Hoy, más
que nunca, la verdad se ha convertido en una cuestión de vida o muerte
Por Alberto Quian
Alberto
Quian es doctor en Investigación en Medios de Comunicación. Profesor de
Periodismo Científico en la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M) y de
Periodismo de Investigación en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
Este artículo no reproduce
ninguna de las falsedades que circulan por Internet sobre el SARS-CoV-2 para no
amplificar la mentira. Es un repaso a evidencias y advertencias científicas
contra la epidemia de desinformación que acecha al conocimiento y, por lo
tanto, a la verdad contrastada sobre este nuevo virus, fundamental para tomar
decisiones que preserven la salud de los ciudadanos y de sus derechos y
libertades. Gobiernos, partidos políticos, prensa y redes sociales están en el
centro de la mayor tormenta sanitaria, política, económica y social que ha
sufrido la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial. Ahora es el tiempo para
el gobierno de la ciencia.
Una pandemia amenaza con
llevarnos primero al caos y luego al totalitarismo: la desinformación. Si el
coronavirus SARS-CoV-2 supone el mayor desafío para el bienestar de la
humanidad desde la Segunda Guerra Mundial, los bulos y las teorías
conspirativas que infectan Internet y que se propagan principalmente desde
redes sociales –pero también por medios propagandísticos y sensacionalistas–
sobre este virus son, seguramente, la mayor amenaza que han enfrentado las
democracias y la seguridad de los ciudadanos en las últimas décadas. La
comunidad científica avisa: la pandemia desinformativa (o infodemia)
es, potencialmente, tan peligrosa para la sociedad como el propio brote
vírico.
Los virus son parásitos que no
pueden subsistir por sí solos. Sin un huésped que los acoja, su existencia es
muy corta y su capacidad de propagarse, nula. Así que buscan cómo introducirse
en organismos vivos para alimentarse de sus células y multiplicarse, creando
réplicas de sí mismos. Esto es lo que sucede con el coronavirus SARS-CoV-2, la
gripe o el VIH, por ejemplo, pero también con el virus de la
mentira en Internet.
Redes sociales como Facebook,
Twitter e Instagram, o servicios de mensajería instantánea como Whatsapp son
una suerte de metaorganismos con cientos de millones de células (sus
usuarios) susceptibles de hospedar el virus de la mentira,
replicarlo y propagarlo exponencialmente. No hablamos, por lo tanto, de redes
sociales, sino de redes infecciosas donde la desinformación encuentra sus
mejores huéspedes (que ‘viral’ sea la palabra más asociada a las redes
sociales, enfatizada y adorada por sus usuarios –especialmente por los llamados
influyentes o aspirantes a ese estatus vírico–, es una prueba clara
de la naturaleza infecciosa de estos espacios virtuales para la comunicación de
las masas).
Aunque tenemos una vacuna contra
este virus –la información veraz y contrastada–, esta se ha
mostrado ineficaz cuando se aplica en las redes infecciosas de Internet, donde
la capacidad de propagación exponencial de la mentira supera la capacidad
inmunitaria de la verdad contrastada. Su velocidad y escala es tal, que no se
ha encontrado la manera efectiva de frenar el contagio de la mentira y
erradicar esta enfermedad global que afecta al bienestar político, económico y
social.
La comunidad científica avisa: la
pandemia desinformativa (o infodemia) es, potencialmente, tan peligrosa para la
sociedad como el propio brote vírico
Esto lo saben los virólogos de
la información: estudios científicos han constatado que la información falsa
llega más lejos, más rápido y a más gente que la verdadera. Por ejemplo,
un estudio publicado en Science –una de las
revistas científicas más prestigiosas del mundo– demostró, como decíamos, que
las informaciones falsas se difunden “significativamente más lejos, más rápido
y más profunda y ampliamente” que las verdaderas “en todas las categorías de
información”, aunque el impacto es “más pronunciado” en el caso de las noticias
políticas falsas, que, al fin y al cabo, son las que tienen mayor capacidad de
influir en la opinión pública y en el comportamiento de la gente.
Y lo más grave: “Al contrario de
lo que se cree, los robots aceleran la difusión de noticias verdaderas y falsas
al mismo ritmo, lo que implica que las noticias falsas se extienden más que la
verdad porque los humanos, no los robots, tienen más probabilidades de
propagarlo”. La mentira no es, por lo tanto, un mal tecnológico, sino una enfermedad humana.
COVID-19, la pandemia perfecta
para conspiranoicos
La mentira política no es la
única que se expande por la Red. La salud es un área muy productiva para los
fabricantes de mentiras virales, sabedores de que es uno de los
temas que más preocupa a los ciudadanos y que más consultas e interés suscita
en Internet –donde muchos contenidos son de dudosa o nula calidad y fiabilidad–,
desde búsquedas en Google, hasta el consumo de vídeos en plataformas como
YouTube, pasando por una abrumadora presencia de pseudoexpertos y
pseudocientíficos que propagan información falsa, peligrosos consejos y
opiniones sesgadas en redes sociales.
