La
actual etapa de capitalismo neoliberal se caracteriza por un constante ataque
hacia la democracia, y consecuentemente hacia sus instituciones fundamentales.
Desde
hace varias décadas Henry Giroux viene denunciando el auge y despliegue de lo
que hoy podemos denominar el autoritarismo del siglo XXI. La consumación de un
proceso originado a partir de la reestructuración total del poder por parte de
las élites norteamericanas, cuyo eje central y estratégico es el ataque directo
sobre las instituciones fundamentales para la democracia y el control pleno
sobre ellas.
En
parte, este proyecto surge como respuesta a la ola democratizadora que afectó
significativamente a mediados del siglo pasado los Estados Unidos. La amenaza
que supuso esta fuerza democratizadora al poder y privilegios de los grupos
hegemónicos empresariales, les hizo tomas consciencia de la urgente necesidad
de transformar la política en una cuestión privada, que debía tener lugar al
margen de los ciudadanos. Este es uno de los principales rasgos del nuevo
autoritarismo; la conformación de un tipo de estado fundido y dominado
completamente por el minoritario grupo empresarial dominante que concibe a sus
propios ciudadanos como enemigos y ve con urgencia la necesidad de
despolitizarlos, convirtiéndolos en meros consumidores, mediante la imposición
de una propaganda que hace concentrar la atención sobre las cosas más
superficiales. Lo que Chomsky ha llamado una “filosofía de la futilidad”
(Chomsky, 2004, p.203).
En
buena medida uno de los principales blancos de ataques han sido las
universidades, las cuales tienen una enorme importancia, en tanto dispositivos
culturales, en la configuración de los deseos, las identidades, el accionar de
los sujetos y la creación de imaginarios. Henry Giroux, uno de los más
destacados críticos culturales y representante de la pedagogía radical
norteamericana, pone el acento a lo largo de su vasta obra, sobre el peligro
que acecha a las universidades, y a la educación pública en general. El curso
de los acontecimientos no ha hecho hasta ahora más que confirmar sus
“predicciones”.
La
actual etapa de capitalismo neoliberal se caracteriza por un constante ataque
hacia la democracia, y consecuentemente hacia sus instituciones fundamentales
(Giroux, 2015a, p. 16). Las raíces de este ataque tienen que ver con el peligro
que la democracia le representa al poder. Hay que hacer notar que en una
democracia verdadera la opinión pública tiene peso e incide directamente sobre
las decisiones del gobierno. Por esta razón a los poderosos nunca les ha
gustado la democracia pues implica restarles poder y ponerlo en manos de la
población mayoritaria.
Hoy
en día el poder de las corporaciones alcanza niveles apenas imaginables hace
algunas décadas. Esto no es más que la culminación de un proceso que inició
aproximadamente en la década de los 60 la cual estuvo marcada por un enorme
activismo social y expansión democrática. Ello movió a las élites
estadounidenses a poner en marcha un ambicioso plan para contener lo que
llamaron un “exceso de democracia” (Giroux, 2006, p. 18). Ante la ausencia de
propuestas alternativas definitorias de los conceptos básicos constitutivos de
un discurso progresista, fue tomando fuerza creciente un discurso público cuyo
pilar era la ausencia de ciudadanía crítica y un patriotismo despojado de las
notas emancipatorias propias de la democracia. En la práctica, este discurso ha
derivado en una serie de agresiones militares externas y en la militarización
interna de la sociedad norteamericana (Giroux, 2006, p. 15). Mediante la
amnesia total respecto del importante papel que históricamente ha jugado la
lucha popular en la historia de la democracia, ha tenido lugar una
deconstrucción de la noción de ciudadanía y, con ello, la subordinación de las
libertades individuales a la seguridad nacional y el orden interno. Bajo este
esquema las universidades, la prensa independiente y los movimientos sociales
se conciben como un peligroso desafío a la autoridad gubernamental (Giroux,
2006, p. 18). Es fácil entender la necesidad imperiosa sentida por los dueños
de la sociedad estadounidense para lanzar la ofensiva en contra de las
instituciones fundamentales encargadas de limitar el sufrimiento de los más
débiles. La crisis que vive actualmente la educación superior debe verse
enmarcada en esta crisis mayor de la democracia (Giroux, 2015a, p. 16).
Edgardo
Lander ha señalado que el neoliberalismo es más que un modelo económico.
