jueves, 30 de julio de 2020

Pedagogía del virus, Boaventura de Sousa

Puntual y sin escatimar reflexiones, tiempo ni preguntas, Boaventura de Sousa Santos explica, desde la retaguardia desde la que se sitúa, el impacto de la pandemia para una sociedad ya enferma y desigual.

 A través de una larga videollamada, el medio habitual ahora de conversar, trabajar y entrevistar, el sociólogo portugués comparte algunas de las ideas que nutrirán su próximo libro, que aborda el coronavirus: ‘La cruel pedagogía del virus’ (Akal, aunque ya disponible en castellano por CLACSO). Considerado uno de los grandes referentes de las izquierdas altermundistas, Sousa acaba de participar en el V Congreso Internacional de Estudios del Desarrollo, organizado por la Red Española de Estudios de desarrollo y el Instituto Hegoa (UPV/EHU).

De Sousa Santos analiza el mundo como un optimista trágico: sabe que hay alternativas, pero prefiere ser prudente ante la posibilidad de que los cambios sean a peor.

Abordas la COVID-19 desde una aproximación muy alejada de la retórica belicista habitual. Consideras el virus como una ventana de aprendizaje. ¿Por qué?
El virus es un pedagogo que nos está intentando decir algo. El problema es saber si vamos a escucharlo y entender lo que nos está diciendo. Lo dramático es que tiene que ser por esa vía de muertes para que nosotros, los europeos, los del Norte, que no estamos tan acostumbrados a epidemias y somos muy arrogantes, lo entendamos. Estamos ante una pedagogía nueva y por eso no me gusta la idea de la guerra, que hace del virus el enemigo al que hay que matar. Los virus son fundamentales para la vida, para los animales, para la naturaleza y también para nosotros, pero hemos desregulado los ciclos vitales de la naturaleza y de los animales y por eso ahora hay cambios, trastornos, en las transmisiones de virus que pueden llegar a los humanos. Si matamos el virus pero seguimos con el mismo modelo de desarrollo, de Estado y de sociedad, van a venir otros.

El filósofo Hans Jonas ya hablaba de la heurística del temor con su ética de la responsabilidad. Lo que no está tan claro es si alguna vez la humanidad ha aprendido de las catástrofes.
Realmente hay razones para ser pesimistas, pero soy un optimista trágico. Me empeño en ver alternativas. Mi pensamiento complejo no me permite dictar soluciones, pero me ayuda a definir caminos y ver los que pueden ser pervertidos. Tendremos que encontrar soluciones que partan de la vida y no de la muerte.

En líneas generales, Europa coincidió a la hora de no reaccionar al coronavirus hasta que se convirtió en un problema propiamente europeo, pero después su reacción ante la pandemia ha sido muy dispar. Un buen ejemplo es la comparativa entre España y Portugal. ¿Cómo interpretarlo?
Estamos acostumbrados a pensar de Europa como si fuera el mundo y no es así. Es la parte de la arrogancia del Norte, que no está acostumbrado a las epidemias y que piensa que nunca va a llegar algo grave. Por eso los países europeos se descuidaron. Portugal tuvo ventaja sobre España porque está en un extremo, nos llegó un poco más tarde y fuimos aprendiendo: no es porque Portugal sea mejor, sino porque aprendimos más. Además, en Portugal, que apenas tenemos un diputado de extrema derecha y no tiene peso político, tuvimos bastante consenso político. El confinamiento y las políticas fueron muy consensuadas, con una disciplina enorme. Realmente Portugal lo está haciendo bien dentro de los límites de Europa; bien, si lo comparamos por ejemplo con Suecia, que tiene la misma población. Hubo mucho acuerdo político y la oposición de derecha moderada, el PSD (Partido Social Demócrata) de Rui Rio, dijo claramente que, en tiempos de pandemia, el enemigo es el virus, no el Partido Socialista. En España las cosas han sido muy distintas.

En el libro avanzas tres posibles escenarios tras la pandemia.
En un primer escenario, las cosas empeoran. La idea es volver a una normalidad que nunca va a llegar y que, con la crisis que tenemos ahora, nos va a generar una sociedad aún más injusta, más insegura y mucho menos democrática. Es el escenario que vamos a tener si nada cambia. El capitalismo financiero va a seguir endeudando a los países y estos van a tener que pagar sus deudas. Ya pasó en Ecuador, que para pagar al Fondo Monetario Internacional (FMI) no ha tenido cómo enterrar a los muertos de Guayaquil. En ese sentido, Ecuador ha sido un laboratorio de lo que va a suceder en otros países. Es el peor escenario posible, lo que llamo el capitalismo gore, sangriento, muy violento, que va a matar a mucha gente.
El segundo escenario es cambiar para que todo quede igual. Los capitalistas están convencidos de que, si quieren continuar ganando, tiene que cambiar algo. No lo harán para cambiar el sistema ni para dejar de ser capitalistas, pues quieren seguir ganando, pero tienen que cambiar algo. Por ejemplo, la miseria no puede ser tan grande ni los países endeudarse tanto. Se habla, por ejemplo, de perdonar algunas deudas, pero no de cambiar el modelo de desarrollo. En este marco, llegará un punto donde tengamos un conflicto entre proteger la vida y mantener las libertades democráticas.
El tercer escenario es el de la alternativa civilizatoria y es en el que estoy trabajando. Esta civilización viene desde hace cinco o seis siglos y está llegando al final, sobre todo, en lo que respecta a nuestras relaciones con la naturaleza, que no tienen precedentes. Es el hecho de intentar convertir la naturaleza en un recurso natural infinitamente disponible. En este paradigma, vamos a intentar cambiar hacia otro modelo de desarrollo, hacia otro modelo de consumo, hacia otra matriz energética, hacia otro tipo de economías plurales. A mi juicio, la pandemia es una ventana de oportunidades para empezar a cambiar las cosas. Es por lo que estoy luchando, un proceso histórico que necesitará décadas.

¿En cuál de esos tres escenarios encajaría el Ingreso Mínimo Vital –que se queda lejos de la propuesta de una renta básica universal– que se acaba de aprobar en España? ¿Es un cambio para que todo siga igual o una herramienta para la transición?
La renta básica puede ser las dos cosas. Hay un concepto de André Gorz, la reforma revolucionaria, que persigue cambiar un modelo político y económico en su totalidad, pero avanzando. La renta básica, dependiendo de su monte (cuánto por encima de la pobreza) y de otros factores, puede ser un camino para una transición paradigmática o puede ser simplemente un parche. Cuando es temporal es una solución para ahora, nada más; si es permanente ya anuncia otra cosa. Vamos a entrar en la llamada cuarta transformación industrial de la inteligencia artificial, en la que va a haber una pérdida brutal de empleo, no por arriba ni por abajo, sino en los empleos medios, que van a ser robotizados en gran medida. Se calcula que una renta básica de ciudadanía universal puede ser la única manera de garantizar que existan todavía clases medias como las conocemos en Europa. Habrá que ver hasta dónde llega. Por sí misma, la renta básica es políticamente ambigua, pero acompañada por otras medidas puede tener un sentido político. Todo depende de esas otras medidas que se tomen.

Esa alternativa civilizatoria sobre la que llevas años reflexionando, ¿puede llegar de forma inminente precisamente por el impacto de la COVID-19?
Vamos a tener un período de transición, no podemos cambiar de forma inmediata a otro modelo civilizatorio; habrá un período de décadas de transición. Por eso dedico una buena parte del libro a los estudios de transición hacia sociedades postcapitalistas, postcolonialistas y postpatriarcales, que para mí son las tres cabezas de la dominación. Se trata de una transición profunda con dos pasos iniciales, pues son en los que podemos tener un poco más de consenso y en las transiciones hay que ser siempre un poco transclasistas, hay que crear algunas alianzas mínimas para posibilitar los cambios: la primera es este modelo de desarrollo de matriz energética y las relaciones con la madre tierra; el segundo es la refundación del Estado.

