- Henry Giroux considera que la pandemia del
Covid19 es más una crisis política que sanitaria o económica, puesto que
la ineficacia de los Estados ante el virus responde a cuarenta años de
políticas mercantilistas y privatizadoras. La sanidad pública saldrá reforzada
de esta crisis, opina Giroux, quien sin embargo teme que la educación
pública no corra la misma suerte.
Contactamos con Henry Giroux
mientras se encuentra confinado en su casa de Hamilton (Ontario) corrigiendo
exámenes de sus alumnos de la Universidad de McMaster. El coronavirus llegó a
Canadá a finales de enero, casi un mes antes que a España, pero la situación
parece más tranquila, con una cifra de contagiados y muertos mucho más baja en
términos absolutos y relativos. Para este intelectual, referente mundial de la
pedagogía crítica, el coronavirus solo está poniendo en evidencia la
destrucción que ha traído el virus del neoliberalismo desde la época de Reagan
y Thatcher y, por eso, sostiene, cuando todo esto acabe habrá que plantear una auténtica
reestructuración, que no reforma, del sistema capitalista.
¿Cómo está llevando esta
situación?
Al igual que muchas personas,
estoy tratando de cumplir con las reglas que evitarían la propagación del virus
y al mismo tiempo tratando de comprender el contexto político más amplio en el
que se desencadenó el virus.
¿Qué lecciones deberíamos extraer
como sociedad de esta pandemia?
La primera lección es que un
sistema político social construido en la codicia, las ganancias, la
mercantilización y la privatización de todo no puede abordar una crisis de esta
magnitud. Además, durante los últimos cuarenta años, el neoliberalismo global ha
minado y debilitado a esas instituciones, como la sanidad pública, que son
cruciales para afrontar una crisis de este calibre. Es crucial entender que no
solo estamos lidiando con una crisis sanitaria, sino también con una crisis
política e ideológica. El virus del neoliberalismo, con su racismo, sus
noticias falsas, sus políticas de austeridad y su desigualdad masiva en riqueza
y poder, junto con la destrucción del estado de bienestar, es una fuerza letal
muy poderosa que ataca a la sociedad. La destrucción que ha impuesto no solo en
la sociedad sino también en el ecosistema producirá muchas más pandemias si no
se combate y se destruye.
Algunas personas ven esta crisis
como una cura de humildad de la que debe surgir una sociedad más solidaria con
un mayor espíritu comunitario. Pero otras voces intuyen que quien saldrá
reforzado será el autoritarismo, puesto que, por ejemplo, por razones
sanitarias vamos a aceptar estar geolocalizados. ¿Cómo lo ve usted?
Ciertamente, una crisis de esta
magnitud arroja luz sobre esas fuerzas ocultas que la misma crisis ha
intensificado, como la expansión de los poderes policiales, el hecho de
culpabilizar del virus a los inmigrantes, el cierre de fronteras y, como hemos
visto en Hungría, las amplias restricciones de las libertades democráticas.
Todas estas fuerzas nos transmiten la posibilidad de que, cuando la crisis
retroceda, habrá una avalancha de gobiernos autoritarios que asumirán más
poder, al convertir en permanentes muchas de las actuales restricciones. En
otras palabras, el estado de alarma ya no será, en palabras de Giorgio Agamben,
un estado de excepción. En algunos casos, se intensificará lo que he llamado
fascismo neoliberal, una combinación de crueldad basada en el mercado y las
formas explosivas de racismo y limpieza racial. Pero, por otro lado, una crisis
también puede servir para airear la corrupción y los poderes fácticos
opresores, y para abrir la posibilidad de abogar por cambios radicales como una
renta básica universal, la creación de un sistema de atención médica gratuita
de calidad, una guerra contra los movimientos acientíficos, y una renovada
preocupación por la justicia ambiental. Con suerte, se evidenciará la barbarie
y las patologías que hoy en día definen a muchas sociedades y se impondrá un
nuevo lenguaje y un sentido de responsabilidad y solidaridad colectiva. Me temo
que, cuando la pandemia retroceda, la elección que tendremos que tomar en
muchos países será entre el totalitarismo, en sus formas suaves y fuertes, o el
empoderamiento ciudadano y un llamamiento radical a la solidaridad global.