Su velocidad y escala es tal, que
no se ha encontrado la manera efectiva de frenar el contagio de la mentira y
erradicar esta enfermedad global. Un ejemplo: expertos avisaron en marzo de
2019 del auge de informaciones falsas relacionadas con la salud; fue en el XXVI
Congreso Nacional de Medicina General y de Familia, celebrado en Santiago de
Compostela por la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG),
donde se presentó la I Guía contra los bulos en Atención Primaria I.
En esta se advierte: “La proliferación de falsas noticias en el ámbito
sanitario puede tener consecuencias graves para la salud pública. La difusión
de bulos ocasiona, por ejemplo, que haya personas que utilicen terapias
alternativas contra el cáncer y sean propensas a rechazar los tratamientos
convencionales, por lo que tienen mayor riesgo de muerte”.
También se destaca que “la alta
incidencia de los bulos de salud y las fake news en las
distintas áreas de la Atención Primaria se hace más evidente en las redes
sociales, sobre todo en Twitter”.
En el caso de la crisis mundial
por la pandemia del coronavirus SARS-CoV-2, las mentiras también están
triunfando. Así lo evidencia, por ejemplo, el informe Bulos sobre coronavirus, editado por
el Instituto #SaludSinBulos, una iniciativa de la agencia de
comunicación Com Salud en
colaboración con la Asociación de Investigadores en eSalud (AIES), para la
que se ha creado una red de colaboradores formada por profesionales sanitarios,
representantes de asociaciones de pacientes, periodistas y organizaciones
científicas y médicas. Su objetivo: “Combatir los bulos de salud en internet y
las redes sociales, y contribuir a que exista información veraz y fiable en la
Red”.
“Alucinadas conspiraciones sobre
el origen de la epidemia y remedios falsos para la COVID-19 siguen copando las
conversaciones de Twitter”, han advertido desde este instituto.
Un trabajo de
investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad Americana de Beirut
(Líbano) ha concluido –en base al análisis de mensajes publicados en Twitter
marcados con 14 hashtags relacionadas con la pandemia de
coronavirus– que “la desinformación médica y el contenido no verificable
relacionado con la epidemia global de COVID-19 se propagan a un ritmo alarmante
en las redes sociales”. Detrás de esas informaciones erróneas o falsas están
usuarios no expertos en salud.
Aunque muchos trabajos se centran
en Twitter por la facilidad que ofrece esta plataforma a los científicos para
descargar y analizar datos masivos, el problema se expande por todas las
plataformas sociales. Un estudio sobre los vídeos que se publican en
YouTube relacionados con la actual pandemia constata que “el contenido
médico de estos videos es subóptimo y debe mejorarse”, para lo cual sus autores
piden a las agencias gubernamentales e internacionales de salud que “aumenten
su presencia en línea y consideren YouTube como una fuente popular para la
difusión de información confiable”.
En un artículo publicado en el
medio especializado en información científica The Conversation,
titulado en su versión en español El coronavirus es un campo abonado
para los ‘conspiranoicos, Daniel Jolley – profesor titular de Psicología en
la Universidad de Northumbria, en Newcastle (Reino Unido)– y Pia Lamberty –
investigadora en Psicología Social y Jurídica en la Universidad Johannes
Gutenberg de Mainz (Alemania)– exponen: “La creencia de que los poderes malignos
traman un plan secreto está muy extendida en todas las sociedades, y a menudo
hacen referencia a la salud. Una encuesta realizada por YouGov [firma
internacional de investigación de mercados y análisis de datos basada en
Internet] en 2019 reveló que el 16 % de los españoles que respondieron a las
preguntas creen que el virus del VIH fue creado y esparcido por todo el mundo
por un grupo secreto. Mientras, el 27 % de los franceses y el 12 % de los
británicos que se sometieron al cuestionario tenían la convicción de
que ‘se estaba ocultando de manera deliberada al público la verdad sobre los
efectos nocivos de las vacunas’”.
Un estudio sobre los vídeos que
se publican en YouTube relacionados con la actual pandemia constata que “el
contenido médico de estos videos es subóptimo y debe mejorarse”
El problema es de tal magnitud,
que la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) ha creado un espacio web para intentar frenar el virus de
la mentira sobre el SARS-CoV-2, desmintiendo los bulos que se expanden por
Internet sobre este virus. Una plataforma de información contrastada
médicamente, veraz y útil para la población, que defiende y promociona la
comunidad científica y sanitaria.
