Por: Claudio Katz
Muchos sugieren que el desempeño aceptable de la
economía fue abruptamente alterado por el coronavirus. También estiman que la
pandemia puede provocar el reinicio de un colapso semejante al 2008. Pero en
esa oportunidad fue inmediatamente visible la culpabilidad de los banqueros, la
codicia de los especuladores y los efectos de la desregulación neoliberal.
Ahora sólo se discute el origen y las consecuencias de un virus, como si
economía fuera otro paciente afectado por el terremoto sanitario.
En realidad, el coronavirus detonó las fuertes
tensiones previas de los mercados y los enormes desequilibrios que acumula el
capitalismo contemporáneo. Acentuó una desaceleración de la economía que ya
había debilitado a Europa y jaqueaba a Estados Unidos.
El divorcio entre esa retracción y la
continuada euforia de las Bolsas anticipaba el estallido de la típica burbuja,
que periódicamente infla y pincha Wall Street. El coronavirus ha precipitado
ese desplome, que no obedece a ninguna convalecencia imprevista. Sólo repite la
conocida patología de la financiarización.
A diferencia del 2008, la nueva la burbuja no
se localiza en el endeudamiento de las familias o en la fragilidad de los
bancos. Se concentra en los pasivos de las grandes empresas (deuda corporativa)
y en las obligaciones de muchos estados (deuda soberana). Además, hay serias
sospechas sobre la salud de los fondos de inversión, que aumentaron su
preponderancia en la compra-venta de bonos.
La economía capitalista genera esos temblores y
ninguna vacuna puede atemperar las convulsiones que desata la ambición por el
lucro. Pero la miseria, el desempleo y los sufrimientos populares que provocan
esos terremotos han quedado ahora diluidos por el terror que suscita la
pandemia.
También la caída del precio del petróleo antecedió
al tsunami sanitario. Dos grandes productores (Rusia y Arabia Saudita) y un
jugador de peso (Estados Unidos), disputan la fijación del precio de referencia
del combustible. Esa rivalidad quebrantó el organismo que contenía la
desvalorización del crudo (OPEP más 10).
La sobreproducción que precipita ese abaratamiento
del petróleo es otro desequilibrio subyacente. El excedente de mercancías -que
se extiende a los insumos y las materias primas- es la causa de la gran batalla
que enfrenta a Estados Unidos con China.
Los dos principales determinantes de la crisis
actual -financiarización y sobreproducción- afectan a todas las firmas, que empapelaron
con títulos los mercados o se endeudaron, para gestionar los excedentes
invendibles. El coronavirus es totalmente ajeno a esos desequilibrios, pero su
aparición encendió la mecha de un arsenal saturado de mercancías y dinero.
Varios especialistas han destacado también cómo las
transformaciones capitalistas de las últimas cuatro décadas inciden sobre la
magnitud de la pandemia. Observan que las contaminaciones anteriores- separadas
por lapsos prolongados- irrumpen ahora con mayor frecuencia. Ocurrió con el
SARS (2002-03), la gripe porcina H1N1 (2009), el MERS (2012), el Ébola
(2014-16), el zika (2015) y el dengue (2016).
Es muy visible la conexión de esos brotes con la
urbanización. El hacinamiento de la población y su forzada proximidad
multiplica la diseminación de los gérmenes. También resulta evidente el efecto
de la globalización, que incrementó en forma exponencial el número de viajeros
y la consiguiente expansión de los contagios a todos los rincones del planeta.
La forma en que el coronavirus ha provocado en pocas semanas el colapso de la
aviación, el turismo y los cruceros es un contundente retrato de ese impacto.
El capitalismo ha globalizado en forma vertiginosa
muchas actividades lucrativas, sin extender esa remodelación de las fronteras
al sistema sanitario. Al contrario, con las privatizaciones y los ajustes
fiscales se afianzó la desprotección en todos los países, frente a enfermedades
que se mundializan con inusitada velocidad.
Algunos estudiosos también recuerdan, que
luego SARS fueron desechados varios programas de investigación para conocer y
prevenir los nuevos virus. Prevalecieron los intereses de los conglomerados
farmacéuticos, que priorizan la venta de medicamentos a los enfermos solventes.
