El ser humano podría parecer una especie
privilegiada, favorecida por la evolución tras años de errores adaptativos y
que aparenta haber adquirido el máximo perfeccionamiento al que pueda aspirar
un ser vivo. Por un lado, ha llegado al extremo de poder modificar a voluntad
las condiciones en casi cualquier rincón del planeta para adaptarlo a sus
necesidades, demostrando así su control sobre el ambiente.
Los humanos hemos convertido desiertos en zonas
habitables, se han explotado bosques y selvas enteras para extraer recursos
materiales y energías y han domesticado especie animales y vegetales para poder
alimentarse de ellos. Pero también ha hecho lo inverso y se puede decir sin
ninguna duda que es la única especie que puede transformarse en su no-ser. Es decir,
se puede deshumanizar a sí misma.
Por el otro lado, el ser humano se ha adentrado en
el siglo XXI en una nueva era en la que es capaz de actuar sobre la biología
del resto de las especies. Con ello no solo ha alterado su evolución y
adaptación, sino que todos aquellos organismos que le rodean y conforman la
biosfera en su conjunto, desarrollando así un control sobre sus genes y la
forma en la que manifiestan.
Sin ir más lejos los humanos han creado vacunas a
partir de virus y bacterias existentes que ahora le protegen de las
enfermedades que provocaban ellos mismos. Además de diseñar y modificar
variedades de alimentos proporcionando vitaminas que inicialmente estaban
desprovistas.
Para llevar a cabo estas hazañas el cerebro ha sido
el estandarte con el que vencer cualquier obstáculo que pudiera interponerse en
su camino y la tecnología, su mejor aliada en este empeño.
Visto así, la trayectoria actual de la especie
humana parecería ahora mismo imparable, independientemente ya de factores
ecológicos de cambios ambientales que en etapas pretéritas truncaron el
porvenir de tantas especies.
Bajo este optimista punto de vista, desvinculado de
la dinámica del mundo natural y propio del mundo occidental industrializado, el
auténtico potencial de la especie humana estaría comenzando a despertar justo
ahora y su etapa de esplendor estaría aún por llegar.
Sin embargo, un punto de vista diametralmente
opuesto a este tecno-optimismo considera que el excesivo uso de la tecnología,
que la especie ha hecho en las últimas décadas habría mermado las capacidades
adaptativas naturales del ser humano.
Para los defensores de esta visión, las necesidades
energéticas y materiales cada vez mayores estarían debilitando a la especie
humana y haciéndola mucho más vulnerable ante cualquier eventualidad de lo que
fueron en el pasado. A la vez que la destrucción de los recursos naturales
estaría poniendo en entredicho su supervivencia en la Tierra.
El destino se enmarca en esta disyuntiva. El futuro
en el que se encamina la especie humana, Homo Sapiens, oscila entre las
ventajas que comporta haber adquirido y desarrollado una inteligencia sin
parangón, capaz de modificar su entorno hasta límites insospechados hace apenas
unos siglos atrás y los riesgos que asume el seguir siendo un ser vivo que
depende de las condiciones ambientales constantes, pero que está cambiando como
consecuencias de sus acciones.
El desfasaje entre la ciencia y lo político
Como hemos visto, el análisis de la sucesión de
hitos evolutivos permite conocer que en las últimas décadas se han conseguido
logros científicos y tecnológicos que abren las puertas a escenarios
esperanzadores. Pero estas puertas en realidad están cerradas para la mayoría
de la humanidad.
Cualesquiera que hayan sido los problemas del
analista social clásico, por limitados o por amplios que sean sus
conocimientos, la realidad del mundo actual nos marca los tiempos históricos de
este debate. Debatir, ejercer la crítica teórica, desarrollar la imaginación es
siempre la responsabilidad que se deriva de conocer y explicar la diversidad
humana.
