Hablamos con el escritor, politólogo y ex profesor
universitario
Hasta 2018 ejerció como profesor de Ciencia
Política y de la Administración en la Universidad Autónoma de Madrid. Ha sido
uno de los más firmes defensores de la teoría del decrecimiento en nuestro
país, así como una de las voces más reconocidas en el movimiento anarquista y
libertario. Ha publicado más de 30 libros sobre política, geopolítica o
movimientos sociales. Carlos Taibo (Madrid, 1956) aporta en
esta entrevista su visión sobre la situación actual, en estos tiempos de
pandemia, tanto en nuestro país como de manera global.
-La editorial Catarata reeditó a
finales de enero, poco antes de que comenzara el estallido de la pandemia, tu
libro Colapso. Capitalismo terminal, transición ecosocial,
ecofascismo. ¿Puede suponer la pandemia el colapso del sistema
capitalista? ¿Ha colapsado ya?
-Depende, claro, del significado que atribuyamos a
la palabra “colapso”. En el sentido fuerte del vocablo, la pandemia no es el
colapso, aunque bien puede situarse en la antesala de este último. Ha permitido
forjar una bola en la que se han dado cita, inesperadamente, la crisis
sanitaria, la social, la de los cuidados y la financiera, y de resultado ha
dibujado un escenario complejísimo. Por lo demás, no conviene olvidar que
muchos de los habitantes del planeta han vivido siempre en un escenario
asimilable al del colapso.
-En el libro, no obstante, hablabas sobre todo de
las consecuencias del cambio climático. Se está empezando, desde algunos
sectores, a alertar de que ante esta crisis puede surgir con fuerza el
denominado ecofascismo. ¿Podrías recordar en qué consiste y cómo puede
relacionarse con la situación actual?
-En el núcleo de la propuesta ecofascista hay una
discusión demográfica: está la idea de que en el planeta sobra gente, de tal
manera que se trataría de marginar a quienes sobran –esto ya lo hacen- y, en la
versión más dura, de exterminarlos. Me interesa subrayar que el ecofascismo no
es un proyecto negacionista: en modo alguno niega los efectos, dramáticos, del
cambio climático y del agotamiento de las materias primas energéticas. Parte,
antes bien, del relieve de esos fenómenos y lo que procura es defender
obscenamente los intereses de una minoría de privilegiados. Quienes empiezan a
dirigir, en la penumbra, el planeta a buen seguro que han tomado nota de la
eficacia de muchas de las políticas autoritarias y represivas desplegadas por
los gobiernos. Y han tomado nota, en particular, de la servidumbre voluntaria a
la que se ha entregado buena parte de la población.
-Llevas años, además, explicando la teoría del
decrecimiento. ¿De qué forma puede aplicarse en la situación actual? En cierto
modo, aunque de manera obligada, se ha puesto de actualidad. ¿Pueden tener
recorrido algunas medidas que se han llevado a cabo?
– En los últimos meses se ha reducido la
contaminación en el planeta, ha menguado el consumo de combustibles sólidos y
ha experimentado un freno brutal la turistificación. Debo subrayar que se
trata, sin embargo, de tres realidades que, aunque afortunadas, tienen un
carácter sobrevenido. No han sido premeditadamente buscadas.
Obviamente, no es esto lo que defiende la
perspectiva del decrecimiento, que plantea un ejercicio de autocontención
consciente, voluntario, colectivo y solidario. Cuando nuestros gobernantes
siguen empleando ese indicador despiadado, el PIB, para medir tragedias y objetivos
nos lo están diciendo todo. Retórica aparte, no hay de su lado ninguna voluntad
de asumir que el planeta se nos va y de que ello reclama un esfuerzo gigantesco
de eso, de autocontención, y, al tiempo, una redistribución radical de la
riqueza. Tampoco puede sorprendernos: el decrecimiento bien entendido implica,
por necesidad, dejar atrás el capitalismo y sus reglas.
-Por el contrario, ¿aprovecharán las
administraciones para llevar a cabo proyectos que afecten especialmente al
medio ambiente? En Madrid ya hemos visto las intenciones del PP con una nueva
ley del suelo o la construcción de macroparkings.