Un ejemplo patético de esta primacía del lucro se observó en Estados Unidos al
comienzo de la pandemia con el cobro del test de detección del coronavirus. Esa
ausencia de gratuidad redujo el conocimiento de los casos, en un momento clave
para el diagnóstico.
Otros expertos destacan cómo se ha destruido el
hábitat de muchas especies silvestres, para forzar la industrialización de
actividades agropecuarias. Esa devastación del medio ambiente ha creado las
condiciones para la mutación acelerada o la fabricación nuevos virus.
China ha sido un epicentro de esos cambios. En
ningún otro país convergió en forma tan vertiginosa la urbanización, con la
integración a las cadenas globales de valor y la adopción de nuevas normas de
alimentación.
En la crema del establishment el
coronavirus ya recreó el mismo temor que invadió a todos los gobiernos, durante
el colapso financiero del 2008. Por eso se repiten las conductas y se prioriza
el socorro de las grandes empresas. Pero existen muchas dudas sobre la eficacia
actual de ese libreto.
Con menores tasas de interés se intenta
contrarrestar el desplome del nivel de actividad. Pero el costo del dinero ya
se ubica en un piso que torna incierto el efecto reactivador del nuevo
abaratamiento. Las mismas incógnitas generan la inyección masiva de dinero y la
reducción de impuestos.
El dólar y los bonos del tesoro de Estados Unidos
se han convertido nuevamente en el principal refugio de los capitales, que
buscan protección frente a la crisis. Pero la primera potencia está comandada
en la actualidad por un mandatario brutal, que utilizará esos recursos para el
proyecto imperial de restaurar la hegemonía norteamericana.
Por esa razón, a diferencia del 2008 prevalece una
total ausencia de coordinación frente al colapso que sobrevuela a la economía.
La sintonía que exhibía el G 20 ha sido reemplazada por las decisiones
unilaterales que adoptan las potencias. Se ha impuesto un principio defensivo
de salvación a costa del vecino.
No sólo Estados Unidos define medidas sin consultar
a Europa (suspensión de vuelos), sino que los propios países del viejo
continente actúan por su propia cuenta, olvidando la pertenencia a una
asociación común. Todas las consecuencias de una globalización de la economía
-en el viejo marco de los estados nacionales- afloran en el temblor actual.
Nadie sabe cómo lidiará el capitalismo con este escenario.
Las terribles consecuencias de la crisis para la
economía latinoamericana están a la vista. El desplome de los precios de las
materias primas es complementado por masivas salidas de capital y grandes
devaluaciones de la moneda en Brasil, Chile o México. El colapso que padece
Argentina comienza a transformarse en un espejo de padecimientos para toda la
región.
Es evidente que el coronavirus golpeará a los más
empobrecidos y producirá tragedias inimaginables, si llega a los países con
sistemas de salud inexistentes, deteriorados o demolidos. Por la elevada
contagiosidad de la pandemia y su fuerte impacto sobre las personas mayores, la
estructura hospitalaria ya trastabilla en las economías avanzadas.
En el debut del coronavirus se multiplicaron los
cuestionamientos al comportamiento de los distintos gobiernos. Hubo fuertes
indicios de irresponsabilidad, ocultamiento de datos o demoras en la
prevención, para no afectar los negocios. Pero la drástica reacción posterior
comienza a aproximarse a un manejo de economía de guerra. En ese viraje ha
incidido el contagio sufrido por varios miembros de la élite de ministros,
gerentes y figuras del espectáculo.
También los medios de comunicación oscilan entre el
ocultamiento de los problemas y el estímulo del terror colectivo. Algunos
extreman ese miedo para propagar alegatos racistas, hostilizar a China o
denigrar a los inmigrantes. Pero todos achacan al coronavirus la
responsabilidad de la crisis, como si el capitalismo fuera ajeno a la
convulsión en curso.
Los poderosos buscan chivos expiatorios para
exculparse de los dramas que originan, potencian o enmascaran. El coronavirus
es el gran peligro del momento, pero el capitalismo es la enfermedad perdurable
de la sociedad actual.
Fuente:
https://rebelion.org/coronavirus-un-detonador-de-la-crisis-potenciado-por-el-lucro/
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