Dicho debate entre métodos, valores, conciencia y
ciencias sociales está presente en todas las sociedades y se puede rastrear en
las diversas comunidades científicas de todos los países. No obstante, desde
hace mucho tiempo acudimos a una nueva dinámica del pensamiento. Muchos
dirigentes de las ciencias políticas pretenden demostrarnos que la lógica
actual del pensamiento pragmático, capitalista es pensar para y desde el
mercado, donde los nuevos referentes sociales son la competitividad,
racionalidad, productividad y eficiencia.
Romper el bloqueo teórico y político que teje esta
sociedad del conformismo regido por el mercado, acabar con el miedo que impone
el poder, asumir el valor crítico de un proyecto alternativo, deben de ser
estas las razones de la democracia.
Que la verdadera teoría del derrame sea la de los
alimentos en un mundo donde se produce para más personas de las que lo habitan,
pero en un hemisferio tenemos gente que se muere de hambre y otros de obesidad
mórbida.
Un tercio de los alimentos producidos para el
consumo humano se desperdicia, lo que representa unas 1300 millones de
toneladas apróximadamente al año, según la FAO. Derrame de acceso a la cultura,
a la educación y a la salud de calidad. Trabajo digno, esparcimiento. ¿No están
las condiciones dadas?
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El capitalismo es, en primer lugar, de una profunda
desigualdad económica. El principio maximizado de la ganancia lleva en su seno
el del desarrollo máximo y agudo de la tecnología independiente de la
racionalidad humana. La reificación de los medios consecuentemente conlleva
inevitablemente, al predominio de la ciencia sobre la ética y de la economía y
la tecnología sobre la política.
Una pequeña parte de la sociedad posee tesoros
inmensos, lleva una vida lujosa y gasta sumas faraminosas en la satisfacción de
sus demandas a menudo perversas, mientras una mayoría que crean todos sus
valores viven muchas veces en la miseria y la ignorancia, sin poder cubrir sus
necesidades elementales.
Si bien la experiencia científica nos enseña que
ningún fenómeno surge sin causa «de por sí» «de la nada» todo fenómeno tiene
origen en lo que lo engendra, y lo que surge bajo la acción de la causa se
transformará en efecto.
Por lo tanto, la formulación de todo problema
requiere que enunciemos los valores implicados y la amenaza a esos valores.
Porque la amenaza sentida a los valores estimados es la sustancia moral
necesaria de todos los problemas importantes de investigación social. Pensar,
por lo tanto, nos debe situar, en la esfera de reflexión cuya potencia radica
en la capacidad para desarrollar y constituir una razón crítica.
Se suele situar a la tecnología y a la ciencia como
neutras, ascépticas y casi autómatas, en nombre del progreso, la eficiencia y
la razón. Como si se tratara de una locomotora a vapor con rieles sin fin. En
cambio la realidad nos demuestra lo contrario, que los grandes laboratorios,
Silicon Valley y los complejos militares despuntan cifras desorbitantes para
investigaciones científicas de las que poco o más bien nada sabemos y que se
utilizan para seguir aceitando los engranajes de la dominación y el aumento de
la tasa de ganancia.
La trama compleja de nuestro pensamiento y análisis
suele tocar puerto en muelles que se bifurcan. Al final del día es si los
avances científicos recaen en manos de unos pocos con fines inconfesables,
donde la realidad nos va a devolver un capítulo de Black Mirror como preludio
de nuestro futuro o si se expande para que la humanidad pueda desarrollarse
plenamente, donde quepamos todos y el futuro nos sea posible.
Por: Eduardo Camín y Nicolás
Centurión
Fuente http://estrategia.la/2020/06/02/la-ciencia-rehen-o-complice-de-un-mismo-virus-el-capitalismo/
*Centurión es Licenciado en Psicología,
Universidad de la República, Uruguay. Miembro de la Red Internacional de
Cátedras, Instituciones y Personalidades sobre el estudio de la Deuda Pública
(RICDP). Camin es un periodista uruguayo, acreditado en la ONU en Ginebra. Ambos
analistas asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE,
estrategia.la)
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