Constituye un “extracto purificado” de tendencias con una larga historia en el
pensamiento occidental. Esto vuelve relativamente fácil la imposición y
conversión en sentido común de sus presupuestos (Lander, 2000, p. 12). En tanto
último estadio de capitalismo depredador, “el neoliberalismo forma parte de un
proyecto más amplio de restitución del poder de clase y consolidación de la
veloz concentración del capital” (Giroux, 2016, p. 16). Ideológicamente el
neoliberalismo concibe al lucro como la esencia de la democracia y al consumo
como la única expresión de ciudadanía, mientras postula al mercado como la
única vía de solución a todos los problemas. Como modo de gobierno promueve
identidades y sujetos libres de cualquier tipo de regulación gubernamental bajo
el axioma que identifica la libertad con el individualismo. Su ética es la de
la supervivencia del más apto. Su proyecto político conlleva, entre otras
medidas, la privatización de los servicios públicos, la venta de las funciones
del Estado, la desregulación del trabajo y las finanzas, la eliminación del
Estado benefactor y los sindicatos para finalmente convertir la sociedad en un
enorme mercado. La consecuencia de esto es la imposición de una cultura de
feroz competencia y la guerra abierta en contra de los valores públicos así
como de las esferas que desafían las reglas y la ideología del capital,
debilitando en la misma proporción las bases democráticas de la solidaridad, lo
que termina por degradar y desgarrar cualquier colaboración o formas de
obligación social (Giroux, 2016, pp. 16-17). Como una guerra librada por las
élites políticas y financieras contra los pobres, las minorías de color, los
migrantes, etc., califica Giroux, esta inhumana forma de vida que reproduce el
neoliberalismo, en la cual los individuos son culpados exclusivamente por los
problemas que sufren mientras viven en una situación de indefensión frente a
las grandes estructuras de opresión (Giroux, 2015a, pp. 17-19).
Evidentemente
todo esto desemboca en una crisis social que afecta la totalidad de la
existencia humana. En este gris escenario de guerra total declarada por las
corporaciones multinacionales en contra de los más débiles, considerados
desechables por el sistema, las universidades sufren una ofensiva general de
gran calado, y una serie de reformas que buscan transformarlas de defensoras de
lo público y la democracia, en instrumentos de adiestramiento y producción
ideológica al servicio de los neoliberales.
A
medida que el Estado benefactor es destruido, la lógica de la privatización se
impone infectando los más diversos aspectos de la sociedad. El espacio público
es privatizado y comercializado, socavando la idea de ciudadanía y destruyendo
todas las áreas que hacen de ella una fuerza con posibilidades de moldear una
genuina democracia. Uno de los golpes más significativos, es el empecinado
esfuerzo por destruir la educación crítica, anulando sus posibilidades para
ejercer un rol en la construcción de ciudadanía comprometida y una democracia
vigorosa.
El
ataque a la educación superior se lleva a cabo en distintos niveles. Es
palpable en los intentos por instaurar un modelo de educación corporativa,
estandarizar la currícula poniéndola a tono con las necesidades empresariales,
imponiendo una jerga de conceptos provenientes del lenguaje de los negocios
como modelo de gobernanza y en los esfuerzos para debilitar a los académicos,
poniéndolos en una situación de inseguridad que limite sus posibilidades. Ante
la ausencia de perspectivas democráticas y la desfinanciación, las
universidades son obligadas a abrir sus puertas a intereses privados cuya
presión las obliga a imitar modelos corporativos en todas sus estructuras,
reemplazando las expectativas de los estudiantes por esperanzas destruidas y
deudas onerosas. De este modo las universidades son transformadas en lo que
Henry Giroux llama “máquinas de desimaginar” (Giroux, 2016, p. 18).