En un artículo publicado en Journal of Clinical Nursing,
un grupo de enfermeras de Hong Kong plantea que frente a los “niveles sin
precedentes de información errónea, teorías de la conspiración, noticias falsas
y rumores relacionados con la COVID-19”, que ponen en peligro la lucha contra
la pandemia, es necesario recurrir a fuentes confiables como el espacio
web abierto por la OMS.
“Las redes sociales y noticias
sensacionalistas sobre el brote han generado pánico y desconfianza en el
público en general, no solo desviando la atención de la respuesta al brote,
sino también dificultando las actividades de los profesionales de la salud, ya
en sí saturados”, lamentan estas enfermeras, que censuran la proliferación de
mensajes y anuncios sobre falsos remedios caseros y naturales para prevenir y
curar el coronavirus que no solo son estériles, sino que en algunos casos
también “pueden producir efectos contraproducentes” en la salud. Tristemente, “el
pánico en las redes sociales viaja más rápido que la propagación de COVID-19”.
Las democracias, la historia y la
salud pública, en peligro
La victoria de la mentira es la
derrota de la libertad. Cualquier forma de totalitarismo se sustenta en la
distorsión o borrado de hechos y datos, y en el exterminio de la verdad. La
libertad de cada individuo y la colectiva reside en el conocimiento (obsérvese
que ‘ciencia’ es una palabra que proviene del latín scientĭa, cuyo
significado es ‘conocimiento’). En base al conocimiento podemos tomar
decisiones razonadas: qué opción política es la mejor, por qué es importante
reciclar, por qué debemos vacunarnos o por qué tenemos en estos momentos que
confinarnos en casa para evitar la propagación del coronavirus. Sin ese
conocimiento, estamos abocados a subsistir en la ignorancia –y, por lo tanto,
en el miedo– y a ser controlados por aquellos que secuestran o aniquilan el
conocimiento para tomar decisiones por y sobre nosotros. Ser libres para tomar
decisiones por nosotros mismos –como individuos y como colectivo– es el pilar
de la democracia.
Las factorías de la mentira han
existido siempre, pero es en momentos de crisis – políticas, económicas,
sociales, sanitarias o naturales– cuando su cadena de producción se pone a
pleno rendimiento. Y ahora, más que nunca. Las redes (sociales) de infección en
Internet son un extraordinario canal de distribución de la mentira; el mayor,
más rápido y efectivo jamás creado. Su escala web (global) y su inmediatez
hacen de estas la mayor arma de destrucción masiva de la verdad que ha conocido
la humanidad. La victoria de la mentira es la derrota de la libertad.
Cualquier forma de totalitarismo se sustenta en la distorsión o borrado de
hechos y datos, y en el exterminio de la verdad
Volviendo a Jolley y Lamberty,
estos nos recuerdan que “las teorías de la conspiración no son exclusivas de
nuestro tiempo o cultura actual”. También enfatizan que estas “tienden a surgir
en situaciones de crisis social, como cuando tiene lugar un atentado terrorista
o suceden cambios políticos repentinos o recesiones económicas. Así pues, las
teorías conspirativas se multiplican en períodos de incertidumbre y amenaza en
los que buscamos el sentido a un mundo sumido en el caos, con similares
circunstancias a las que se producen con los brotes víricos, lo cual explica el
alcance de las teorías de la conspiración en relación con el
coronavirus”.
Jolley y Lamberty nos remiten,
entre otros, a un estudio de científicos de la Universidad Libre
de Amsterdam (Países Bajos) y de la Universidad de Kent (Reino Unido) en
el que se enfatiza “el vínculo entre situaciones de crisis social y la creencia
en las teorías de conspiración”, que, insistimos, no son algo nuevo, sino que
“han prevalecido a lo largo de la historia de la humanidad”.
“La evidencia sugiere que los
sentimientos aversivos que las personas experimentan cuando están en crisis
(miedo, incertidumbre y la sensación de estar fuera de control) estimulan una
motivación para dar sentido a la situación, aumentando la probabilidad de
percibir conspiraciones en situaciones sociales”, explican los autores de ese
estudio, Jan-Willem van Prooijen y Karen M Douglas.
Pero hay una siguiente fase que
sucede al proceso de formación de las teorías de la conspiración, cuando estas
“se convierten en narraciones históricas que pueden extenderse a través de la
transmisión cultural”, formando “la base de cómo las personas posteriormente
recuerdan y representan mentalmente un evento histórico”. Es así como, por
ejemplo, en el contexto de la crisis sanitaria que vivimos actualmente, se
intenta construir un relato ficticio –lo que los populistas y fabricantes de la
posverdad llaman “hechos alternativos– sobre el origen del coronavirus
–situándolo en laboratorios imaginarios, por ejemplo, algo absolutamente desmentido por
la comunidad científica–, para que perviva y se imponga a la evidencia científica de su origen zoonótico (las
zoonóticas son un grupo de enfermedades infecciosas que se transmiten de forma
natural de los animales a los seres humanos), al igual que ha sucedido con el
VIH (pese a las pruebas científicas de que este se transmitió de monos a
humanos y el origen de la epidemia del sida ha sido situado en 1920 en
Kinshasa –capital de la República del Congo–, no son pocos los que han
mantenido la falacia de que es un virus de laboratorio, o incluso que no
existe).