-Aunque a buen seguro se hacen valer, según los
lugares, circunstancias dispares, el tono general lo que aporta, a mi entender,
es una nueva huida hacia adelante. Se trata, en otras palabras, de dejar atrás
la crisis del coronavirus restaurando, literalmente y en plenitud, la miseria
que había antes de esa crisis. Entre nosotros, no es ésta una miopía vinculada
exclusivamente con el PP: alcanza al sistema político como un todo.
-La respuesta económica a la crisis será clave.
¿Crees que pagarán los de siempre o hay alguna esperanza en que no sea así?
-Me temo que, en efecto, pagarán los de siempre. A
menos, claro, que se rebelen. Pero me parece que los activos que ofrecen al
respecto los sindicatos mayoritarios están lejos de ese horizonte de rebelión y
muy cerca, en cambio, de otro, bien diferente, de genuflexión. Tendremos que
prestar atención, aun así, al derrotero de los hechos en el terreno económico y
social, no vaya a ser que se fuerce tanto el escenario que asistamos a la
manifestación de sorpresas.
-¿Qué te parecen algunas de las medidas sociales
del Gobierno? Hay mucho debate sobre el Ingreso Mínimo Vital o la renta básica,
por ejemplo
-Habrá que aguardar para valorar en qué se
concretan, cuál es su aliento final y en qué medida protegen realmente a
quienes lo necesitan. A título provisional me parece llamativo que quienes
llevan años defendido una “renta básica de las iguales” se muestren
profundamente descontentos ante las propuestas que llegan del Gobierno y
estimen que son un paso atrás que va a dificultar en el futuro, y por
añadidura, el despliegue de un proyecto merecedor de apoyo.
Por lo que a mí respecta, nunca he depositado
ninguna confianza en la presunta vocación social e igualitaria del Partido
Socialista y creo que hay motivos sobrados para recelar del discurso
constitucional y patriótico de Unidas Podemos. No deja de sorprenderme la
inquina con que la “derechona” obsequia a un proyecto, el del Gobierno de estas
horas, de cariz tibiamente socialdemócrata.
En cualquier caso, la trama que rodea a las
instituciones, con los poderes fácticos en primer plano, tampoco ayuda. Y no
acierto a entender cómo mucha gente de izquierdas no aprecia mayor problema
en la defensa, xtremadamente ingenua, de un acuerdo en el que participen todas
las fuerzas políticas. Ya tuvimos la oportunidad de certificar, cuarenta años
atrás, las consecuencias nefastas de los Pactos de la Moncloa
-Se ha debatido también mucho sobre los términos
militares, incluso las ruedas de prensa con ellos, en esta crisis: “Estamos en
una guerra”. ¿Por qué crees que se ha generado este tipo de lenguaje en una
crisis sanitaria?
-La explicación puede ser muy prosaica: comoquiera
que el Gobierno español decidió otorgar desde el principio un lamentable
protagonismo a los cuerpos de seguridad y a las fuerzas armadas –las ruedas de
prensa parecía que lo eran de una junta miliar-, era acaso inevitable que se
impusiese un lenguaje de esa naturaleza. Será que nuestros gobernantes piensan
que las respuestas militares son las más eficientes. Si uno quiere ser, con
todo, capcioso, el horizonte del ecofascismo reclama también del concurso de herramientas
retóricas que identifican por doquier amenazas y guerras.
-A nivel geopolítico, la situación es bien
interesante, especialmente las relaciones entre China, Estados Unidos y la
Unión Europea. ¿Cómo puede afectar todo esto?
-Más allá de la certificación de que la trama
geopolítica es importante, parece difícil responder. Es evidente, de cualquier
manera, que cuando uno sopesa los movimientos, hacia arriba o hacia abajo, del
Ibex 35, descubre que muy a menudo se vinculan con encuentros y desencuentros
entre las potencias mencionadas. No sé, por lo demás, a qué hay que prestarle
mayor atención, si a las colisiones que protagonizan periódicamente Estados
Unidos y China o, por el contrario, a los elementos subterráneos de acuerdo,
que tampoco faltan. Lo único que puedo decir, con certeza, es que no siento
ninguna proximidad por ninguno de los modelos aportados por esas instancias.
