viernes, 7 de febrero de 2020

"Cultura del silencio" según Freire


CULTURA DEL SILENCIO

Para Paulo Freire la cultura del silencio es producida por la imposibilidad de que los hombres y mujeres digan su palabra, de que se manifiesten como sujetos de praxis y ciudadanos políticos, sin condiciones de interferir en la realidad que los cerca. Realidad generalmente opresora y/o desvinculada de su propia cultura. Ella es el resultado de acciones político culturales de las clases dominantes, produciendo sujetos que se encuentran silenciados, impedidos de expresar sus pensamientos y de afirmar sus verdades, en fin, negados  de su derecho de actuar y de ser auténticos. Ellos constituyen la clase de los oprimidos que no consiguen reconocerse como sujetos creativos capaces de transformar aquello que los cerca, estando en condiciones de presentar nuevas ideas o de manifestar prácticas culturales diferentes de aquellas a las cuales están sometidos.


Impedidos de participar activamente de los acontecimientos, se insieren apenas en lo ya vivido o en aquello que, siendo diferente de lo ya vivido por ellos, les es presentado como algo listo y acabado, sin posibilidad de su interferencia, cualquiera que sea. Habiendo sido negados de comprender y de participar de acciones transformadoras, ellos creen ser “naturalmente” inferiores a la clase dominante, siendo ese uno de los mitos impuestos a ellos por la cultura de esa clase. De esa manera se encuentran inscritos en una cultura del silencio, pero en su condición de humanos están ontológicamente expuestos a la ambigüedad de al ser menos, aspirar a Ser Más. Esto porque esa es la vocación de todo ser humano, de la cual él no puede huir, incluso si está alejado de ella, o si se encuentra sin las condiciones necesarias de reconocer su identidad cultural de la clase dominada. Si tuviera conciencia de ese estado de estar siendo menos humano, o sea, de estar siendo deshumanizado, podría intentar pronunciar el mundo mediante “su organización revolucionaria para la abolición de las estructuras de opresión” (FREIRE).

Por lo tanto, la cultura del silencio es generada en estructuras opresoras en las cuales los hombres y mujeres se someten a fuerzas condicionantes que los llevan a sentirse como “casi cosas”, colocados como están en estructuras que los sumergen y diluyen en el tiempo, muchas veces viviendo y sintiéndose muy próximos a los animales y a los árboles, en la zona rural, o a las piedras, calles o plazas en los centros urbanos, disputando con los animales algo para comer, en los basureros. Esa manera de vivir sucede por la “adherencia a la realidad en la que se encuentran, sobre todo los oprimidos” (FREIRE). Los hombres y mujeres sometidos a una acomodación, a una masificación que proviene de las formas como las élites domestican, mediante condiciones anti dialógicas. Por la manipulación van “anestesiando” a los individuos, impidiéndolos de concientizarse de las situaciones opresoras vividas, silenciando voces y gestos, y con ello, facilitando la dominación, resultado de acciones culturales políticamente engendradas y que producen esa cultura del silencio.

Ella llega a todo y a todos los que, formando parte de las clases dominadas, van aprendiendo desde la infancia a no decir su palabra. De la familia al trabajo, pasando por el largo período disciplinador en la escuela, van siendo sometidos a una educación bancaria y a prácticas de domesticación. De esa forma va siendo instituido un silencio que indica mutismo frente a la opresión, pero no implica necesariamente, no saber. Para romper con esa cultura del silencio, y las condiciones que la construyen, es necesario desarrollar y fortalecer una educación problematizadora o liberadora.

Paulo Freire mantuvo varias interlocuciones con otros autores sobre la cultura del silencio. Con Ira Shor, Freire (1987) examinó cómo hay una cultura del silencio tanto en los Estados Unidos como en Brasil, a pesar de las diferencias culturales de cada pueblo, debido a que ambas son sociedades capitalistas. Además de eso, destacaron la importancia de una pedagogía del empowerment  y del método dialógico como posibilidades de producir rupturas en esa cultura del silencio, lo que también podría suceder a través de una alfabetización crítica y emancipadora, según conversación mantenida con Donaldo Macedo y propuesta defendida por Giroux (FREIRE; MACEDO).

Paulo Freire afirma que también hay un silencio que puede y debe ser acogido, pues él hace parte de la comunicación dialógica, donde es necesario saber escuchar para saber reflexionar, analizar, argumentar, evaluar, decidir, y para eso el silencio es fundamental y fundacional. Como él dice: “El educador democrático, que aprendió a hablar escuchando, es cortado por el silencio intermitente de quien, hablando, calla para escuchar a quien silencioso, y no silenciado, habla” (FREIRE). Para eso hay que aprender a controlarse frente a la presencia de otro que también tiene algo que decir. Ese otro, incluso silencioso, necesita ser acogido para expresar su verdad. Así, se abre la posibilidad de que sean confrontadas y examinadas “verdades”, instituyéndose un campo no sólo de alternancia entre quien habla y quien escucha, sino sobre todo, de diálogo en el que ambos se conviertan en sujetos que se comunican.



Autora
Cecília Irene Osowski


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