Las creencias en teorías
conspirativas relacionadas con la salud nos ponen a todos en peligro, pues uno
de sus pilares es poner en duda a las llamadas autoridades sanitarias,
sugiriendo que estas trabajan al servicio de un poder maligno que solo busca
causar daño a la humanidad (solo una persona enajenada puede pensar que
científicos de todo el mundo, con ideologías, culturas, intereses, problemas y
experiencias vitales distintas, se pueden poner en secreto de acuerdo entre
ellos y con gobernantes de todo el planeta para causar mal). Es lo que sucede,
por ejemplo, con el movimiento antivacunas, con estúpidas teorías
conspiranoicas de fanáticos que ponen en riesgo las vidas de sus hijos y de los
demás.
Como bien señalan Jolley y
Lamberty, “investigadores han demostrado que las teorías conspirativas
relacionadas con emergencias médicas tienen el poder de incrementar la
desconfianza en las autoridades sanitarias, lo cual puede traducirse en
dificultades a la hora de que la población tome medidas para protegerse”. No
extrañan, por tanto, los ataques furibundos –principalmente desde
movimientos populistas y de ultraderecha, negacionistas de las evidencias
científicas– que ha recibido en España el doctor Fernando Simón, director del
Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de
Sanidad. Tampoco debemos olvidar la inculta y perversa declaración del líder
del Partido Popular, Pablo Casado, acusando al presidente del Gobierno español,
Pedro Sánchez, de “parapetarse en la ciencia” en la crisis del
coronavirus, cuando no existe otra solución a este problema que la
científica.
Investigadores han demostrado que
las teorías conspirativas relacionadas con emergencias médicas tienen el poder
de incrementar la desconfianza en las autoridades sanitarias Negacionistas de
la ciencia, populistas y conspiranoicos nos ponen a todos en peligro. Basta con
que unos pocos les hagan caso, den credibilidad a sus falacias y se salten las
normas y consejos sanitarios para exponernos a todos a un virus letal. Y no
solo esto, también nos sitúan al borde del odio y del caos social.
“La expansión de las teorías de
la conspiración de tipo médico también pueden tener graves consecuencias para
otros sectores sociales. [...] el brote del coronavirus ha dado lugar a un
aumento en todo el mundo de los ataques racistas contra personas con
rasgos físicos típicos de los países de Extremo Oriente”, lamentan Jolley y
Lamberty.
Las enfermeras hongkonesas antes
citadas también denuncian la ola de odio y racismo contra ciudadanos orientales
y que ha golpeado incluso a profesionales de la salud. “La BBC informó de
que a un enfermero filipino de cardiología en Inglaterra se le pidió que
‘dejara de propagar el virus’ cuando estaba usando el transporte público”,
ponen como ejemplo.
“Estos niveles de xenofobia y
racismo son absolutamente abominables y no tienen cabida en una sociedad
civilizada moderna”, critican las enfermeras, que nos recuerdan que,
“desafortunadamente, el racismo frente a los desastres humanitarios tiene una
historia mucho más larga que la del brote actual de COVID-19”.
Que líderes mundiales como Donald
Trump e incluso algunos medios hayan denominado al SARS-CoV-2 como “el virus
chino” es un síntoma más de la enfermedad racista que se propaga por el
planeta.
Estos brotes también se han dado
en España con expresiones de odio a la población de Madrid, foco principal
de la epidemia aquí. Y no son pocos los ciudadanos españoles que han
sufrido episodios de xenofobia en el extranjero a raíz de esta
pandemia.
La pandemia de
informaciones falsas no es el único problema. “Relacionado con la infodemia está
la llamada geodemia de consideraciones geopolíticas y el
populismo nacionalista que parece que se está poniendo por delante de la
ciencia en el control de la epidemia vírica”, observan Gabriel M. Leung y
Kathy Leung, del Centro Colaborador de la OMS para Epidemiología y Control de
Enfermedades Infecciosas en la Universidad de Hong Kong.
La epidemia vírica, la infodemia y
la geodemia cierran un triángulo donde se pueden extinguir
millones de vidas, el conocimiento y el bienestar económico de una amplísima
parte de la población mundial.