Respecto a esa refundación del Estado, defiendes la democratización de la democracia.
El Estado tiene que ser refundado porque esta democracia liberal ha llegado a su límite. La democracia liberal no defiende a la gente. Decimos que en Europa tenemos las democracias más consolidadas, pero el continente es una mezcla de arrogancia, de no preparación, de neoliberalismo de la salud… una mezcla tóxica que muestra que los llamados países desarrollados están defendiendo peor la vida de la gente que los países menos desarrollados. Sudáfrica, por ejemplo, está entendiendo mucho mejor el virus que Holanda, España o Italia. Si se analiza el que se considera el país más desarrollado del mundo, Estados Unidos, resulta ser un Estado fallido. Con su poderío militar puede destruir este planeta varias veces, pero que no sabe defenderse de un virus porque no produce guantes, no produce mascarillas, ni ventiladores, ni tiene un Estado que pueda mostrar la protección de la vida del ser primero y de la economía después. Al contrario, afirma que la economía es lo primero. Es un sacrificio de vidas como solución final de las políticas sociales: la única manera de resolver las políticas sociales es matando, dejando morir a los que no son productivos. ¿Quién muere en Nueva York? Negros, empobrecidos. ¿Y en Brasil? Negros, empobrecidos. Es repugnante pensar que se puede prosperar por encima de un montón de cadáveres. En Europa es un poco distinto porque hay unas clases medias un poco más altas; es lo que pasa en Suecia, que teme ahora un caso de desastre al no haber hecho confinamiento. Pero ¿quién muere en Suecia? Los inmigrantes, en un porcentaje muy alto, que son quienes no se pueden quedar en casa y que están cuidando de los ancianos. Ese darwinismo social está por ahí.
Esta democracia está al final de su vida y es necesario complementarla con democracia participativa y deliberativa en el ámbito nacional. Por eso, en la transición democrática y paradigmática que propongo, uno de los pilares es la reforma política del Estado. Por ejemplo, no podemos quedarnos con tres órganos de soberanía, necesitamos un cuarto de control democrático y deliberativo de los ciudadanos. La primera constitución que lo contempló fue la de Ecuador, aunque después fue desvirtuada. El presidente [Lenin] Moreno intentó después llevársela a su terreno y la ha utilizado ahora en contra de todas las propuestas. Pero el hecho de que una idea sea caricaturizada en un país no quiere decir que la idea no sea buena.

Siguiendo con esa reflexión, comentas que la democracia representativa va a morir mediante la elección de líderes antidemocráticos como Jair Bolsonaro, Donald Trump o Viktor Orbán. Ante esta perspectiva, cabría preguntarse si las izquierdas tienen la suficiente imaginación transformadora como para democratizar la democracia o si, por el contrario, necesitan que el propio sistema se suicide para poder transformarlo.
Es un viejo debate dentro de la izquierda. Hay parte de la izquierda que dice que «cuanto peor, mejor», porque entonces el sistema muestra todas sus miserias y las cosas cambian antes. Pero cuando pensábamos eso lo hacíamos porque había una metanarrativa muy clara, que era una revolución, la herencia de Rusia, China y Cuba. Esas herencias, no sé si para siempre, pero para ahora no creo que estén vivas para ser utilizadas de forma creíble. Es verdad que mucha gente ya no tiene que perder nada más que las cadenas. Por ejemplo, hace unos días me decían en Chile que prefieren morir de coronavirus que de hambre; la opción es entre hambre o coronavirus y por eso salen a la calle a protestar, sin respetar el confinamiento. Es una situación límite, como dirían los existencialistas. No es política del límite, sino que el límite es la política. En ese escenario, podría estar de acuerdo, pero si observamos el mundo en su conjunto, no creo que podamos afirmar esa idea, porque todavía habría mucho más sufrimiento, muchas más muertes.
La vida no es de izquierdas ni de derechas, es vida. Lo que sucede es que la gente de izquierdas tiene mayor sensibilidad para defender la vida. No se puede organizar una narrativa que diga que vamos a tener mucha violencia, que va a ser peor porque va a morir mucha gente, hasta que se pueda reconstruir la sociedad. Esto es también lo que hace la extrema derecha. Por ejemplo, Bolsonaro lo ha dicho prácticamente con esas palabras. Yo, que trabajo con los movimientos sociales, no puedo tener esta posición. Tengo que encontrar una solución para la gente, aun sabiendo que todavía va a morir más gente. Como hombre de izquierdas, creo que tenemos que defender la vida y eso implica mostrar una alternativa y una transición. Yo viví en mi edad adulta una dictadura como la de España y ahí también está mi límite porque, para nosotros, la dictadura es otra cosa. Aunque claro que esto es una democracia de muy baja intensidad.

¿Cuál será el rol que jueguen los partidos políticos en esa democratización de la democracia?
Debemos pensar formas autónomas de organización de los ciudadanos, más allá de los partidos. Los partidos convencionales no tienen futuro, tienen necesidad de convertirse en partidos-movimiento, donde los programas y la elección de los candidatos sea hecha por los ciudadanos y no por las oligarquías partidistas. Hay que radicalizar la democracia. La revolución tiene que ser una radicalización total de la democracia. La democracia que existe hoy es una isla democrática en un archipiélago de despotismos: despotismos en la familia, en la fábrica, en el espacio público con el racismo, en las casas con la violencia contra las mujeres… No hay forma de democratizar solo el espacio político, hay que democratizar la sociedad en sí misma. Por eso es una radicalización total y revolucionaria, que va en favor de la afirmación de la vida y de la dignidad de la gente.

Regresando al coronavirus, por un lado, subrayas que ha supuesto una ruptura radical, un cambio de época y, por otro, que es una pandemia dentro de una pandemia. ¿Puedes ahondar un poco más en esta paradoja?
Acabamos de entrar en el siglo XXI, al igual que por ejemplo el XIX comenzó en 1830 con la Revolución Industrial y el XX con la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa, dos partes del mismo proceso. La actual es una ruptura como acumulación de pandemias. El neoliberalismo es una pandemia que nos ha confinado desde hace cuarenta años con la idea de que no hay alternativa al capitalismo, concretamente, a un capitalismo totalmente antisocial, de privatizaciones, de liberalizaciones… Esta es una pandemia porque el mundo nunca ha sido tan desigual como ahora, con una concentración de riqueza tan grande. Y son cosas que se podrían resolver con un poquito de política social. El coronavirus no es una situación de crisis contrapuesta a una situación de normalidad, sino una cuarentena dentro de otra cuarentana. Solo superando la pandemia neoliberal estaremos libres de las cuarentenas provocadas por los virus. La pandemia del coronavirus viene por encima y por dentro de otra pandemia, el neoliberalismo. Y la hace explotar. Ahí es donde veo una ventana de oportunidades. Claro que se puede decir que eso es utópico, pero lo son todas las ideas antes de llevarse a cabo.

Entonces, ¿todavía hay esperanza?
Los jóvenes no formulan el problema en términos del fin del capitalismo, sino en términos del fin del mundo, como sucede con Greta Thunberg. No saben seguro si el capitalismo va a acabar, pero están convencidos de que el mundo se va a acabar. Es la tragedia de nuestro tiempo. Los jóvenes, creados en la idea de que no hay ninguna alternativa al capitalismo, han llegado a la conclusión de que el mundo va a acabar. Ahí no hay ninguna esperanza, es todo fatalidad. Y eso está siendo aprovechado por las derechas y las extremas derechas, por los evangélicos en América Latina, en Bolivia, en Chile o en Brasil, que lo están utilizando como una versión apocalíptica de todo. Es un pesimismo histórico que también se ve en la izquierda, por ejemplo, en [Giorgo] Agamben. Hay una mezcla de ideas estancadas en la idea de que no hay alternativa.

