DIFERENCIA
La
diferencia, como tantos otros marcadores del pensamiento freiriano, tiene como
base la dialogicidad, el saber hablar y saber oír, que sustenta sus propuestas
de educación y de transformación social. Para Freire, “Aceptar y respetar la
diferencia es una de esas virtudes sin la que no se puede dar la posibilidad de
escuchar” (FREIRE). Sin escuchar no hay diálogo, hay monólogo; y este es un
terreno fértil para la imposición de valores, la invasión cultural y la
dominación.
Al
establecer las características fundamentales del diálogo (amor, humildad, fe en
las personas, esperanza y pensar crítico), Freire aleja cualquier posibilidad
de irrespeto a las diferencias. “¿Cómo puedo dialogar si me admito como un
hombre diferente, virtuoso por herencia, frente a los otros, meros “esto”, en
quien no reconozco otros yo?”. Sin
embargo, al exigir de la persona la humildad, el respeto a la diferencia, no la
convierte en un ser sumiso frente a la arrogancia de los otros. “La humildad
expresa, al contrario, una de las raras certezas que poseo: la de que nadie es
superior a nadie”. La carencia de humildad en las personas, que se manifiesta
en actitudes arrogantes y de falsa superioridad “de una persona sobre otra, de
un género sobre otro, de una clase o de una cultura sobre otra, es una
transgresión de la vocación humana del ser más” .
O sea, el
tema de la diferencia hace parte de toda la discusión hecha por Freire respecto
al compromiso del ser humano con la humanización del mundo. Además de ello, el
reconocimiento y el respeto a la diferencia abarca en Freire, la perspectiva de
un diálogo más amplio, que puede ser percibido en dimensiones interculturales.
En esa dirección, Freire cuestiona: “¿Cómo estar abierto a las formas de ser,
de pensar, de valorar, de otras culturas, consideradas por nosotros demasiado
extrañas y exóticas?”.
La
diferencia en Freire, por estar vinculada a la praxis humanista, se constituye
en el motor de la curiosidad que moviliza y nutre el acto de conocer, exigiendo
humildad y compromiso con la palabra, pues decir su palabra no es privilegio de
algunos, sino un derecho de todas las personas.
Aquí
su abordaje encuentra eco en la autonomía, en la producción del hombre por sí
mismo, en las relaciones con el mundo. En esas prácticas la persona asume un
compromiso ético con la palabra, en cuanto autovaloración, como expresión de sí
misma. Con ella empeña los valores de su nombre, de su familia, de su identidad
y realiza su poiesis. En las palabras
de Castro, “la poiesis es la
permanencia concreta como identidad, memoria y lenguaje del incesante
manifestarse de lo real. Por ello, la poiesis
siempre es ética, por ser lenguaje del ser” (CASTRO).
Pensar la
diferencia, el derecho a su producción y expresión, sobre las bases de una
propuesta teórico-metodológica, de un conjunto de prácticas pedagógicas críticas,
es proponer una abertura del ser a sí mismo, a los otros y al mundo como camino
para la evolución histórico-sociocultural de todos. Inspirada en Freire,
Loureiro afirma que “la persona que se
abre a sí misma, al otro y al mundo, construyendo relaciones auténticas y una
mirada crítica sobre la realidad, inaugura la relación dialógica con esa
abertura”.
La
concepción de diferencia en el pensamiento de Paulo Freire sobrepasa los
límites de lo que llamamos categoría o concepto, convirtiéndose, por estar
vinculada a la praxis, en un marcador operacional de comunicabilidad y de
reciprocidad en la medida que proviene de su comprensión del ser humano, de la
identidad humana como “un ser de relaciones en un mundo de relaciones”.
En el tenor
de este abordaje de la diferencia, del derecho de ser y de producir diferencia,
como una exigencia ontológica, Freire defiende la autonomía del ser humano y su
autoría en niveles cada vez más
complejos, debido a que son construidos en el diálogo consigo mismo y con un
mundo también cada vez más complejo. Al sobrepasar sus límites, la producción
de la diferencia potencializa la unificación del humano en torno a su vocación
ontológica: ser más. Ahí reside el respeto de Freire a la importancia cósmica de
la existencia y de la presencia del otro en el mundo. En ese sentido, el
pensamiento freiriano converge con una máxima de Teilhard de Chardin: “Ser es
unirse a sí mismo, o unir a los otros” (En: ARCHANJO).
Contrario
a la negligencia de la sociedad con relación al respeto a las diferencias y a
los límites de la libertad y de la voluntad humana, Freire produjo un conjunto
de “cartas pedagógicas”, reunidas en su último libro: Pedagogía de la indignación. Para Freire, todo educador necesita,
al asumirse como ser humano en las relaciones con el mundo, asumir un
compromiso sin tregua con la autoridad y con la libertad. Convivir con la
diferencia lleva a Freire a convencerse de que la educación que pretenda estar
“al servicio de la boniteza de la presencia humana en el mundo, al servicio de
la seriedad de la rigurosidad ética, de la justicia, de la firmeza del
carácter, del respeto a las diferencias (…) no puede realizarse distante de la
tensa y dramática relación entre autoridad y libertad”.
Autor Felipe
Gustsack
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