En
esta publicación trascribo el prólogo de “La Intoxicación Lingüística. El uso
perverso de la lengua”, autor Vicente Romano importante obra que gira en torno
al uso manipulador del lenguaje, que hace su aporte a la Escuela crítica.
El
lenguaje Para Karl Marx y Federico Engels, los teóricos del socialismo, el
lenguaje es la conciencia real, práctica, existente también para otros seres
humanos, la realidad inmediata del pensamiento. Surgió del trabajo y para ponerse
de acuerdo en él.
El
lenguaje permite la comunicación social y, con ella, la realización lingüística
de las relaciones sociales. La palabra es un regulador importante de los
procesos psíquicos del comportamiento. El lenguaje sirve para la formulación de
enunciados comunicativos. Es expresión, llamamiento y orientación (K. Bühler).
Transmite una situación o una intención del comunicador, influye en el receptor
y comunica algo sobre estados de cosas y relaciones. Más allá de las funciones
que le atribuye K. Bühler (expresión, actuación y orientación), la palabra
desempeña una doble función: como representación y como regulación.
Si
bien es el trabajo el que modifica las condiciones sociales, el lenguaje es el
instrumento utilizado para acelerar o frenar el cambio de esas
condiciones.
A
través de la comunicación, del intercambio de informaciones, los seres humanos
toman conciencia de sus experiencias, que contrastan con otros al expresarlas.
La primera toma de conciencia se efectúa en el pronunciamiento del mundo, como
decía Paulo Freire. Así, por ejemplo,
cuando las experiencias son dolorosas o insatisfactorias y se expresan, el
dolor, la insatisfacción, puede pasar de la resignación a la provocación, a la
exigencia de eliminar la causa del sufrimiento. La comunicación es necesaria
para la verificación del conocimiento y el acuerdo en la modificación de las
condiciones sociales. En este sentido, la fuerza de convicción de las palabras
reside en su concordancia con la realidad. El lenguaje le da forma al mundo. La
palabra es el primer ejercicio del poder (in principium verbum erat).
Pero,
como es bien sabido, el lenguaje permite también frases y razonamientos
contradictorios o absurdos. Consciente de su poder creador, Pablo decía a sus
discípulos “sed hacedores de la palabra,
y no solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos”. Aunque en esa misma
epístola decía también que “la lengua es
fuego, un mundo de maldad”. Las palabras pueden emplearse también para
ocultar la realidad. Ya en otro lugar decíamos que el principal instrumento de
manipulación es el lenguaje.
Talleyrand
decía que el lenguaje está para ocultar los pensamientos del diplomático. La
intoxicación lingüística tiene sus causas políticas y económicas. En la
actualidad, el empleo encubridor del lenguaje no hace sino aumentar. El estado
de bienestar está en crisis y cambia radicalmente su naturaleza. Con ella
cambia igualmente el lenguaje político. Se requiere un verdadero tour de force
lingüístico para calificar de moderación o contención el genocidio del pueblo
palestino a manos del ejército sionista de Israel, o de liberación a la
ocupación no menos genocida y bárbara de Iraq por el fascismo usamericano. La
formulación de una noticia esencialmente mala de modo que parezca buena es lo
que en política se ha llamado siempre retórica. Hoy día, cuando las malas
noticias se acumulan, se hace imprescindible aplicar la fuerza embellecedora y
encubridora del lenguaje político.
Pero
lo cierto es lo opuesto. Si se analiza con detalle o detenimiento, el lenguaje
lo revela todo. Un buen ejemplo lo proporciona el siguiente pasaje de Alicia en
el país de las maravillas:
Cuando
uso una palabra —dijo Humpty Dumpty, en un tono de voz muy superado—, ésta
quiere decir lo que quiero que diga, ni más ni menos. La pregunta es —insistió
Alicia— si se puede hacer que las palabras puedan decir tantas cosas
diferentes. La pregunta —dijo Humpty Dumpty— es saber quién es el que manda...
eso es todo.
Ahora
bien, el empleo deliberado del lenguaje para la confusión de las conciencias y
la ocultación de la realidad es lo que se suele entender por manipulación. Como
hemos dicho en otra parte, en el contexto de la confusión y sumisión de las
conciencias, la manipulación se entiende como comunicación de los pocos
orientada al dominio de los muchos. Se manipula cuando se producen
deliberadamente mensajes que no concuerdan con la realidad social.
El
uso manipulador del lenguaje es tan antiguo como el dominio de unos seres
humanos sobre otros. Todos los dominadores, magos, religiosos, políticos,
económicos, intelectuales, etc., utilizaron las palabras para confundir,
aterrorizar, ocultar y mantener la ignorancia sobre las verdaderas relaciones
de dominio y explotación. De ahí la necesidad de desarrollar un pensamiento
crítico, independiente. Este principio forma también parte de la esencia de la
educación. En el lenguaje de la educación, la economía, los medios, la
política, etc., predominan los términos utilizados deliberadamente para
confundir, para intoxicar las mentes.
Preocupados
por las dimensiones que ha adquirido el fenómeno, empiezan a publicarse
trabajos que lo estudian y denuncian. Juan Maestre Alfonso denunció hace tiempo
la intoxicación de la información.6 No hace mucho que varios pensadores
españoles se reunieron en el círculo de Bellas Artes de Madrid para exponer su
preocupación por las trampas, mentiras y violaciones de la retórica actual del
poder.7 El columnista de este diario, Eduardo Haro Teglen, teme que ya no se
pueda liberar el lenguaje de esta contaminación. “La perversión” –afirma– “se
multiplica en mayor proporción que el número de palabras que circulan. Solo el
poder tiene la capacidad de dar a las palabras su uso real, a condición de que dé
a los hechos su valor real, y no recompense a quienes los usan para crear
víctimas, cárceles, pobres”. El uruguayo Eduardo Galeano también ha prestado
atención a este fenómeno en su libro El mundo patas arriba, o el artículo “Las
paradojas de la máquina”.