La mala ciencia y el mal
periodismo
John P.A. Ioannidis, uno de los
científicos de más renombre en el mundo –profesor en la prestigiosa Universidad
de Stanford en los departamentos de Medicina, Epidemiología y Salud Pública, y
Datos Biomédicos y Estadística–, ha advertido de la existencia de una “epidemia
de afirmaciones falsas y acciones potencialmente dañinas” en relación con la
crisis mundial del SARS-CoV-2.
En un artículo publicado
en la revista científica European Journal of Clinical Investigation,
Ioannidis apunta a dos focos de desinformación, o de información errónea. Uno
es la urgente producción científica no revisada por pares que se está lanzando
en la web como prepublicaciones (los conocidos en jerga científica como preprints,
en inglés). Si bien es cierto que una emergencia global sin precedentes como la
de la pandemia de la COVID-19 requiere de una ciencia más ágil y efectiva –más
apegada a la actualidad, algo a lo que no está acostumbrada por sus complejos,
pero necesarios, procesos de producción, evaluación y publicación–, la
publicación en masa de investigaciones que no han pasado el filtro de calidad
de la revisión por pares eleva notablemente las posibilidades de que otros
científicos y periodistas utilicen información y datos erróneos, sesgados, no
contrastados o incluso falsos, agrandando la bola de nieve de la
desinformación. Esto, por supuesto, no debe poner en cuestión la enorme y
valiosísima labor que, en su conjunto, está realizando la comunidad científica
internacional para comprender este nuevo virus y aportar soluciones. Pero
debe tomarse en cuenta en el obligado ejercicio para cualquier científico y
periodista de saber diferenciar entre buena y mala ciencia.
Para evidenciar el problema al
que nos exponemos, Ioannidis expone varios ejemplos. Uno de ellos, el más
demostrativo, es el trabajo que firmaron varios investigadores del Instituto
Indio de Tecnología y la Universidad de Delhi, un preprint publicado
el 31 de enero de 2020 –cuando apenas estábamos empezando a conocer la
existencia de la epidemia–, en bioRxiv, una plataforma web impulsada por el Cold Spring
Harbor Laboratory –instituto estadounidense referente en el mundo en
investigación biomédica–, donde se publican de manera rápida artículos
científicos que no han sido sometidos aún a una revisión por pares. Sus
afirmaciones eran muy atractivas para cualquier productor de películas de
Hollywood, pero la metodología de su estudio y sus resultados, demasiado
endebles para la ciencia
Los autores de ese trabajo
afirmaron haber encontrado una “increíble similitud” entre la secuencia
genética del virus SARS-CoV-2 y la del VIH-1 (causante del sida), y sugirieron
que esas coincidencias no “eran de naturaleza fortuita”. Sus afirmaciones
alentaron a conspiranoicos y periodistas insensatos que defienden la
disparatada idea de que virus de demostrado origen zoonótico son creaciones de
laboratorio de malvados y malignos científicos que pretenden aniquilar a toda o
una parte de la humanidad. Sus afirmaciones eran muy atractivas para cualquier
productor de películas de Hollywood, pero la metodología de su estudio y sus
resultados, demasiado endebles para la ciencia. El artículo fue retractado por
sus propios autores a las 72 horas de su publicación, tras un aluvión de
críticas, pero el daño ya estaba hecho. Se convirtió en el trabajo
científico más compartido de toda la historia en las redes sociales hasta
el momento, “alimentando las teorías de la conspiración sobre científicos que
fabrican virus peligrosos y ofreció munición a los negacionistas de las
vacunas”, lamenta Ioannidis.
“Con más de 20.000 tuits y 56
noticias publicadas en distintos medios de comunicación, algunos de tanto
alcance como The Angeles Times, The Guardian, The
Scientist, Foreign Affair, Newsweek… el preprint y
la información derivada de él se hizo viral”, explican Emilio Delgado
López Cózar y Alberto Martín Martín, investigadores de la Facultad de
Comunicación y Documentación Universidad de Granada.
Sin embargo, la inmensa mayoría
de los científicos no cayó en la trampa. No solo fue la propia comunidad
científica la que advirtió de los desaciertos de esa investigación, también la
ignoró. Hasta mediados de marzo, ese artículo había recibido “solo dos citas de
acuerdo con Google Scholar, una de un artículo que explora el impacto mediático
de los preprints en la crisis del coronavirus, y otra de un
trabajo que refuta directamente los resultados del estudio. Esto significa un
impacto científico, medido en términos de citas, ínfimo”, destacan los
investigadores de la Universidad de Granada.
Pese a que la comunidad
científica tiene mecanismos diversos de control que, tarde o temprano, detectan
y corrigen defectos o errores, no sucede lo mismo con la impulsiva e irracional
comunicación de masas en las redes infecciosas de Internet, donde, como ya hemos
dicho, la mentira se expande más rápido y ampliamente que la verdad.