Hablando de la derecha y la extrema derecha, una de las lecciones que subrayas es que el coronavirus las ha dejado «definitivamente desacreditadas». Sin embargo, eso no parece corresponderse con la tendencia en muchos países.
Los gobiernos de derecha y de extrema derecha tuvieron cuatro actitudes que, en conjunto, han sido desastrosas y, de ahí, su descrédito. La primera ha sido el negacionismo de la pandemia: Johnson [Inglaterra], Trump [Estados Unidos], Modi [India], Bolsonaro [Brasil], Moreno [Ecuador]… Aunque no es algo unívoco y, por ejemplo, también está Obrador [México], que no es de izquierda ni tampoco de derecha, es Obrador. Hay tendencias, pero no claridad. En todo caso, el negacionismo fue de derecha y de extrema derecha. La segunda actitud desastrosa fue la de buscar poderes de excepción para concentrar poder, bajo el pretexto de la pandemia. Pero no para resolverla, sino para concentrar poder: Orbán [Hungría], Aliyev [Azerbaiyán], Duda [Polonia], Akufo-Addo [Ghana], también Modi… La concentración de poder es muy clara en algunos países de derecha, no en todos, pues, por ejemplo, Inglaterra ni siquiera ha declarado el Estado de alarma. La tercera, bastante clara, es que, si se observa la orientación de los gobiernos, cuanto más a la derecha, más desprotección de la vida en la pandemia, más incompetencia a la hora de defender la vida.
O sea, se muestra que la derecha y la extrema derecha son muy buenas criticando, destruyendo, pero muy malas construyendo. Quieren destruir la salud pública, quieren destruir la educación pública, quieren destruir todo, pero cuando se trata de construir, como es la protección de la vida de los ciudadanos, no saben cómo hacerlo y buscan chivos expiatorios. Esta sería la cuarta característica de los gobiernos de derecha y de extrema derecha: para Modi, el chivo expiatorio son los musulmanes; para Trump, la oposición demócrata, China y la Organización Mundial de la Salud. Cada uno inventa sus chivos expiatorios para distraer la opinión de su incompetencia.
Ahora, incluso asumiendo que estas cuatro actitudes sea verdad, que así me lo parece como sociólogo, ¿qué va a pasar? Ciertamente, puede ser que logren seguir engañando a la gente y que la gente siga creyendo que la derecha y la extrema derecha tienen la solución para todo. Eso es posible y España es un caso muy peligroso en este momento. La lucha política va a estar ahí. Y va a haber muchos conflictos.

En reiteradas ocasiones has denunciado que otra de las estrategias de las derechas y de la extrema derecha es la jurídica, en concreto, usar el entramado jurídico de los Estados de derecho para tumbar gobiernos y cambiarlos. Se ha visto en América Latina y se está usando en Europa.
Es lo que llamamos la lawfare, una guerra jurídica, que supone una inversión total del activismo judicial, que pretendía hacer cumplir las constituciones en cuanto a los derechos sociales y de inclusión, que se estaban degradando y deteriorando. Ahora en algunos países se ha producido una inversión total de ese activismo judicial: se busca impedir una lectura progresista de las constituciones. El caso histórico fue Allende, en Chile. Y ahora el laboratorio ha sido, una vez más, Brasil. Estados Unidos está en camino, con todos los cambios que Trump ha hecho en el nombramiento de jueces de la Corte Suprema. El sistema judicial Brasil es muy revelador porque condensa una lucha abierta entre facciones distintas, lo que de momento no existe en Europa, donde hay un intento por mantener una división de unidad dentro del sistema judicial. Para nosotros, es parte de un corporativismo, de una conciencia de clase corporativa muy saludable. Pero ya se ha visto en los casos de la Polonia de Kaczyński y ahora en Hungría. Neutralizaron el sistema judicial.
Estoy seguro que también vamos a verlo en España, porque no es de ahora, sino que está ya latente en toda la cuestión de las autonomías y de la crisis de Cataluña, que ha visto cómo el sistema judicial español es conservador, monárquico y no contribuye de forma clara al fortalecimiento de la democracia, a pesar de haber organizaciones de corriente progresista. Incluso la renta básica podría ser cuestionada en las cortes. No está claro. Pueden inventar de todo para perturbar las medidas progresistas.

Pero si las derechas están teniendo actitudes desastrosas y se están desacreditando, ¿cómo consiguen convencer a tanta gente, en tantos sitios y durante tanto tiempo?
No está claro que las derechas estén ganando terreno teniendo en cuenta el mundo como unidad. La cosa es muy diversa, pero la reflexión tiene mucho sentido porque no es seguro que ahora la gente vire hacia los gobiernos de izquierda. Para que la derecha reconquiste la legitimidad necesita de fake news, de mucha manipulación. Sin una manipulación muy dura no lo van a lograr. Veremos a ver qué pasa con el control de las noticias falsas. Lo último es que Twitter, una red social que ha causado mucho mal a la democracia en general, intentó censurar a Trump. Pero cuando pasan las cosas en Estados Unidos, el dueño de Twitter se queda preocupado: si es la India no interesa, pero Estados Unidos es otra cosa. Va a ser una lucha política muy dura. Mientras que la derecha tiene a gente que ha estudiado muy bien las redes sociales para ver cómo se hace una destrucción de la democracia a partir de fake news, como Steve Bannon, la izquierda no tiene una lectura de las redes sociales, no sabe. Es el modo como la extrema derecha puede resucitar de su descrédito tras la pandemia. Y pueden hacerlo. Es una lucha política y nosotros no podemos descansar; las fuerzas políticas de izquierda, progresistas, democráticas no pueden descansar.
El mismo Trump está desesperado porque su popularidad está bajando debido a la incompetencia. En esa línea, por las informaciones que tengo, hay un peligro de invasión de Venezuela. Siempre que los presidentes de Estados Unidos están en vísperas de elecciones y no saben si las van a ganar, se inventan una guerra: Irak con Bush, Afganistán con Obama… y Trump ya no tiene otra guerra sino la invasión de Venezuela, que además es muy importante para neutralizar China. De ahí el peligro y, obviamente, la complicidad vergonzosa de la Unión Europea, España incluida.

Consideras que el coronavirus es la primera pandemia expandida directamente por la globalización. En esta línea, ¿qué rol juega lo local a la hora de plantar cara al virus?
La pandemia es la primera hija directa de la globalización porque, por ejemplo, mientras la mal llamada gripe española tardó dos años cubrir todo el planeta, el coronavirus apenas tardó tres meses. Es un producto típico de la globalización y por eso nosotros estamos pensando en un tiempo de desglobalización, por ejemplo, de la cadena de la alimentación, es decir, de soberanía alimentaria. Hay que dar prestigio al conocimiento local, vernáculo, popular, porque es una manera de trascender lo local. Es lo que llamo la «ecología de saberes», que no tiene nada en contra de la ciencia. Es un intercambio de conocimientos. De aquí al futuro, lo que sea bueno para los indígenas será bueno para nosotros, no solamente para ellos: nosotros no vamos a vivir como un indígena, no podemos, pero tenemos que defender su lucha para defender nuestra vida. Tenemos que dar prestigio a lo local con una intención global. Necesitamos de otra imaginación política y epistemológica.

