Podemos
afirmar sin ambages que Giroux es uno de los referentes más acreditados de la
llamada pedagogía crítica y que bien merece ser considerado un continuador de
la pedagogía de Paulo Freire.
Este
mes de mayo el pedagogo Henry A. Giroux estuvo en España. Así le presentaban
sus patrocinadores: “Autor de más de 65 libros, el escritor y crítico cultural
canadiense pondrá de manifiesto la necesidad de dar a la educación un papel
central en la política y pondrá de relieve las relaciones entre las
instituciones educativas, la cultura y la vida pública”. Esos fueron los
títulos de dos de las conferencias que dio: Resistencia, transformación
social y esperanza y contra la dictadura de la ignorancia. Giroux es un
pensador que se dio a conocer en España a principios de la década de los 90 del
siglo pasado, especialmente a raíz de la traducción de dos de sus libros: Los
profesores como intelectuales. Hacia una pedagogía crítica del aprendizaje (con
una introducción de Paulo Freire, donde resaltaba su visión de la historia como
posibilidad, según la cual, hombres y mujeres hacen la historia que es posible,
no la historia que a ellos les gustaría hacer, ni la historia que a veces se
les dice que debería hacerse) y Teoría y resistencia en educación. Una
pedagogía para la oposición (con prólogo, de nuevo, de Freire). Con
estos datos, creo que podemos afirmar sin ambages que Giroux es uno de los
referentes más acreditados de la llamada pedagogía crítica y que bien merece
ser considerado un continuador de la pedagogía de Paulo Freire. Actualmente, a
sus 75 años, es profesor de la Universidad McMaster de Ontario (Canadá).
En su
conferencia se mostró sumamente crítico con la presidencia de Donald Trump,
obsesionado –dijo– en combatir cualquier forma de pensamiento que no sea la ignorancia
y empeñado en construir un nuevo orden social, que Giroux calificó
repetidamente de neofascismo. La verdad es que me sorprendió el uso tan
desacomplejado que hizo de un concepto que yo utilizo con sumo cuidado pero,
por otra parte, tan acorde con el pensamiento de Gramsci: el fascismo italiano
se impuso no solo con la violencia y la dominación directa, sino también
mediante el consentimiento y la hegemonía cultural y moral, es decir,
convirtiendo un interés particular en interés general, aceptado
mayoritariamente. Y ese fue su gran logro: conseguir que trabajadores y clases
medias, mujeres y jóvenes, artistas y obreros, adoptaran como suyas formas de
vida, comportamientos, valores y decisiones que objetivamente no eran
favorables a sus intereses; es un trabajo de ingeniería que requiere la
participación de una pluralidad de agencias, entre las cuales, desde luego, el
sistema educativo, los medios de comunicación, las religiones
institucionalizadas, los intelectuales y los líderes de opinión.
Todo
lo cual enlaza como anillo al dedo con la afirmación de Giroux de entender a
los docentes como intelectuales reflexivos, buenos conocedores de los problemas
sociales relevantes y eslabones necesarios para la construcción de nuevos
consensos y para la transformación de las sociedades. En este sentido, fue muy
crítico con el proceso acelerado de proletarización del profesorado, formado
con una orientación más técnica que culturalmente sólida, despojado cada día
más de su autonomía, esclavizado sibilinamente por multitud de prescripciones,
aplicativos, indicadores y comparaciones, y sometido a unas condiciones
laborales que se van precarizando, singularmente en las universidades.
Uno
de los participantes en estas conferencias-coloquio le preguntó por Finlandia: ¿Cómo
explicar que una sociedad con un sistema y un entorno educativo tan eficaz,
comprensivo y mundialmente reconocido y alabado como Finlandia, acoja a un
partido tan extremista, el de los Auténticos Finlandeses, antieuropeo,
antiinmigración extranjera, y consiga cerca de un 20% de los votos en las
últimas elecciones parlamentarias? Giroux respondió, en primer término, que no
solo educa el sistema escolar, y que para analizar y combatir esta deriva
debería abrirse el campo y abarcar no solo las políticas educativas y
culturales, sino también las políticas sociales, económicas y urbanísticas. En
segundo lugar, señaló que a menudo nos fijamos exclusivamente en las
estrategias organizativas y metodológicas de los centros educativos y, en
cambio, el debate sobre los contenidos, sobre el currículum, prácticamente ha
desaparecido. Una reflexión que viene muy a cuento en nuestro país cuando hemos
entronizado, sin más matices, la innovación, centrada a menudo en el uso de las
tecnologías digitales, en la disposición de los espacios o en determinadas
metodologías y, en su nombre, hemos despreciado el valor y el sentido de lo
culturalmente relevante, de lo socialmente necesario.
Destacó
también la importancia del lenguaje, de la lucha por el significado: el
fascismo empieza por las palabras, dijo. Un terreno que también habría sido
colonizado por la derecha y creado las condiciones idóneas para la aceptación
acrítica del aumento de las desigualdades al que estamos asistiendo. Un
lenguaje, el de esta derecha que califica de neofascista, enormemente tóxico y
simplificador. Tóxico, porque transmite una imagen sumamente degradante y
humillante de los pobres, de los musulmanes, de los otros, en definitiva;
porque estigmatiza barrios y ciudades enteras abandonadas a su suerte, de los
que no cabría otra cosa que protegerse y alejarse; porque impele a los jóvenes
a competir ferozmente para salir a delante, a invertir en ellos mismos porque
nada deben esperar de los poderes públicos, a prescindir de los demás, a
dejarse de solidaridades, porque cada uno es responsable de su suerte.
Simplificador, porque todo su argumentario conduce a que no hay más alternativa
que la que ellos proponen, a que no hay más que problemas estrictamente
individuales, porque las cuestiones estructurales no serían sino cortinas de
humo, herencia de un marxismo camuflado o de una religiosidad infantiloide…
Afirmó,
en fin, que la educación es una forma de intervención en el mundo; que sin
esperanza no hay resistencia posible, que la esperanza es una forma de ampliar
el territorio de lo posible…
¿Cómo
es posible que, tal como está el mundo, las líneas de fuerza de la pedagogía
crítica no estén más presentes en el debate educativo? ¿No sería hora de
priorizar algunas cuestiones para ofrecer respuestas comprensibles,
alternativas viables a los problemas y dilemas de tantos educadores y docentes
comprometidos?
Por: Xavier
Besalú
Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/05/20/giroux-en-espana/