“Mientras que la comunidad
científica ha sido capaz de permanecer inmune a una información sesgada y
tendenciosa, consiguiendo la retirada del artículo de manera inmediata y
castigando con el olvido al trabajo en la literatura científica, otros sectores
de la población han sido muy vulnerables a quedar infectados por una
información escandalosamente sugestiva que, revestida de credenciales
científicas y expresada por nuevos canales de comunicación científica, es
ambigua, imprecisa, sesgada y no fundamentada”, explican López Cózar y Martín
Martín sobre la investigación de los científicos indios.
El caso de este trabajo ha
evidenciado la paradoja de que, a veces, “la ciencia se utiliza para apoyar las
teorías de conspiración”, de manera que “lo que parece evidencia científica se
usa para apoyar la idea de que no se puede confiar en los científicos”, agrega
al debate Joana Gonçalves de Sá, de la Escuela de Negocios y Economía (Nova
SBE) de la Universidad Nova de Lisboa, en un artículo publicado
en Nature.
A veces, la ciencia se utiliza
para apoyar las teorías de conspiración, de manera que lo que parece evidencia
científica se usa para apoyar la idea de que no se puede confiar en los
científicos
“El artículo ha sido retractado,
pero la sugerencia de que el virus fue creado en el laboratorio es más difícil
de eliminar”, concluye esta científica de datos, para quien un factor que puede
explicar el fenómeno de propagación exponencial de informaciones falsas en las
redes sociales podría ser el hecho de que “las personas que comparten esas
informaciones erróneas sobreestimen su capacidad para comprender problemas muy
complejos y experimenten una forma del efecto
Dunning-Kruger”, esto es, pensar que uno sabe más sobre un asunto o
tema de lo que realmente sabe, creyéndose incluso más inteligente que los
expertos en una materia. “Esto puede verse exacerbado por la falta de confianza
en las instituciones, ya sean gobiernos, la industria farmacéutica o los medios
tradicionales”, añade Gonçalves de Sá.
Por desgracia, este no es un mal
exclusivo de las redes sociales. Cada día vemos en platós de televisión,
escuchamos en la radio y leemos en prensa a periodistas políticos aleccionando a
las audiencias sobre un virus –los periodistas científicos siguen desterrados–,
o a artistas, deportistas, toreros y empresarios dando consejos y opinando
sobre las medidas necesarias para combatir la pandemia. La irresponsabilidad
periodística está siendo enorme.
Negacionistas de la ciencia y
medios sensacionalistas, una amenaza para todos
Los negacionistas alimentan sus
teorías conspiranoicas con los errores de la ciencia (no obviemos que la
ciencia es humana y, muchas veces, se equivoca, pero es una actividad en la que
el error se reconoce como una característica de progreso, como algo útil, como
un punto para superar una adversidad y mejorar, de ahí que uno de los
principios básicos de la ciencia sea la falsabilidad o refutabilidad, esto es,
la capacidad de una teoría o hipótesis de ser sometida a pruebas que la
contradigan; algo que nunca se da en política, por ejemplo, donde nadie
reconoce perder nunca la razón, aun siendo evidente y demostrado el error o la
falsedad).
Atendiendo al contexto actual
marcado por la crisis del coronavirus, los científicos Areeb Mian y Shujaat
Khan, del Imperial College de Londres, señalan cómo los errores científicos
–malinterpretados por bisoños, estrujados por malintencionados o mal
comunicados por los propios investigadores– han causado en los últimos tiempos
una “desconexión entre el consenso científico y el público sobre temas como la
seguridad de las vacunas, la forma de la Tierra o el cambio climático”. Una
desconexión entre ciencia y ciudadanos que “ha empeorado progresivamente a
medida que la sociedad se ha dividido aún más por el clima político de hoy”,
cada vez más polarizado por los populismos. Esto, dicen, “ha creado un entorno
óptimo para que los grupos contra la ciencia ganen terreno y propaguen sus
falsas teorías e información”. En este ambiente de progresiva desconfianza
hacia la ciencia, “la crisis de salud pública que surge debido al coronavirus
COVID-19 también está comenzando a sentir los efectos de la desinformación”,
advierten.
En un artículo publicado
en la revista científica BMC Medicine, Mian y Khan, llaman a
“promover la evidencia científica y la unidad sobre la desinformación y la
conjetura”, que “han ahogado fuentes de información creíbles” sobre este
virus.
Los investigadores calcularon que
existían “más de 52 millones de sitios web con información engañosa y teorías
conspirativas” a mediados de marzo. Estos investigadores calcularon que
existían “más de 52 millones de sitios web con información engañosa y teorías
conspirativas” a mediados de marzo. Una muestra del enorme potencial de la
mentira en la Red.