-¿Cómo ves el papel que está teniendo la derecha y
la ultraderecha en esta crisis? Les hemos visto en las calles pidiendo “libertad”,
llamando “dictadura” a este Gobierno, etc… ¿Hay motivos para estar preocupados
por su ascenso o maximizamos la relevancia de sus comportamientos? Hay quien
habla ya de golpes de estado encubiertos o guerras judiciales
-Por momentos me asalta la idea de que la
ultraderecha está marcando la deriva del sistema de partidos español, cada vez
más escorado hacia posiciones conservadoras. Una de las consecuencias de esto
es que se nos llama una y otra vez a cerrar filas alrededor del “Gobierno
progresista” por cuanto –se nos dice- hay que frenar el ascenso de Vox. Las
secuelas son delicadas: a menudo se nos invita a defender lo indefendible,
llegado el caso se describe inopinadamente a Ciudadanos como una fuerza de
“derecha civilizada” y, por qué no, se lava la cara al propio PP al subrayar
que es, a diferencia de Vox, una fuerza leal a la Constitución.
Por detrás, lo que veo son los efectos dramáticos
de la “transacción” de 1978 y, con ella, de la negativa a sacar adelante nada
que oliese a eso que a veces se llama un “consenso antifascista”. De aquellos
barros, estos lodos.
-Se decía especialmente al principio de la pandemia
que esta crisis nos iba a unir más con nuestros vecinos, que nos iba a hacer
más solidarios… ¿Qué piensas al respecto, ya más de dos meses después del
inicio?
-No lo tengo claro. Estoy obligado a subrayar,
antes que nada, la presencia, muy notable, y en muchos lugares, de grupos de
apoyo mutuo. Creo que es significativo que en la mayoría de los casos hayan
decidido identificarse con ese término, de honda raigambre libertaria.
Anuncian, cautelosamente, que están plantadas las semillas de un movimiento de
base de carácter antiautoritario y autogestionario.
Pero entiendo que, en paralelo, el individualismo
lacerante que han colocado en nuestras cabezas operará en un sentido
genéricamente insolidario y se traducirá en el acatamiento de una nueva
normalidad que se anuncia similar a la miserable anormalidad de antaño. Me
parece evidente, en cualquier caso, que el sistema político como un todo, con
sus diferentes opciones, recela de oficio de las respuestas que, horizontales y
solidarias, surgen en la base de la sociedad. Y hará lo posible para
arrinconarlas y reprimirlas.
-Hace muy pocos días se han cumplido nueve años del
movimiento 15M. Visto en perspectiva, ¿ha cambiado algo desde
entonces? ¿Qué podemos aprender hoy en día de lo que fue? “Yo veo más, mucho
más, 15-M en las enfermeras y en las limpiadoras de los hospitales, y en los
grupos de apoyo mutuo de los barrios, que en los pasillos de los ministerios”,
dijiste un día en Twitter.
-Tendré que admitir que detrás de la etiqueta
general ha habido varios 15M distintos. Uno de ellos, el que yo abrazo, no
precisamente marginal, ha bebido siempre –en los hechos, y en algunos lugares
sigue haciéndolo- de la asamblea, la autogestión y el rechazo de las
instituciones. Otro ha servido, cierto que de forma nebulosa, como catapulta de
operaciones electorales bien conocidas. Intuyo que los medios le han prestado una
excesiva atención al segundo en detrimento del primero, algo que se traduce en
esa dramática simplificación, muy cara a tantos periodistas, que sugiere que
Podemos es el heredero del 15M.
Me ratifico en lo que decía en ese tuit: creo que
el legado mayor del movimiento son las gentes entregadas a la solidaridad
desnuda, a la solidaridad que no busca recompensas, al apoyo mutuo. Como creo
que cada vez hay más compañeros y compañeras que, con razones poderosas, echan
de menos algo como el 15M.
Por: Miguel Muñoz
Fuente de la Información:
https://www.cuartopoder.es/ideas/2020/05/31/carlos-taibo-me-temo-que-la-crisis-la-pagaran-los-de-siempre-a-menos-claro-que-se-rebelen/
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