¿Se fortalecerán aún más los
pilares básicos del estado de bienestar, como los sistemas de salud y educación
pública?
Será muy difícil volver a esas
políticas de austeridad que debilitaron los pilares del estado de bienestar,
como la salud pública, aunque creo que otros bienes públicos como la educación,
si no hay una transformación radical alejada del capitalismo, seguirán como
están o, incluso, involucionarán hacia una mayor represión. Algunas reformas
esenciales no suponen un peligro para la derecha, porque no socavan el estado
neoliberal. Otras no serán toleradas.
A ver si lo entiendo, ¿fortalecer
la sanidad pública no es una amenaza para el estado neoliberal pero fortalecer
la educación pública sí que lo es? Me cuesta mucho imaginar una política
presupuestaria expansiva en sanidad y regresiva en educación.
Lo que digo es que el hechizo de
la era Reagan-Thatcher se ha roto. Este sistema aísla a las personas, desprecia
cualquier forma viable de solidaridad, promueve un individualismo rabioso y una
forma de competencia similar a una jaula y, al hacerlo, produce grandes niveles
de pobreza, destrucción ambiental, inseguridad, sufrimiento y precariedad. El
Estado tendrá que reinventarse al servicio de la atención, la justicia y la
compasión, y eso solo sucederá si las personas pueden imaginar una forma de
vida diferente, una forma diferente de organizar la sociedad. Pero recordemos
que esta lucha por una sociedad más justa surgirá de una catástrofe y de sus
inimaginables consecuencias. No hay garantías sobre lo que surgirá. Se
ampliarán algunas instituciones, como la salud pública, se debatirán algunas
políticas, como el salario universal, y se repensará la educación en función de
su propósito y de cómo se organizará. Y, desde mi punto de vista, de todas las
políticas que serán objeto de debate, la educación será la más volátil, porque
no trata únicamente de proporcionar beneficios importantes, como preparar a los
jóvenes para el trabajo, sino también de la formación de valores, deseos,
voluntades e identidades. La educación se volverá más virtual y se moverá en
gran medida en línea. Este será un territorio inexplorado y corre el riesgo de
desautorizar aún más a los claustros, debilitar sus filas y convertir la educación
en simplemente un sistema de entrega definido en términos completamente
técnicos e instrumentales. El legado de la reforma educativa bajo el
neoliberalismo ha sido terrible, nos ha dejado la estandarización, las pruebas
y otras formas represivas de pedagogía. Por lo tanto, ese legado volverá para
vengarse, por lo que habrá que luchar para repensar el significado y el
propósito de la educación en términos críticos, cívicos y emancipatorios.
Los niños y adolescentes van a
pasarse al menos dos meses sin abandonar sus hogares o ver a sus compañeros;
pero hay personas que advierten de que, si bien esta situación es soportable
para los niños de las clases altas y medias, tiene que ser muy insoportable
para aquellos que viven en condiciones más precarias. ¿Cómo tendremos que
enfrentar el retorno a la ‘normalidad’ en estos casos? ¿Están teniendo este
mismo debate en Estados Unidos?
Este debate es importante, porque
el virus afecta más agresivamente a aquellas poblaciones consideradas
prescindibles, que eran invisibles en el pasado. Y eso ya no es cierto, porque
su presencia está relacionada con la posible propagación del virus, que puede
infectar a cualquier persona y, por lo tanto, no pueden ser ignoradas. Lo que
debe recordarse es que la cuestión sobre quién muere y quién vive es un tema
político nuclear que nos define como sociedad. Esto es particularmente así para
niños y ancianos. Y lo que está claro es que la mayoría de las sociedades
capitalistas ni están proporcionando un futuro a sus jóvenes ni están protegiendo
a sus personas mayores, o a sus personas con discapacidad, especialmente
aquellas que viven en residencias o que son pobres. El coronavirus no afecta a
todas las personas indiscriminadamente. En realidad, los pobres, los ancianos y
las personas de color soportan la carga de los efectos de este virus como
ningún otro grupo, especialmente en Estados Unidos. Este es un tema político.
Estos niños que pertenecen a las llamadas poblaciones excedentarias tienen que
ser amparados por los poderes públicos; de lo contrario, existe la posibilidad
de infecciones masivas y también de protestas masivas contra la crueldad y
exclusiones del sistema.
