CULTURA
Para
Paulo Freire, cultura es actividad humana de trabajo que transforma, producida
por diferentes movimientos y grupos culturales que conforman el pueblo: hombres
y mujeres que aún no habían aprendido a decir su palabra, algunos ya se sabían
pero no osaban manifestarse. Otros, por osar, privados del derecho de decirla
por los regímenes autoritarios vigentes en América Latina, en el largo período
de las dictaduras, trabajadores asalariados o no, intelectuales, doctores y no
letrados, políticos y teólogos, gente entre la gente.
Las
significaciones que construye alrededor de ese concepto generador de tantos
otros, están marcadas por su propia cultura nordestina, vivida en el seno de
una familia pobre, obligada por la crisis económica de 1929, a trasladarse a
Jaboatão, donde sintió lo que es el hambre y comprendió el hambre de los demás.
Impregnado por las lecturas de Tristão de Athayde, Maritain, Mounier entre
otros, participó de la Juventud Universitaria Católica (JUC), del Movimiento de
Cultura Popular y del Consejo Mundial de Iglesias o Consejo Ecuménico de las
Iglesias (1970 a 1980), posicionándose en relación a una cultura cristiana. De
esa forma, fortaleció sus experiencias de ser solidario, luchar por la justicia
y por los derechos de quienes no tenían nada o tenían muy poco, haciendo de la vida
vivida, suya y de aquellos con quienes tenía contacto, una experiencia
pedagógica y político-cultural continua.
Según
Paulo Freire, hacer cultura implica aprender a expresar “una permanente actitud
crítica, única forma por la cual el hombre realizará su vocación natural de
integrarse, superando la actitud del simple ajuste o acomodación, aprendiendo
temas y tareas de su época” (EPL, 1980, p. 44). Él mismo se manifestó de esa
manera, inspirado en educadores como Lourenço Filho, Anísio Teixeira, John Dewey
y Whitehead, filósofos como Álvaro Vieira Pinto, Simone Weil y Gabriel Marcel,
sociólogos como Fernando de Azevedo, Gilberto Freyre, Viviana Moog, Celso
Beisegel o religiosos como Manuel da Nóbrega y João XXXIII, entre tantos otros.
Cultura es
el eje en torno al cual instituyó los Círculos de Cultura, lugar donde una
educación liberadora mezclada con una cultura popular, se encontraban como
“acción cultural para la libertad”, inclusive título de una de sus obras
(1979). Viviendo “la cultura como adquisición sistemática de la experiencia
humana” (FREIRE, 1980, p. 109), todos, letrados o iletrados, son hacedores de
cultura, crean y recrean condiciones que los convierte en sujetos críticos,
respondiendo a la curiosidad epistemológica a través de la reflexión-acción-reflexión.
Es así como la vida va siendo creada y recreada por hombres y mujeres que
aceptan y responden a los desafíos, alterando y dominando continuamente la
naturaleza, dinamizando y humanizando su realidad. En fin, “acrecentando algo a
ella, de lo que él mismo es realizador. Va temporalizando los espacios
geográficos. Hace cultura” (p. 43).
El hombre
como ser de relaciones está en el mundo y con el mundo, enfrentando los
desafíos que le coloca la naturaleza, necesitando inicialmente encontrar medios
para responder a sus necesidades básicas de sobrevivencia. Por el trabajo
instala un proceso de transformación que produce en un primer nivel, una
cultura de subsistencia que le permite sobrevivir. De esa forma hace su casa,
sus ropas, sus instrumentos de trabajo, creando al mismo tiempo modos de
relacionamiento con los otros y con procesos cósmicos, con divinidades y
consigo mismo. Con ello, se reconoce como sujeto que, al interferir y
transformar los elementos que están a su disposición en la naturaleza y en el
mundo que lo rodea, produce cultura, expresada de diversos modos y con
diferentes lenguajes, humanizando aquello que toca, sea perteneciendo a una
cultura letrada o iletrada.
Esa
humanización se da en la medida en que hombres y mujeres, al responder a una
necesidad trascendental, espiritual y estética hacen cultura, manifestando
determinados patrones de comportamiento y representaciones de la vida vivida.
Esa transformación del mundo solo tiene sentido para Paulo Freire, cuando cada
uno se coloca como sujeto y todos participan, dando como resultado la
democratización de la cultura que se efectiviza por la educación como práctica de la libertad, título de una de sus obras
(FREIRE, 1980). Esa democratización de la cultura exige que hombres y mujeres participen
colectivamente de acciones transformadoras en un proceso dialéctico de denuncia
y anuncio, manifestando empowerment. Esto
es, un empoderamiento político-social (FREIRE, 1987, 121S) para actuar en las
redes sociales por “una nueva ética fundada en el respeto a las diferencias”
(FREIRE, 1997, p. 157).
Por lo
expuesto, diría que hubo la producción de una cultura freiriana que matizó
política y pedagógicamente el quehacer docente y discente, posicionando a los
educadores y a los educandos como sujetos que aprenden, dando la voz a quien no
era escuchado y creando condiciones para que grupos culturales y movimientos
sociales interfieran no sólo en las prácticas educacionales, sino en el propio
cotidiano de la escuela.
Autor
Cecília
Irene Osowski
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