¿Y cuál es el rol de lo global en esa búsqueda de soluciones a la COVID-19? ¿Qué hay, por ejemplo, de la ciencia, de la confianza depositada en que encuentre cuanto antes una vacuna universal?
No podemos pedir a la ciencia moderna que resuelva el problema. Eso no significa negar la ciencia, sino que esta tiene que reconocer sus límites y su pluralidad interna, además de que hay otros saberes vernáculos, ancestrales, populares, indígenas, campesinos, que nos han dicho que este modelo no es de desarrollo sino de subdesarrollo y destrucción. No tiene sentido, en este siglo que empezó con la pandemia, que la salud global sea solamente la salud de los humanos, de la vida humana. Tiene que ser la salud de la naturaleza, de la vida en el planeta. La vida humana es apenas 0,01 por ciento del planeta, un porcentaje muy pequeño, pero que está interfiriendo de tal manera que la Tierra se defiende y puede haber una extinción. Los dinosaurios acabaron con el meteorito y nosotros podemos acabar por nuestra forma de desarrollo. El planeta puede seguir sin nosotros. Esa hipótesis ya está planteada desde hace mucho tiempo, por ejemplo, con la idea de Gaia de Lovelock.
La ciencia moderna, en este modelo de desarrollo, ha despreciado todos los conocimientos que defienden la naturaleza. El 75% de la biodiversidad está en territorios indígenas, que son los guardianes de la madre tierra. Nosotros no sabemos de eso. Sabemos de agricultura industrial, pero no de otras cosas, y tenemos que aprender con ellos. Hay un aprendizaje desde el Sur, lo que llamo las «epistemologías del Sur». Y desde el Sur no se piensan soluciones globales, sino soluciones contextualizadas.
En la transición necesitamos una imaginación transescalar, o sea, hay cosas que debemos pensar globalmente y otras localmente. Los pueblos saben hacerlo. Si vas por África o por América Latina, los campesinos que están siendo desplazados de sus tierras saben que la causa no es local, sino global. La gente sabe articular, pero no sabe transformar eso en política. Eso es lo que deberemos transformar y pensar. Ya estuvimos más adelantados que esto, por ejemplo, con el Foro Social Mundial (FSM), del que yo fui uno de los animadores. Esa era la idea. Simplemente, estamos prácticamente acabados, hay un debate enorme sobre si va a haber un FSM en México en 2021, porque no estamos de acuerdo sobre los instrumentos políticos para poder crear agendas simultáneamente locales y globales. Queríamos el consenso de todos… y el consenso te mata, es una manera de impedir cualquier decisión.

¿Cómo va a ser esa «nueva normalidad» de la que tanto se habla?
No vamos a entrar en un período de postpandemia, sino de pandemia intermitente. Si no se cambia el modelo de desarrollo, van a venir más. En este escenario habrá un período nuevo, con nuevas olas y nuevas mutaciones del virus. Mi idea es que vamos a calmarnos un poco, que la gente va a pensar que está todo bien y la pandemia va a volver. Esta incertidumbre va a entrar de lleno en la normalidad, una normalidad que ya era fatalidad para los empobrecidos, para los precarios, los autónomos, las mujeres, las víctimas de racismo… Y va a ser peor si no cambiamos. Es un momento difícil, vivimos en un mundo semicerrado y no sabemos si lo que sabemos hasta ahora va a servirnos para el futuro. No queremos la normalidad que teníamos, pero tampoco sabemos cómo será la nueva. Vamos a pasar por un período muy difícil y los pueblos no van a aguantar más. Ya antes había movilizaciones: Colombia, Túnez… no creo que la gente aguante más austeridad, tampoco en Europa. Por ejemplo, la deuda de Italia es impagable, sería el fin de la Unión Europea. Si seguimos con las mismas recetas, vamos a tener revueltas. Los capitalistas son conscientes de que tienen que cambiar algo para continuar con el capitalismo, por eso veremos cambios superficiales que en realidad dejarán las cosas como están.
Si revisamos los estudios de la CIA, su último gran informe, Global Trends 2030, dice que en 2030 China será la primera economía del mundo y Estados Unidos la segunda. Eso será un cambio brutal, tectónico, en las relaciones internacionales. Trump se explica un poco por esa razón. La pandemia está adelantando los plazos. El derrumbe de las instituciones internacionales es otro ejemplo. Trump acaba de decir que se va a salir de la Organización Mundial de la Salud, precisamente cuando más necesaria es ese apoyo económico, cuando necesitamos otro concepto de salud.

En ese cambio por el que estás trabajando, ¿qué importancia tendrán las movilizaciones y los movimientos sociales?
En los próximos tiempos, la política institucional –los partidos políticos, los sindicatos, etc.– va a ser una parte más de la política, mientras que la otra política va a ser extrainstitucional: movilizaciones, protestas, calle. Pero no está claro que estas políticas extrainstitucionales vayan a ser necesariamente de izquierdas, pueden ser de extrema derecha, como vemos en Brasil, en la India y en España también. Esta complejidad es la que obliga a la ruptura del pensamiento político de izquierda, que aún no ha despertado en este sentido. Yo estoy a favor de la calle, de la protesta extrainstitucional, pero cuidado porque puede ser de izquierda, pero también de extrema derecha. Hay que saber lo que se está haciendo. Hay muchos partidos de izquierdas que llaman a movilización y dos días después la calle está dominada por la extrema derecha, con la izquierda totalmente desarmada.




Fuente: María Ängeles Fernández y J.Marcos

martes, 21 de julio de 2020

«Me han sorprendido quienes afirman que la pandemia ha revelado la desigualdad, ¿De verdad no lo sabían?»

  • Juana M. Sancho tiene toda la experiencia que se puede tener enseñando. Desde la escuela de párvulos allá por 1970 a la enseñanza universitaria como catedrática en la Universidad de Barcelona. Hablamos con ella del sentido de la educación, de la evaluación y de la tecnología en estos meses.


Juana M. Sancho, catedrática de Tecnologías Educativas del Departamento de Didáctica y Organización Educativa de la Facultad de Educación de la Universidad de Barcelona, hasido maestra de infantil, profesora y orientadora en secundaria. Ha pasado por la universidad y dedica buena parte de su tiempo a aprender y, hoy por hoy, a investigar.

Según su experiencia, el aprendizaje ya comienza desde el momento de la concepción y se alarga hasta el final de la vida de las personas. «El aprendizaje no tiene límites. El gran problema es que los sistemas educativos crean barreras, imponen límites y no tienen en cuenta ‘la mochila’ que el alumnado lleva a la escuela». Una buena enseñanza sería tener más en cuenta los aprendizajes que en este tiempo se han hecho más allá de los contenidos curriculares. Pero no solo ahora, durante la pandemia, sino convertir esto en algo cotidiano.

Una pregunta casi obligada, ¿Cómo has vivido este confinamiento? ¿Qué has aprendido?
Para mí el cambio es la vida, que es un constante devenir incierto. Ya lo dijo Heráclito hace muchos años: “Lo único constante en la vida es el cambio”. Así que mi predisposición siempre es positiva porque sé que no hay nada que sea estable, que todo puede variar en un segundo. Pero mi lema es convertir los problemas en posibilidades. Como normalmente trabajo mucho en casa (escritura, estudio…) y tengo muchos contactos con personas de otros lugares, el paisaje no ha sido nuevo, solo un poco más constante y sin matices. Lo que me ha afectado, una vez más, es la ignorancia y la prepotencia de quienes parecen saberlo todo y la codicia de quienes se enriquecen de las grandes desgracias. Me han sorprendido quienes afirman que la pandemia ha revelado los estragos de la desigualdad, la pobreza las brechas sociales, tecnológicas, educativas y sanitarias. ¿De verdad no lo sabían? Si son educadores ¿en qué mundo vivían?
Estoy siempre en modo aprendizaje, aunque me “aburre” un tanto (re)aprender lo que ya sabía, por lo que no he dejado de aprender.

¿En qué medida el mundo puede ser diferente tras la pandemia? ¿En qué aspectos?
Me gusta la historia, aprendo mucho de ella y, sí, el mundo será diferente, también lo es respecto a hace unos años, pero esto no significa que sea “mejor”. Esto dependerá de todos nosotros y, de momento, los indicios que tengo no me conducen a pensarlo. ¿Que utilizaremos más tecnologías digitales? El tema es cómo, para qué y en beneficio de quién. Que seremos más responsables: miremos a nuestro alrededor.