Pero
la preocupación por el empleo intoxicador del lenguaje y su estudio surgió con
la industria del reclamo, tan necesario en el modo capitalista de producción, y
la propaganda nazi en la primera mitad del siglo XX. Entre los numerosos
análisis efectuados al respecto están los de Victor Kemperer, Lutz Winckler,
Walter Hagemann y George Orwell.
Por
otro lado, las intervenciones recientes del imperialismo yanqui en Afganistán e
Iraq, el cúmulo de mentiras propagadas por sus dirigentes y epígonos,
encabezados por el Trío de las Azores (Bush, Blair y Aznar), para justificar la
barbarie de sus crímenes de lesa humanidad, han dado lugar a toda una
proliferación de publicaciones y análisis. Entre ellos cabe destacar los libros
de Michael Parenti, Lila Rajiva y John Collins y Ross Glover.
En
Alemania, el Institut für Kommunikationsökologie viene analizando desde 1989,
año de su fundación, los aspectos contaminantes del lenguaje. La
“Arbeitsgemeinschaft Sprachen in der Politik e. V.”, de la Universidad de
Magdeburg, se centra concretamente en el estudio del lenguaje político. Por
último, los lexicógrafos Enrique Montanillo y María Isabel Riesco publicaron en
1990 un análisis pormenorizado de las incorrecciones gramaticales de políticos
y periodistas en nuestro país. Aspecto éste que retomó luego, aunque con menos
rigor, el sociólogo áulico Amando de Miguel en su libro La perversión del lenguaje.
Este
trabajo se inscribe en lo que los prácticos del trepe llaman despectivamente
“filosofía de la comunicación”. Ante el
uso perverso que el capitalismo y sus voceros hacen de la lengua se requiere el
desarrollo de un pensamiento esclarecedor, hoy reprimido y marginado. Frente a
la consigna del prohibido pensar, fomento del pensamiento crítico. Frente a la
producción mercantil de la comunicación, el valor de cambio y la sumisión de
las conciencias, producción de valores de uso, de comunicación para la
ampliación de la conciencia (Ch. Caudwell), para el dominio del entorno, la
sociedad y el aumento de la calidad de vida para todos.
Para
eso se requieren “expertos” de la denostada teoría. En una entrevista concedida
al New York Times en el otoño de 1952 explicaba A. Einstein por qué no podía
ser creadora en ciencia la persona carente de visión del mundo y de conciencia
histórica. No basta con enseñar una especialidad,
afirmaba. Así puede ser una especie de máquina aprovechable, pero no una
personalidad valiosa. Lo que importa es percibir aquello a lo que vale la pena
aspirar. De otro modo, con su conocimiento especializado se parece más a un
perro entrenado que a una personalidad armónicamente entrenada.
El
científico tiene que conocer las motivaciones de los seres humanos, aprender a
conocer sus ilusiones y sus penas, adquirir una actitud correcta ante el
prójimo y ante la comunidad.
Estas
valiosas cualidades se adquieren en el contacto personal, y no sólo a través de
los libros de texto y la especialización temprana. Esto es lo que constituye
esencialmente la cultura. Entre los rasgos esenciales de una educación se
cuenta el desarrollo de una conciencia crítica en los jóvenes, un pensamiento
que conduzca a la creación de voluntad democrática. Según esto, habría que
preguntarse: a) si la creciente especialización implica el distanciamiento de
los científicos (expertos) respecto de la filosofía; b) qué aportación hacen
hoy los científicos al desarrollo de la imagen científica del mundo.
Cómo
se entienda la relación entre cosmovisión, pensamiento y conocimiento, puede
facilitar la comprensión del devenir histórico de esta relación. “Pero el pensamiento teórico”
—puntualizaba Engels— “no es más que una
cualidad innata de acuerdo con la disposición. Esta disposición hay que
desarrollarla, educarla, y para esta educación no existe hasta ahora otro medio
que el estudio de la filosofía. El pensamiento teórico de cada época, y también
el de la nuestra, es un producto histórico que adopta forma y contenido muy
diferente en tiempos distintos. La ciencia del pensamiento es, pues, como
cualquier otra, una ciencia histórica, la ciencia del desarrollo del
pensamiento humano”.
El
lenguaje, como el terrorismo, va dirigido a los civiles y genera miedo, ejerce
violencia simbólica o psicológica. Produce efectos más allá del significado.
Las palabras son como minúsculas dosis de venero que pueden tragarse sin darse
uno cuenta. A primera vista parecen no tener efecto y luego, al poco tiempo, se
manifiesta la reacción tóxica. “El hombre
es tan propenso al efecto hipnótico de los lemas como a las enfermedades
contagiosas”, decía A. Köstler. El arma más letal es el lenguaje. Sin
palabras no hay guerra.
Los
grandes del nazismo, como Hitler y Goebbels, procedentes del catolicismo, se
ocuparon meticulosamente de la vitalidad milenaria de la Iglesia Católica.
Ellos marcaron las pautas para los fundamentalistas actuales, como Bush y la
camarilla que rige hoy los destinos del mundo desde las oficinas
gubernamentales de Washington y los despachos de sus empresas depredadoras.
Extraído
de
La
Intoxicación Lingüística
El
uso perverso de la lengua
Vicente
Romano
Colección
TILDE
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