“La influencia de estos falsos
argumentos puede ser tan contagiosa, que puede influir en la política
gubernamental, que tiene el potencial de ser fatal”, advierten estos
científicos. Porque una de las grandes utilidades públicas de la ciencia es,
como ya hemos mencionado, servir como herramienta fiable para tomar decisiones
individuales y colectivas. Y si quienes tienen que decidir sobre nuestro
bienestar, progreso y salud pública son individuos como Donald Trump en
Estados Unidos o Santiago Abascal (Vox) en España –dos de los líderes
de la nueva ultraderecha que ha emergido en Occidente tras la crisis económica
global–, debemos estar seguros de que no lo harán en base a evidencias
científicas, sino con pura ideología política. Poner nuestra salud en manos de
individuos que imponen sus creencias sobre demostraciones empíricas nos arroja
a la fatalidad.
La ignorancia política no es la
única amenaza para nuestro bienestar. Mian y Khan también señalan a los medios,
más preocupados por “aumentar sus audiencias” que por ofrecer información veraz
y contrastada. “Las principales organizaciones de medios están creando
titulares dramáticos, incitando al pánico entre el público”, denuncian.
“Si bien los profesionales de la
salud aún están aprendiendo sobre el virus, los medios de comunicación ya han
comenzado a especular sobre el posible impacto en la salud que el virus puede
tener, y al publicar los peores efectos potenciales del virus, solo alimentan
el pánico entre el público en general”, lamentan Mian y Khan.
Otra amenaza que señalan estos
científicos es la que proviene de los irresponsables y peligrosos consejos o
falsas informaciones que circulan por Internet sobre presuntas soluciones
milagrosas, sin base científica alguna, para la COVID-19. “Si bien muchos de
estos son inofensivos, algunos son potencialmente muy peligrosos”,
alertan.
“La difusión de información falsa
ahoga las fuentes creíbles y, a su vez, genera una mayor confusión pública, lo
que en última instancia conduce a una mayor difusión y a una mitigación
ineficiente de la transmisión del virus”, dejando a los ciudadanos “sin
preparación para combatir una crisis de salud pública”, insisten estos
expertos.
Es el momento de los científicos
y sanitarios, no de los políticos
Mian y Khan también advierten del
peligro de politizar una crisis de salud pública mundial como la que estamos
padeciendo. A nadie se le escapa que en todos los países los partidos que
gobiernan o aspiran a gobernar –sean del color que sean– están realizando un
importante –y extenuante para el ciudadano– ejercicio de propaganda para
ganarse el favor de los potenciales votantes.
Ante la refriega política, no son
pocos los científicos que han solicitado que se centren los esfuerzos en salvar
vidas y en buscar soluciones a la pandemia, y se dejen de lado en estos
momentos las contiendas partidistas. Y para ello, cada gobierno –de derechas o
de izquierdas, liberal, conservador, socialdemócrata o comunista– debe hacer un
ejercicio poco común: “En momentos como este, el mensaje de los gobernantes
debe ser coherente para que el público pueda recuperar la confianza en los
funcionarios públicos”, aconsejan los investigadores del Imperial
College.
A nadie se le escapa que en todos
los países los partidos que gobiernan o aspiran a gobernar están
realizando un importante ejercicio de propaganda para ganarse el favor de los
potenciales votantes
En la misma línea, investigadores
españoles han pedido a los líderes políticos que “no exploten la situación para
obtener ganancias políticas” de esta crisis sanitaria causada por el
coronavirus.
Aunque no estemos acostumbrados,
ahora, y por extraño que parezca, no es tiempo para los políticos, sino para
los sanitarios y científicos. Son ellos quienes deben gobernar la situación
–aunque le pese al señor Pablo Casado–, con el apoyo de la clase política y de
los periodistas.
“Los gobiernos y las figuras
mediáticas deben utilizar el conocimiento de los expertos, particularmente de
los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades y de la OMS, para
entregar información precisa y sensata para no provocar el pánico entre el
público. La aparición de este virus ofrece una oportunidad para que los
profesionales de la salud pública luchen unidos contra esta amenaza común. Si
las autoridades sanitarias manejan, educan y abordan adecuadamente las
inquietudes de las personas, existe la oportunidad de reducir el nivel de
desconfianza que ha surgido por los movimientos contra la ciencia en los últimos
tiempos”, exhortan Mian y Khan.
En la misma línea argumentativa,
Laurie Garrett –periodista científica que ganó en 1996 el Premio Pulitzer por
una serie de artículos sobre el brote del virus del ébola en la República
Democrática del Congo–, considera que “el único bastión de defensa contra el
creciente pánico público, la histeria del mercado financiero y los
malentendidos no intencionados de la ciencia y la epidemiología del SARS-CoV-2
es una contrainformación ágil, precisa y disponible en todo el mundo, con un
gran fundamento moral y que transmita una narrativa constantemente impulsada
por la ciencia”.