En tu artículo “Evaluar en un contexto de aprendizaje diferente” decías que el alumnado está aprendiendo de forma diferente en contextos diferentes. ¿Hasta qué punto esto es así cuando durante este confinamiento se han reproducido también por parte del profesorado comportamientos y prácticas educativas muy convencionales que han prescindido totalmente de la singularidad de esta nueva situación?
Tengo una larguísima trayectoria docente e investigadora y me sigue sorprendiendo que continuemos superponiendo “escuela” con “educación”, “aprendizaje” con “memorización y repetición”. Lo que he argumentado y hemos constatado en distintas investigaciones es que el aprendizaje, la educación, comienza desde la misma concepción. No es lo mismo crecer en el vientre de una mujer en un contexto social, cultural, económico y tecnológico que en otro. Y sigue desde el momento del nacimiento a lo largo de toda la vida. La escuela, como dispositivo educativo (Foucault), como tecnología de la educación (Mecklenburgers), se creó para que el alumnado pudiera aprender aquello que no le podía proporcionar su medio, el saber disciplinar. También como forma de constituir las naciones y de inculcar las ideas religiosas. Pero el aprendizaje no tiene límites. El gran problema es que los sistemas educativos crean barreras, imponen límites y no tienen en cuenta “la mochila” que el alumnado lleva a la escuela. Un bagaje que a veces lo hace volar y otras no lo deja remontar. Porque, como argumentaba Berstein, la escuela pide al alumnado que “deje su identidad en la puerta”.
Estos días, el alumnado ha vivido intensamente todas las dimensiones de su bagaje. Y, como no podía ser de otro modo, lo ha hecho de forma muy diferente. Pero consciente o inconscientemente, todos han aprendido. El profesorado también. Y ha sido un aprendizaje encarnado que probablemente les está afectando más y recordarán más que los “contenidos” factuales y declarativos de la escuela. Hagamos aflorar y compartamos esos aprendizajes. Pero no solo en tiempos de “pandemia” sino en todos los momentos.

¿Podrías poner un ejemplo de buena práctica educativa?
“Lo bueno” y “lo malo” dependen de la finalidad y la escala de valores. Para mí, un ejemplo de educación con sentido es la que tiene en cuenta, sobre todo, al alumnado. También al profesorado. La que permite a ambos, pero sobre todo al primer colectivo, encontrar su propio sentido, conocerse, conocer al otro y al mundo que nos rodea, no para explotarlo para su conveniencia, sino para respetarlo y para fomentar el bien común.

¿Y otro de mala praxis?
Una educación subordinada y sin sentido sería todo lo contrario.

¿Cómo ves el uso de las tecnologías en las diversas etapas educativas: desde Infantil hasta la universidad? ¿Hasta qué punto las controlamos y las ponemos al servicio del conocimiento más innovador o, por el contrario, se imponen las plataformas de negocio que acaban dominando, uniformizando, pervirtiendo el sentido de la educación?
Si nos referimos a las tecnologías en general, la variedad es infinita. Desde el diseño de los edificios, hasta los utensilios utilizados, pasando por las tecnologías organizativas y simbólicas varían según la economía y los supuestos pedagógicos. Con las digitales pasa un poco lo mismo. Podemos encontrar desde las aplicaciones más tradicionales basadas en el conductismo más simple, hasta las más sofisticadas y pretendidamente abiertas e interconectadas basadas en las llamadas tecnologías persuasivas. El gran problema, para mí, es que todos los entornos, pensados para la educación o no, están diseñados y controlados por las grandes compañías. Son las que deciden “cómo personalizar” el aprendizaje, qué van a hacer con nuestros datos y qué nos van a vender. El gran reto para mí es poder entender el entramado de intereses que hay detrás de las tecnologías digitales y poder impulsar sistemas que respondan al tipo de educación que queremos.

¿Cómo ves el futuro de la enseñanza online en la enseñanza superior en diversos países y en el nuestro? ¿Ha venido para quedarse? ¿Te imaginas una universidad sin presencialidad?
La enseñanza a distancia no es nada nuevo y ha posibilitado que muchas personas pudieran acceder a estudios que no podrían cursar de otro modo. La enseñanza en línea está creciendo y, según los indicios, así seguirá. Lo que apuntan las tendencias es un crecimiento considerable de la iniciativa privada que, de hecho, ha comenzado a ocuparse de la gestión de esta modalidad de enseñanza en el sector público. El tema vuelve a ser el sentido, la calidad y el rigor de la propuesta y si la enseñanza universitaria se convierte en una academia de formación profesional avanzada, con docentes infraempleados, o lucha por una formación rompedora que no se “adapte” a las “necesidades del mercado” sino plantee nuevos horizontes para la sociedad.

¿Qué cuestiones prioritarias debería recoger una agenda para el cambio educativo en España?
Me resulta difícil responder esta pregunta de forma rápida y sencilla. Quizás lo que habría que plantearse es: 1) ¿En qué tipo de sociedad vivimos y qué problemas genera?; 2) ¿Qué tipo de sociedad y, por tanto, de economía, cultura y tecnología queremos contribuir a construir?; 3) ¿Cuáles son las necesidades educativas de cada segmento de esta sociedad?; 4) ¿Qué sabemos de cómo los individuos aprenden?; 5) ¿Qué sabemos y qué tendríamos que “inventar” para dar respuesta a estas necesidades? y 6) ¿Cómo evaluar los distintos procesos y no solo lo que los individuos son capaces de contestar en una prueba de papel y lápiz?

¿Qué hacer para superar la permanente oposición entre contenidos y competencias? ¿Qué aportan al respecto los debates en torno al currículo?
Unir y no dividir. Yo no entiendo esta división. Puedo aprobar las preguntas de un examen, porque me las he aprendido de memoria o las he copiado. Pero yo no sé, si no sé hacer, si no sé interpretar, si no sé contextualizar, si no puedo transferirlo a otros contextos, si no lo puedo analizar críticamente y si no lo sé explicar. ¿Qué entendemos por aprendizaje? ¿Qué entendemos por conocimiento? Para mí son las preguntas que enmarcan ese gran debate.

En tus numerosos viajes y contactos con países de medio mundo, ¿qué preocupaciones y debates has percibido últimamente como más interesantes pensando en nuestro sistema educativo?
Muchos, pero, sobre todo, la necesidad de “conectar” con el alumnado, de ponerlo en el centro del aprendizaje, de actualizar los discursos educativos y lograr que la escuela sea considerada y reconocida como un lugar “para aprender”, no solo para encontrarse con los amigos y/u obtener un diploma. También el tema de la formación del profesorado, de sus condiciones de trabajo y su compromiso profesional. Y algo que “late”, la importancia de la investigación educativa y la formación de los formadores de formadores.

En algunos de tus escritos sostienes que los momentos de cambio educativo consisten en transformar la evaluación del aprendizaje en la evaluación para el aprendizaje. ¿Podrías ampliar esta tesis?
Otro tema de gran calado. Cuando le pregunto a un estudiante, cuando corrijo un trabajo, no solo miro lo que “no sabe”, sino qué me dice de lo que está aprendiendo y cómo le puedo ayudar a mejorar. En vez de afirmar, hago preguntas. Voy a poner un ejemplo, hace ahora ¡42 años!, cuando a un alumno de 1º de EGB le puse una suma como esta: 36 +37. Respondió: 109. Le iba a decir qué estaba mal, pero le pregunté cómo la había hecho. Y me dijo, muy fácil, 3+6 = 9; 3+7= 10. Entonces pensé que alguien le habría enseñado a sumar así y yo había comenzado a hacerles sumar sin preocuparme de lo que ya sabían. Para mí fue una gran lección que años más tarde puede denominar como “evaluación para el aprendizaje”.