Con
la transformación del Estado social en un estado controlador, billones de
dólares son reorientados en la construcción de cárceles y complejos militares,
reduciendo el apoyo financiero a las universidades. Es la prueba de que cada
vez más la sociedad ve como enemigos a perseguir a los jóvenes, sobre todo a
los más pobres. No es casual que las cárceles estén con creciente frecuencia
más llenas como tampoco lo es que gran parte del acoso policial por parte de
una sociedad cada día más militarizada recaiga en las minorías y otros grupos
poblacionales considerados como desechables. Las escuelas no escapan a esta
militarización de la vida, que no es otra cosa sino una parte del correlato
material del nuevo autoritarismo. Modeladas emulando a las prisiones, las escuelas
cumplen ahora nada más la tarea de disciplinar en lugar de formar ciudadanos
críticos comprometidos con la democracia. Esto es visible especialmente en las
escuelas públicas donde es común que los jóvenes sean arrestados por cosas como
violar un código de vestimenta o escribir en los pupitres (Giroux, 2015b, p. 104). Un aspecto de lo que Henry
Giroux llama“Biopolítica de la militarización”, cuya influencia permea y corrompe los diversos
aspectos de la vida universitaria (Giroux, 2008, p. 48). En los Estados Unidos es ya
normal que el personal académico coordine con el Departamento de Defensa y
otros organismos de inteligencia, para tratar diversos asuntos de tipo militar
y económicos. La concepción del mundo jingoísta, gobernante en la
política norteamericana, al dotar de recursos casi ilimitados al Departamento
de Seguridad Nacional y desfinanciar sistemáticamente a las universidades,
acaba por subordinar estas últimas al aparato de defensa militar
norteamericano. Así por ejemplo, cuando no se dispone de suficiente dinero para
la investigación, el pentágono llena el vacío con billones de dólares en
subvenciones, becas, etc. (Giroux, 2008, p. 45).
La
sociedad en su totalidad se ve amenazada ante este escenario, en el que la gran
mayoría pierde pero en el que también hay una minoría que triunfa, ve
incrementadas sus ganancias y con ello su poder político La concentración de la
riqueza se traduce en concentración del poder. Especialmente debido al elevado
coste de las elecciones, lo cual mete a los partidos políticos en los bolsillos
de las grandes corporaciones. La élite que tira los hilos que mueven la
sociedad, actúa con inescrupulosidad infinita, poniendo en marcha un modelo
basado en el movimiento especulativo de colosales sumas de dinero “cuyo único
valor es cada vez más la creación de valores” y que Henry Giroux denomina
“capitalismo de casino” (Giroux, 2016, p. 22). El gran problema son los
peligros que encierra para la gran mayoría de la población castigada por las
recurrentes crisis que resultan de estas prácticas. Al mismo tiempo la élite se
blinda con la seguridad de poder echar mano de los rescates que el estado
controlado por ellos realiza, situándolos en una suerte de “palacios de
cristal”. Es la lógica natural del carácter dual que dirige el funcionamiento
de la economía neoliberal. Mientras se incrementan los impuestos a la población
en general, se libera de ellos a las grandes fortunas, permitiéndoseles
desarrollar esta política económica irresponsable con la seguridad de ser
rescatados por el Estado en los momentos en que sus políticas los conduzcan a
la crisis. Por tanto al mismo tiempo que se priva a los pobres de toda
seguridad se blindan los intereses de las grandes corporaciones. Al mismo
tiempo que se libera de toda responsabilidad social a las corporaciones, se
obliga a los contribuyentes, es decir la población empobrecida, a cargar con
los costes de las crisis y el desastre económico al que conduce el libertinaje
de la economía.
Para
el caso de la educación superior, la inequidad se hace evidente en el aumento
de cuotas, como también en la transformación del personal académico en un
ejército de fuerza de trabajo explotado y desamparado, bajo el modelo de lo que
se podría llamar la “wallmarterización del trabajo” predominante a medida que avanza
el neoliberalismo sobre el ámbito laboral en su conjunto (Giroux, 2016, p. 22).
Por otro lado, los estudiantes son infantilizados en la lógica de la
universidad corporativa que aborda la educación como una simple transacción
comercial, imitando la cultura del negocio en la que ellos se vuelven meros
consumidores o mercancías para ser engullidos y luego escupidos como
potenciales buscadores de empleo por parte de aquellos para quienes la
educación se ha transformado en una mera forma de entrenamiento. En este
panorama, a los estudiantes se les enseña a ignorar el sufrimiento humano.
Concentrados en su propio bienestar son educados en un vacío moral y político.
El neoliberalismo convierte la educación en una forma de despolitización
radical que aniquila la imaginación radical y la esperanza de construir un
mundo mejor. La cultura de la atomización tiene el propósito de producir lo que
se puede llamar “zombis políticos” (Giroux,
2015b, p. 105). La educación superior está bajo asedio, como lo están los docentes,
estudiantes y sindicatos; ello significa que la propia democracia pende de un
hilo (Giroux, 2016, p. 21).
Fuente: Rebelión
Por
Docente de filosofía en la Universidad de El
Salvador.
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