Quienes
duden de que el neoliberalismo llegó para quedarse en América Latina, si no se
extirpa su talón de Aquiles: la corrupción, ausencia de bien común y fascismo
remozado (judicializa la protesta social, garrotea si no le obedecen, prohíbe
huelgas, lincha mediáticamente a sus opositores, esconde lo que le perjudica,
etc.), termina siendo aliados de él, defendiendo pinches reivindicaciones
propias de una “economía inmoral”.
Busca
desarticular toda organización que no sean sus cámaras y organizaciones,
precisamente entre los grupos más “golpeados”. Además, “legitima” un modelo
insaciable y arropado con un discurso mesiánico y cargado de miedos, de tal
magnitud que, el tecnócrata inteligente se vuelve tonto y el tonto se hace
loco.
Mientras
tanto, con algunas excepciones, la llamada “izquierda” y algunos gremios siguen
plantados en focalizaciones “reivindicativas”, a lo sumo. Útiles cincuenta años
atrás cuando en nuestros países existían dos o tres confederaciones
ideológicamente enfrentadas en la defensa del llamado “Estado del bienestar”.
Erigido
por los sectores agoexportadores, dependientes de una estable metrópoli, no
necesitaba transformación alguna del statuo quo, pues sus
naciones satélites experimentaban contradicciones fácilmente focalizadas. De
esta forma, si ese Estado social carecía de fondos, no tendríamos escuelas y
los hijos de jornaleros no irían al liceo ni a la universidad pública, etc.
Eso
importaba mucho a los líderes sindicales; por ende, todos debíamos contribuir
para que la comunidad más lejana tuviera su escuela nueva, hubiese agua
potable, seguridad social y electricidad. Ahora, cuantos más ignorantes
produzcamos, más barata es la mano de obra y el rebaño mejora.
Con
la caída de 36 años de neoliberalismo en México y la llegada del presidente
Andrés Manuel López Obrador, quedaron entredichas las “mentirillas” de este
modelo voraz. Los “sesudos” escribidores, periódicos y telenoticieros, otrora
defensores del sistema, son hoy el mejor ejemplo de cómo identificar una “news
fake”. Nunca vieron que la corrupción y la impunidad tenían su origen en
las altas esferas de los poderes republicanos, controladas estrictamente por
los partidos PRI, PRD y PAN.
Esta
“economía inmoral”, a todas luces concebida para que la corrupción fuera una
forma de cotidianidad: perdonaba impuestos a sus grandes contribuyentes,
imponía agresivas reformas (fiscales, educativa, constitucionales, etc), estrujaba
las pensiones de hambre, excluía docentes incómodos, asesinaba ambientalistas y
estudiantes, y lucraba con la maltrecha seguridad social, etc.
Los
auténticos ladrones de combustible (huachicoleros) eran escondidos con sus
ganancias anuales de 60.000 millones de pesos (unos $3.000 millones), mientras
los influyentes diarios y las voces oficiales “moralizaban” sus auditorios
presentando como “sinvergüenzas” de barrio a quienes extraían hidrocarburos.
Pero la realidad era distinta: gente de hogares desechos por el neoliberalismo,
niños excluidos de la educación por no pagárseles escuela privada y jóvenes
desempleados entregaban su combustible extraído clandestinamente a una mafia
oficial para que lo distribuyeran en estaciones de servicios, donde vendían el
75% de gasolinas robadas y el 25% comprada a Pemex.
Dicha
refinadora quebró por la alta gerencia parasitaria, puesta allí para venderla
por su supuesta falta de rentabilidad. De ese modo engañaron a la ciudadanía y
le informaron que la “muerte” de tan importante empresa estatal era por causa
de los altos salarios pagados a sus miles de trabajadores.
La
seguridad social mexicana también era candidata a venderse, quebrada con
sobreprecio de medicamentos, induciendo la falta de especialistas, con la remisión
de enfermos al sistema privado de atención, etc. Triangulaban, incluso,
recursos públicos vía concesiones, para encarecer tres o cuatro veces
estratégicas carreteras, puentes, escuelas y otros proyectos.
Contrario
a lo anterior, las organizaciones sociales en Bolivia, con el mayor crecimiento
económico de la región e inclusión social aprendieron, por ejemplo, que el
neoliberalismo se enfrenta con un plan alterno y realizable, situando a los más
pobres en el centro de las ocupaciones estatales.
Para
que eso sea posible hay que fomentar el ahorro interno y los valores éticos, en
la actualidad descabezados -la solidaridad, la transparencia, la honestidad, el
bien común, la autodeterminación como política estatal, el respeto mutuo entre
todos los Estados del mundo, etc.-, sin perder de vista la exigencia de
terminar –no el cuento ese de “vamos a combatir”– la corrupción. Pues es falso
ubicarla en las gradas de abajo de toda escalera del poder, porque está en las
de arriba. ¡Habían olvidado barrer de arriba hacia abajo!
Por:
Rafael A. Ugalde
No hay comentarios:
Publicar un comentario