual
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