- Juan
Luis Arsuaga, uno de los directores de Atapuerca, tiene confianza en el
futuro después del confinamiento. Eso sí, hay que sacar algunos
aprendizajes que pasan por una apuesta importante por la investigación y
la universidad, también por el sistema sanitario y la educación como
grandes ejes para evitar, en el futuro, vivir una situación similar a la actual.
Nunca antes en la historia hubo
1.500 millones de seres humanos confinados, con la amenaza de un coronavirus,
un microorganismo invisible a nuestros ojos, que se ha hecho fuerte en el
espacio exterior y, si bien estamos en una situación no muy distinta a la que
ya pasó la Humanidad en otros momentos de la historia, hoy tenemos a la ciencia
para ayudarnos y para el biólogo, Juan Luis Arsuaga, codirector del proyecto de
Atapuerca, catedrático de Paleontología en la Universidad Complutense y gran
divulgador, es la gran baza que, junto con la solidaridad, nos ayudará a
‘reequilibrar el sistema activo’ en el que vivimos. Arsuaga, desde su
‘confinamiento’, continúa investigando entre clase y clase virtual con sus
alumnos. Es optimista ante el reto que tenemos por delante y no cree que el
sistema, tal como lo conocemos, vaya a sufrir un colapso si nos cuidamos de
evitar más crisis a corto plazo.
Leía unas declaraciones suyas en
las que comentaba que la pandemia del coronavirus deber ser tratada como un
incendio, ir apagando brasas para que no resurja. ¿Nos hemos enfrentado a
fuegos similares en el pasado?
Claro que si. La viruela mató a
decenas de millones de seres humanos y también el descubrimiento de América
dejó a las poblaciones indígenas bajo mínimos debido en buena parte a
infecciones a las que sus organismos no estaban adaptados. Desde que el ser
humano se hizo sedentario y crecieron las sociedades, agrupando a grandes masas
de población en pequeños espacios, ha habido epidemias. De hecho, tenemos
enfermedades en la historia reciente, como el paludismo, que matan a muchas
personas. Podríamos decir que en el Paleolítico había menos ‘combustible’ para
provocar un incendio como éste, porque los humanos vivían en grupos aislados y
cuando no tenemos bosques sino grupos de árboles, es más difícil que se
propague el fuego. Ahora somos muchos humanos y estamos muy comunicados, además
de tener una actividad como no hubo antes. Eso genera un gran incendio que se
extiende, pero hay que ir apagando focos y luego las brasas.
Luego los humanos no tenemos tan
controlado el entorno como pensamos con nuestra tecnología.
Ah, no, el entorno no está
controlado en absoluto. Dependemos de muchos factores, pero también es verdad
que hay factores que provocan incendios y no nos son ajenos. Si esta pandemia
del coronavirus, como parece, tiene su origen en los mercados de animales vivos
en China es antrópica, es decir, que su origen es humano. Tiene que ver con
nuestra forma de actuar en un lugar determinado, que resulta que ahora es mucho
más fácil que se propague por todo el mundo, porque hay mucha más
superpoblación y movimientos que en el pasado.
Si hay más dinero para invertir
en la ciencia, las universidades y la educación, habremos aprendido
Con eventos como esté ¿cree que
saldremos con alguna lección aprendida?
Eso lo veremos en los próximos
Presupuestos Generales del Estado. Si hay más dinero para invertir en la
ciencia, las universidades y la educación, habremos aprendido. Vamos a saber
pronto si sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Ahora, la ciencia
está en una situación de precariedad y las universidades están
infrafinanciadas, cuando es donde se realiza la mayor parte de la investigación.
Esas son las lecciones que más me interesan, más que las morales que relacionan
la pandemia con la culpa sobre nuestra forma de actuar hasta ahora, como si se
tratara de un pecado. Ahora, lo que veo es que mientras estamos inmersos en la
crisis somos muy conscientes de las carencias del sistema. Por ejemplo, vemos
que teníamos una sanidad pública que no estaba dimensionada para enfrentarse a
un virus así. Sí lo estaba para la gripe, pero no para un virus que es un poco
más contagioso, un poco más letal y que afecta a las personas mayores. Desde
luego, lo que sí hemos aprendido todos es mucho de epidemiología.
¿Nos volverá a pasar?
No tiene por qué volver a pasar
si aprendemos. Si mantenemos errores cometidos, pasará, pero creo que no
sucederá. Esta crisis tiene que ver con cuestiones culturales de China, con un
origen conocido. Creo que es una crisis pasajera y no supondrá un antes y un
después histórico; será como una ola que perturba y altera a su paso. El
problema es que pueda haber una ola como esta cada cinco años, porque eso no
hay sistema que lo soporte. En este caso, como tiene que ver con hábitos
sociales, temas hospitalarios o de movilidad, es decir, con factores
controlables, soy optimista y pienso que no conoceremos otra igual.