Las reformas educativas tienden a ser grandes discursos de retórica política acompañados de una amplia legislación, que no acaban de calar en la realidad cotidiana de los centros ni en las prácticas docentes, ¿Qué hacer para revertir mínimamente este divorcio?
Siempre utilizo la película de Almodóvar: Hable con ella. Miremos y escuchemos a las instituciones y a quienes la habitan: docentes, estudiantes, personal educativo, familias… Establezcamos un diálogo educativo que nos permita aprender a todos. Reconozcamos sus valores y la labor que realizan. Ayudémosles a situar sus desconciertos, preocupaciones y problemas. Escuchemos sus necesidades. Ellos son la mejora, ellos son el cambio. Sin ellos las políticas y sus impulsores pasan, son estrellas fugaces, ellos, sus prácticas e inercias permanecen.

¿Podrías citar alguna reforma que suponga un avance esperanzador en este sentido?
Lo veo un tanto difícil. A la que he visto más cerca es a la “jaleada” reforma del 2016 en Finlandia. Sí, se implicó más a algunas escuelas, se hicieron investigaciones previas. Pero, en profundidad, poco ha cambiado. Hay otras como las de Ontario, Irlanda, Escocia o California, pero sin grandes transformaciones. Los sistemas educativos son bastante mastodónticos.

De tus numerosas investigaciones, ¿podrías citar alguna de la que te sientas especialmente satisfecha por la repercusión que haya podido tener en la práctica docente?
Es algo muy difícil. La investigación transita mal a la práctica docente porque como decía Lawrence Stenhouse, “nadie puede poner en práctica las ideas de otro”. Recientemente la que ha despertado mucho interés por parte de los docentes ha sido APREN-DO: Cómo aprenden los docentes: implicaciones educativas y retos para afrontar el cambio social, de la que acabamos de publicar: ¿Cómo aprenden los docentes? Tránsitos entre cartografías, experiencias, corporeidades y afectos. Las actividades de divulgación realizadas (simposio, talleres) conllevaron distintas demandas de centros para que acompañásemos sus procesos de transformación.

¿Podrías mencionar alguna persona que en el campo del pensamiento y la reflexión educativa te haya acompañado de manera muy cercana y te siga sirviendo como referente?
A lo largo de mi larga trayectoria he tenido la oportunidad de leer (leo en varias lenguas) y conversar, intercambiar y colaborar con autores renombrados (Basil Bernstein, Michael Young, John Elliot, Jerome Brunner, Michael Fullan, Andy Hargreaves y un largo etc.). Pero también he aprendido mucho de mis estudiantes (he impartido clases en párvulos -creo que con ellos “aprendí a ser maestra”, EGB, educación secundaria y de adultos en Inglaterra y Universidad; también he sido orientadora en un instituto de bachillerato). Lo aprendido de todos ellos es inenarrable. Y también, como no, con los colegas del grupo de investigación Esbrina y de REUNI+D. El aprendizaje es relacional y yo voy siendo en un entramado de personas, contextos y situaciones.

Tras dos años de jubilación, y volviendo la vista atrás, ¿cómo ves tu paso por la universidad? ¿Qué has aprendido de ella? ¿Y de tus alumnos?
Creo que de algún modo está contestada. La Universidad tiene sus pros y sus muchas contras, pero he intentado fomentar todas aquellas dimensiones derivadas de la “libertad” de ser una “funcionaria pública” comprometida y responsable y, una vez más, convertir cualquier problema en una oportunidad.

¿Y qué te hubiera gustado aprender, pero no ha sido posible?
¡Muchas cosas! Soy bastante pansófica, no en el sentido de quererlo enseñar todo, sino de aprenderlo todo. Me gustaría saber más Matemáticas, Física, Química… Pero, sobre todo, me gustaría conseguir tocar con fluidez la flauta travesera y poner sobre el papel muchas de las imágenes que pueblan mi mente. Soy muy visual.

¿Y qué recuerdo conservas de tu experiencia como maestra en aquella lejana escuela rural de los años setenta?
Como he comentado antes, en la escuela rural de Paniza, con mis alumnos y alumnas de 4 y 5 años “aprendí a ser, más bien, a devenir maestra”. Aprendí la responsabilidad que implica nuestro trabajo, todas las dimensiones del no-saber, el papel de los afectos, del respeto e importancia de mirar al otro a los ojos. Lo increíble ha sido el regalo que me hicieron mis párvulos 49 años más tarde, organizando la Jornada Educativa: Paniza por la Educación. Párvulos 1970-1972. Afectos, Implicación y Responsabilidad.

¿Qué piensas que nunca cambiará en la educación?
Depende de cómo se interprete la pregunta. Nunca cambiará el proceso educativo, va con nuestra naturaleza, sea en el entorno o en otro, ya tome un sentido u otro. Si pienso en la escuela, algún aspecto siempre está cambiando, que sea en profundidad y con distintas metas y medios, depende de todos nosotros.

¿Un sueño?
Una utopía. Un mundo vivible para todos sus habitantes, humanos y no humanos, vivos e inertes. Donde el sentido sea el bienestar de todas y cada una de las personas, el conocimiento y la cultura y no el poder, la codicia, la prepotencia y el sometimiento.



Por Jeaume Carbonell
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sábado, 18 de julio de 2020

FRENTE AL IMPERIALISMO NEOLIBERAL; OPOSICIÓN Y/O RESISTENCIA

Resulta muy urgente que establezcamos la diferencia entre la oposición y las resistencias porque podemos estar oponiéndonos al neoliberalismo que ahoga al planeta y dándole oxígeno para que continúe su tarea de depredación. La oposición no basta porque el capitalismo aprendió temprano a subsumir los procesos de luchas y neutralizar cualquier proceso que se constituye en un verdadero peligro a sus intereses.


Los retrocesos que se han dado en América Latina en las últimas décadas nos muestran a las claras que, si no acomodamos junto a las acciones prácticas para llegar al poder y legalizar leyes favorables a los más desvalidos, procesos educativos que permitan la toma de conciencia de clase o la conciencia histórica del despojo, como se desee ver; para que puedan reconocer como tales aun cuando aumenten sus niveles de consumo y puedan a la vez ubicar a sus enemigos históricos aun cuando, por razones prácticas, los tengamos sentados a nuestro lado en la historia nos regresaran al punto de partida nuevamente.

Los procesos que han soportado el embate del imperialismo lo hicieron porque articularon procesos de formación política a nivel de pueblos y concibieron procesos que permitían la permanente participación popular. Esto es, pasaron de las oposiciones a las resistencias.

Vivir dentro del capitalismo neoliberal siendo dominado todo el tiempo es una cosa y saberlo y actuar en consecuencia, otras.  Ya sabemos que es posible ser un esclavo feliz y, además, satisfecho. ¿Cuál sería la diferencia entre ambas situaciones? La mayoría de las personas de este mundo estamos viviendo una vida que se nos reservó y soñando la ilusión falsa de la libertad. Algunos, supuestamente escogerán una carrera, aunque esta siempre estará a la altura de las posibilidades económicas de sus padres. Nos casamos con una persona que supuestamente escogimos sin saber que, tal vez, ella nos vio primero y calculó, sin que nunca supiésemos, las regalías que nuestras caricias traían de la mano de la tarjeta bancaria. No quiero que me tomen por un pesimista porque no lo soy; al menos; la mayor parte del tiempo porque como han de comprender resulta imposible descubrir el nivel de alienación en el que estamos obligados a vivir y no sentir nauseas por esta miserable existencia que cantamos estúpidamente cada día.

Vivimos en una sociedad de mercado que es muy diferente a vivir en una sociedad con mercado. Para los que no se han dado un chapuzón en la teoría marxista podría decir que una sociedad con mercado es aquella donde usted produce aquello que desea producir según sus necesidades y gustos para satisfacer las simples urgencias de una vida tranquila. En cambio, en una sociedad de mercado usted produce aquello que el mercado en el que está integrado le exige, puede probar con otras cosas, pero los competidores estarán al asecho, y eso si es que no desea morirse de hambre. En una sociedad de mercado absolutamente todo se encuentra bajo la egida del dinero y la ganancia. Hasta el acto de “hacer el amor” deja de ser una aventura milagrosa por el cuerpo de la mujer o del hombre para convertirse en un susto permanente que solo se calma cuando regrese la próxima menstruación porque detrás de cada cosa que hacemos el dinero vigila silenciosamente para que no se le escabulle una víctima.

