Nos jugamos el futuro de nuestros hijos e hijas, y
el de la sociedad en su conjunto. Educación o barbarie, no hay neutralidad
posible.
En Finlandia, Alemania, Dinamarca, Francia, Suecia,
Grecia, Hungría, Croacia, Letonia, Lituania, Polonia, Ucrania, Italia y desde el 2 de
diciembre de 2018 España, se ha asentado la presencia del fascismo en los
parlamentos europeos.
El fascismo radicaliza los valores conservadores,
para atraer y canalizar el enfado de clases medias, trabajadoras y populares
que se sienten abandonadas e indefensas ante las políticas europeas de
austeridad. Políticas de austeridad aplicadas a “los de abajo”, como medidas
únicas e inmutables, ante la crisis económica y social. Una crisis que se
percibe ya como un “saqueo sin fronteras” de las élites financieras, que han
conseguido, sin embargo, salir reforzadas y más enriquecidas aún, si cabe, de
esa “crisis” provocada por su propia voracidad sin límites.
El fascismo que vuelve a asentarse en Europa y que
se extiende de forma imparable por buena parte del mundo (Estados Unidos con
Donald Trump, Brasil con Jair Bolsonaro, Filipinas con Rodrigo Duterte, etc.)
no tiene nada de antisistema, sino que constituye el plan B autoritario del
sistema a través del discurso antiélites. Un discurso, profundamente
neoliberal, pero teñido de aspectos y elementos simbólico-emocionales
conservadores (banderas, himnos, símbolos, etc.), que rechaza toda forma de
organización colectiva (organizaciones sociales, sindicatos, partidos
políticos, etc.) que demanda derechos sociales y justicia, alentando el
mesianismo y los “líderes autoritarios” como salvadores en quienes confiar
ciegamente.
En el tablero diseñado por el neoliberalismo, el
fascismo cumple una función clave: la de ocultar las raíces reales de la
injusticia social y la crisis para, de esta forma, neutralizar la posibilidad
de que se cuestione la responsabilidad en aquellas de las élites económicas y
financieras.
Lo que hace la extrema derecha es sembrar la
discordia entre los perdedores del modelo neoliberal, fomentando, por una
parte, el orgullo de sentirse superior y, por otra, canalizando la ira popular
hacia los colectivos más vulnerables. Así, mientras se alimenta la guerra entre
pobres, los cenáculos neoliberales siguen repartiéndose el pastel y la fractura
social se acrecienta.
Con dos efectos colaterales terribles: el primero,
que vemos como gran parte de los postulados de la extrema derecha están siendo
asumidos por la derecha y los liberales, especialmente las políticas
migratorias, claramente discriminatorias y punitivas, y las políticas
represivas en materia de derechos y libertades. El segundo, que reconstruyen el
imaginario colectivo, amplificado por los medios de comunicación, situando a
todo movimiento progresista de “izquierdas” (Unidos Podemos) como si fuera el
otro extremo de la ecuación, en la “extrema izquierda”. De tal forma que el
centro del tablero político queda redefinido por el conservadurismo (PP) y el
neoliberalismo (C’s) que se convierten automáticamente en opciones de centro,
“moderadas” y “responsables”.
Se está así redefiniendo el campo de disputa,
tildando de forma similar de populistas tanto a las opciones fascistas
(totalitarias y antidemocráticas) como a las opciones comunitarias de defensa
del bien común, el reparto de los recursos y la justicia social. Ocultando la
gravedad de esta equiparación, mediante el epíteto vacío de “populismo” que
oculta e invisibiliza el fascismo. Como se ha usado también en algunos análisis
históricos del golpe de estado del 36 y la dictadura franquista, pretendiendo
mantener una “equidistancia” entre víctimas y verdugos, entre fascistas alzados
y un gobierno republicano elegido democráticamente.
Una segunda causa del auge del fascismo es la
tragedia que ha supuesto la gestión de la crisis por parte de la
socialdemocracia en toda Europa. Los partidos socialdemócratas han aplicado los
mismos principios del neoliberalismo y las políticas de austeridad. Ante lo
cual, buena parte de la población se ha sentido engañada por quienes en otras
épocas fueron los defensores del Estado Social y de Bienestar. Esto ha sido
crucial para provocar una sensación generalizada de hundimiento de los
principios de democracia, justicia social y solidaridad, que podemos situar
como tercera causa del auge del fascismo. Y una cuarta causa: el desarrollo del
precariado como condición de vida de buena parte de la población joven, base
del descontento social de generaciones hipotecadas, ante la perspectiva de futuro
de “vivir pagando para morir debiendo”.
Pero la causa fundamental del auge del fascismo se
debe a que el modelo neoliberal ha ganado actualmente la guerra ideológica.