En un artículo publicado
en la revista médica The Lancet, Garrett asume algo que los
científicos saben pero mucha gente no comprende: que la verdad “en ciencia
puede y debe cambiar a medida que avanzan las investigaciones y el análisis de
datos”, también en el caso de este coronavirus, “pero su resultado final debe
reflejar consistentemente el empirismo, una dosis sólida de escepticismo y
escrutinio, y una convicción absoluta en la diseminación temprana de
investigaciones y análisis de emergencia. Y esos bastiones deben resistir los
intentos de influir en sus mensajes para reflejar intereses institucionales o
políticos”, advierte.
“Si China hubiera permitido al
médico Li Wenliang y sus valientes colegas de Wuhan informar de sus sospechas
sobre una nueva forma de neumonía infecciosa a otros colegas, redes sociales y
periodistas, sin arriesgarse a una sanción, y si los funcionarios locales no
hubiesen publicado durante semanas información falsa sobre la epidemia, puede
que ahora no nos estuviésemos enfrentando a una pandemia”, expone esta experta,
cuyas críticas no se ciñen al régimen chino.
Garrett extiende su queja a más
países, con sistemas políticos, gobiernos y culturas distintos: “Si los
funcionarios japoneses hubieran permitido la divulgación completa de sus
procedimientos de cuarentena y pruebas a bordo del abandonado crucero Princess
Diamond, consideraciones cruciales podrían haber ayudado a prevenir la
propagación a bordo del barco y haber prevenido a otros países sobre el regreso
a casa de pasajeros potencialmente infecciosos. Si la Iglesia Shincheonji [una
secta] y sus partidarios en el Gobierno de Corea del Sur no se hubieran negado
a proporcionar los nombres e información de contacto de sus miembros y no
hubieran bloqueado los esfuerzos de los periodistas para conocer la propagación
del virus en sus filas, se podría haber evitado muchas infecciones y muertes en
ese país. Si el viceministro de Salud de Irán, Iraj Harirchi, y los miembros
del consejo gobernante del país no hubieran tratado de convencer a la nación de
que la situación de la Covid-19 estaba ‘casi estabilizada’, incluso cuando
Harirchi sufría visiblemente la enfermedad cuando se presentaba ante las
cámaras, Medio Oriente podría ahora no encontrarse en grave peligro por la
propagación de la enfermedad, con Arabia Saudita suspendiendo las visas a los
peregrinos que quieren visitar La Meca y Medina. Ni Irán ni Arabia Saudita
tienen un periodismo libre y abierto, y ambas naciones buscan controlar las
narrativas a través de las redes sociales, la censura, el encarcelamiento o
incluso ejecuciones. Y si la administración Trump no hubiera declarado que las
críticas a su lenta respuesta a la epidemia eran un ‘engaño’, alegando que eran
un ataque político de la izquierda, los Centros para el Control y la Prevención
de Enfermedades de Estados Unidos podrían haber sido presionados para realizar
pruebas generalizadas a principios de febrero, descubriendo focos de
transmisión del virus antes de que se dispersara ampliamente”.
En el caso de China, la errática
actitud del Gobierno y su censura al inicio de la pandemia contrasta con la
labor que han desarrollado sus científicos, que “han trabajado con diligencia y
eficacia para identificar rápidamente el patógeno detrás de este brote, adoptar
medidas significativas para reducir su impacto y compartir sus resultados de
manera transparente con la comunidad sanitaria mundial”, destaca un grupo de 27
científicos de salud pública en un manifiesto firmado en The Lancet, en
solidaridad con sus colegas chinos.
Estos científicos –pertenecientes
a instituciones de Estados Unidos, España, Alemania, Reino Unido, Italia,
Australia, Países Bajos, Hong Kong y Malasia– aplauden “el intercambio rápido,
abierto y transparente de datos sobre este brote”, pero avisan de que este
“ahora se ve amenazado por rumores y desinformación” sobre el origen de la
pandemia.
“Nos unimos para condenar
enérgicamente las teorías de la conspiración que sugieren que la COVID-19 no
tiene un origen natural” y que “no hacen más que crear miedo, rumores y
prejuicios que ponen en peligro nuestra colaboración global en la lucha contra
este virus”, exponen en su manifiesto, en el que referencian varios trabajos
que demuestran “de manera abrumadora que este coronavirus se originó en la vida
silvestre, como muchos otros agentes patógenos emergentes”.
Hay acuerdo en la comunidad
científica y sanitaria sobre la necesidad de disponer de información contrastada,
transparente y abierta, accesible a todo el mundo, “para reducir
el miedo y la discriminación” y frenar la pandemia de mentiras,
además de la vírica. Y en esto es fundamental la implicación de las autoridades
sanitarias y gubernamentales de todos los países.
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