Vestirnos, alimentarnos, recrearnos, relacionarnos y toda cosa humana concebida implica gasto de dinero dado que el gusto, el deseo y el placer es caro porque se sometieron a la lógica banal del mercado. No estoy diciendo nada que no haya sido dicho ya, lo sé, pero es que el hombre necesita que le muevan la conciencia cada cierto tiempo porque el hábito de la mezquindad y la estupidez se aprende más rápido y cuesta menos sacrificio que la vocación por la crítica y la libertad. En el capitalismo ser mezquino es casi una garantía de éxito.

Ser libre cuesta caro decía José Martí a los cubanos y; si no se está dispuesto a pagar esa libertad por su precio es preciso resignarse a vivir sin ella. El apóstol es muy claro: para toda alma libre que haya optado por la estrella y elevado por encima del yugo cualquier opresión sería insoportable. Pero qué pasa con aquellos que ni lo saben, con todos aquellos que al amparo de un poco de dólares asumen a los que se sacrifican por la libertad como esclavos de sus estupideces. Cómo explicarle a un egoísta y ególatra que el dinero no vale la dignidad humana y que la libertad es el premio de aquellos que llenan su vida de sentido. Cómo decirle respetuosamente a Trump que el dinero lo tiene prisionero de su inmensa y personal estupidez. Sobre qué argumentos sería posible demostrar que Jesús era inmensamente rico delante de la corrupción de Pilato si una parte, no despreciable, de las iglesias que orgullosamente enarbolan su nombre para ganar adeptos no son sino antros del egoísmo, la corrupción y la banalidad.

Nadie puede ser libre en este mundo en el que escribo estas líneas sin derrochar un enorme sacrificio para ello. Los que viven de la explotación ajena y lucran con el dolor de otros no regalan la libertad porque de hacerlo perderían su forma de vida. Saber esto ya es tener un poco de claridad, sin embargo, hay algo más terrible aún; vivimos aprisionados en un sistema que es capaz de atarnos al placer para sacarnos el jugo de la espiritualidad. No somos un esclavo que sufre, las más de las veces, somos uno que disfruta.
Si usted no lee muy, pero muy sistemáticamente, no podrá liberarse porque el candado que nos ata es de clave numérica y la serie es bastante larga. Algunos creen que nos podemos liberar si dejamos de comprar cosas como si siete mil millones de habitantes pudieran alimentarse y vivir del aire; no destejieron aún el término sociedad de mercado. Otros argumentan que es necesario dejar de pensar en las lenguas que nos conquistaron e inventar nuevas palabras como si con ello las relaciones objetivas y el ethos que nos penetra desde todas las direcciones desaparecería por arte de alterar el diccionario; no han descubierto que la dominación del capitalismo neoliberal no es nominativa y que cualquier término nuevo solo impactará, ligeramente, en el modo de percibir la realidad de algunos que se dedican al estudio permanentemente.

En definitiva, no habrá libertad sin sacrificios y el sacrificio más productivo contra el capitalismo neoliberal sería que los obreros que cansados llegan a sus casas, dedicaran tiempo para organizar grupos de estudio y análisis y debelar las ilusiones que nos vende el sistema de dominación. Todo el discurso porta fetichismos difíciles de descubrir y hacerlo, amerita actividad intelectual. Se sabe que esto es muy cansado pero inaplazable: nuestra ignorancia es aliada del opresor, debe decirse, aunque no nos guste.
Si un educador organizado en su sindicato se va a la calle y lucha a golpes contra la opresión para luego regresar a la escuela a continuar educando mediocres, está trabajando para el sistema.  Si un campesino decide no consumir productos chatarra y se encierra en su casa a producir su sustento, en su territorio o en su comunidad sin tomar parte del proceso de emancipar a todos, desconectándose de la lucha general a la que estamos abocados, está trabajando aparentemente contra el sistema, pero le sirve porque se aísla y nos divide. En Oaxaca sería, metafóricamente, como si se casara con el PTEO y en las noches cohabitara con la reforma educativa. Si las organizaciones obreras no renuncian al corporativismo y al economicismo que las consume y adelantan procesos de toma de conciencia no podremos encaminar una la lucha hacia la liberación nacional.

Saber que usted es un oprimido es ya un primer paso que lo ubica por encima de todos aquellos oprimidos que ni lo saben. Sin embargo, saberlo no garantiza más que el desasosiego que conlleva la conciencia de la estupidez propia.  Porque como ha de entenderse, saberse totalmente jodido es una cosa y levantarse a construir una ruta de liberación, otra totalmente diferente. En otras palabras; decir que URO ya cayo y repetirlo cientos de oportunidades es una cosa y trabajar para que el sistema que él representa no regrese nunca, es otra: ¡y qué pronto regresó!  Tener conciencia de la explotación es posible con algo de sacrificio, ya se dijo, algo de estudio, algo de disciplina y autoexigencia.

Pero la lectura se ha convertido en el talón de Aquiles de algunos educadores que salen a los plantones portando la camiseta azul o cualquier otra; ¡que no deseo discutir de cosas serias!  Lo cabrón de la hegemonía es que entra por el pinche gusto y engorda el deseo de cohabitar con el desgano, la desidia. Nos educaron para acurrucarnos en la historia y recibir aplausos evitando los peligros.

Bien, se debe repetir; si deseamos liberarnos hemos de estar dispuestos al sacrificio y, lo más importante, tenemos que disfrutarlo. Debemos disfrutar el sacrificio sin imposiciones, hacer de ello el grato regalo que le ofrecemos a nuestra íntima felicidad.  Sí, es en la intimidad del sujeto donde se define un revolucionario invencible. Jesús, el Che, Fidel, nos regalaron sus mejores acciones llenos de felicidad en los momentos de mayor peligro y dolor. Cuando el oprimido sabe que lo es y está dispuesto al sacrificio; ese empeño, aparentemente inútil, lo llena de regocijo. Amar la lucha, decía Marx.

En este punto deseo introducir el objetivo real de este escrito; no es lo mismos soportar, que oponerse que resistir. Una mujer o un hombre de baja autoestima que vivan dentro de una relación de apego emocional soportan y soporta porque su psicología no les permite reconocer a sus emociones y sentimientos como sus peores enemigos. Soporta y soporta porque considera que eso es felicidad y que sin esa persona su mundo se quedaría sin sentido cuando es todo lo contrario. Cuando usted odia la curricular y no hace algo porque el director se lo impone y usted cree que él es el jefe y manda y no se atreve a proponer, además, porque no desea problemas o por cobarde; usted soporta y soporta.

La gente que soporta es gente mezquina que disfruta robándole a los demás la utopía. De ellos recibimos consejos para adaptarnos, consejos para no esforzarnos, nos meterán miedos, nos tratarán como apestados. Soportar es un acto de cobardía al que nos acostumbramos por el temor a ser totalmente exterminados por el conquistador.  Tal vez, esto que diré inquiete o enoje a algunos, pero la verdad debe ser dicha; al llegar los rateros, violadores y delincuentes castellanos a estas coas éramos alrededor de 70 millones según cálculos discretos; 100 años más tardes, quedábamos, según Galeano, cuanto mucho tres millones y medio. ¿Dónde estaban los demás? Nos dirán que la pandemia se los llevó, pero no debemos creerles; la mayoría murió por los castigos, el maltrato, las penurias y por filo del metal. Eso significa que muchos de los que hoy se consideran originarios, sino todos, son herederos de los que se arrodillaron antes los dioses ajenos, de los que se vendieron a su dinero o se adaptaros a la servidumbre mansa que imponían; porque los que se opusieron fueron aniquilados.

