CULTURA DEL SILENCIO
Para Paulo Freire la cultura del silencio es producida por la imposibilidad de que los
hombres y mujeres digan su palabra, de que se manifiesten como sujetos de
praxis y ciudadanos políticos, sin condiciones de interferir en la realidad que
los cerca. Realidad generalmente opresora y/o desvinculada de su propia
cultura. Ella es el resultado de acciones político culturales de las clases
dominantes, produciendo sujetos que se encuentran silenciados, impedidos de
expresar sus pensamientos y de afirmar sus verdades, en fin, negados de su derecho de actuar y de ser auténticos.
Ellos constituyen la clase de los oprimidos que no consiguen reconocerse como
sujetos creativos capaces de transformar aquello que los cerca, estando en
condiciones de presentar nuevas ideas o de manifestar prácticas culturales
diferentes de aquellas a las cuales están sometidos.
Impedidos de participar activamente de los acontecimientos,
se insieren apenas en lo ya vivido o en aquello que, siendo diferente de lo ya
vivido por ellos, les es presentado como algo listo y acabado, sin posibilidad
de su interferencia, cualquiera que sea. Habiendo sido negados de comprender y
de participar de acciones transformadoras, ellos creen ser “naturalmente”
inferiores a la clase dominante, siendo ese uno de los mitos impuestos a ellos
por la cultura de esa clase. De esa manera se encuentran inscritos en una cultura del silencio, pero en su
condición de humanos están ontológicamente expuestos a la ambigüedad de al ser menos, aspirar a Ser Más. Esto porque esa es la vocación
de todo ser humano, de la cual él no puede huir, incluso si está alejado de
ella, o si se encuentra sin las condiciones necesarias de reconocer su
identidad cultural de la clase dominada. Si tuviera conciencia de ese estado de
estar siendo menos humano, o sea, de estar siendo deshumanizado, podría
intentar pronunciar el mundo mediante “su organización revolucionaria para la
abolición de las estructuras de opresión” (FREIRE).
Por lo tanto, la cultura
del silencio es generada en estructuras opresoras en las cuales los hombres
y mujeres se someten a fuerzas condicionantes que los llevan a sentirse como
“casi cosas”, colocados como están en estructuras que los sumergen y diluyen en
el tiempo, muchas veces viviendo y sintiéndose muy próximos a los animales y a
los árboles, en la zona rural, o a las piedras, calles o plazas en los centros
urbanos, disputando con los animales algo para comer, en los basureros. Esa
manera de vivir sucede por la “adherencia
a la realidad en la que se encuentran, sobre todo los oprimidos” (FREIRE).
Los hombres y mujeres sometidos a una acomodación, a una masificación que
proviene de las formas como las élites domestican, mediante condiciones anti
dialógicas. Por la manipulación van “anestesiando” a los individuos,
impidiéndolos de concientizarse de las situaciones opresoras vividas,
silenciando voces y gestos, y con ello, facilitando la dominación, resultado de
acciones culturales políticamente engendradas y que producen esa cultura del silencio.
Ella llega a todo y a todos los que, formando parte de las
clases dominadas, van aprendiendo desde la infancia a no decir su palabra. De
la familia al trabajo, pasando por el largo período disciplinador en la
escuela, van siendo sometidos a una educación bancaria y a prácticas de
domesticación. De esa forma va siendo instituido un silencio que indica mutismo
frente a la opresión, pero no implica necesariamente, no saber. Para romper con
esa cultura del silencio, y las
condiciones que la construyen, es necesario desarrollar y fortalecer una
educación problematizadora o liberadora.
Paulo Freire mantuvo varias interlocuciones con otros
autores sobre la cultura del silencio. Con
Ira Shor, Freire (1987) examinó cómo hay una cultura del silencio tanto en los Estados Unidos como en Brasil, a
pesar de las diferencias culturales de cada pueblo, debido a que ambas son
sociedades capitalistas. Además de eso, destacaron la importancia de una
pedagogía del empowerment y del método dialógico como posibilidades de
producir rupturas en esa cultura del
silencio, lo que también podría suceder a través de una alfabetización
crítica y emancipadora, según conversación mantenida con Donaldo Macedo y
propuesta defendida por Giroux (FREIRE; MACEDO).
Paulo Freire afirma que también hay un silencio que puede y
debe ser acogido, pues él hace parte de la comunicación dialógica, donde es
necesario saber escuchar para saber reflexionar, analizar, argumentar, evaluar,
decidir, y para eso el silencio es fundamental y fundacional. Como él dice: “El
educador democrático, que aprendió a hablar escuchando, es cortado por el silencio intermitente de quien, hablando, calla
para escuchar a quien silencioso, y
no silenciado, habla” (FREIRE). Para
eso hay que aprender a controlarse frente a la presencia de otro que también
tiene algo que decir. Ese otro, incluso silencioso, necesita ser acogido para
expresar su verdad. Así, se abre la posibilidad de que sean confrontadas y
examinadas “verdades”, instituyéndose un campo no sólo de alternancia entre
quien habla y quien escucha, sino sobre todo, de diálogo en el que ambos se
conviertan en sujetos que se comunican.
Autora
Cecília Irene Osowski
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