Hemos asistido a una guerra ideológica, irregular y asimétrica, en la que la
batalla por la narrativa ha sido clave en la fabricación de una determinada
percepción de la población y las audiencias mundiales de cara a imponer
imaginarios colectivos impregnados de contenidos y sentidos afines al
pensamiento dominante, que cada vez une más y “simbiotiza” capitalismo,
neoliberalismo y fascismo. Las élites económicas y financieras sí que han
tenido claro que hay una permanente lucha de clases, y que, esta batalla, ellos
la están ganando por goleada. Y, justamente, porque están ganando esta guerra
ideológica, es por lo que también ganan la guerra económica y el poder, a pesar
de (o, precisamente por) la corrupción, la memoria del fascismo, la represión,
etc., etc.
Sus proclamas han colonizado el pensamiento, los
deseos e, incluso, las esperanzas de gran parte de la población. Aplicaron el
análisis de Gramsci: si controlan la mente de la gente, su corazón y sus manos
también serán suyos. Pasado el tiempo de la conquista por la fuerza, llega la
hora del control de las mentes y las esperanzas a través de la persuasión. La
‘McDonalización’ es más profunda y duradera en la medida en que el dominado es
inconsciente de serlo. Razón por la cual, a largo plazo, para todo imperio que
quiera perdurar, el gran desafío consiste en domesticar las almas. De tal forma
que el discurso neoliberal ha acabado siendo visto como condición natural y
normal.
Lo privado frente a lo público. La libertad
individual frente al bien común y la justicia social. El rechazo a los
impuestos frente a la aportación colectiva para la protección social y
solidaria. La ideología del esfuerzo que externaliza las causas de las
dificultades y convierte a la víctima en culpable, revictimizándola. La
ideología del emprendimiento que responsabiliza a las víctimas de su suerte y
su futuro. La cultura de la autoridad, la sumisión y la obediencia debida. La
ideología del pensamiento positivo, complemento necesario para ayudar a
autorregular la conciencia opresiva de la explotación y sentirse incluso un
colaborador libre y proactivo en la propia explotación, mediante técnicas
de management y coaching emocional.
Se ha instaurado así una constante, permanente y
sólida pedagogía
del egoísmo,
base esencial de la ideología neoliberal, que hunde sus raíces en el interés
propio como impulso vital y trascendental. Una pedagogía que está
reconstruyendo, a través de los medios, las prácticas y los discursos sociales
y educativos, un nuevo sujeto neoliberal que ve en el egoísmo y las relaciones
de competencia y de mercado la forma natural y normal de estar y ser en el
mundo. Un sujeto cuyo primer mandamiento es “ayúdate a ti mismo”. Que desprecia
cualquier obligación moral vinculada a la solidaridad colectiva. Una persona
formada en la lógica de la competición, cuyas relaciones y prácticas sociales
se transforman en cálculos e intercambios regidos por el cálculo del máximo
interés individual.
Debemos combatir esta pedagogía del egoísmo, no
solo en la escuela sino a través de todos los medios de educación formal y no
formal, si queremos superar de una vez por todas el fascismo. Es necesario,
claro está, acabar con las políticas de austeridad, poner coto a los
beneficios, los paraísos fiscales y el rescate de los bancos y fondos
financieros y establecer medidas para conseguir un estado de bienestar social
global, que contemple los límites del planeta. Es imprescindible que los
partidos gobernantes sean más transparentes y menos oligárquicos y corruptos.
Pero, sobre todo, debemos fortalecer la autonomía de pensamiento y de crítica
para combatir la posverdad y la política de las emociones de la ideología
neoliberal. Porque es más fácil evadirse de una prisión física que salir de
esta “racionalidad” neoliberal elegida “libremente”, ya que esto supone
liberarse de un sistema de normas instauradas mediante técnicas de
interiorización y control del yo.
No podemos seguir siendo “indiferentes” ni
“obedientes” ante la pobreza y el hambre, ante la guerra y la crueldad, ante la
insolidaridad y el egoísmo brutal, ante el saqueo del bien común, ante la
intolerancia y el fascismo. La verdadera munición del capitalismo no son las
balas de goma o el gas lacrimógeno; es nuestro silencio. Ya lo decía Martin
Luther King: “Tendremos que arrepentirnos en esta generación no tanto de las
malas acciones de la gente perversa, sino del pasmoso silencio de la gente
buena” que miramos para otro lado ante el auge del fascismo.
Como diría Ernesto Sábato: “Estamos a tiempo de
revertir esta masacre. Esta convicción ha de poseernos hasta el compromiso”.
Nos jugamos el futuro de nuestros hijos e hijas, y el de la sociedad en su
conjunto. Educación o barbarie, no hay neutralidad posible.
Por:
Enrique Díez
Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/12/04/la-educacion-ante-el-auge-del-fascismo/
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