Oponerse es estar en contra, no aceptar mansamente lo que se impone y levantarse para quitarse el yugo que quema. Oponerse es de hombre y mujeres dignos. Pero oponerse no basta porque la oposición es solo la hija ilegítima de la liberación ya que viene enamorada del opresor. La oposición no desea ser esclava ni violada contra su voluntad, pero sueña con casarse con el patrón en la iglesia del pueblo.
Algunos identifican a la oposición con la confrontación: “Desde el punto de vista subjetivo, oponerse a algo implica mantener una actitud confrontativa.” (Definición, 2020) y, además, la consideran saludable para los sistemas de democracia burguesa. Tal y como expresa la cita:

En el caso de la política, el rol de la oposición es de gran importancia puesto que significa un control al partido que se encuentra gobernando al país. En efecto, cuando esta está ausente existe el peligro de la aparición de excesos o actos de corrupción que afecten los intereses de la nación en cuestión. La oposición, buscará en todo momento evidenciar casos de estas características y así todo el sistema político se verá beneficiado. (Definición, 2020)

Se comenten dos grandes errores acá; primero el control a los partidos no es la función de la oposición; según Dussel, todo gobierno debe ser controlado por el pueblo, esto es, aquellos que lo eligieron para desempeñarse en sus funciones. (DUSSEL, 2010) La idea de que la oposición garantiza limpieza queda totalmente destruida frente al caso mexicano de los últimos años en los que el PRI y el PAN se aliaron para desmantelar la empresa y al erario público. En general se comprende que oposición es el acto de oponer u oponerse a algo por razones o por intereses. Oponerse para que no cause el efecto esperado. El efecto inmediato de la oposición es impedir que el efecto que se esperaba se retrase o elimine. Un ejemplo muy ilustrativo es la oposición al gobierno de Cuba o al de Venezuela, que crean problemas, impiden el avance del proceso, pero nada proponen, no ayudan a resolver la situación, sino que más bien la agravan.

En el caso de los oprimidos la oposición es irreverente en tanto se limita a sacudir y sacudir hasta que acomoda la cadena para que no queme ni moleste. Entonces se cree libre. El mayor delito de la oposición es el placer que logra con las conquistas momentáneas, que le llegan; ya sea por su empeño o por la inteligencia de los opresores. La oposición es la hija legítima del malestar, pero ya acurrucada en la riqueza se calma y duerme plácidamente. Es por ello que el PRI  y el PAN al ser ambas rameras de la ideología a las que les disgusta que les impongan maridos se oponen pero no proponen salida a la terrible situación que ellos mismos crearon.

La oposición no propone soluciones a largo plazo porque llena sus apetencias con contratos leoninos y de pronta caducidad que arrebata al opresor a costa de enormes sacrificios, siempre, temporales.
La resistencia es diferente porque el que resiste se opone y, además, propone. El que se resiste dona su energía y tiempo a construir nuevos caminos por lo que construir las puertas que han de sacarnos de la precariedad neoliberal. El que resiste piensa, crea y funda.

Es claro que es más fácil lanzarse a la calle a protestar contra una reforma que agrede tus derechos que sentarte a construir una reforma educativa que cumpla con las expectativas de la mayoría; es más fácil oponerse que pasar a la resistencia porque la oposición es colectiva y vanidosa la resistencia anida en la intimidad del pensamiento del hombre crítico.

El que se opone marcha con una coca cola en la mano y grita abajo el estado opresor; el que resiste no consume coca cola porque la sabe productora de muerte y despojo.  Conoce que el animal al que deseamos aniquilar traga trozos de naturaleza y orina hacia nuestras gargantas el pestilente producto. Oponerse es estar en contra de, resistir es estar a favor de.
Si alguna escuela oaxaqueña no avanza con la propuesta educativa denominada PETO es porque no han logrado pasar a la resistencia cultural porque sus maestros y maestras sirven al sistema contra el que dice luchar.

Por su parte la resistencia está encaminada en primer lugar a mantener aquello que se tiene, aquello que se es, aquello que se ama. El que resiste se aferra a sus principios y busca el modo de avanzar con ellos de bandera.

El vocablo resistencia proviene del latín resistenia, que a su vez está compuesto por el prefijo re-, que explica la intensificación de la propia acción, y del verbo sistere, que deriva del verbo stare, que se traduce como ‘mantenerse o estar en pie’, por ello su significado tiene que ver con la acción de contraposición. (Resistencias, 2020)

Pero la otra dimensión de la resistencia es la proposición, ir más allá de los límites de la defensa y pasar a la ofensiva. La ofensiva en el plano de la cultura implica saberes que se articulan para organizar la construcción.  La oposición es la partida pero la resistencia deberá ser el punto al que nos dirigimos.
Resulta de especial importancia reconocer que la oposición nunca es propositiva, es reactiva y visceral; la resistencia, en cambio, es propositiva, construye y razona contra la lógica del opresor. La resistencia construye un horizonte posible porque porta el mañana en la creatividad presente; la oposición, por su parte, levanta la voluntad, pero no la organiza hacia una acción propositiva, cultural y anti hegemónica; y como no la organiza no la puede disponer para los largos sacrificios. La oposición es intrascendental en el sentido constructivo, la resistencia es trascendental precisamente porque propone soluciones a los problemas, busca las grietas de la dominación cultural y las amplía con propuestas que portan simbolismo y calan en la conciencia del oprimido. La oposición trabaja a nivel de emociones la resistencia parte de la emoción y se eleva a la razón crítica.

No hay libertad sin resistencia. La libertad que ha sido definida de muchísimas maneras según el capricho de los pensadores debe ser ubicada en el espacio que le corresponde; el de la resistencia. Porque si no hubiera sociedad de explotación, si no hubiese pobres ni ricos, si no hubiera niños sin futuro el concepto de libertad no tendría sentido de existir. La libertad debe ser definida frente a su contrario dialectico; la opresión.

Frente al capitalismo neoliberal que destruye a la naturaleza y aliena al ser humano solo encontraremos la libertad en aquellos pueblos, grupos y personas que se levantan, aun a costa de su vida, a luchar por la dignidad de todos los hombres y mujeres construyendo una utopía común. Ya tenemos ejemplos muy claros, Cuba es uno de ellos: asediada permanentemente busca tiempo y recursos para ayudar a otros. La Revolución cubana ha sido un acto de inmensa solidaridad hacia otros pueblos desde el mismo primero de enero de 1959. Si Cuba pudo, todos podemos.

La libertad que llega solo a través de enormes sacrificios es hermana de la utopía, no pueden avanzar la una sin la otra; porque la libertad es franca y ciega y la utopía temerosa y grácil y su naturaleza le permite ver más allá del tiempo. La libertad no sabe dónde debe poner sus pasos y, para no errar demasiado, necesita de su hermana la utopía.  La libertad que es temeraria porque, aunque no busca el peligro para salir del atolladero y necesita del consejo de su hermana que no sacrificaría más de lo necesario.
La utopía es el regalo del estudio, del trabajo sistemático para perfeccionar la mente y el cuerpo; la liberta en cambio es hija de la acción. Pero resulta que las ideas sin la acción están castradas de la capacidad de cambiar al mundo y la acción sin ideas es como la oposición, fuerte pero estúpida.

Conclusiones
En este pequeño trabajo no hemos sido exhaustivos en la búsqueda de todas las posturas respecto a estos dos términos cosa que acometeremos más adelante. La intención ha sido establecer una primera línea de análisis frente a las posturas hegemónicas del sistema imperialista neoliberal que ha utilizado estos términos para significar oposición y lucha entre partidos burgueses que es la democracia a la que tenemos derecho.
Los conceptos de oposición y resistencia deben retomarse para establecer los criterios que permitan una mejor organización de las luchas de los oprimidos por la definitiva emancipación de nuestros pueblos.

Ser bueno es el único modo de ser dichoso y ser culto es el único modo de ser libre.
José Martí Pérez.





Por:  Yanelis Bispo Rodríguez, Liliana Romero García y Miguel Erasmo Zaldívar Carrillo
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