En los
actuales tiempos el mundo aparenta no poseer más fronteras, pues todos vivimos
en una efervescencia multicultural sin precedentes en la historia de la
humanidad. La convivencia con la diversidad, con lo nuevo, con lo diferente
parece ser uno de los grandes desafíos de las próximas generaciones. En este
mundo tecnológico de la modernidad, las fronteras entre los pueblos se vuelven
prácticamente inexistentes por la posibilidad real de comunicación e
interacción entre ellos.
Con todo ello ocurriendo tan rápidamente,
también creció de forma significativa la posibilidad de que las confrontaciones,
los conflictos, lleguen más rápidamente a las personas y provoquen debates
sobre las diferencias. En las obras de Paulo Freire la “acción dialógica” crea
la posibilidad de que comunidades diferentes, que hablan lenguas diferentes y
que poseen religión, costumbres y etnias diferentes, se conozcan y promuevan la
desconstrucción y construcción de nuevos saberes, sin que necesariamente se
subyugue una a otra.
En las
sociedades actuales los hombres y las mujeres no acogen las diferencias, no
consiguen equilibrar sus puntos de vista ya que éstos están de acuerdo con la
lógica impuesta por el neoliberalismo. El verdadero caos, el principio del
desorden en la sociedad moderna, es la falta de comprensión y respeto a lo
diferente. Es necesario que busquemos la tolerancia. La tolerancia tiene una
significación de aquello que es tolerable para cada sujeto histórico. Freire no
niega que en esa dinámica de la acción dialógica con lo diferente, en la
tentativa de comprender al otro, puedan venir a aparecer conflictos,
contradicciones y tensiones.
Él
reconoce que en la construcción colectiva de una “relación dialógica” entre las
diferentes culturas, no se consigue eliminar esas tensiones que se encuentran
tan presentes en las relaciones humanas. Esas tensiones son de naturaleza
divergente, surgen de acuerdo a la forma como se enfrentan los conflictos; de
esa manera, encontrando el “inacabamiento del hombre”,
Freire nos explica:
La tensión se expone por ser
diferentes, en las relaciones democráticas en las que se promueven. Es la
tensión de la cual no se puede huir por encontrarse construyendo, creando,
produciendo a cada paso, la propia multiculturalidad que nunca estará lista y
terminada. Por lo tanto, la tensión en este caso es la del inacabamiento que se
asume como razón de ser de la propia búsqueda y de conflictos no antagónicos y
no la creada por el miedo, por la prepotencia, por el “cansancio existencial”,
por la “anestesia histórica” o por la venganza que explota, por la
desesperación frente a la injusticia que parece perpetuarse. (FREIRE, 1992, p. 156).
En una
perspectiva liberadora, la que pretende Freire, una educación que no se da en
la esfera de los contactos, va a exigir que los hombres reflexionen en la
dirección de lo que denominó tipo de consciencia transitiva crítica, definida
por él en los siguientes términos: “Una consciencia que resalta la “educación
dialogal y activa, dirigida a la responsabilidad social y política,
caracterizada por la profundidad en la interpretación de los problemas” (FREIRE,
1967, p. 61).
En ese sentido, la connotación de la criticidad nos coloca frente
a la reflexión sobre la necesidad política, cultural y social de hacer surgir
actitudes contrarias a la discriminación de cualquier naturaleza, comportándose
como hombres radicales que optan crítica y amorosamente, sin imponer su opción,
sino dispuestos a construir lo nuevo, juntos. Hombres críticos que dialogan
sobre la diversidad de opciones. Sin embargo, es apenas en la esfera de la
conciencia transitiva crítica que los hombres y mujeres consiguen actuar con
autenticidad, amorosidad y ejercitan la práctica del diálogo:
La
transitividad crítica por otro lado, a la que llegaríamos con una educación
dialogal y activa, dirigida a la responsabilidad social y política, se caracteriza
por la profundidad en la interpretación de los problemas. Por la substitución
de explicaciones mágicas por principios causales. Por buscar testar los
“descubrimientos” y disponerse siempre a revisiones. Por desvestirse al máximo
de prejuicios en el análisis de los problemas y en su aprehensión, esforzarse
por evitar deformaciones. Por negar la transferencia de responsabilidad. Por la
negativa a asumir posiciones pasivas. Por la seguridad en la argumentación. Por
la práctica del diálogo y no de la polémica. (FREIRE, 1967, p. 61)
En este
contexto la acción dialógica es actitud del educador que se contrapone a la
domesticación/cosificación y que se hace a través de la educación entre hombres
que, asumiendo su condición crítica, trascienden. Así, dialogar es la actitud
que se define y delimita en cada educador en la relación entre el hombre y el
mundo, el hombre con otros hombres. Exige autenticidad al pronunciar la
palabra.
El hombre como ser de relaciones es lanzado a la tarea de crear y
recrear su contexto histórico. Tal tarea presenta al diálogo como uno de los
elementos significativos de realización. Todo el esfuerzo de los sujetos de la
educación, por el diálogo, por solidarizarse con el reflexionar y el actuar de
cada uno en el cotidiano escolar, los direcciona al mundo a ser trasformado y
humanizado por la praxis colectiva. El conflicto en las obras de Freire es
fundamental para el ejercicio del diálogo, para la construcción del
conocimiento que proviene de la creación, recreación de los hombres y mujeres,
para la reflexión sobre temas generadores y contenidos programáticos en el
contexto de la educación liberadora, para la concientización del proceso
dialéctico de las acciones políticas y pedagógicas.
Para él, el papel de cada
educador y gestor de la educación “no es hablar al pueblo sobre su visión del
mundo o intentar imponerle, es dialogar con él sobre su visión y sobre la de
ellos”. En ese sentido, continúa su reflexión afirmando sobre la necesidad de
que estemos convencidos de que su visión del mundo, que se manifiesta en las
diversas formas de su acción, refleja su situación en el mundo en el que se
constituye. Con eso, nos remite a la comprensión de que las actitudes del
profesor, gestor, padres y alumnos estén integradas en un contexto común de
construcción colectiva de aprendizaje. A través del diálogo, todos comparten
nociones de hombre, sociedad y de mundo. Toman conciencia del mundo, de sí y de
los otros, en diálogo.
Por:
Moacir de Góes
Extraído de
DICCIONARIO Paulo Freire
Danilo R. Streck, Euclides Redin, Jaime José Zitkoski (Orgs.)
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