¿Cambiará en algo nuestro
comportamiento?
Tampoco lo creo. Evidentemente,
marcará nuestras vidas en España porque está teniendo una incidencia mucho más
grande que en otros países, como Portugal; y los efectos se van a notar según
las pérdidas humanas en el entorno más cercano o los impactos económicos que se
provocarán, pero para desestabilizar el sistema global y generar grandes
cambios hace falta muchas crisis. Los imperios del pasado cayeron cuando las
crisis se sucedían una detrás de otra. Esas son las que realmente pueden
desestabilizar el sistema. Pero, desde luego, la pandemia no es un castigo
divino, ni ha sido provocada por el impacto de un meteorito, sino que detrás de
ella están nuestros comportamientos humanos y estoy convencido de que
intentaremos evitar que se reproduzcan pandemias así. En el futuro, nos
habremos vacunado contra este tipo de crisis víricas. También puede ser que
tengamos una crisis de otro tipo y eso nos impida recuperar el sistema, el
equilibrio. Como biólogo creo que tenemos que reforzar la homeostasis, es
decir, los mecanismos que permiten reequilibrar un sistema dinámico con algunos
reajustes. Es un equilibrio, como el biológico, en el que si quitas un pilar
aparece otro o se compensa por otro lado, pero es difícil que se derrumbe del
todo porque es activo; no es un acueducto estático que se cae al perder un
soporte.
¿Y qué reajustes debemos poner en
marcha?
Desde luego, los sanitarios, que
deben mejorar porque en ello va el estado de nuestro sistema inmunológico, pero
no sólo. Es necesario que haya menos desequilibrios económicos y sociales,
porque una sociedad con peor reparto de la riqueza está peor preparada para
afrontar una crisis. De igual modo, una sociedad en la que no haya consensos en
torno a temas fundamentales está peor preparada para soportar medidas tan
sacrificadas como puede ser el confinamiento. El que estamos viviendo, de
hecho, no es el resultado de la acción de la policía. No estamos en casa porque
las fuerzas de seguridad nos lo imponga, sino porque estamos todos de acuerdo.
Sin consenso social al respecto, sería imposible. Todo el país, al margen de la
ideología política, nos hemos puesto detrás del Gobierno y no salimos de
nuestras casas porque nos parece justo. Otro mecanismo es la educación porque
una sociedad mal educada afrontará peor una crisis de este tipo.
Siendo una especie tan viajera,
hemos aceptado bien ese confinamiento.
Sí, y es una cuestión de
conocimiento. Hoy sale alguien por la televisión y nos dice que hay un virus
que es dañino y le creemos. Aceptamos no salir porque confiamos en la ciencia,
mientras que en la época medieval, cuando la peste negra, la gente se encerraba
en sus casas por terror a lo que se pensaba que era una maldición. En la
historia de la Humanidad no hemos visto antes este grado de conocimiento
general que tenemos ahora. En general, hemos incorporado la ciencia.
¿Cómo imagina el regreso a la
normalidad? ¿Reforzará lazos entre las personas o aumentará el distanciamiento?
Lo que vemos estos días son
imágenes de una solidaridad y compromiso como no se han vivido nunca antes en
la historia. Ahora lo vemos cada día a las ocho de la tarde, cuando todos
salimos a aplaudir juntos a nuestras ventanas. Hemos tenidos dos guerras mundiales,
una guerra civil en España y nunca se ha visto nada comparable con ver a toda
la población unida en una crisis, sin enfrentamientos.
¿Cambiará nuestra relación con la
naturaleza?
La naturaleza hay que respetarla
con y sin coronavirus. Estos días oigo mucho hablar de este asunto, pero esta
pandemia no es una venganza de la naturaleza. Estamos igual que hace unos meses
respecto al medio ambiente. Ni mejor ni peor que entonces. El problema con el
coronavirus ha surgido en el interior de las sociedades humanas, pero no como
resultado de la actividad en el medio natural. Dicho lo cual, no hay ninguna
duda de que tenemos un serio problema con la contaminación ambiental y los
daños a la biodiversidad. Incluso hay estudios que dicen que en las zonas más
contaminadas afecta más la letalidad del coronavirus, pero la pandemia no es el
resultado de esa polución. No necesitamos invocar ‘pecados’ porque venga un
virus para así ser más conscientes de lo que estamos haciendo con ese medio
ambiente porque es algo fundamental siempre. Es lo mismo que decir que ahora
hemos descubierto el valor de la familia, el cariño a los hijos… Tampoco hay
que necesitar un coronavirus para ello. Lo que si es importante es entender que
hay que repartir las consecuencias de la emergencia por igual. Si lo hacemos
así vamos bien, pero si al final resulta que afecta poco a unos pocos, que el
reparto es desigual, sí que puede ser explosivo. Y eso es algo que no tiene que
ver con la naturaleza, sino con la política.
por
Rosa
M. Tristán
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