Pero estamos viendo cómo caen
enfermas personas ricas y famosas. Por ejemplo, Boris Johnson, que ha tenido
que pasar por la UCI de un hospital público. Eso debería ayudarle a valorar la
sanidad pública…
El hecho de que los ricos y
famosos contraigan el virus no significa que este no afecte a diferentes
poblaciones de maneras muy desiguales. En Estados Unidos, el número de negros
pobres que lo contraen y mueren a causa del virus es muy desproporcionado con
respecto a su peso relativo en la población. Muchas personas no pueden
autoaislarse porque son pobres, sin hogar y viven en condiciones miserables y
abarrotadas. El virus se está propagando rápidamente entre los internos de las
cárceles, que en su mayoría son personas pobres de piel negra y marrón. En la
ciudad de Nueva York, los pobres contraen el virus y mueren en tasas
desproporcionadas. Estas poblaciones carecen de atención médica adecuada y
sufren incidencias desproporcionadas de presión arterial alta, diabetes,
estrés, aislamiento y falta de acceso a una educación de calidad. Es importante
tener en cuenta que muchas comunidades negras y marrones viven en áreas
desatendidas y contaminadas y son mucho más vulnerables ante el virus. Este es
un tema político y económico vinculado a políticas de racismo, pobreza y
desigualdades masivas en riqueza y poder. El virus puede infectar a cualquier
persona, pero algunas están más protegidas que otras y tienen acceso a redes de
seguridad social, atención médica de calidad, medicamentos y otras
salvaguardas, y eso no es simplemente un problema médico sino un problema
político e ideológico.
Como John Gray ha señalado, el
virus ha expuesto algunas de las debilidades fatales del capitalismo al tiempo
que deja en evidencia la situación de quiebra en la que se encuentra el
proyecto intelectual e ideológico del neoliberalismo, pero una cosa es arrancar
la ropa del emperador y otra reestructurar el sistema, en lugar de simplemente
reformarlo. Piense en la respuesta de Trump a la pandemia, que equivale a un
rescate empresarial y políticas que sugieren que está más interesado en la
economía que en la vida humana. La sensación de ansiedad y fragilidad que
experimenta la gente no ofrece garantías políticas, pero abre nuevas
posibilidades para una visión y un mundo alternativos. El estado tendrá que ser
repensado, tendrá que renacer en cuanto a sus funciones protectoras y en el
centro de este reto está la creación de un sistema educativo que pueda educar a
una generación de jóvenes para asumir ese desafío. Esa será la gran lucha del
siglo XXI.
¿Le preocupan las consecuencias
económicas de esta crisis? En España, el primer impacto, en cuanto a personas
que han perdido sus empleos, es peor que en 2008.
La gran cantidad de personas que
cada vez más pierden sus empleos o trabajan en condiciones extremadamente
peligrosas pone de manifiesto la naturaleza tóxica de la relación
capital-trabajo. En primer lugar, en Estados Unidos el consumismo impulsa el
70% de la economía. Acabe con él y la economía entrará en colapso. En segundo
lugar, este tipo de desempleo crea una crisis ideológica y política que revela
como en el seno del capitalismo neoliberal coexisten una crisis de legitimación
y una crisis de conciencia. Esta situación es explosiva, las personas no
morirán de hambre si pueden luchar y combatir contra un sistema que no ha
logrado satisfacer sus necesidades humanas más básicas.
Se ha referido varias veces a la
renta básica universal. Entiendo que una medida de este estilo la consideraría
en la dirección correcta…
Absolutamente, es esencial. Pero
es solo un paso en la reestructuración de sociedades que se preocupan poco por
las necesidades humanas y priorizan la acumulación de capital por encima de
todo lo demás. La clave para entender esta crisis es que debemos repensar el
hecho de que el capitalismo y la democracia no son lo mismo, y ya es hora de
que un nuevo lenguaje, visión y movimiento de masas den sentido a un futuro en
el que la justicia, la igualdad y la libertad se unan en la forma de una
sociedad socialista democrática, una que vaya más allá de las fronteras para
abrazar un nuevo reinado de democracia global.
No sé si hay algo que quisiera
añadir.
Mis mejores deseos de que ustedes
se mantengan a salvo, vigilantes y valientes.
por
Víctor Saura
Fuente
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