Y
serás tú, por fin, la Patria Grande,
India, negra, criolla, libre, nuestra, un
Continente de fraternos Pueblos, del Río Bravo hasta la Patagonia.
Que Dios, la paz, el mar, el sol, la vida…
Serás un parto de utopías ciertas y el canto de tus
bocas hermanadas enseñará la dignidad al Mundo.
Pedro Casaldáliga
Nuestra América, levantada entre las masas mudas de
indios, llena de pueblos apresurados por conocerse para pelear juntos, tal las
intenciones de José Martí; tiene un manantial de recursos materiales y
simbólicos que la describen, entre defectos y virtudes. Sobresalen, sin
embargo, dos grandes características que se enredan en el retrato de nuestra
particularidad: tributamos la peor de las desigualdades y poseemos el encanto
de las mayores esperanzas.
Somos pobres, dominados y excluidos; pero
persistentes, luchadores y esforzados. Fuimos colonizados, despojados y
desposeídos pero supimos re-inventarnos en movimientos, abrazos, solidaridades
y revueltas. Esta es una de las razones por las cuales nuestro continente
es un territorio de esperanza: la comprensión del mundo, en nuestro sur, fue y
es mucho más grande de lo que nos propone la crueldad del día a día.
¿De qué realidad hablamos?… Hace más de 500 años
desde la llegada del colonizador, los pueblos amerindios se transformaron en
materia prima para un fenómeno relativamente moderno en la época: la
racialización de los cuerpos en tanto jerarquías sociales, físicas y políticas.
Esa división tajante entre opresores y oprimidos constituye parte del peor
legado de la colonia en nuestras corporalidades y geografías, vigente hasta
hoy.
De la religión, la política y la sociedad colonial
que nos impusieron, poco podemos rescatar, salvo el recuerdo de que fuimos
“bárbaros” y ahora tenemos “civilización”, dicen todavía. Hablar de educación y
creencias en un territorio despojado y “evangelizado” aun debería causar
escozor entre “los vencedores”. Las espiritualidades ancestrales que se
intentaron -y se intentan- despoblar de Nuestra América, son el grito
permanente contra el relato del dominador, son la descolonización y la libertad
por la que se lucha aquí. No obstante esto, con el tiempo América Latina se ha
re-inventado. Aquellos oprimidos y negados también se rearmaron; la educación
popular y la teología de la liberación latinoamericanas son un punto pequeño
que dan cuenta de ello.
Pedagogía y fe para la Patria Grande.
La acumulación de experiencias de la Educación
Popular -desde Paulo Freire en adelante- ha intentado oponer a la cultura
capitalista hegemónica, la cultura popular y sus formas de solidaridades
ancestrales, como el mejor camino para la educación política de base; como una
dinámica nueva que busca vincular las carencias diarias con los proyectos
utópicos. A diferencia de la política heredada de los dominadores, presente en
muchos partidos tradicionales en la actualidad, la educación popular
propone re-educarnos en los movimientos sociales de base, acumular
poder popular y construir alternativas desde abajo, potentes al punto de
mover a los de arriba también.
Sucede que el mismo cristianismo que se impuso a
capa y espada, también gestó su orillo contestatario en rechazo a la religión
opresora, reivindicando para sí un evangelio anti-imperial y un Jesús hermano y
compañero. La Semana Santa por la cual transitamos recordando muerte y
resurrección, no es otra cosa que el retorno de los vencidos a la escena de la
historia. Las formalidades de creencias o adscripciones de fe pasan a un
segundo plano. En un continente empobrecido todo es relativo, salvo el hambre y
la exclusión de los últimos de la hilera.
Aunque parezcan ya pasadas de moda en un siglo
nuevo, las enseñanzas de la educación popular y la teología de la liberación
latinoamericanas, se mantienen por fuerza de los tiempos que nos tocan
vivir: ni la fe en un futuro mejor, ni la organización popular pueden
quedar fuera de las batallas que damos contra el capitalismo, el colonialismo y
la sociedad patriarcal en las que habitamos. Este tiempo de reflexión para
quienes creen y quienes no, es el espacio para mediar las estrategias que se
opongan a aquello que es más fuerte aun que el sistema económico que padecemos:
el modelo cultural e ideológico que reproduce la dominación a la que, por otro
lado, nos resistimos.
José Martí diría que no hay proa que taje
una nube de ideas, sin embargo hace unos cuarenta años cuando las ideas
libertarias ocuparon los espacios políticos, pedagógicos y religiosos, los
dominadores fueron obligados a hablar de distribución económica, de justicia
social y de reformas agrarias; hoy parece que las fuerzas sociales-populares y
las izquierdas latinoamericanas asumieron el lenguaje del mercado, las restricciones
económicas y los planes de gobernabilidad “democrática”.
Así, como cada vez que los pueblos buscan su
educación política para ser libres, los que oprimen optan por la represión y
golpes militares, en este tiempo también enfrentamos a aquellos que ajustan,
reprimen y hambrean, con la diferencia escasa de que, todo parece indicar,
hemos dejado de lado la mayor enseñanza de esta Semana Santa (en clave
libertaria): la salvación no es un acto heroico de un individuo iluminado, es
en todo caso un ejercicio colectivo de amor y entrega por el prójimo y el que
sufre día a día la pobreza, el hambre y la expulsión de sus tierras sagradas.
La esperanza es un acto político que se construye a partir de lo que tenemos.
Fuente: http://www.radiolaprimerisima.com/articulos/7607/
Por
OSCAR SOTO
Politólogo,
Universidad Nacional de Cuyo. Mendoza, Argentina. Integrante del Centro Padre
Carlos Mugica – Espacio Ecuménico Fe y Política